No, no eran sus hermanos
Un ejecutivo de la construcci¨®n est¨¢ en la cama, junto a su esposa. La luz est¨¢ apagada pero ¨¦l no puede dormirse. Se est¨¢ acordando de una profesora de universidad que ha conocido: una mujer que nada tiene que ver con ¨¦l, devota del feminismo, el posestructuralismo y el desconstructivismo. O sea. Pero a este ceporro que jam¨¢s ha tenido intereses culturales la profesora le pone. Tanto le pone que record¨¢ndola siente c¨®mo su miembro emprende un viaje ascendente y de ser un gui?apillo se convierte en un misil intercontinental de alto alcance. En estas, su se?ora cambia de postura y se encuentra casualmente con aquella inusitada erecci¨®n. ?Ay! Como quiera que la mujer lleva una vida marcada por la privaci¨®n, sus alarmas se encienden y se lanza a aprovechar tan feliz acontecimiento. ?l habr¨¢ de cumplir porque estar¨ªa feo confesar que es otra mujer la que le provoca dicho empalme. Al escritor David Lodge es a quien debemos escenas como esta. Contra lo que se puede esperar, el escritor siente m¨¢s simpat¨ªa por el ceporro de "buen trabajo" que por la acad¨¦mica. De alguna manera, todos los libros de este agudo ingl¨¦s comparten una mirada sarc¨¢stica sobre la pedanter¨ªa y la jerga hueca de una clase cultivada. Me pregunto por qu¨¦ en Espa?a es tan escasa esa burla hacia la cultura. Y me respondo de inmediato: cuando aqu¨ª haces sarcasmo sobre la cultura hay lectores que se ponen tan tiesos que toman lo que escribes de manera literal. Y no me refiero a lectores inexpertos, al contrario, el puritanismo es un virus muy extendido en el mundo cultural. Si un domingo sorprendes con un art¨ªculo (como hizo servidora) que se llama El higo y hablas del MOMA, y otro (como hizo la misma servidora de ustedes) con uno titulado Hemoal, contra el mal de Parsifal y hablas de Wagner y de las cinco horas de duraci¨®n de dicha ¨®pera, no faltar¨¢ el experto que se lleve las manos a la cabeza como si estuvieras mentando a su madre, ni el cr¨ªtico zote que piense que todo lo que escribes es autobiogr¨¢fico y que est¨¢s contra las ¨®peras de cinco horas. ?C¨®mo se puede hacer humor sin burlarse de la cultura? ?Es que s¨®lo hay que burlarse de los humildes? Eso pensaba yo esta semana sentada en una butaca del Teatro Real, rodeada por los cuatro costados de Rodrigo Rato y se?ora, de Agatha Ruiz de la Prada y se?or, de Jos¨¦ Luis G¨®mez y acompa?ante y hasta de Mu?oz Molina, que como habr¨¢n ustedes deducido, no iba solo. Por supuesto, tambi¨¦n hab¨ªa un honorable p¨²blico del que, por desgracia, desconozco los nombres. Se representaba Elektra de Richard Strauss, una ¨®pera que entra en materia de manera abrupta, como si te dieran un empuj¨®n y te vieras de pronto rodeada por los miembros de una familia, a mi juicio, bastante desestructurada. Lo cual viene bien para tranquilizar a los que muestran su inquietud por la decadencia de la instituci¨®n. Yo les digo: en la Antig¨¹edad, no estar¨ªa permitido el matrimonio gay, pero puestos a hacerse putadas los familiares de entonces no ten¨ªan parang¨®n. Como soy capaz de pensar dos cosas a la vez, una parte de mis neuronas andaban disfrutando de la m¨²sica; las otras, m¨¢s retorcidas, las que no permiten que se adormezca mi esp¨ªritu cr¨ªtico, me llenaban la mente de dudas. Dudas que no he resuelto y que paso a exponer. Los directores esc¨¦nicos no se conforman ya con elementos decorativos que arropen a los cantantes, no, los directores esc¨¦nicos a d¨ªa de hoy convierten el propio escenario en una obra de arte, no reparan en gastos y quieren que los cantantes act¨²en no s¨®lo como cantantes, tambi¨¦n como actores. Es lo que se ha hecho siempre en la comedia musical, pero a la inversa: los actores ten¨ªan que saber cantar y bailar. Habr¨¢ a quien le parezca un sacrilegio esta comparaci¨®n, que se santig¨¹en los ofendidos, pero lo que yo encuentro ahora en algunas ¨®peras es cierta incongruencia: por un lado, les hacen cantar de rodillas, bailar, interpretar tumbados, hacer equilibrios o hacer el rid¨ªculo, en el peor de los casos; por otro, esto ocurre sin que a los cantantes se les exija un m¨ªnimo de cualidades f¨ªsicas. La otra tarde, en esta ¨®pera en la que no se respira un momento de humor, los tres hermanos de la tragedia estaban representados por una Elektra pelirroja y de gran envergadura (para que nos entendamos), por un coreano y por una morenita menuda. Lo importante son las voces, dicen. De acuerdo, entonces, preocup¨¦monos s¨®lo por las voces, porque si les hacemos actuar como si fueran actores el p¨²blico tiene derecho a una explicaci¨®n: que Clitemmestra (la madre) salga al escenario y nos justifique las razones por las que le salieron tres criaturas tan distintas: una inmensa pelirroja, una morena diminuta y un coreano. La gen¨¦tica es caprichosa, vale, pero tambi¨¦n muy chivata. Por otra parte, si los cantantes no tienen un f¨ªsico agraciado, ?es necesario que hagan piruetas o den pasillos de baile por el escenario? ?No nos obliga eso a forzar demasiado nuestra imaginaci¨®n? Ya s¨¦ que hay muchos aficionados a este arte que a?oran un tiempo en que el f¨ªsico no contaba. Muy bien, que salgan los cantantes, que interpreten con emoci¨®n y sanseacab¨®. Pero los hermanos de Elektra no eran sus hermanos. Y ahora me voy a rezar tres padrenuestros y un avemar¨ªa.
Cuando aqu¨ª haces sarcasmo sobre la cultura hay lectores que se toman lo que escribes literalmente
Algunos directores de ¨®pera no reparan en gastos y quieren que los cantantes act¨²en tambi¨¦n como actores
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