Incertidumbre
La decepci¨®n de nuestros d¨ªas ha erosionado el contrato social y los compromisos moralesSaben aquel que diu...? Se levanta el tel¨®n y, en total oscuridad, se escucha una voz profunda que dice: "Soy un optimista nato. All¨ª donde otros ven riesgos, yo veo oportunidades". El escenario se ilumina poco a poco, hasta que vemos al autor de la declaraci¨®n: en lo alto de un pico monta?oso, se dibuja la siniestra y a la vez esbelta figura de un gran buitre). De pronto, la psicolog¨ªa parece haber pasado a primer plano. Los hechos, otrora punto de anclaje de una realidad incontrovertible, se han vuelto tan enigm¨¢ticos y volubles debido a la fluctuaci¨®n de los valores financieros que los estados de ¨¢nimo se han convertido en una variable independiente: si alguien puede modificar el precio de una mercanc¨ªa -a veces desde millones de kil¨®metros de distancia- ¨²nicamente con la energ¨ªa mental de sus expectativas de futuro, ?por qu¨¦ no podr¨ªamos contribuir a mejorar nuestras propias posibilidades simplemente creyendo much¨ªsimo en ellas? Es una causa basada en nada, como dec¨ªa Max Stirner, pero, ?no es en eso mismo -o sea, en nada- en lo que se basaban nuestras esperanzas de crecimiento hace s¨®lo unos a?os, seg¨²n hemos descubierto repentinamente en los ¨²ltimos tiempos? ?No fue una causa con el mismo fundamento -es decir, ninguno en absoluto- la que hizo grandes a Lehman Brothers y a tantos otros? ?Por qu¨¦ no podr¨ªamos volver a inflar la burbuja deshinchada de nuestro porvenir con una inyecci¨®n reforzada de autoestima? La realidad se nos resiste, sin duda, y quienes nos aseguran ahora que nos dicen la verdad desnuda sobre ella no dejan de constatar nuestra quiebra y nuestro naufragio en todos los ¨®rdenes, pero los indicadores de los que se sirven para ello no los pone la terca realidad, que como anta?o gusta de ocultarse a nuestros ojos, sino aquellos mismos -los calificadores profesionales del riesgo- que nos aseguraban hasta hace poco que lo real era tan el¨¢stico como nuestros deseos y que la verdad depend¨ªa estrechamente de nuestra mirada sobre el mundo. Incluso en los peores momentos y ante las m¨¢s dr¨¢sticas medidas de reajuste presupuestario, la naturaleza psicol¨®gica de las pol¨ªticas de austeridad parece innegable: se dir¨ªa que no se toman tales medidas para restaurar la solvencia perdida o para recuperar el equilibrio contable, sino para convencer a nuestros acreedores de que podremos pagarles o para recobrar la credibilidad perdida en los mercados, sin que la cruda realidad parezca tener nada que ver con ello. Y es incluso as¨ª como se calcula (de acuerdo con el efecto psicol¨®gico que pueden causar en los inversores) la oportunidad de las convocatorias electorales, las iniciativas parlamentarias, las sentencias judiciales o los titulares de prensa. Llevamos muchos a?os oyendo que la incertidumbre era el signo mayor de nuestra ¨¦poca, que se jactaba de haber derribado todas las seguridades antes tenidas por inquebrantables, y que deb¨ªamos asumir gozosa y festivamente esa inseguridad en lugar de dejarnos arrastrar por el esp¨ªritu reaccionario hacia la nostalgia de las firmezas metaf¨ªsicas del pasado; hemos o¨ªdo que deb¨ªamos olvidarnos felizmente de cosas tales como las newtonianas y pre-cu¨¢nticas cadenas de la estabilidad laboral, de la rigidez jur¨ªdica del Estado de derecho o de los dogmas at¨¢vicos de las ciencias deterministas y mec¨¢nicas. As¨ª que la gran decepci¨®n de nuestros d¨ªas ha consistido en descubrir que los promotores de esta doctrina de la incertidumbre gloriosa, los propagandistas de la ilimitada flexibilidad de nuestras vidas, de nuestras moradas, de nuestros empleos, de nuestras familias y de nuestras propiedades, ten¨ªan una agenda oculta y un as en la manga: con toda esa defensa de la inconsistencia, de la variabilidad, no buscaban en el fondo m¨¢s que una sola cosa: seguridad absoluta para sus beneficios. Pero su b¨²squeda ha sido tan afanosa y desmedida, tan irrestricta, que ha acabado por erosionar aquello mismo que, como ya sab¨ªa Hobbes, es la fuente principal de las seguridades humanas -incluida la del retorno de las ganancias esperadas-: el contrato social que nos hac¨ªa preferible vivir pol¨ªticamente vinculados a nuestros semejantes que hacerlo en estado de guerra de todos contra todos. Ahora va a resultar muy dif¨ªcil convencernos de que renunciemos a nuestros apetitos, porque ellos se han puesto por encima de cualquier otro compromiso moral y civil, incluido el que los gobiernos democr¨¢ticamente elegidos ten¨ªan con sus soberanos leg¨ªtimos, los ciudadanos.
?Por qu¨¦ no podr¨ªamos volver a inflar la burbuja de nuestro porvenir con una inyecci¨®n reforzada de autoestima?
Jos¨¦ Luis Pardo publicar¨¢ pr¨®ximamente El cuerpo sin ¨®rganos. Presentaci¨®n de Gilles Deleuze (Pre-Textos).
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