Adi¨®s, mafiosos, adi¨®s
Si alg¨²n d¨ªa de estos, mareados por la l¨®gica alegr¨ªa, se olvidan de qui¨¦nes eran y a qu¨¦ se dedicaban los tres pulcros encapuchados que salieron ayer en televisi¨®n, ll¨¢menme y charlemos. Ahora estoy en Roma, pero tengo buena memoria y aqu¨ª el caf¨¦ es excelente. Es verdad que no retengo demasiado bien las fechas, pero s¨ª las caras y los olores. Las caras de Alberto y de Asen, por ejemplo. Regresaban de madrugada a su casa de Sevilla cuando un terrorista los mat¨® a los dos, dejando a tres ni?os solos para siempre. Tambi¨¦n recuerdo el rostro de Joseba, que en el s¨®tano de la Casa del Pueblo de Andoain me ense?¨® -qu¨¦ valiente era aquel tipo- una llave gigantesca hecha con corcho blanco y papel de plata que pensaba entregarles a los que, con la nocturnidad de los cobardes, le hab¨ªan quemado el coche y colocado una llave de verdad en su buz¨®n para advertirle de que en cuanto quisieran se lo cepillaban. Lo hicieron, malditos sean, unos d¨ªas despu¨¦s. Tambi¨¦n recuerdo la angustia que me embarg¨® aquella ma?ana en Renter¨ªa durante el pleno de condena por la muerte de Jos¨¦ Luis Caso. Un hombre sentado junto a m¨ª mov¨ªa la pierna con nerviosismo. Su rodilla golpeaba la m¨ªa. Le pregunt¨¦ qu¨¦ le pasaba, me dijo que Jos¨¦ Luis era su amigo, que fue ¨¦l quien lo convenci¨® para que se metiera en pol¨ªtica, pero que ahora lo hab¨ªan matado y que ¨¦l ten¨ªa que ocupar su puesto de concejal del PP. Le di un abrazo y le dese¨¦ suerte. Dos o tres semanas m¨¢s tarde fui a su entierro. A Manuel lo asesinaron cuando regresaba de comprar el pan. Nadie vio nada. Nunca nadie ve¨ªa nada. En aquellos tiempos no tan lejanos, solo la mafia lo ve¨ªa todo.
Gracias a esa gente que vivi¨® con sus ideas a cara descubierta, aunque le fuera la vida en ello, estamos celebrando ahora la derrota
As¨ª que f¨ªjense, aqu¨ª en Roma, tomando caf¨¦ en el San Eustaquio -tal vez el mejor caf¨¦ del mundo- y recordando a los hombres y a las mujeres valientes. Gracias a ellos, no se l¨ªen, estamos celebrando ahora la derrota de la mafia. A esa gente que vivi¨® con sus ideas a cara descubierta, aunque le fuera la vida en ello. Nada que ver con los de las capuchas o los que, desde las ventanas cerradas del miedo o la complicidad, siguieron viviendo c¨®modamente mientras a otros se les ca¨ªan las llaves para mirar disimuladamente si les hab¨ªan puesto una bomba en los bajos del coche. Pero dej¨¦moslo, no es d¨ªa de rencores sino de alegr¨ªas. Hoy es un d¨ªa mucho tiempo so?ado, as¨ª que ya no les cuento que Silvia ten¨ªa seis a?os cuando la asesinaron o que se me saltaron las l¨¢grimas cuando, camino de Ermua, me enter¨¦ de lo de Miguel ?ngel. ?Se acuerdan de aquella imagen del padre llegando a su casa con la ropa de trabajo manchada, agarrotado por un presentimiento, sin saber todav¨ªa que a su hijo, al que hab¨ªa conseguido dar una carrera despu¨¦s de una vida de desarraigo y estrecheces, lo hab¨ªan secuestrado para matarlo? En fin...
Dejemos el caf¨¦ y pidamos una grapa o un chacol¨ª de Getaria o una manzanilla de Sanl¨²car o, casi mejor, un tequila de mi adorado M¨¦xico y brindemos por la derrota de la mafia. Ah, pero antes les dije que ten¨ªa buena memoria para los olores. Y de aquellos a?os que me toc¨® escribir de los verdugos y las v¨ªctimas recuerdo un olor en especial. El olor a quemado de las Casas del Pueblo. D¨¦jenme que les cuente. Durante aquellos a?os oscuros en que ETA puso en marcha lo que vino en llamar con ese lenguaje suyo tan ruin "la socializaci¨®n del sufrimiento", en muchos pueblos del Pa¨ªs Vasco solo qued¨® una lucecita encendida, un voluntarioso y heroico faro en medio del temporal. El de las Casas del Pueblo. Al atardecer de sus vidas, jubilados de los Altos Hornos o de La Naval, algunos con apellidos interminablemente vascos y otros con el sur del que emigraron acarici¨¢ndole el acento, se juntaban en la Casa del Pueblo para retarse al domin¨® o a las cartas. Vistos desde fuera -desde los cristales blindados de la mil veces quemada Casa del Pueblo de Hernani- parec¨ªan jubilados corrientes, caf¨¦ corriente, co?ac corriente, achaques corrientes, batallitas corrientes. No era as¨ª. Se lo digo yo que los observ¨¦ durante tardes enteras. Hac¨ªan como que tomaban caf¨¦, pero a lo que se dedicaban verdaderamente era a la pol¨ªtica. Resistencia civil frente a la mafia. Lo hab¨ªan hecho en sus a?os mozos frente a Franco y lo hac¨ªan ahora frente a los nuevos dictadores del terror. Los jubilados jugando a las cartas entre los restos de una Casa del Pueblo que acababan de quemar fue durante mucho tiempo la estampa m¨¢s conmovedora y m¨¢s democr¨¢tica. La ¨²nica que romp¨ªa el paisaje ultranacionalista que la mafia quer¨ªa imponer.
As¨ª que disculpen la pl¨¢tica y, ahora s¨ª, brindemos ya por ellos a la sombra del Pante¨®n. Ellos son hoy los protagonistas. Esta paz fue construida d¨ªa a d¨ªa, durante a?os, por un jardinero de Zarautz que iba al trabajo con escolta, que no pod¨ªa bajar la basura y que los fines de semana se ten¨ªa que ir de Euskadi para poder pasear a solas con su hijo. No, nunca, jam¨¢s, por un pistolero con su rid¨ªcula capucha. Brindemos lo que haga falta, pero sin olvidar ese peque?o detalle.
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