La sangre, qu¨¦ miedo
La imagen m¨¢s espeluznante de lo dificultoso que puede ser matar a un ser humano me la ha ofrecido el cine. La film¨® Hitchcock, alguien al que la miop¨ªa profesional juzg¨® en alguna ¨¦poca como un director fr¨ªvolo, un c¨ªnico que disfrutaba haciendo trampas a sus personajes y al espectador. Ocurre en Cortina rasgada. Los asesinos son los buenos, el matem¨¢tico que interpreta Paul Newman y una campesina que ejerce de esp¨ªa en la antigua y sombr¨ªa Alemania del Este y la v¨ªctima se supone que es el malo, un polic¨ªa de la Stasi. Le estrangulan, le apu?alan, le rompen los huesos, introducen su cabeza en el horno de la cocina. Solo un s¨¢dico puede disfrutar en esa secuencia. Te pone enfermo esa violencia, te salpica el horror de quitarle la vida a alguien cuerpo a cuerpo.
Las pel¨ªculas nos han mentido convirtiendo tantas veces en algo as¨¦ptico el acto de matar, mostr¨¢ndolo desde lejos, con balazos y personas que al recibirlos abandonan instant¨¢neamente este mundo. Y es obscena esa simpleza manipuladora. Cuentan que los jefes de Sendero Luminoso exig¨ªan a su fan¨¢tico ej¨¦rcito que no se cargaran a los enemigos con balas o bombas (tampoco creo que les sobraran), a distancia, sino que lo hicieran con sus propias manos, con piedras, con cuchillos, con palos, empap¨¢ndose de sangre ajena, asumiendo desde cerca el espanto.
Anhelas los actos de justicia que se saldan destruyendo al tirano, causando dolor y muerte a los que administraron en nombre de la fuerza y del poder toneladas de sufrimiento en el pr¨®jimo, humillaron, despreciaron, torturaron y le quitaron la vida a los que consideraban sus enemigos, reales o abstractos, conocidos o an¨®nimos. E imaginas que mucha gente decente se sinti¨® vengada o pens¨® que su mundo ser¨ªa m¨¢s habitable a partir de ese momento cuando la concienciada turba linch¨® al arrogante fascista Benito Mussolini. Y lamentaron que Hitler se despidiera de la Tierra y de la infinita atrocidad que hab¨ªa causado mediante algo tan liviano como pegarse un tiro. Y maldijeron con causa que tantos engalonados criminales en serie (en este pa¨ªs tuvimos uno inolvidable, con bigote, bajito y gordito) la palmaran de viejos en su cama, rodeados de familia y fervor popular.
Y deseabas que alguien mandara definitivamente al infierno a un permanente y enloquecido hacedor de infiernos como Gadafi, pero ves las fotograf¨ªas de su cad¨¢ver, el rictus de salvaje sufrimiento en su masacrado rostro y se te revuelve todo. Te afirmas en que ni el m¨¢s infame de los monstruos merece ese castigo. Y maldices el realismo. Y a?oras las muertes incoloras e inodoras, las que parecen de mentira, las de las malas pel¨ªculas.
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