Acoso y Dorribo
Bas¨¢ndome en mi dilatada experiencia profesional, aunque de limitada trayectoria, de cada 100 trapisondas de nuestra clase dirigente que llegan a o¨ªdos de los periodistas, calculo que se llegan a publicar 10. De esas, solamente una acaba en los tribunales. El porcentaje de fallos judiciales se me escapa porque la gran mayor¨ªa de los que vi instruirse siguen en ello o en alguna otra nebulosa procesal, pero no arriesgar¨ªa mucho si opinara que los condenados son, como nos consuelan en los documentales de naturaleza, los m¨¢s d¨¦biles o torpes de la manada. Todo este pre¨¢mbulo es para dejar claro que hay cosas y casos que me pueden sorprender, pero lo que es fiarme, o en frase hecha c¨¦lebre en ocasi¨®n semejante, poner la mano en el fuego por alg¨²n pol¨ªtico, nunca o casi nunca. Pero hay l¨ªmites, judiciales, pol¨ªticos e informativos que no se deben atravesar. Y en la Operaci¨®n Campe¨®n creo que se han atravesado.
En una sociedad con muy escasos controles reales -administrativos, contables, judiciales e incluso ciudadanos- sobre las ¨¦lites pol¨ªticas y econ¨®micas, es de aplaudir que se investiguen m¨¢s delitos que aquellos que se cometen con palanqueta o navaja. Pero se me escapa la procedencia de que unos altos cargos de la Xunta imputados -sin que sepa de qu¨¦, y de momento no acusados-, pasen unos d¨ªas en el calabozo, cuando de lo que se trata es de intervenir papeles. (Aunque si, meses despu¨¦s, el principal acusado, Jaime Dorribo, comparece en el juzgado con parecida ostentaci¨®n documental a cuando los Presupuestos del Estado se presentaban en papel, la incautaci¨®n no debi¨® de ser exhaustiva).
De igual manera, al ministro de Fomento, Jos¨¦ Blanco, le acusan por haber mantenido con el empresario una cita en un ¨¢rea de servicio, aunque sin consecuencias (adjudicatorias). Al presidente de la Xunta, Alberto N¨²?ez Feij¨®o, otros le reprochan haber recibido al mismo sujeto en su despacho, pero esta vez con consecuencias (tambi¨¦n adjudicatorias). Si introducimos una tercera variante, la reuni¨®n, tambi¨¦n al aire libre, del entonces vicepresidente Quintana con otro empresario, con consecuencias adjudicatorias, pero a?os despu¨¦s, tenemos casu¨ªstica para desarrollar una completa hamartiolog¨ªa (estudio del pecado) pol¨ªtica: ?Qu¨¦ es m¨¢s grave: reunirse en un despacho y dar, o al aire libre y no dar? ?Dar inmediatamente en el despacho o dar en descubierto con demora? ?La circunstancia concurrente de descampado es agravante, como en el C¨®digo Penal?
Sinceramente, en el caso que nos ocupa, no s¨¦ por qu¨¦ Blanco y Feij¨®o tienen que disculparse por reunirse con alguien, a cubierto o no, si ignoraban que desarrollaba actividades que lo llevar¨ªan a la c¨¢rcel. A m¨ª me parece m¨¢s injustificable esa accesibilidad a los despachos pol¨ªticos que tienen los empresarios para contar su caso, y de la que carecen los colectivos afectados por las medidas que se adoptan en esos despachos. (The Guardian public¨® un informe sobre las reuniones de los 10 primeros meses del gabinete Cameron: 1.537 con empresas, 1.409 con organizaciones comerciales o grupos de intereses, 830 con organizaciones ben¨¦ficas, 130 con sindicatos). Y ya decidir¨¢ la justicia si las ayudas a Dorribo fueron concedidas legalmente o no, pero aun con sentencia absolutoria, no concibo una subvenci¨®n a fondo perdido de un mill¨®n de euros a un grupo empresarial, salvo que fuese para el empuj¨®n investigador final a la vacuna contra el sida o la malaria u objetivo similar. (En ese contexto, la reciente declaraci¨®n del conselleiro de Industria de que el Igape "movi¨® 1.200 millones de euros de ayudas p¨²blicas en los dos ¨²ltimos a?os" es como para persignarse).
Y sobre las secuelas de la Operaci¨®n Campe¨®n originadas por las virtudes canoras del exempresario modelo Dorribo (las acusaciones de haber dado dinero a representantes de todos los partidos), el verdadero e higi¨¦nico debate pol¨ªtico posterior deber¨ªa ser sobre las medidas para que el patrimonio de los cargos p¨²blicos sea transparente, y m¨¢s escrupulosamente fiscalizado que el de cualquier otro ciudadano. Siempre y en todo momento, y no si y solo si salta un nombre en una presunta corrupci¨®n. Esa declaraci¨®n de bienes que han hecho en las Cortes y van a hacer en el Parlamento gallego, que nos han vendido como un ejercicio extremo de transparencia rozando la hernia del derecho a la intimidad, se parece m¨¢s a una redacci¨®n escolar sobre qu¨¦ te han tra¨ªdo los reyes magos que una declaraci¨®n fiscal como debe ser (aunque en las redacciones escolares se vigila la ortograf¨ªa, y en su declaraci¨®n de bienes una diputada escribi¨® "compativilidad").
En resumen, en lugar de un ejercicio de transparencia y de higiene democr¨¢tica, lo que hay es un espect¨¢culo de lucha en el barro al que la clase pol¨ªtica se suma con entusiasmo porque se retransmite. En esto deber¨ªamos imitar a los norteamericanos. Si es posible, a Edward Kennedy, que dec¨ªa que en pol¨ªtica pasa como en las matem¨¢ticas, todo lo que no es totalmente correcto, est¨¢ mal. Y si no, al menos a Groucho Marx, que advert¨ªa que el secreto de la vida es la honestidad y el juego limpio, y si puedes simular eso, lo has conseguido.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.