El manual de la buena vida
Sencilla en su complejidad como ocurre siempre en la arquitectura n¨®rdica; alzada sobre el mar; inmersa en un inmaculado parque de adoquines sembrado de violetas en el que cuando surge un despistado rayo de sol brota una marea de beb¨¦s y pensionistas en atuendo deportivo; con nueve siglos de historia, la catedral luterana de Stavanger, en la costa suroeste de Noruega, est¨¢ considerada la m¨¢s antigua del pa¨ªs. Su interior, mudo, pulcro, sobrio, sin im¨¢genes, en el que las viejas tablas del suelo crujen bajo los pasos de los fieles, es el mejor reflejo del frugal estilo escandinavo de interpretar la vida, donde el lujo y el alarde son un pecado c¨ªvico y moral. El negro y el gris son los colores de este pa¨ªs: de su cielo gran parte del a?o; del salvaje mar del Norte; de la discreta ropa de su gente; de las rancheras suecas y alemanas; de las calles de Oslo. El negro y el gris mimetizan a los noruegos con su entorno, los uniformizan y hacen que sea dif¨ªcil detectar la diferencia de clases. "No pienses que eres especial", rezaba la filosof¨ªa igualitarista del pa¨ªs.
La riqueza petrolera que engrasa toda la econom¨ªa les reafirma en su modelo social
El modelo noruego funcion¨® mucho antes de que encontraran petr¨®leo
El ministerio de Igualdad tiene un presupuesto de 1.000 euros por habitante
En la 'zona cero' de oslo, los grandes destrozos del atentado son visibles
El Fondo p¨²blico del petr¨®leo tiene 400.000 millones de euros
El ultra Partido del Progreso obtuvo en 2009 el 23% de los votos
No quieren cambiar, nolo lograron ni los nazis durante la ocupaci¨®n
Este centenario templo de Stavanger encierra otra met¨¢fora del alma de Noruega. No tiene r¨ªgidos bancos corridos de madera como en las iglesias cat¨®licas donde los devotos se amontonan codo con codo. Aqu¨ª cada fiel ocupa una amplia e id¨¦ntica silla individual de asiento mullido con un peque?o espacio para que descanse el breviario sin molestar al vecino. Cada silla es una isla. No hay contacto f¨ªsico entre los devotos. Si la vista desciende un poco, se percibe que todas est¨¢n unidas con abrazaderas met¨¢licas. Cada silla ocupa su propio espacio, pero es imposible separarla de su fila.
Juntos, pero no revueltos. As¨ª son los noruegos. Un pueblo que, m¨¢s all¨¢ de la riqueza que le proporciona el mar, sus bosques y el petr¨®leo, ha basado su ¨¦xito econ¨®mico y social en reconciliar su individualismo, herencia de un pasado de pescadores y campesinos aislados en caba?as de madera y en contacto ¨ªntimo con una naturaleza bella y dura; pobres, libres, puritanos y autosuficientes, con el extremo opuesto: con un profundo sentido comunitario que apuesta por el bien de todos, la igualdad, la solidaridad y, sobre todo, la confianza en el Estado ni?era, que se ocupa sin grietas aparentes del bienestar de sus ciudadanos a trav¨¦s de las m¨¢s generosas y antidiscriminatorias prestaciones sociales del planeta. Al tiempo, regula extensas parcelas de la vida de los noruegos (su educaci¨®n, salud, pensiones, relaciones laborales y distribuci¨®n de la riqueza) sin que a nadie parezca molestarle.
En Noruega, el servicio militar es obligatorio, y el 95% de las escuelas, p¨²blicas. El IVA alcanza el 25%. El petr¨®leo es de propiedad estatal. Y los buenos estudiantes reciben generosos pr¨¦stamos del Estado para matricularse en las mejores universidades del mundo. El Estado controla hasta el consumo de alcohol, cuyo monopolio ostenta a trav¨¦s de la red de tiendas Vinmonopolet, ¨²nicos comercios en Noruega donde se pueden comprar licores de m¨¢s de 4,75 grados a un precio hasta tres veces m¨¢s caro que en Espa?a. Una de las aficiones favoritas de los noruegos es saquear de bebidas alcoh¨®licas y cartones de cigarrillos los anaqueles de las tiendas libres de impuestos de los aeropuertos en cuanto salen de su pa¨ªs. Una botella de whisky es un regalo siempre bien recibido en un hogar noruego. Sus anfitriones le acoger¨¢n descalzos, risue?os, rodeados de ni?os, con una tarta casera y expres¨¢ndose en un ingl¨¦s perfecto.
Al mismo tiempo que el sue?o igualitario del Estado de bienestar, acu?ado tras la II Guerra Mundial y que ha estructurado desde entonces la convivencia en Europa (con partidos democristianos o socialdem¨®cratas en el poder) se pone en cuesti¨®n ante el avance del neoliberalismo y por la crisis financiera, Noruega, una de las inventoras del sistema del bienestar, lucha por continuar en esa direcci¨®n; est¨¢ en su ADN; navega por libre, como hace mil a?os, cuando sus antepasados vikingos se lanzaban al mar a tumba abierta en sus drakkar hacia Reino Unido, Am¨¦rica (a¨²n sin descubrir) y Bizancio. Noruega no ceja. Representa una equilibrada mezcla de capitalismo y colectivismo. De mercado y planificaci¨®n, idealismo y realismo, neutralidad y af¨¢n de influencia, ingenuidad y estrategia. La cuesti¨®n es dar para recibir. "Soy generoso con mis impuestos porque el Estado es generoso conmigo". Un contrato entre la comunidad y el individuo que dura hasta la muerte. "Somos ciudadanos libres e iguales en la misma direcci¨®n", me dir¨¢ un sindicalista. En Noruega tiene m¨¢s responsabilidad el que m¨¢s tiene. Y no es dif¨ªcil saber qui¨¦n es. La informaci¨®n sobre los ingresos de cada ciudadano es p¨²blica a trav¨¦s de Internet.
Noruega camina discreta y sin aspavientos por esa tercera v¨ªa que le ha convertido en una potencia silenciosa; un pr¨®spero Estado ni emergente ni emergido que ocupa desde hace 30 a?os la primera posici¨®n en el ?ndice de Desarrollo Humano de las Naciones Unidas. Sus niveles de desempleo son anecd¨®ticos; su renta por habitante, la mayor del planeta; su crecimiento, tras tres ejercicios titubeantes, se acercar¨¢ este a?o al 3%; su deuda soberana es la m¨¢s s¨®lida del planeta, y tiene una completa paridad de g¨¦nero por ley tanto en el sector p¨²blico como en el privado. Arnie Hole, directora general de Infancia, Igualdad e Inclusi¨®n Social, nos confirma que su ministerio tiene un presupuesto de 5.000 millones de euros (mil euros por habitante) "m¨¢s que la suma de los ministerios de Pesca, Agricultura y Cultura juntos". El Estado de bienestar llega hasta el dise?o y la arquitectura, que, seg¨²n regula el Gobierno, debe "elegir soluciones ecol¨®gicas y energ¨¦ticamente sostenibles, ser de buena calidad, promovida por el conocimiento y la competencia y visible internacionalmente". El Estado se reserva el papel de "salvaguardar el entorno cultural y velar por la herencia arquitect¨®nica". Es una declaraci¨®n de principios. Cuando pregunto a Andreas Vaa Bermann, arquitecto y director de la Fundaci¨®n para la Promoci¨®n de la Arquitectura N¨®rdica, cu¨¢l es el objetivo del dise?o en este pa¨ªs, contesta como un rel¨¢mpago: "Mejorar la vida de la gente".
Noruega no se parece a nada; tampoco al resto de los Estados n¨®rdicos, bajo cuyo yugo transcurri¨® parte de su historia. Los noruegos a¨²n arrastran cierto complejo de inferioridad hacia sus vecinos. Aliviado en las ¨²ltimas d¨¦cadas por el b¨¢lsamo de los petrod¨®lares. Hasta los a?os setenta, Noruega era el hermanito peque?o de Escandinavia. Unos campesinos aislados. "Lo que m¨¢s deseaba un noruego era tener un Volvo con un ch¨®fer sueco", explica una profesora de la capital. "En parte lo hemos logrado; todos los camareros de Oslo son suecos; cobran m¨¢s que en su pa¨ªs (no menos de 2.000 euros), y son m¨¢s mundanos que nosotros".
Los noruegos no fueron tan cosmopolitas como los daneses ni tuvieron la tradici¨®n industrial y militar de los suecos; no tuvieron colonias ni participaron en guerras. En torno a esas pac¨ªficas se?as de identidad, Noruega ir¨ªa acu?ando una marcapa¨ªs de Estado fr¨ªo, fiable y eficaz. Gracias a esa imagen ha conseguido una influencia internacional superior a su peso real. Noruega se ha convertido en el donante m¨¢s generoso en cooperaci¨®n internacional y un eficaz actor en la resoluci¨®n de conflictos internacionales, como ocurri¨® en 1993 con los Acuerdos de Oslo, entre Arafat y Rabin con Bill Clinton de testigo, que se negociaron en secreto en la sede del FAFO, un think tank socialdem¨®crata. O, m¨¢s recientemente, con la ex primera ministra laborista Gro Harlem Brundtland, muy activa en el proceso de paz del Pa¨ªs Vasco.
Noruega ha seguido siempre su camino. En los mismos d¨ªas en que estallaban los totalitarismos en Europa a comienzos del siglo XX, abol¨ªa la pena de muerte y se convert¨ªa en la sede del Nobel de la Paz. El primer rey del nuevo Estado, Haakon VII, exigi¨® antes de ocupar el trono un refer¨¦ndum para que el pueblo dijera si le quer¨ªa; gan¨®; cuando tuvo que nombrar en los a?os veinte un primer ministro de izquierdas, profiri¨® una frase que su pueblo recuerda con orgullo: "Soy tambi¨¦n el rey de los comunistas".
El mar se convirti¨® pronto en su motor industrial gracias a la pesca y el transporte mar¨ªtimo, unido a la generaci¨®n de electricidad debido al gran caudal de agua dulce del pa¨ªs. Los noruegos se especializaron en dise?ar barcos capaces de afrontar las peores condiciones y en la construcci¨®n de obras p¨²blicas. Viajar por la irregular y bell¨ªsima geograf¨ªa del pa¨ªs supone atravesar decenas de estilizados puentes inmersos en la naturaleza, t¨²neles interminables y navegar en sofisticados ferries s¨®lidos como rompehielos. Ese dominio de la ingenier¨ªa le resultar¨ªa esencial cuando descubriera petr¨®leo como embri¨®n para desarrollar una industria nacional y no echarse en los brazos de las multinacionales. Hoy, Noruega, adem¨¢s de crudo, exporta conocimiento e innovaci¨®n.
Su camino ha sido diferente al del resto de los pa¨ªses n¨®rdicos. Para empezar, los noruegos optaron en dos referendos, en los a?os setenta y noventa, por dar la espalda a la Uni¨®n Europea (a la que s¨ª pertenecen Finlandia, Suecia y Dinamarca). Ellos dicen que fue para salvaguardar sus cuotas de pesca y agricultura; lo que realmente quer¨ªan defender era una soberan¨ªa nacional que no hab¨ªan conseguido hasta zafarse en 1905 de Suecia en un pulso que ganaron sin pegar un tiro. Noruega es un pueblo viejo, pero un Estado joven. Empapado de romanticismo nacionalista. Celoso de sus tradiciones. A la primera de cambio, sus habitantes se lanzan a la calle ataviados con trajes regionales y la bandera nacional ondeando en la mano.
Dentro de esa l¨ªnea de reafirmaci¨®n nacional, los noruegos han defendido con ardor su modelo de sociedad frente a las instituciones europeas. Est¨¢n, pero no est¨¢n. No son miembros de la Uni¨®n Europea, pero forman parte del Espacio Econ¨®mico Europeo. Han vuelto a poner en valor su particular visi¨®n de la sociedad y ese camino les ha mantenido a salvo de la recesi¨®n y los estertores del Estado de bienestar. La riqueza petrolera que engrasa toda la econom¨ªa del pa¨ªs les hace reafirmarse en esa tercera v¨ªa; les proporciona 200.000 empleos y la mitad de sus exportaciones. Y un papel global: Noruega ya es el segundo exportador de gas y el tercero de crudo a nivel planetario.
No quieren cambiar. No lograron hacerlo los nazis a lo largo de una cruel invasi¨®n y administraci¨®n del pa¨ªs durante cinco a?os a trav¨¦s del gobierno de un noruego t¨ªtere (que hoy ning¨²n noruego quiere recordar); ni los sovi¨¦ticos, que les liberaron de Hitler para retirar a continuaci¨®n su ej¨¦rcito sin exigir nada a cambio. Noruega, que tiene frontera con Rusia, fue el ¨²nico Estado que Stalin no absorbi¨® tras ocuparlo militarmente. Sin embargo, en 1948, un Gobierno de izquierdas anclaba la seguridad de Noruega a Occidente ingresando en la OTAN. Demostraban que su especialidad era navegar por aguas turbulentas. "Estar en la OTAN era una cuesti¨®n de subsistencia como pa¨ªs", explica un diplom¨¢tico. "Ten¨ªamos a la URSS sobre nuestras cabezas y necesit¨¢bamos sentirnos seguros y dedicarnos a reconstruir el pa¨ªs, que estaba destrozado tras la guerra y con un 30% de desempleo. Est¨¢bamos con Estados Unidos en la Alianza, pero al tiempo nos neg¨¢bamos a que la Espa?a de Franco entrara en la ONU. Ten¨ªamos una econom¨ªa muy regulada y dirigida por el Estado. ?ramos muy rojos".
Noruega representa un modelo irrepetible de sociedad nacido del aislamiento de una poblaci¨®n escasa (cinco millones en un territorio con un tama?o de m¨¢s de la mitad del de Espa?a) y homog¨¦nea en raza, cultura, religi¨®n y forma de vida (en los a?os setenta, un 94% de los ciudadanos eran de origen noruego, y un 86%, de religi¨®n protestante), cohesionada a trav¨¦s de un pasado de opresi¨®n por parte de sus vecinos y con una gran riqueza en recursos naturales. Con ese escenario uniforme y la omnipresencia del Estado, que regulaba las relaciones laborales y se aseguraba de que antes que una ley llegara al Parlamento hubiera consenso entre las fuerzas pol¨ªticas, el progreso no se hizo esperar. El modelo funcion¨® en Noruega mucho antes de encontrar petr¨®leo. El problema llegar¨ªa a partir de los noventa con la avalancha de inmigrantes que iba a desequilibrar esa eficiente sociedad monocolor. Hoy, con un 12% de poblaci¨®n de origen extranjero, la tradicional confianza del noruego hacia sus vecinos se ha comenzado a agrietar; las formaciones xen¨®fobas, a crecer (como en el resto de pa¨ªses n¨®rdicos), y el Estado de bienestar, a sufrir conmociones que no estaban previstas.
La iglesia luterana (la oficial en este pa¨ªs) hizo tambi¨¦n su aportaci¨®n a ese c¨®ctel social que hoy se etiqueta como modelo noruego: su sentido frugal e igualitario de la vida inspirado en el trabajo duro y la responsabilidad. La comunidad protestante asum¨ªa un doble papel de solidaridad y de control del individuo. Una funci¨®n que despu¨¦s adoptar¨ªa el Estado. La ¨¦tica del trabajo tiene mucho que ver con el milagro noruego. Sus habitantes son profundamente competitivos, trabajan desde j¨®venes y vuelan pronto del hogar paterno; a cambio, saben que cuentan con el colch¨®n del Estado si vienen mal dadas. Los noruegos se necesitan. Todos deben trabajar. Todos tienen que ganar mucho dinero, pagar muchos impuestos y gastar mucho (en un pa¨ªs donde una cerveza cuesta diez euros). El pleno empleo es la espina dorsal del modelo. Trabajas y pagas impuestos para costear la educaci¨®n de los j¨®venes y las pensiones de los viejos, al igual que esos viejos financiaron con sus impuestos tu educaci¨®n y esos j¨®venes pagar¨¢n tus pensiones en el futuro. El sistema se basa en el empleo y la confianza. Los noruegos se consideran ciudadanos iguales que marchan en la misma direcci¨®n. Sin distinci¨®n entre hombres y mujeres. Todos deben trabajar desde j¨®venes: hombres, mujeres e inmigrantes. Ganar lo mismo. Y pagar impuestos. Lo confirma la directora general de Igualdad, Arnie Hole: "La igualdad tiene un componente moral, pero el principal motivo es econ¨®mico. Una econom¨ªa moderna y competitiva necesita las mejores cabezas y manos sin mirar de qu¨¦ raza o sexo son. No podemos permitirnos el lujo de perder los mejores talentos. Y no se trata solo de fijar cuotas, estas deben ir acompa?adas de pol¨ªticas sociales para reconciliar el trabajo y la vida familiar. Tenemos que apoyar a las mujeres; si no, el desaf¨ªo por alcanzar las posiciones m¨¢s altas de su profesi¨®n ser¨¢ todav¨ªa demasiado alto para ellas y los ni?os no nacer¨¢n. Y los ni?os deben nacer porque son una inversi¨®n de futuro. Ninguna mujer en Noruega debe ser forzada a elegir entre su familia y su carrera. Ese es aqu¨ª un valor b¨¢sico. Hemos creado 10.000 guarder¨ªas; las mujeres pueden coger un a?o de permiso maternal con el 80% del sueldo (o 10 meses con el 100%), y los hombres, 12 semanas. Hemos conseguido que el 80% de las mujeres trabajen y, al mismo tiempo, que el 82% tengan hijos menores de 10 a?os. Ese es nuestro futuro".
A partir de esos elementos, los noruegos han construido una sociedad donde la distancia que separa a los ricos de los pobres es peque?a. Est¨¢n convencidos de que la desigualdad es corrosiva y corrompe a las sociedades. Algunos dicen que Noruega es el ¨²ltimo Estado socialista de Europa. La sede del Partido Laborista, inspirador del modelo noruego desde los a?os treinta, en el n¨²mero 2 de la Youngstorget de Oslo, parece confirmarlo con su estilo arquitect¨®nico lim¨ªtrofe con el realismo sovi¨¦tico. Como en Noruega casi todo encierra una paradoja, en el entorno de la simb¨®lica sede de la izquierda noruega se da cita la juventud dorada noruega en los restaurantes de moda.
?Es Noruega el ¨²ltimo Estado socialista de Europa? Ante la pregunta, el ministro de Finanzas, el laborista Sigbj?rn Johnsen, sonr¨ªe y pasa a otro tema. Al final de la entrevista, su director de comunicaci¨®n pone las cosas en su sitio con gesto helado: "Socialistas, s¨ª, pero democr¨¢ticos".
Recorriendo los pasillos art nouveau del edificio del Gobierno hasta llegar a la oficina de Johnsen, las ventanas del ministerio aparecen rotas y cubiertas por placas de contrachapado. Las puertas est¨¢n fuera de sus marcos. La del despacho del ministro tiene un boquete en el centro. Todo el barrio gubernamental se encuentra en las mismas condiciones. Cercado y en obras. Atravesado por andamios. Estamos en la zona cero de Oslo. Los destrozos son resultado de la bomba colocada por el ultraderechista Anders Breivik el pasado 22 de julio; a consecuencia de la explosi¨®n, fallecieron ocho personas; a continuaci¨®n, Breivik acab¨® a tiros con la vida de 69 j¨®venes simpatizantes del Partido Laborista en la isla de Ut?ya. Supon¨ªa la mayor conmoci¨®n sufrida por este pa¨ªs desde la II Guerra Mundial. Hoy, sin embargo, los ciudadanos parecen decididos a olvidar la tragedia; algunos claveles marchitos sujetos a las vallas son el ¨²nico rastro de aquellos terribles d¨ªas de julio. Los noruegos est¨¢n decididos a no variar su estilo de vida. En el barrio, la presencia policial es m¨ªnima y es posible acceder a algunos edificios oficiales sin pasar por un arco de seguridad. Se pueden pasar d¨ªas en Oslo sin cruzarse con un polic¨ªa. El ministro de Finanzas conjura la tragedia terrorista afirmando que los cimientos de la sociedad noruega siguen siendo el di¨¢logo y el consenso. "Nadie va a acabar con eso. No vamos a cambiar. No vamos a quedarnos en casa. Ha sido un hecho terrible, pero aislado". Es la misma respuesta orgullosa que dar¨¢n la mayor¨ªa de los noruegos a los que interrogo sobre las consecuencias del atentado del ultraderechista Breivik: "?No vamos a cambiar!". Si se le pregunta al ministro si lleva escolta, responde con un gui?o: "A veces s¨ª y a veces no...".
Hasta el 23 de diciembre de 1969 Noruega creci¨® gracias al sudor de sus ciudadanos. Ese d¨ªa encontraron petr¨®leo. Nadie lo esperaba. Lo llamaron "El regalo de Navidad del 69". Dos a?os m¨¢s tarde comenzaba la producci¨®n. Los noruegos no sab¨ªan nada de petr¨®leo. Aprendieron. La gesti¨®n de su riqueza petrolera es considerada un ¨¦xito econ¨®mico y social. En tres d¨¦cadas, Noruega se ha convertido en un pa¨ªs petrolero que da empleo a 200.000 personas, con una tecnolog¨ªa avanzada y que opera en cuarenta pa¨ªses del mundo. En Noruega, la riqueza del oro negro ha alcanzado a toda la sociedad. Lo confirma el soci¨®logo Jon Eric Dolvik: "Integrar en la econom¨ªa dom¨¦stica noruega la econom¨ªa del petr¨®leo; lograr que repercutiera positivamente en la gente corriente y, al tiempo, fuera un negocio global, ha sido para nosotros un logro brutal; el petr¨®leo se ha convertido en una gran fuerza productiva, en una bendici¨®n".
El objetivo del Estado noruego ha sido obtener el m¨¢ximo valor econ¨®mico del sector en su conjunto en comparaci¨®n con lo que podr¨ªa obtener por la simple venta del gas y el petr¨®leo. Nada m¨¢s descubrir crudo, el Gobierno noruego redact¨® los diez mandamientos del sector, que dec¨ªan que el petr¨®leo era propiedad de los noruegos; que el Gobierno tendr¨ªa el control y la gesti¨®n de las operaciones; que el pa¨ªs necesitaba crear una industria propia; que el sector deb¨ªa ser respetuoso con el medio ambiente y que ese descubrimiento deb¨ªa proporcionar a Noruega un papel eminente en pol¨ªtica exterior. Los mandamientos se han cumplido.
Noruega pod¨ªa haberse convertido en un Estado holgaz¨¢n, corrupto y opaco que sobornara a sus ciudadanos con bajos impuestos para comprar su silencio ante el despilfarro, el nepotismo y la falta de transparencia estatales en la gesti¨®n de los ingresos del oro negro, como hab¨ªa ocurrido en otros pa¨ªses productores, como las monarqu¨ªas del Golfo, Ir¨¢n, el Irak de Sadam, la Libia de Gadafi, la Venezuela de Ch¨¢vez o la Rusia de Putin. Noruega eligi¨® su camino. En cuanto los petrod¨®lares comenzaron a fluir a finales de los ochenta, un Gobierno laborista cre¨® el Fondo Gubernamental de Pensiones (m¨¢s conocido como Fondo del Petr¨®leo), donde ser¨ªan depositados los ingresos y beneficios p¨²blicos del petr¨®leo para ser invertidos en los mercados de todo el mundo (seg¨²n un riguroso esquema ¨¦tico de inversiones que proscribe a las empresas tabaqueras, nucleares, armamentistas y que emplean a poblaci¨®n infantil). Con los beneficios del fondo se pagar¨ªan las pensiones de los noruegos cuando el petr¨®leo dejara de fluir. Solo un 4% de los beneficios podr¨ªa ir cada a?o a las arcas p¨²blicas para equilibrar el presupuesto del Estado. El resto, a la hucha com¨²n pensando en el Estado de bienestar de las generaciones venideras. "Eso es sostenibilidad real", afirma un alto funcionario.
El edificio del Banco de Noruega, el envoltorio de hormig¨®n y cristal que aloja el Fondo del Petr¨®leo, es el m¨¢s bunkerizado de este pa¨ªs. Enfrente se encuentra el restaurante en el que trabajaba de camarera Mette-Marit Tjessem antes de convertirse en princesa. Para acceder al Fondo del Petr¨®leo hay que atravesar un estrecho control de armas a trav¨¦s de una sofisticada y claustrof¨®bica c¨¢psula; en una sala de contrataci¨®n con el aire fren¨¦tico de Wall Street, Dag Dyrdal, director de Estrategia, explica que el noruego es el primer fondo de pensiones p¨²blico del mundo con 400.000 millones de euros en activos; tiene inversiones en 10.000 compa?¨ªas y oficinas en Nueva York, Shangh¨¢i, Londres y Singapur. "Somos transparentes, fiables y miramos el mundo a largo plazo. Este fondo es el resultado de una sociedad democr¨¢tica, abierta y responsable. Pensamos en perspectivas m¨¢s largas que una legislatura. Esto no es de un partido o de otro". Lo confirma el ministro Johnsen: "El d¨ªa que el petr¨®leo decline, habremos sido capaces de construir algo para reemplazarlo".
K?rst?, la mayor planta de procesamiento y distribuci¨®n de gas natural del mundo, situada en un entorno paradisiaco en la costa oeste del pa¨ªs y propiedad de la empresa p¨²blica Statoil, escenifica el poder¨ªo noruego. Un ingeniero de la compa?¨ªa disfruta mostr¨¢ndonos una bru?ida tuber¨ªa de un metro de di¨¢metro que transporta gas a 12 millones de hogares en Alemania. "Ellos nos invadieron en la guerra y ahora nosotros les invadimos de forma pac¨ªfica. Somos un socio fiable, un pa¨ªs estable; todos quieren nuestro gas; comp¨¢renos con la rusa Gazprom o la argelina Sonatrach...".
Noruega se hizo muy rica. Y comenz¨® a atraer inmigraci¨®n. Los noruegos, que hab¨ªan emigrado hist¨®ricamente, sobre todo a Estados Unidos, se convirtieron de la noche a la ma?ana en un pa¨ªs de acogida. Cuando se inici¨® el boom del petr¨®leo hab¨ªa en Noruega un 1,3% de inmigrantes; en 2000, un 5,5%; en 2009, un 8,8%. Este a?o, en torno al 13%. Primero fueron los n¨®rdicos; luego, los latinoamericanos; m¨¢s tarde, los balc¨¢nicos y centroeuropeos. Los ¨²ltimos en llegar fueron los paquistan¨ªes, iraqu¨ªes, somal¨ªes y afganos. Con sus velos, chilabas, mezquitas y tradiciones. 200.000 personas de religi¨®n musulmana viven en Noruega. Un cambio que es evidente en el viejo barrio de Gronland, en Oslo, una ciudad en la que el 28% de los habitantes ya son de origen extranjero. Un shock de diversidad que nadie esperaba en este pa¨ªs uniforme que est¨¢ suponiendo, seg¨²n el soci¨®logo Jon Eric Dolvik, "el mayor reto al que nos hemos enfrentado. Necesitamos a los inmigrantes como fuerza de trabajo porque nuestra sociedad est¨¢ cada vez m¨¢s envejecida y, al mismo tiempo, aunque somos igualitaristas, nos cuesta aceptar comportamientos distintos a los nuestros. No somos una sociedad inclusiva; no es un problema religioso, sino cultural. Nos gusta como somos y no queremos cambiar. Tenemos miedo; nos ha ido muy bien y no sabemos si podremos mantener nuestro modelo con esa nueva poblaci¨®n. Es urgente que integremos a la segunda generaci¨®n de inmigrantes que han nacido aqu¨ª; que se formen y consigan buenos empleos. Deben trabajar y pagar impuestos para que contin¨²e el Estado de bienestar. Somos interdependientes. Nos necesitamos".
La llegada del tsunami multicultural iba a tener una consecuencia inmediata en amplios sectores de la clase trabajadora noruega que hab¨ªan votado tradicionalmente a la izquierda: iban a perder la confianza en el Estado. Por primera vez en su historia, cientos de miles de ciudadanos noruegos pensaron que esos inmigrantes que se cobijaban bajo el paraguas social noruego, que eran albergados en viviendas p¨²blicas, recib¨ªan 1.200 euros al mes por asistir a las clases de introducci¨®n en la lengua y cultura noruega y otros 700 por cada hijo, que se beneficiaban de sus guarder¨ªas, educaci¨®n y sanidad, se estaban aprovechando de su generosidad. "Hasta ese momento, los noruegos ¨¦ramos solidarios. Con la llegada de los inmigrantes, se empez¨® a extender la idea de que pag¨¢bamos mucho para que se beneficiaran esos extranjeros que no ven¨ªan a trabajar, sino a vivir del cuento", explica una profesora universitaria. El resultado fue el r¨¢pido crecimiento, a partir de 1997, del Partido del Progreso, una formaci¨®n en la que se mezclan el ultraliberalismo con el nacionalismo y la xenofobia y que comenz¨® a hablar en sus m¨ªtines de "una islamizaci¨®n silenciosa de Noruega" a la que "hab¨ªa que poner freno". El Partido del Progreso apostaba por un modelo noruego solo para los noruegos. Una sociedad a dos velocidades. Obtendr¨ªa en las elecciones de 2009 un 23% de los votos, convirti¨¦ndose en la segunda formaci¨®n pol¨ªtica tras los laboristas. La olla comenzaba a hervir. Anders Breivik, el asesino del 22 de julio, milit¨® en ese partido. Tras el atentado, el Partido del Progreso perder¨ªa 10 puntos en las elecciones locales del pasado mes de septiembre, lo que parece que anticipa su decadencia. En cualquier caso, los l¨ªderes de opini¨®n noruegos intentan conjurar la inquietante sombra del Partido del Progreso resaltando con displicencia la fortaleza del sistema noruego y resaltando que el Partido del Progreso "es democr¨¢tico, y si quiere tener expectativas de gobernar debe estar dentro del sistema y asumir sus responsabilidades". "No vamos a cambiar", repiten. Es su obsesi¨®n. En Noruega se detecta incluso un alivio generalizado por que el asesino del 22 de julio fuera un noruego y no un inmigrante musulm¨¢n. Lo confirma un profesor en Oslo: "Dentro de la tragedia, tenemos que agradecer al destino que el terrorista fuera alguien de aqu¨ª y no un paquistan¨ª de Al Qaeda. Si hubiera ocurrido eso, el sistema noruego, que se basa en la confianza, hubiera saltado por los aires. La sociedad se hubiera partido en dos. Al pensar que ha sido un noruego solo, loco, aislado, y que algo as¨ª no va a volver a pasarnos, y que, por tanto, no vamos a colocar un polic¨ªa en cada esquina, estamos poniendo a buen recaudo nuestro modelo con vistas al futuro. Pero, lo queramos o no, la inmigraci¨®n es la patata caliente del modelo noruego. Y tendremos que solucionarlo".
Tras rememorar la tragedia, los malos augurios se disipan sumergi¨¦ndose en la portentosa naturaleza de Noruega. Los fiordos, los bosques, el mar. Noruega es uno de los ¨²ltimos territorios v¨ªrgenes de Europa, dotado de una belleza salvaje, donde el hombre ha logrado vivir en armon¨ªa con su entorno. Para el arquitecto Kjetil Thorsen, "en el dise?o n¨®rdico, la naturaleza es la fuente de inspiraci¨®n". Thorsen es uno de los socios fundadores del estudio Sn?hetta, al que da nombre la monta?a m¨¢s emblem¨¢tica del pa¨ªs y que est¨¢ en la cumbre de la arquitectura global. Kjetil proyect¨® la nueva ?pera de Oslo como un enorme glaciar surgiendo del fiordo. Ya es el edificio m¨¢s emblem¨¢tico de esa nueva Noruega que se enfrenta a retos diferentes sin perder de vista la tercera v¨ªa que le ha conducido al ¨¦xito. "Es un edificio democr¨¢tico. ?Por qu¨¦? Lo explico: hemos logrado que la cubierta de algo tan elitista como un palacio de la ¨®pera sea pisada cada d¨ªa por miles de ciudadanos. No es un edificio para los amantes de la ¨®pera; es un edificio para todos. Ese es el modelo de pa¨ªs".
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