Democratizaci¨®n y odio intelectual
?Por qu¨¦ Internet tiene que obligarnos a dejar la lectura, a dejar de escribir, a dejar de pensar? Estoy a favor de la Red siempre que no amenace la profundidad intelectual. Leer un libro no es un acto anticuado
En el pasado, uno de los autores que m¨¢s frecuent¨¦ fue McLuhan, aquel se?or al que Woody Allen hac¨ªa aparecer en Annie Hall. El ensayista canadiense, all¨¢ por mediados del siglo pasado, cuando todav¨ªa exist¨ªan de manera incipiente medios de comunicaci¨®n de masas tales como la radio, el cine, pero sobre todo la televisi¨®n, hablaba ya no de un cambio de cultura sino de civilizaci¨®n. McLuhan adivin¨® como pocos lo que iba a suceder, aunque se fue a la tumba sin saber que esos medios se iban a quedar cortos ante la aparici¨®n, pocos a?os despu¨¦s, de este nuevo Polifemo llamado Internet. El c¨ªclope era antrop¨®fago. ?Internet antrop¨®fago? Desde su aparici¨®n lo ha engullido todo y aquello que se le resiste lo cerca con tretas dignas de su contrincante Odiseo. El h¨¦roe de Troya es hoy la lectura profunda, la escritura creadora y el libro, sobre el soporte que sea, tal cual lo concebimos como compendio del saber al menos desde Gutenberg, aunque su ideario ya hab¨ªa sido conformado antes, al menos 400 a?os antes de Cristo, cuando Plat¨®n en el Fedro debate con S¨®crates lo bueno y lo malo que la nueva tecnolog¨ªa de la escritura va a traer a la educaci¨®n y a la cultura basada en la memoria y la oralidad. La memoria (hoy algo tan combatido) que en la filosof¨ªa y la est¨¦tica de los antiguos (tambi¨¦n nuestros contempor¨¢neos) era la madre de las Musas, "saber de memoria", escribe Steiner, "es dejar que el mito, la oraci¨®n o el poema se ramifique y se expanda en nosotros".
Radio, cine, televisi¨®n, nunca atacaron frontalmente al libro. Internet es distinto
En los libros de McLuhan hay clarividentes intuiciones sobre el futuro, nuestro presente, a trav¨¦s de los soportes con los que ¨¦l mismo conviv¨ªa advirtiendo ya un cambio radical en el individuo y la sociedad. Se refer¨ªa a m¨¢quinas progresivamente m¨¢s sofisticadas que, por una parte, ayudar¨ªan a la actividad humana, pero que, por otra, influir¨ªan y condicionar¨ªan su conducta. "Estamos acerc¨¢ndonos -dijo- a la fase final de las prolongaciones del hombre, o sea, la simulaci¨®n t¨¦cnica de la conciencia". As¨ª es. Este salto gigantesco en la evoluci¨®n tecnol¨®gica est¨¢ produciendo un cambio tan radical como jam¨¢s aconteci¨®. En un solo soporte la palabra escrita, el sonido y la imagen. ?Qu¨¦ nuevos g¨¦neros literarios o period¨ªsticos saldr¨¢n de aqu¨ª? ?Destronar¨¢n a los actuales? Simultaneidad en la informaci¨®n, en las redes sociales, facilidad para almacenar y encontrar. El contenido de un medio, afirmaba McLuhan, importaba menos que el medio en s¨ª mismo a la hora de producir efectos en nosotros. Durante la segunda mitad del siglo XX, a pesar de su cruda y premonitoria verdad, el hombre convivi¨® con estos nuevos instrumentos y, en contra de lo que esperaban muchos vaticinadores infaustos, los unos no se comieron a los otros. La prensa y los libros no solo sobrevivieron sino que alcanzaron cotas desconocidas. Pero el tiempo a McLuhan le ha acabado dando la raz¨®n. Cada nuevo medio tecnol¨®gico nos cambi¨® y modific¨®. Pero Internet nos est¨¢ transformando y manipulando de manera radical, como jam¨¢s sucedi¨® antes.
McLuhan pas¨® de moda, pero ahora vuelve con una verdad que no compartimos en su momento. Aquella referida a que el texto escrito, el libro y la lectura eran una tiran¨ªa sobre nuestro pensamiento. Algo que, para ¨¦l, afortunadamente, hab¨ªa comenzado a resquebrajarse por la acci¨®n imparable de los nuevos sistemas de comunicaci¨®n de masas. Sent¨ª que el autor de Galaxia Gutenberg promov¨ªa injustamente el fin de la cultura del libro y propiciaba los nuevos instrumentos audiovisuales uniformadores. ?Por qu¨¦ McLuhan atacaba la base tradicional de transmisi¨®n del conocimiento? Defend¨ªa la democratizaci¨®n de la cultura a trav¨¦s de los medios audiovisuales de comunicaci¨®n de masas y combat¨ªa -¨¦l, un intelectual- la aristocracia del saber, debida al libro y la lectura. Este inquietante planteamiento es uno de los que ahora observo desarrollado, con m¨¢s profundidad, en nuevas monograf¨ªas. No solo estudiantes, profesionales o profesores confiesan con desparpajo que han dejado de leer libros de papel y que leen solo fragmentariamente en pantalla, sino que los libros son superfluos y que grandes autores de la literatura y obras esenciales ya no les dicen nada. Personas cultivadas muestran claramente un desconocido y desconcertante odio intelectual. Internet facilita el acceso a la informaci¨®n, pero el acceso al conocimiento a¨²n tiene que alcanzarse a trav¨¦s de los usos de siempre. Leer con concentraci¨®n, atenci¨®n y en silencio todav¨ªa no es algo arcaico y prescindible, se haga a trav¨¦s de cualquier soporte. Lo mismo que la lectura debe ser total y no parcial. La cultura y el conocimiento siempre se obtendr¨¢n estudiando: es decir, leyendo. El viejo proceso lineal de pensamiento es el que nos ha conducido hasta nuestros d¨ªas, ?por qu¨¦ no readaptarlo a los nuevos usos tecnol¨®gicos? Seguramente es una batalla perdida porque, como dice Nicholas Carr, Internet ofrece tal cantidad de posibilidades que finalmente acaba distrayendo la atenci¨®n antes reflexiva, concentrada, atenta de la mente lineal ahora desplazada por otra nueva que quiere diseminar informaci¨®n resumida, superficial, poco conflictiva. Que Internet est¨¢ modificando nuestras costumbres y que el mundo muy pronto ser¨¢ distinto, est¨¢ claro. Pero eso no significa que abandonemos nuestro esp¨ªritu cr¨ªtico y nos entreguemos a su suerte. No podemos permitirnos el lujo de que nuestros estudiantes pierdan su capacidad para leer, y entreguen su juventud al hiperv¨ªnculo o al scrolling y que piensen que Don Quijote o Ulises son creaciones incapaces de ayudarles.
Leer un libro no es un acto anticuado. Leerlo entero, compartir su ense?anza, es un acto superior al del mero cazador experimentado en Internet. Nuestros j¨®venes se resisten a leer en profundidad y por tanto se resisten a estudiar, a adquirir un conocimiento propio. Han delegado su mente en una m¨¢quina, ahora su m¨¢s fiel amigo. Nuestros j¨®venes leen m¨¢s, escriben m¨¢s, pero de una manera superficial. Nuestros j¨®venes son maestros del puzle. La influencia del ordenador sobre quien lo utiliza es muy grande. Nos estamos dejando vencer por la industria y el mercado, que dictan nuestros gustos y cambian nuestras maneras intelectuales. La modificaci¨®n del acto, del sentido y el fin de la lectura est¨¢ ya trayendo los primeros cambios. Como escribe Ong en su libro Oralidad y escritura, las tecnolog¨ªas no son meras ayudas exteriores, sino tambi¨¦n transformaciones interiores de la conciencia y, sobre todo, cuando afectan a la palabra.
La lectura, la cultura, la educaci¨®n, el saber y el conocimiento no son algo pasivo, sino activo. Si lo delegamos todo en un instrumento, si vaciamos toda nuestra memoria, tambi¨¦n perdemos en estos actos parte de nuestra libertad. Radio, cine, televisi¨®n, nunca atacaron frontalmente al libro. Compitieron con ¨¦l rob¨¢ndole espacio y tiempo, pero la cultura por excelencia segu¨ªa transmiti¨¦ndose a trav¨¦s de la imprenta. Internet es distinto. Archiva, procesa, comparte la informaci¨®n, tambi¨¦n la textual, tecnologiza la palabra, la creaci¨®n. Es un instrumento ¨²til que no deber¨ªa suplantar sino completar los buenos usos anteriores. Pero no est¨¢ siendo as¨ª. Carr, en ?Qu¨¦ est¨¢ haciendo Internet?, afirma algo que, muy a mi pesar, reconozco como inevitable: que el futuro del conocimiento y la cultura ya no se encuentra en los libros, ni en los peri¨®dicos, ni en televisi¨®n, sino en los archivos digitales difundidos por nuestro medio universal a la velocidad de la luz.
Libro de papel, libro electr¨®nico, conocemos ya sus ventajas y desventajas. El primero, multisensorial, una obra de arte en s¨ª mismo; el otro, repleto de informaci¨®n, de distracciones, de emboscadas a la textualidad. Me preocupa mucho menos el soporte que el cambio profundo que se est¨¢ produciendo en la antigua manera de leer, buena, experimentada y sabia. El cambio de forma sufrido por un medio supone un cambio de contenido. Cambio profundo en la manera de leer y en la de escribir.
Muchos j¨®venes comentan que no leen novelas porque son demasiado largas para seguirlas en pantalla. Probablemente, en un futuro cercano, las novelas electr¨®nicas ser¨¢n m¨¢s visuales que textuales, lo que ya se conoce como vooks. ?D¨®nde se hallar¨¢ el creador? Todo estar¨¢ socializado y, probablemente, abocado a lo superficial. ?La lectura "masiva" fue una "breve anomal¨ªa" de nuestra historia intelectual y cada vez ir¨¢ quedando dentro de una minor¨ªa que se perpet¨²a a s¨ª misma, la clase "lectora"? En realidad, ?no fue siempre as¨ª? ?Por qu¨¦ este odio intelectual, que lleva a muchos a decir que no debemos llorar por la muerte de la lectura pues estuvo siempre sobrevalorada, as¨ª como las grandes obras que la conforman y sus autores, dotados de una genialidad insultante y antidemocr¨¢tica? ?Por qu¨¦ Internet tiene que obligarnos a dejar de leer, a dejar de escribir, a dejar de pensar? En el Fedro, yo estar¨ªa de parte de Plat¨®n, de parte de la escritura, del avanzar sobre los inconvenientes razonables de S¨®crates. Hoy estoy de parte de Internet siempre que, como dec¨ªa este ¨²ltimo, no amenace la profundidad intelectual.
C¨¦sar Antonio Molina es escritor y director de la Casa del Lector y fue ministro de Cultura.
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