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Reportaje:MOGADISCIO

Viaje a la capital del caos

Bienvenidos a Mogadiscio", dice con voz met¨¢lica la azafata. Nadie sonr¨ªe en el avi¨®n. Casi todo el mundo suspira y mira por la ventanilla los restos de un gigantesco Ilhusin, un avi¨®n de carga alcanzado por un lanzagranadas hace unos a?os y que ah¨ª sigue, varado al final de la pista, dando la bienvenida al viajero. Todos los pasajeros sabemos que esta ciudad no tiene nada de acogedora. Que no es ni amable ni hospitalaria, sino m¨¢s bien todo lo contrario. Si Somalia es el paradigma de la anarqu¨ªa, Mogadiscio es la capital del caos, porque aqu¨ª la vida no vale nada, y se mata por muy poco. Y porque aqu¨ª, mientras muchos se mueren de hambre, otros no paran de comprar balas.

"Poneros los chalecos antibalas y el casco, que salimos del aeropuerto", nos dice nuestro contacto. Se llama Bashir Yussuf, tiene 40 a?os, pero aparenta muchos menos. Viene con una escolta de 14 hombres armados hasta los dientes porque, seg¨²n ¨¦l, es la ¨²nica forma de garantizar nuestra seguridad. Es la primera vez que acepto la l¨®gica de la protecci¨®n armada para poder trabajar. Estaremos siempre escoltados. Nuestros movimientos ser¨¢n limitados. Nuestro contacto con la gente, escaso. No podremos parar cuando queramos, ni ir donde nos apetezca. Esas son las reglas. Bashir asegura que ¨¦l no es un se?or de la guerra, sino solo un hombre de negocios. Un tipo bien conectado que se dedica a meter periodistas y cooperantes en la ciudad m¨¢s peligrosa del mundo y que ha hecho de ello su modo de vida: "No me voy a ir a limpiar v¨¢teres a Europa", me dice altanero.

El 25% de la ayuda humanitaria cae en manos de los se?ores de la guerra, que despu¨¦s trafican con ella
La fidelidad est¨¢ aqu¨ª con el clan, no con el estado. El bucle violento ha funcionado durante siglos
Un guardia ha quitado el seguro de su 'kal¨¢shnikov'. Puede que dispare. puede que no. lo mejor es largarse

La comunidad internacional se ha gastado en Somalia casi 40.000 millones de euros en 20 a?os. En ese tiempo ha habido 14 procesos de paz fallidos y 15 Ejecutivos interinos. Ahora, un nuevo Gobierno de transici¨®n apoyado por las Naciones Unidas y construido seg¨²n un inestable acuerdo entre clanes, subclanes y sub-subclanes, intenta enderezar el pa¨ªs. O al menos Mogadiscio, que es el ¨²nico territorio que controla realmente el Gobierno. Somalia sigue siendo, seg¨²n Transparency International, el pa¨ªs m¨¢s corrupto del mundo, un lugar en el que el 25% de la ayuda humanitaria cae en manos de los se?ores de la guerra, que despu¨¦s trafican con ella. En cualquier calle se pueden ver fardos de comida de las distintas cooperaciones que son revendidos a precios desorbitados. Sin embargo, el Gobierno sigue sin hacer nada al respecto. Siguen creyendo que la corrupci¨®n es un vicio moral y no un delito.

"Lo siento, las ventanillas subidas. Vuestro problema es la piel. No quiero que se vea que hay dos blancos en el coche. Cualquiera puede avisar por tel¨¦fono y nos montan una emboscada en cinco minutos", nos alecciona Bashir en el aparcamiento. Antes de salir del aeropuerto hay que esperar a que un soldado retire con una excavadora la enorme barrera de hormig¨®n que impide la entrada de coches suicidas. Este lugar es uno de los objetivos preferidos de los islamistas de Al Shabab, la rama de Al Qaeda en el Cuerno de ?frica. Y cuando salimos de ese recinto amurallado es cuando percibimos el Mogadiscio real: no hay ni un solo edificio que no haya sido alcanzado por las dentelladas de la guerra. Todo est¨¢ destruido y diezmado. La ciudad transpira hostilidad. Nos movemos a velocidades de v¨¦rtigo por unas calles que se convierten, de repente, en ratoneras. No hay un solo edificio que no haya sido reventado o est¨¦ lleno de muescas de metralla, pero a diferencia de Grozni, Sarajevo o Gaza, estas son resultado de 20 a?os seguidos de nihilismo.

ESTADO COLAPSADO

Somalia tiene todos los ep¨ªtetos que definen a un Estado fallido: es refugio de piratas, para¨ªso de yihadistas, paradigma de la corrupci¨®n, negocio para los traficantes de armas, ejemplo de desgobierno, modelo de guerra eterna... Si le sumamos la sequ¨ªa y el hambre, Somalia es m¨¢s bien un Estado colapsado. Llegar por fin al hotel es respirar tranquilo y preguntarse: ?por qu¨¦ le han puesto de nombre de hotel Paz? ?Por qu¨¦ considerarnos seguros aqu¨ª dentro? ?Por las barricadas de arena que impiden la intrusi¨®n de un coche bomba? ?Por las torretas de vigilancia que controlan a quien se acerca a menos de 50 metros? ?Por las alambradas de espino que impiden los asaltos e intentos de secuestro? ?Por qu¨¦ le llaman Paz, cuando la direcci¨®n ofrece chalecos y cascos para los clientes que tienen que salir a hacer alguna gesti¨®n?

"Todo el mundo dice que Mogadiscio es el lugar m¨¢s peligroso del mundo, pero me niego a creerlo", me insiste vehemente el alcalde Ahmed Nur Mohamed. "Si comparamos las estad¨ªsticas, Bagdad es m¨¢s peligroso. Nuestra media de muertos diarios es mucho menor. Lo que pasa es que las grandes potencias tienen muchos intereses en Bagdad y en Kabul, pero nadie tiene inter¨¦s en venir a Mogadiscio". El se?or Nur, de mirada profunda y discurso directo, ha pasado casi toda su vida en Londres. Lleg¨® a presentarse a concejal por el barrio de Camden con el partido laborista. No sali¨® elegido y poco despu¨¦s le llamaron para ofrecerle la alcald¨ªa. Desde entonces le han puesto una bomba en el coche y se ha librado de otro par de intentos de atentado. "Cuando acept¨¦ el puesto sab¨ªa que era un trabajo peligroso, porque me convert¨ªa en objetivo prioritario de los islamistas de Al Shabab, pero asum¨ª el riesgo", me dice con tranquilidad. El primer edil de Mogadiscio no se preocupa por los baches en las calles o el alumbrado de las aceras. Todav¨ªa no. En una ciudad devastada y cantonalizada por clanes y milicias, Nur intenta poner un cierto orden y convencer a los paramilitares de que el Estado debe tener el monopolio de la fuerza. "Los se?ores de la guerra y todas esas milicias armadas son una bomba de relojer¨ªa", avisa.

Cuando volvemos a los coches me fijo en nuestra escolta. ?Por qu¨¦ le llamo escolta? ?No es tambi¨¦n un peque?o ej¨¦rcito privado, una milicia? Me quedo mir¨¢ndolos y pensando si no hemos entrado nosotros tambi¨¦n en el negocio de los mercenarios, de los ej¨¦rcitos de alquiler. De acuerdo, es la ¨²nica manera de retratar Mogadiscio. Se muestran profesionales, hasta educados y no han amenazado a nadie, ?pero no somos nosotros tambi¨¦n parte del gran juego de la guerra?

LOS SE?ORES DE LA GUERRA

Dice un proverbio somal¨ª: "Yo y mi clan contra el mundo. Yo y mi familia contra el clan. Yo y mi hermano contra mi familia. Yo contra mi hermano...". Este bucle violento ha funcionado aqu¨ª durante siglos. Antes con lanzas, ahora con Kal¨¢shnikov. Desde que cay¨® el dictador Mohamed Siad Barre, en 1991, Somalia ha sido un pa¨ªs solo en los mapas. Se convirti¨® en el Estado hobbesiano perfecto devorado por se?ores de la guerra, milicias incontroladas, mercenarios sin escr¨²pulos y militantes de Al Qaeda.

"Yo ahora soy el consejero de Seguridad Nacional del presidente, as¨ª que no puedo ser un se?or de la guerra. Los se?ores de la guerra se peleaban por controlar el mercado de Bakara, el aeropuerto o el puerto. Quer¨ªan poder y dinero. Yo no soy as¨ª. No necesito poder porque ya estoy en el poder como l¨ªder espiritual. La gente me besa la mano, lo has visto. No me dan la mano, me la besan. ?Qu¨¦ m¨¢s necesito?". Abdulkhadir Moallin Noor es conocido como El Califa y es el l¨ªder de la milicia Ahlu Sunna Wa' Jamma, la ¨²nica que le ha podido plantar cara a los islamistas de Al Shabab. Alto, de buenos modales, educado en Londres, Abdulkhadir no responde al perfil cl¨¢sico de un warlord. Ahora trabaja para el Gobierno de transici¨®n e intenta legitimarse ante la sociedad limpiando su historial sangriento con un nuevo perfil pol¨ªtico. "En Pakist¨¢n y Afganist¨¢n tienen un nombre, talibanes. Aqu¨ª se hacen llamar Al Shabab, pero todos vienen del mismo sitio: Al Qaeda. Tienen diferentes nombres, pero la ideolog¨ªa es la misma", insiste El Califa.

Su ej¨¦rcito privado est¨¢ formado por milicianos suf¨ªes, una corriente del islam tolerante y pacifista. Los islamistas radicales, que los consideran una herej¨ªa, iniciaron una campa?a de asesinatos y profanaciones de tumbas. Los suf¨ªes, liderados por Abdulhadir, se armaron e hicieron frente con notable ¨¦xito a Al Shabab, conquist¨¢ndoles incluso algunos territorios. ?D¨®nde est¨¢n ahora los milicianos de El Califa?: "Se los he transferido al Gobierno, que paga sus n¨®minas y les compra sus armas. Ya no reciben ordenes m¨ªas". Escuchando la rotundidad con la que habla Abdulkhadir y vi¨¦ndole escribir mensajes en su iPad, es dif¨ªcil no caer seducido por su discurso de la convivencia. Pero la realidad es que El Califa sigue controlando las lealtades de todos sus hombres, que a una orden suya se volver¨ªan contra el Gobierno. Como ha pasado siempre en Somalia, donde la fidelidad est¨¢ con el clan y no con el Estado. El Califa sigue controlando a todos esos paramilitares y, como otros se?ores de la guerra, lucha por controlar su territorio, cobrar impuestos y redistribuir la ayuda humanitaria.

MUERTOS DE HAMBRE

Mogadiscio se ha convertido tambi¨¦n en un inmenso campo de refugiados, a los que se les llama eufem¨ªsticamente desplazados internos. La sequ¨ªa b¨ªblica que asola el Cuerno de ?frica y el auge de los precios de los alimentos b¨¢sicos provocados por los especuladores internacionales han provocado el ¨¦xodo, dentro y fuera del pa¨ªs, de casi dos millones de somal¨ªes. "?Que si tenemos hambre? Todos los d¨ªas. Ni siquiera puedo alimentar a mis ni?os. Esto es un infierno", me dice Farhiya Abdala, con 36 a?os y seis hijos. La guerra llam¨® a su puerta hace unas semanas, en su aldea a 15 kil¨®metros de Mogadiscio, y desde entonces malvive en el campo de refugiados de Sayidka. Un mortero cay¨® cerca de su casa y le dej¨® varias cicatrices en la mu?eca y algunos trozos de metralla en la cabeza. Hace calor en su peque?a tienda de pl¨¢stico. Huele a or¨ªn y a humo. Y todo est¨¢ lleno de moscas. Farhiya ten¨ªa un peque?o negocio de tatuajes de henna en un puesto callejero. "Ahora soy una refugiada sin casa", se lamenta.

Pese a que la escolta armada no se separa de nosotros y ejerce una cierta intimidaci¨®n a los que nos rodean, conseguimos dar un peque?o paseo por este mar de pl¨¢stico. Hablamos con panaderos, lavanderas e ingenieros. La condici¨®n de refugiado altera cualquier orden social y despoja al que la adquiere de su identidad anterior. Te conviertes en un n¨²mero, vives en una tienda y haces cola como todo el mundo. Da igual qui¨¦n seas o el dinero que tuvieras. Solo tienes derecho a una raci¨®n. No hay muchos occidentales por aqu¨ª. M¨¢s bien ninguno. Las ONG que trabajan en la zona hace a?os que lo hacen con empleados locales supervisados desde Nairobi. La inseguridad es muy alta; el secuestro de cooperantes, un lucrativo negocio. Las autoridades suelen cribar los campos. Creen que aqu¨ª tambi¨¦n se infiltran muchos islamistas que luego pueden atacar desde el mismo coraz¨®n de la ciudad. Estamos en un campamento de refugiados, pero Bashir nos recuerda que las reglas son las reglas: no quedarse quieto mucho rato en el mismo sitio, no hablar con cualquiera, evacuar r¨¢pido a la primera orden. Y los guardaespaldas nos sacan pr¨¢cticamente a empellones cuando se percatan de que un guardia ha quitado el seguro de su Kal¨¢shnikov para poner orden en una cola de refugiados. Puede que dispare, o puede que no, pero mejor irse.

Hay muchas organizaciones caritativas musulmanas de pa¨ªses lim¨ªtrofes trabajando en la zona. La proximidad religiosa y el hecho de no ser occidentales les facilita el acceso. El doctor Mohamed Abdurrahman es miembro de la ONG sudanesa Fondo de Ayuda al Paciente: "La mayor¨ªa de estos ni?os est¨¢n hambrientos, y todos los casos que tenemos aqu¨ª padecen malnutrici¨®n agravada con diarrea, que provoca deshidrataci¨®n...". Estamos en la zona de pediatr¨ªa del hospital Banaadir, el mayor de Mogadiscio. Aqu¨ª, en esta sala, uno cruza la invisible l¨ªnea entre la realidad y lo intolerable. Una treintena de ni?os fam¨¦licos se debaten entre la vida y la muerte. El llanto del hambre es un sollozo constante y l¨¢nguido que te deja devastado. Es un gimoteo suplicante que taladra la conciencia. El lloro final de cr¨ªos que han tenido la mala suerte de nacer, y a los que la vida se les escapa sin vivirla. Apenas un pellejo recubre sus huesos. La falta de tejido graso debajo de la piel les provoca hipotermias. Otros tienen hipoglucemia porque el hambre, qu¨¦ paradoja, al final les quita las fuerzas y el apetito. "Todos los d¨ªas se nos muere un ni?o. A veces, dos. Otros d¨ªas, tres o cuatro. La mayor¨ªa vienen del interior del pa¨ªs y llegan demasiado tarde para salvarlos", me cuenta Abdurrahman mientras coloca una v¨ªa a una cr¨ªa que le mira desde sus ojos vac¨ªos.

La mayor¨ªa de estas familias provienen de territorios controlados por Al Shabab. Durante a?os, los islamistas prohibieron las vacunaciones porque aseguraban que eran parte de un complot occidental para matar a los cr¨ªos somal¨ªes. El resultado es que ahora, con la hambruna y la bajada de defensas, estos ni?os se mueren de hambre, de c¨®lera, de sarampi¨®n o de diarrea... Un reciente informe de la ONG Enough Project asegura que el papel de Al Shabab con la hambruna va a ser recordado en el mundo musulm¨¢n como el de los Jemeres Rojos en Camboya. Su interpretaci¨®n retorcida del islam y su negaci¨®n de la crisis humanitaria han llevado a la muerte en masa de miles de personas, la mayor¨ªa ni?os. Somalia tiene la mayor tasa de mortalidad infantil del mundo en ni?os menores de cinco a?os. Se mueren 200 de cada 1.000.

SE BUSCA HOMBRE BOMBA

Hay en Mogadiscio una tremenda banalizaci¨®n de la violencia. Generaciones enteras de j¨®venes han crecido y se han hecho mayores con un Kal¨¢shnikov como juguete. Para ellos, t¨¦rminos como justicia o estado de derecho son conceptos abstractos. Viven en un estado de guerra permanente de todos contra todos... Y es en la vieja catedral de Mogadiscio donde se pueden percibir todas esas malas vibraciones de este nuevo barbarismo. La que en su d¨ªa fue una de las joyas arquitect¨®nicas de la ciudad es hoy una escombrera llena de cascotes y excrementos. Aqu¨ª fue asesinado de un tiro en la cabeza, en el mismo claustro, el obispo de Mogadiscio, el italiano Salvatore Colombo. Durante los a?os del caos, su cuerpo fue desenterrado y profanado para robarle los empastes de oro. No queda ni una sola estatua o figura en el v¨ªa crucis. El retablo ha sido fusilado a conciencia, hasta que la figura de Cristo qued¨® destrozada.

Para llegar a la catedral, nuestro ch¨®fer ha tenido que conducir de manera temeraria, evitando atascos o embotellamientos. Mogadiscio transmite una perturbadora sensaci¨®n de peligro constante e invisible. De que nada es lo que parece. De que cualquier coche, cualquier furgoneta, puede ser lo ¨²ltimo que veas en tu vida. Cien personas murieron recientemente en la principal rotonda de la ciudad por el estallido de un cami¨®n cargado de explosivos. En las entradas de los edificios oficiales hay carteles con fotos de militantes de Al Shabab que dicen: "Se busca a este hombre bomba". Por eso me quedo de piedra cuando entro en el despacho del ministro de Defensa de Somalia: "Te aseguro que Mogadiscio est¨¢ al cien por cien bajo nuestro control. Puedes ir con libertad a cualquier lado. Disfrutar de sus vistas, de su gente, ir a nadar a la playa". Hussein Arab Isse viv¨ªa en Los ?ngeles hasta hace unos meses. All¨ª tiene varios negocios y ha dejado, por el momento, a su familia. Le comento que ese no es el Mogadiscio que yo he percibido y le invito a que hagamos la entrevista en la calle. El ministro acepta, pero no pasa del aparcamiento del ministerio. Eso es para ¨¦l la calle.

Hussein no tiene ni experiencia militar ni pol¨ªtica, pero ha aceptado la cartera de defensa en un pa¨ªs que lleva 20 a?os en guerra y que se enfrenta a una poderosa milicia islamista. Sus soldados, mal pagados, mal formados, desertan a menudo, venden sus armas en el mercado negro o pasan informaci¨®n al enemigo. Muchos son antiguos milicianos cuya lealtad sigue estando con su se?or de la guerra, y no con el Estado somal¨ª. Algunos de esos warlords, autores de aut¨¦nticos desmanes que cualquiera calificar¨ªa de cr¨ªmenes de guerra, han sido nombrados comandantes o generales del nuevo ej¨¦rcito nacional. "Vale, tenemos a algunos antiguos se?ores de la guerra (...), pero hubo mucha gente que luch¨® por la liberaci¨®n de Mogadiscio y que sacrific¨® mucho. Y esa gente merece ser escuchada". Antes de despedirnos le pedimos permiso para acudir al frente.

BOMBA EN EL HOTEL PAZ

El general Dhagabadam es el segundo jefe de Estado Mayor del Ej¨¦rcito. "Los hemos expulsado, los hemos echado de aqu¨ª", me dice con cierto triunfalismo de los milicianos de Al Shabab. Lo cierto es que si estamos aqu¨ª, en los arrabales de Mogadiscio, es porque los islamistas han decidido retirarse del centro de la capital, no porque este general, educado en Cuba en los setenta, haya conquistado la zona. La mayor parte de las tropas que vemos son de Burundi y de Uganda, dos pa¨ªses de la Uni¨®n Africana que llevan a?os poniendo soldados sobre el terreno en esta guerra externalizada por Occidente. La comunidad internacional teme que Somalia se convierta en el nuevo refugio de Al Qaeda, pero, despu¨¦s de Irak y Afganist¨¢n, prefieren subcontratar la guerra a pa¨ªses de la zona para que ellos pongan los muertos.

"Los de Al Shabab est¨¢n a unos 200 metros de nosotros, y como se les ocurra atacar, los fre¨ªmos... Ah¨ª enfrente no tendr¨¢n m¨¢s de 150 hombres". El coronel Mohamed Saney es el comandante de la zona. Habla ingl¨¦s porque recibi¨® formaci¨®n militar en Estados Unidos. Estamos en la ¨²ltima posici¨®n del frente controlada por el Gobierno de Mogadiscio. Unas empalizadas de tierra y hormig¨®n nos separan de los islamistas. Me asomo por una de las troneras. Al otro lado, solo silencio y una extra?a quietud. No hay movimiento. Tampoco se percibe vida. No se les ve, pero se les presiente. Las estimaciones m¨¢s serias creen que Al Shabab tiene unos 10.000 efectivos, con los que controla pr¨¢cticamente todo el pa¨ªs. Le digo al coronel que solo en Nueva York hay casi 40.000 polic¨ªas. Y me dice: "Poco a poco".

Nos volvemos al hotel Paz para hacer las maletas. Mientras almorzamos, una poderosa explosi¨®n nos levanta de la silla y succiona el aire a nuestro alrededor. Un coche explota delante de la recepci¨®n. Un hombre muerto en el asiento del conductor. Metralla en el jard¨ªn. Vuelta al caos. Mogadiscio nos despide a su manera, con una bomba en el hotel. Pasados los primeros momentos de p¨¢nico, despu¨¦s de grabar la escena y percibir de nuevo, esta vez m¨¢s cerca, esa presencia invisible y vol¨¢til del peligro de esta ciudad, el cocinero nos dice que la comida se va a enfriar. Que nos volvamos a sentar. Y nos sentamos. Y comemos. Y me acuerdo de los versos del poeta somal¨ª Gamuute: "Nos movemos entre lo malo y lo peor".

El documental 'Los se?ores de la guerra' se emite en Canal + el pr¨®ximo 17 de noviembre.

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