Usted es el asesino
Cuando todav¨ªa no hab¨ªa llegado el color a las pantallas de nuestros televisores, la cadena p¨²blica de este pa¨ªs (por lo dem¨¢s, la ¨²nica cadena existente por aquel entonces) emit¨ªa un programa de humor que, con el andar de los a?os, ha devenido casi m¨ªtico (o de culto, por ponernos un poco pedantes). Se llamaba La tortuga perezosa. Recuerdo un gag de dicho programa en el que aparec¨ªa un tipo inequ¨ªvocamente caracterizado de Sherlock Holmes, con su abrigo con esclavina a cuadros, la gorra a juego, la pipa y la lupa. El gag se iniciaba con el protagonista ya en acci¨®n, buscando a un asesino en el interior de una mansi¨®n de aires victorianos. Segu¨ªa en su pesquisa la direcci¨®n que le marcaban en el suelo unas flechas a cuyo lado alguien hab¨ªa escrito con letra bien clara la indicaci¨®n "al asesino". Al final del recorrido, entraba en la biblioteca de la casa. En el centro de la estancia, en medio de un gran charco de sangre, agonizaba un hombre con un pu?al clavado en el pecho. Sherlock Holmes se quedaba a su lado, pensativo, con expresi¨®n de estar muy concentrado (o sea, frunciendo el ce?o y dando profundas caladas a su pipa de espuma de mar), hasta que al final su rostro se iluminaba, como si desde el cielo le hubiera sobrevenido una revelaci¨®n, y exclamaba mientras se?alaba con el dedo al inminente cad¨¢ver: "?Usted es el asesino!". A lo cual el pobre hombre, con expresi¨®n de infinito desconsuelo, s¨®lo atinaba a replicar: "?Hombre...!". An¨¢loga actitud, me atrever¨ªa a calificar de surrealista, creo estar percibiendo a mi alrededor en muchos an¨¢lisis de nuestra situaci¨®n actual. Que esto de la crisis es cosa complicada, qu¨¦ duda cabe. Que es mejor estar informado que andar repitiendo t¨®picos pr¨¢cticamente sin contenido que apenas nada explican, por descontado, y as¨ª hasta el infinito. Pero habr¨ªa que recordar que no solamente incurren en conductas tan insatisfactorias desde el punto de vista intelectual quienes resucitan un neomanique¨ªsmo de paso universal entre ricos y pobres, entre explotadores y explotados, o entre poderosos y sometidos. Tambi¨¦n quienes se apuntan a la salmodia de que todos somos responsables "en alguna medida" (?viva el gusto por el matiz!) de lo que est¨¢ pasando, de que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades o de que, comodones, nos hemos malacostumbrado a que, al final, cuando tenemos un problema siempre acude a nuestro rescate el pap¨¢-Estado (o la mam¨¢-Merkel), parecen haberse abandonado m¨¢s a la autocomplacencia (a fin de cuentas, siempre son los otros los que, por definici¨®n, incurren en semejantes pecados) que a la reflexi¨®n cr¨ªtica. No se trata de hacer -a estas alturas y con la que est¨¢ cayendo- apolog¨ªa alguna de la simetr¨ªa, la ponderaci¨®n, la prudencia o el justo t¨¦rmino medio. Tal vez sea posible intentar mantenerse al margen o por encima de las disputas cuando lo que se encuentra en juego es a favor de qu¨¦ se est¨¢, pero la indefinici¨®n resulta insostenible cuando de lo que se trata es de dejar claro a favor de qui¨¦n se est¨¢. Si algo no es de recibo bajo ning¨²n concepto en estos momentos es intentar convertir a los damnificados por la crisis en los responsables (aunque sea involuntarios y remotos) de la misma, traspasando as¨ª lo que bien pudi¨¦ramos llamar una l¨ªnea roja moral, actitud que s¨®lo resulta explicable desde la ignorancia o la mala fe (sin descartar el surrealismo tipo La tortuga perezosa, claro). En su libro La democracia del conocimiento Daniel Innerarity se esfuerza, con la solvencia y claridad que le caracterizan, por huir de los distintos ¨®rdenes de simplificaciones en juego en esta discusi¨®n. Frente a todas ellas, se dir¨ªa que nuestro autor parece m¨¢s bien animado por el esp¨ªritu de aquella pregunta que el veterano periodista dirig¨ªa a sus j¨®venes colegas: "Est¨¢ pasando; ?lo est¨¢s entendiendo?", y pone el foco de su atenci¨®n como analista pol¨ªtico sobre la necesidad de proyectar inteligibilidad, adem¨¢s de sobre la presente situaci¨®n de crisis, en general sobre un mundo que ha devenido crecientemente complejo y opaco. Un mundo en el que -a?ado para finalizar- se echan en falta a partes desiguales tanto un eficaz aparato categorial y discursivo capaz de pensar las realidades in¨¦ditas que no dejan de sorprendernos casi a diario, como la decidida voluntad pr¨¢ctica de corregir un orden social, pol¨ªtico y econ¨®mico convertido en monstruoso artefacto de generar da?o y sufrimiento. Y es que quien olvide que la indignaci¨®n no es la ausencia de comprensi¨®n, el mero grito, sino una ira cargada de poderosas razones estar¨¢ condenado a no entender apenas nada de cuanto ocurre a su alrededor.
La democracia del conocimiento. Por una sociedad inteligente. Daniel Innerarity, Paid¨®s. Barcelona, 2011. 256 p¨¢ginas. 20 euros (electr¨®nico: 13,99). Manuel Cruz es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa Contempor¨¢nea en la Universidad de Barcelona. Ha compilado el volumen colectivo Las personas del verbo (filos¨®fico). Herder. Barcelona, 2011. 208 p¨¢ginas. 19,50 euros.
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