En busca de la infelicidad permanente
Hace muchos a?os coincid¨ª en un cocktail con un famoso poeta espa?ol muy admirado y querido por sus colegas (cosa extra?a), al que apenas conoc¨ªa. Le pregunt¨¦ qu¨¦ tal estaba, pues me hab¨ªan dicho que hab¨ªa tenido la salud quebrantada. Con gesto enormemente serio y doliente (ante el que me tem¨ª lo peor), puso los ojos en blanco y me contest¨®: "?C¨®mo voy a estar, con las noticias que traen todos los d¨ªas los peri¨®dicos? Muy mal. Deprimido y horrorizado". No recuerdo qu¨¦ noticias eran aquellas, lo cual es normal, puesto que a lo largo de toda la historia han ocurrido espantosos sucesos en casi todas partes. "Entiendo", respond¨ª por educaci¨®n (en el fondo estaba pensando: "Menudo cursi este poeta tan celebrado"); y a?ad¨ª: "Pero me refer¨ªa a c¨®mo est¨¢s t¨². He o¨ªdo que has andado un poco malo". No hizo caso, y prosigui¨® con su jeremiada: "Nadie puede estar bien con lo que est¨¢ pasando en el mundo", y me enumer¨® guerras e injusticias que ten¨ªan lugar en remotos puntos del planeta. No en Espa?a ni siquiera en Francia o Italia, sino, qu¨¦ s¨¦ yo, tal vez en Uzbekist¨¢n, en Mongolia Exterior o en Zimbabue. Supuse que su salud se hab¨ªa recuperado, dado que le quedaban energ¨ªas para padecer todas las ma?anas por lo que le¨ªa que suced¨ªa en las cuatro esquinas del globo. Recuerdo que me desped¨ª de ¨¦l pensando: "Hay que ver, un hombre dispuesto a ser infeliz permanentemente".
"Indignarnos por cada hoja, por cada guijarro, es la mejor manera de prohibirse estar contento"
Cada vez veo a m¨¢s personas voluntariosamente aquejadas del mismo sufrimiento universal que imped¨ªa a aquel poeta levantarse con cierta normalidad de la cama. Gente que, si carece de motivos personales para sentirse desgraciada, los busca (y, claro est¨¢, los encuentra) en los lugares m¨¢s rec¨®nditos de la tierra. Se podr¨ªa pensar que son seres con una empat¨ªa desmedida, hipertrofiada, que -por raro que parezca- padecen con igual intensidad las desdichas de sus padres o hijos que las de los perseguidos disidentes chinos, los apaleados monjes birmanos y los ni?os desnutridos que pueblan ?frica. Claro que cualquier injusticia es lamentable, y que a todos se nos encoge el ¨¢nimo cuando nos informan de ellas los telediarios. Pero nuestra capacidad normal de compasi¨®n tiene un l¨ªmite, y no podemos pasarnos el d¨ªa atorment¨¢ndonos por lo que nos muestran las pantallas. Nos quedar¨ªamos paralizados a perpetuidad, no levantar¨ªamos cabeza en toda la jornada, no har¨ªamos nada, ni siquiera por nuestros allegados. Curiosamente, los adictos al sufrimiento universal y continuo casi nunca hablan del mendigo que duerme en su calle ni de los parados que hoy conocemos todos. Est¨¢n demasiado cerca, me temo, y, as¨ª como poca mano podemos echar a los chinos, a los birmanos y a los africanos, algo podr¨ªamos hacer por esos desfavorecidos que est¨¢n al lado. Pero qu¨¦ escasa grandeza tiene eso. Y qu¨¦ molestia.
Leo un art¨ªculo de otra poeta, titulado con originalidad "Indignaci¨®n", en el que la autora vocea las muchas cosas que se la producen. Desde luego hay motivos para abrigar ese sentimiento, aqu¨ª y por doquier, pero las miras de esta mujer son tal altas y amplias que resultan inabarcables y abrumadoras, y a buen seguro la condenan a la infelicidad sin pausa. "Los derechos universales", escribe, "han de ser entendidos y defendidos globalmente, sin excepci¨®n de pueblos ni razas, humanas y no humanas, pues lo que afecta a uno solo de los seres del planeta nos afecta a todos" [la cursiva es m¨ªa]. Esta idea ya la expres¨® con m¨¢s talento John Donne hace casi cuatro siglos, s¨®lo que no incurri¨® en la simpleza de considerar a los "no humanos" en el mismo plano que a los humanos. Un poco m¨¢s adelante, la poeta actual insiste: "Me indigno porque no acabamos de considerar a los dem¨¢s seres de este planeta como semejantes. Porque haya que seguir pidiendo perd¨®n por pensar que un animal es uno de nosotros y por decir en voz alta que son mejores que nosotros". Se equivoca; no tiene por qu¨¦ pedir perd¨®n: puede pensar y decir lo que se le antoje, faltar¨ªa m¨¢s. Y as¨ª lo hace al a?adir: "Me indigna que no sintamos en nosotros al animal, al aut¨¦ntico animal, clamando por un poco de sosiego". Pues no s¨¦, la verdad, si los animales claman sosiego ni si son "mejores que nosotros". Tengo la noci¨®n de que la mayor¨ªa andan depred¨¢ndose unos a otros (por algo existe la expresi¨®n "ley de la selva", para referirse a las situaciones en que no hay cortapisas ni clemencia ni freno, y en que cada cual impone su fuerza y no existe amparo para el m¨¢s d¨¦bil). Tampoco s¨¦ de ning¨²n animal que haya inventado vacunas ni curado enfermedades, construido casas ni renunciado a parte de su poder mediante leyes, por supuesto que haya compuesto m¨²sica ni poes¨ªa. Pero, sobre todo, si no nos deja descansar nada de lo que le acontece a nadie en el mundo; si no hay que hacer "excepci¨®n de pueblos ni razas, humanas y no humanas", y por tanto hemos de sufrir e indignarnos indeciblemente por cada mosquito y por cada hoja, y tal vez por cada guijarro, es la mejor manera de prohibirse estar medianamente contento nunca, y hasta de funcionar en la vida. Es la perfecta manera de convertirnos en dolientes y absolutos in¨²tiles. Lo preocupante no son esta o aquel otro poeta, sino que cada vez haya m¨¢s gente as¨ª: por consiguiente, permanente y gratuitamente amargada y ce?uda. Pero no crean que la autora del art¨ªculo no propone soluciones. "Y ?qu¨¦ hacer? ?Qu¨¦ modelo inventar?", se pregunta. Su respuesta es tambi¨¦n novedosa: "Clamar por la sabidur¨ªa. Educar a un ni?o poniendo a su alcance los medios para la m¨¢s alta compresi¨®n". [sic] "Mirar hacia otros pueblos, los ¨²ltimos supervivientes de las selvas tropicales". Por lo menos dice "mirar", y no nos env¨ªa a la jungla a todos, sin taparrabos.
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