?Que nos tira el toro!
Mientras en la cancha de la eurozona Merkel y Sarkozy intercambian bolas con c¨®mplice impudicia, el astuto estadista Rajoy toma subrepticiamente nota de c¨®mo en el fragor de esta crisis nadie habla de Suiza ni del Vaticano. Deduce Rajoy que la depurada t¨¦cnica de Federer permite a los suizos pasarse elegantemente las pelotas por debajo de la red y que, entre tantos papandreus, papademos y papanatas, no es extra?o que Dios optara por un Papa cuyas tourn¨¦es estimularon con su juvenil fanfarria al pueblo madrile?o o, en su d¨ªa, a la econom¨ªa valenciana. "La religi¨®n y el deporte escamotear¨¢n el recorte", concluye el presunto presidente relami¨¦ndose de antemano.
No lejos de all¨ª, en un honrado banco, de los del Retiro, el actor Antonio Resines, con el ment¨®n en el pu?o y el codo en la rodilla a la manera del pensador de Rodin, reflexiona circunspecto: "Si la identidad europea fuera cultural, estar¨ªamos en deuda con Grecia por ser la cuna de nuestra civilizaci¨®n".
Siempre nos quedar¨¢n esos oportunos partidos amistosos de la selecci¨®n que moderan los excesos triunfalistas
No en vano a Europa, nacida en Tiro, se la tir¨® un toro, que result¨® ser Zeus en persona. Ella era guapa y fenicia, de lo que se desprende nuestra ancestral sumisi¨®n a los mercados. Dicen que el toro era blanco (innecesaria puntualizaci¨®n de ¨ªndole racista) y que, antes de tir¨¢rsela, la secuestr¨® sobre sus n¨ªveos lomos y la llev¨® por mar hasta la isla de Creta. Pero Berlusconi no est¨¢ de acuerdo y no solo pretende hab¨¦rsela tirado primero, sino que reivindica para Roma la creaci¨®n de la Europa que ¨¦l se apresta a joder por ¨²ltima vez. Arda lo que arda, a?ora la lira de Ner¨®n y advierte a los franceses de que, sin la guerra de las Galias, no habr¨ªan accedido nunca a la m¨¢gica p¨®cima Merkozy: "?Qu¨¦ habr¨ªa sido Francia en manos de Asterix?", arguye.
Valga este demencial pre¨¢mbulo m¨ªtico-hist¨®rico para desembocar en un no menos demencial contexto pretendidamente hist¨®rico y m¨ªtico: el f¨²tbol. Hace d¨ªas, durante el partido copero entre el Hospitalet y el Bar?a, energ¨²menos disfrazados con burkas irrumpieron en las gradas ululando como simios y exhibiendo proclamas ultraderechistas. Hubo un tiempo en que, previa expulsi¨®n de moros y jud¨ªos, los espa?oles se jactaban de no ser racistas. Ahora que incluso algunos se jactan de no ser espa?oles resulta que el f¨²tbol sirve a otros de pretexto e incentivo para confundir su pasi¨®n por el color de la camiseta con la fobia que les suscita el color de la piel.
No nos vale tan solo congratularnos por el hecho de que los Mossos intervinieran y, aunque tarde, dieran al traste con la intrusi¨®n. Las preguntas que cabr¨ªa formular ser¨ªan: "?Sabemos qui¨¦nes son?, ?en qu¨¦ sedes deportivas se re¨²nen, organizan, ensayan?, ?qui¨¦n es el director del coro en lo que al ulular se refiere?, ?salen con el burka puesto o lo llevan bajo el brazo cual gabardina?, ?trabajan o estudian?, ?qui¨¦n les paga?". Deseoso de que el f¨²tbol supusiera un lugar de encuentro m¨¢s all¨¢ de ideolog¨ªas, razas y fronteras, propondr¨ªa un escrutinio democr¨¢tico para dilucidar qu¨¦ clase de sospechosas querencias predominan en el equipo de nuestras adhesiones. M¨¢s de uno podr¨ªa hacer suya la frase de Groucho Marx: "No quisiera pertenecer a un club que admite personas como yo".
Confieso que me aterroriza este tipo de manifestaciones en las que nos vemos arrastrados por la estulticia gregaria cada vez que nos agitan un trapo y nos dan por mente. Puede, sin embargo, que no haya habido tiempos mejores y me remito, al respecto, a ese 25 de noviembre de 1962 en el que acud¨ª a un campo de tercera con el secreto prop¨®sito de grabar los exabruptos que endomingados caballeros y emperifolladas damas, olvidando su condici¨®n de burgueses respetables, eran capaces de llegar a proferir en el transcurso del partido. Recuerdo, con especial desasosiego, un maravilloso esp¨¦cimen de madre flanqueada por dos deliciosas criaturas que, sin guardar compostura alguna, daba rienda suelta a su jupiteriana c¨®lera. "?M¨¢talo!, ?p¨ªsale el h¨ªgado!, ?mach¨¢cale la cabeza hasta que se le salgan los sesos!", vociferaba. En aquella ocasi¨®n no exist¨ªan motivos ideol¨®gicos ni incentivos racistas. Se trataba simplemente de una espont¨¢nea expresi¨®n m¨¢s de la naturaleza humana, acorde, a veces, con la Madre Naturaleza, que tan a menudo nos obsequia con sus temblores y pirotecnias.
Por fortuna, siempre nos quedar¨¢n esos oportunos partidos amistosos de la Selecci¨®n Nacional que, prudentemente, menoscaban el prestigio adquirido y moderan los excesos triunfalistas que pudiera propiciar nuestro entusiasmo.
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