Esperanza P¨¦rez Labrador, la batalla contra el tirano
Ten¨ªa solo dos meses de edad cuando su padre la regal¨® a un hombre que pasaba descuidadamente por la calle. Su madre acababa de morir y su hermana apenas hab¨ªa cumplido un a?o y medio. Por eso creci¨® en Cuba, con los seis hermanos que le ofrecieron Jos¨¦ Mestril y Catuca Mas¨®, sus padres de adopci¨®n y de cari?o. Ellos le mostraron el valor de la dignidad y el af¨¢n de la felicidad.
Su padre natural, obligado por el resto de su familia, regres¨® a Cuba siete a?os m¨¢s tarde para arranc¨¢rsela a quienes la hab¨ªan acunado y querido. Y as¨ª, contra su voluntad, la trajo a la sierra de B¨¦jar, a la provincia de Salamanca, a un espacio tan distinto de su Camag¨¹ey natal y tan adverso. All¨ª, o aqu¨ª, en tiempos de la Segunda Rep¨²blica y la Guerra Civil, creci¨® y so?¨®.
La dictadura militar argentina le arrebat¨® a su marido y dos hijos Cubana de familia espa?ola, fue clave en los procesos abiertos por Garz¨®n
Pese a todas las adversidades, logr¨® lo que buscaba con el tes¨®n de su expansiva alegr¨ªa. Tuvo un marido al que admiraba, cuatro hijos a los que am¨® con pasi¨®n y cuatro nietos. No hab¨ªa cumplido a¨²n 55 a?os. Por ellos emigr¨® a Rosario (Argentina), bajo el embrujo de un viaje de Evita Per¨®n a Espa?a, y todos juntos alcanzaron la dicha y el bienestar que hab¨ªan deseado: la prosperidad y la alegr¨ªa de una familia denodada y generosa, en la que los dos hijos peque?os compromet¨ªan sus ilusiones m¨¢s nobles en las villas miseria (barrios de chabolas), cuando se liberaban del trabajo y los estudios, alfabetizando, ayudando a resolver problemas y carencias, regalando zapatos que sacaban a escondidas del taller paterno, so?ando una sociedad m¨¢s justa.
El mayor de los varones muri¨® electrocutado por una m¨¢quina de la propia f¨¢brica. Dos a?os despu¨¦s, cuando la familia empezaba a reponerse frente a la desgracia, desapareci¨® Miguel ?ngel, el peque?o. Apenas dos meses m¨¢s tarde -hace cuatro d¨ªas se cumplieron 35 a?os-, unos grupos armados asaltaron su casa, la de su hija mayor y la del otro hijo, Palmiro. Asesinaron a este, a su esposa, y a V¨ªctor, el padre, que acudi¨® a saber lo ocurrido; golpearon a todos, los robaron, los humillaron y los obligaron a huir, a los que a¨²n segu¨ªan vivos, sin tiempo para enterrar a los muertos; al exilio, otra vez a Espa?a.
Esperanza dedic¨® el resto de su vida a buscar a Miguel ?ngel, "el que est¨¢ desaparecido", dijo ella durante m¨¢s de 35 a?os. Lo busc¨® por prisiones, comisar¨ªas, centros de detenci¨®n y tortura; con su peque?a estatura y sus manos min¨²sculas se enfrent¨® cara a cara, casi golpe a golpe, a generales como Galtieri y Videla; fue amiga para siempre de las Madres de la Plaza de Mayo, con las que se impuso al avasallamiento y al miedo, y se involucr¨® en la lucha contra los dictadores y asesinos que asolaron su felicidad. En varias ocasiones, la Embajada espa?ola la conmin¨® a que regresara a Espa?a, pero ella nunca pudo suportar por mucho tiempo la distancia del hijo que la manten¨ªa erguida e incluso risue?a, combativa.
Esperanza P¨¦rez Labrador fue una persona clave en los procesos abiertos por el juez Garz¨®n contra la dictadura argentina, y apoy¨® las causas contra Pinochet y todos los delincuentes que atentaron contra una juventud tan hermosa -con esa expresi¨®n la recordaba ella- como la de sus propios hijos.
Viv¨ªa en Madrid, en Villalba, atendida por quien ha sido su compa?era y protectora: su hija Manoli, y sus nietas Laura y Maricel. Iba a cumplir, en enero, 90 a?os. Y hace cinco meses volvi¨® a Argentina para asistir a los juicios contra responsables de algunas acciones criminales durante la dictadura.
El 16 de septiembre presentamos un libro sobre su vida. Apenas la primera piedra del homenaje que esta mujer merec¨ªa. En Madrid, en la Casa de Am¨¦rica, le acompa?aba, entre otros, Baltasar Garz¨®n. "Usted y otras abuelas y madres como usted hicieron que mi vida cambiara y que creyera que merece la pena arriesgarse", le escribi¨® en cierta ocasi¨®n el juez. Ella mostr¨® su enorme dignidad: pese a todo, era feliz.
Esperanza ha sido un monumento a la dignidad que el ser humano puede conquistar: por su tenacidad, su rebeld¨ªa, su cari?o y su defensa de los que m¨¢s han perdido, por su permanente reclamaci¨®n del derecho a la memoria y a la vida.
Le arrebataron todo, pero no consiguieron doblegarla. Ni siquiera pudieron acabar con su risa. Quienes la hemos conocido no podremos olvidarla. Y por ella tampoco olvidaremos a todo lo que ella buscaba y reclamaba: V¨ªctor, Tito, Palmiro, Edith Graciela, Miguel ?ngel. Todo lo que la arrebataron.
A esta mujer, que muri¨® esta ma?ana, siempre le brillaron los ojos. Incluso cuando se inundaban de l¨¢grimas. Y a nosotros, sin Esperanza, nos queda la esperanza que nos ense?¨®.
Jes¨²s M. Santos, periodista, es autor de la biograf¨ªa de Esperanza P¨¦rez Labrador, Esperanza, publicada en la editorial Roca (2011).
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