Un pa¨ªs podrido y desaparecido
Uwe Tellkamp (Dresde, 1968) ha escrito un libro de esos que recogen un mundo, que detallan un tiempo, que diseccionan una sociedad. La Torre , su tercera novela, es el gran fresco al que habr¨¢ que recurrir cuando se quiera saber c¨®mo funcionaba la sociedad socialista, como viv¨ªa y respiraba el mundo de la cultura y, en general, la ¨¦lite pensante de la Alemania comunista y las razones por las que aquella entelequia creada por la guerra fr¨ªa se vino abajo estrepitosamente hace ya m¨¢s de dos d¨¦cadas.
Estuve en Dresde, le explico, en diciembre de 1989, pocas semanas despu¨¦s de la ca¨ªda del muro, cuando Helmut Kohl se reuni¨® con Hans Modrow, ef¨ªmero presidente de la RDA. Tras el encuentro, a Kohl le esperaba un grupo numeroso de personas en torno a la monta?a de escombros que entonces era la Frauenkirche, la bell¨ªsima iglesia barroca arrasada por los bombarderos brit¨¢nicos en 1945 -y ahora milagrosamente reconstruida-. Hasta aquel momento el lema que hab¨ªa movilizado las protestas en la RDA era Wir sind das volk (nosotros somos el pueblo); de pronto se transform¨® en Wir sind ein volk (nosotros somos un pueblo). La reunificaci¨®n, que no estaba en la agenda, se hizo presente en aquel momento; fue all¨ª donde Kohl vio que se abr¨ªa una ventana de oportunidad y decidi¨® lanzarse por ella...
"Creo que tenemos muy claro que estamos todos en un mismo barco y que las voces del r¨ªo llegan de todos lados"
"Yo estaba entre la multitud ese d¨ªa", me interrumpe, "y mi padre era miembro de los movimientos ciudadanos de protesta. Kohl les hab¨ªa dicho que la reunificaci¨®n era muy complicada, especialmente a causa de la gran cantidad de armamento ruso que hab¨ªa en el pa¨ªs. S¨¦ que Kohl dudaba, porque me lo dijo mi padre, y que aquel episodio le decidi¨® a seguir adelante".
La familia Tellkamp viv¨ªa en el mismo bloque de apartamentos que Modrow, en el mismo rellano. "Era un vecino at¨ªpico, porque pese a ser un alto cargo no viv¨ªa en esos lugares cerrados para la nomenklatura, como Wandlitz, sino en un piso normal, entre la gente, en uno de esos cl¨¢sicos edificios de apartamentos que llenaban el bloque sovi¨¦tico. Mi padre nos avis¨® de que era un hombre importante y nos advirti¨® que no habl¨¢ramos mucho con ¨¦l y que no le cont¨¢ramos nada. No era muy amistoso".
En el modelo referencial de La monta?a m¨¢gica, de Thomas Mann, Tellkamp teje a trav¨¦s de la historia de tres miembros de una misma familia de Dresde que reside en el antiguo barrio de La Torre, una zona noble pero ya desvencijada, aunque detr¨¢s de las paredes descascarilladas se encuentren bellos muebles de caoba, antiguos pianos de cola, bibliotecas exquisitas y jardines decadentes.
El protagonista, un alter ego del autor, es un joven que quiere estudiar medicina y debe pasar por el Ej¨¦rcito y estar atento a cada palabra, cada confidencia, en un ambiente donde la delaci¨®n era algo habitual y provechoso. Tellkamp tambi¨¦n estudi¨® medicina y s¨®lo mucho m¨¢s tarde se convirti¨® en escritor profesional, aunque su vocaci¨®n fuera muy temprana. "Trat¨¦ de escribir desde los 14 o 15 a?os, pero mis padres estaban completamente en contra. Adem¨¢s, no hab¨ªa la posibilidad de ir a escribir a un caf¨¦. No es que no hubiera caf¨¦s, pero si escrib¨ªas en un caf¨¦, en p¨²blico, como ahora podr¨ªa hacer cualquier persona abriendo su port¨¢til, era peligroso. Escribir era como espiar. La gente te pod¨ªa reconocer y se preguntaba: '?Qu¨¦ estar¨¢ escribiendo este tipo?, ?est¨¢ espi¨¢ndonos?', y podr¨ªan volverse muy desagradables. Ya me hab¨ªa pasado cuando hice el servicio militar; cada vez que intentaba escribir algo en mi cuaderno, ven¨ªan a preguntarme: '?Qu¨¦ es lo que est¨¢s escribiendo? ?Nos est¨¢s espiando? D¨¦jame ver lo que escribes'. As¨ª que estudi¨¦ medicina, una carrera larga y dif¨ªcil que no me dejaba tiempo para la escritura". Acabados los estudios ejerci¨® como m¨¦dico, pero en sus ratos libres -"como un experimento y de acuerdo con mi mujer"- escribi¨® sus dos primeras novelas: (Der Hetch, die Tr?ume und das Portugiesische Cafe (2000) y Der Eisvogel (2005)). S¨®lo entonces se pas¨® de lleno a la escritura, una decisi¨®n que le ha llevado directamente al ¨¦xito. La Torre gan¨® en 2008 el Deutscher Buchpreis.
La delaci¨®n era algo enfermizo en la RDA, reconoce. "Ahora estoy escribiendo una secuela de La Torre, y trato estos temas, especialmente los relacionados con la Stasi (la polic¨ªa pol¨ªtica). He le¨ªdo miles de p¨¢ginas de los informes y lo que se descubre acerca de este venenoso animal es que sus miembros, los confidentes de la Stasi, b¨¢sicamente no sab¨ªan lo que estaban haciendo. '?Por qu¨¦ lo hiciste?', les preguntas. 'Soy un luchador por la paz o por cualquier cosa', te responden. No he conseguido ni una sola respuesta satisfactoria". Porque Tellkamp rechaza las justificaciones autocomplacientes, especialmente las que descargan cualquier responsabilidad sobre el sistema comunista. "No creo que ning¨²n sistema haya cambiado el car¨¢cter de los alemanes", asegura, "pienso que el nacionalsocialismo lo que hizo fue que surgiera el car¨¢cter de los alemanes. Pero es cierto que bajo una dictadura, cuando llaman por la noche a tu casa y te dicen que si quieres hacer carrera, ser m¨¦dico, tienes que contarnos algo sobre tus amigos, y si no lo haces arruinaremos tu carrera, la mayor¨ªa hace lo que le piden. Esta es una parte. La otra parte es el dinero. El espionaje est¨¢ muy bien pagado, un joven de 21 a?os, en el nivel m¨¢s bajo del espionaje, ganaba unos 1.000 marcos, lo que era mucho m¨¢s que lo que ganaba cualquier profesional medio. El tercer motivo es la envidia; la parte m¨¢s fea de la gente: la pura envidia del vecino. Tiene un buen piso, lo quiero yo, voy a la Stasi, lo denuncio porque escucha la radio occidental y le echan del piso...".
-Muy feo...
"S¨ª, es lo que producen los sistemas de este tipo, sacan lo m¨¢s oscuro del alma humana. Lo cierto es que no hab¨ªa guerra y la gente ten¨ªa lo suficiente para comer. Las viviendas eran un poco desastradas, pero... lo importante, en mi opini¨®n, es que el sistema te fuerza a ser feo, y no hay manera de no serlo".
En la d¨¦cada de 1980, la literatura de la Alemania occidental pasaba por un momento mediocre, con excepciones notables como G¨¹nter Grass. Sin embargo, en la RFA la literatura de la Alemania comunista gozaba de un gran prestigio. Escritores como Christa Wolf o Stefan Heym y dramaturgos como Heiner M¨¹ller eran muy populares y aparec¨ªan a menudo en los programas de televisi¨®n. Tellkamp es implacable con ellos. "No quiero ningunear a mis colegas", se defiende, "no me gusta y me considero realmente un patriota cuando se trata de defender la antigua Alemania del Este, mi parte de pa¨ªs, pero no por sus pol¨ªticos y dirigentes, sino por el paisaje y la historia y por alguna gente de destino tr¨¢gico como por ejemplo mis padres, la gente que estuvo en los movimientos pacifistas o en los movimientos por los derechos humanos y cuyas carreras profesionales fueron anuladas. Pero hablando de mediocridad, figuras como Stefan Heym o Christa Wolf, por citar a dos de las que usted menciona, ten¨ªan mucha fama porque la gente pensaba que escrib¨ªan sobre sus problemas, los del pueblo, pero no era verdad, no lo hac¨ªan. Lo descorazonador de esta gente fue que cuando se produjo el cambio, tras la ca¨ªda del muro, siguieron hablando de lo mismo. 'Nosotros somos socialistas', dec¨ªan, 'seguimos si¨¦ndolo y no nos gusta el modelo de la RDA, pero queremos seguir teniendo una RDA s¨®lo que mejor'. Pero el pueblo pensaba de un modo completamente diferente: 'No queremos una mejor RDA, no queremos ninguna RDA'. Y este era el gran abismo entre estas figuras y el momento hist¨®rico que les toc¨® vivir. Y en cuanto a su mediocridad... Yo siempre trato de leerlos como simple literatura, nada m¨¢s que como literatura, y como literatura, para serle franco, tanto Heym como Wolf son igualmente mediocres. El papel de la literatura era completamente diferente en aquellos a?os. Buena parte de su fama en el Este les ven¨ªa del hecho de que pod¨ªan viajar al Oeste, y gran parte de su ¨¦xito en Occidente era porque proced¨ªan de la RDA y estaban rodeados de un halo de opositores, un valor a?adido para algunos de los cr¨ªticos occidentales que les alababan. Con estos halagos volv¨ªan al Este y fabricaban una mezcla de literatura y pol¨ªtica que en mi opini¨®n no tiene nada de literatura. Lo cierto es que, a partir de 1990 su popularidad cay¨® completamente. Siguieron teniendo algunos lectores, pero, honestamente, ni Wolf ni Heym pueden compararse con G¨¹nter Grass. Me siento orgulloso de Grass, no pienso como ¨¦l en pol¨ªtica, pero es un gran escritor. En la RDA no hay ninguna novela que pueda resistir la comparaci¨®n con El tambor de hojalata, la primera de Grass, aunque creo que su poder como novelista se ha debilitado ¨²ltimamente".
Tellkamp es un escritor de largo recorrido, que encauza la acci¨®n de forma parsimoniosa, recreando la mortecina danza del funcionario que vacila entre la prepotencia y el miedo, entre la arrogancia y el p¨¢nico, b¨¢sicamente a trav¨¦s de la descripci¨®n del paisaje, de la disecci¨®n del detalle. Es un escritor visual. Lo admite y lo justifica. "Deber¨ªamos ir a la cuesti¨®n b¨¢sica: ?qu¨¦ es un novelista? Para m¨ª un novelista es un contador de historias, que pueden contener m¨¢s o menos partes de ensayo. Yo, personalmente, trato de excluir los ensayos de las novelas. A veces no hay m¨¢s remedio que introducir esa parte de ensayo, cierto, pero es una pr¨¢ctica que considero una enfermedad alemana". Y cuando se le pregunta si puede destacar alg¨²n escritor que tenga la talla de Grass o de B?hl, da un quiebro y responde: "Estoy orgulloso de poder decirlo: Javier Mar¨ªas. Es un gran escritor".
Sobre el proceso de reunificaci¨®n, sobre las quejas de algunos alemanes del Este de que fueron comprados por el Oeste, es muy poco complaciente. Para Tellkamp, los alemanes orientales tuvieron mucha suerte de ser absorbidos por la Alemania Federal, comparado con las dificultades que tuvieron que afrontar los dem¨¢s pa¨ªses del bloque sovi¨¦tico. "No somos esclavos", ironiza, "en un lado estaba el pa¨ªs podrido en el que no hab¨ªa nada que comprar y no me gusta que se insista en esta visi¨®n tan simplista, que no es m¨¢s que un clich¨¦ excesivo".
Sobre el presente, sobre esa Alemania que parece volver a reclamar una hegemon¨ªa, tampoco est¨¢ de acuerdo. "Hay una cierta par¨¢lisis", indica, "creo que tenemos muy claro que estamos todos en un mismo barco y que las voces del r¨ªo llegan de todos lados. No creo que Alemania est¨¦ en camino de convertirse en un coloso; la sociedad alemana esta dividida por muchas l¨ªneas, e incluso a a veces pienso que estamos algo locos... Por ejemplo, el asunto del medio ambiente se ha convertido para mucha gente en lo m¨¢s importante, y como buenos alemanes tratan de hacerlo lo mejor posible, hasta el punto de que a veces pienso en ellos como un movimiento terrorista, porque soy un buen ciudadano, pero no puedo aceptar que haya hasta 14 distintos contenedores para dejar los residuos, y que la gente llegue a denunciarte si te equivocas y no pones las cosas exactamente en su sitio".
La Torre. Uwe Tellkamp. Traducci¨®n de Carmen Gauger / Pilar Estelrich. Anagrama / Emp¨²ries. Barcelona, 2011. 896 / 984 p¨¢ginas. 29,90 euros.
Alemania en la FIL
Literatura, m¨²sica, expresiones art¨ªsticas y realidad actual alemanas tienen cita en esta edici¨®n de la feria. Un total de 35 editoriales, ocho instituciones y 25 autores e ilustradores en lengua alemana intensificar¨¢n las relaciones con el mercado hispanoparlante. Entre los escritores Ingo Schulze, R¨¹diger Safranski, David Safier, Peter Stamm, Wolfgang Korn o Saa Staniic encabezados por la Nobel Herta M¨¹ller que dialogar¨¢ con Mario Vargas Llosa.
A excepci¨®n de los cl¨¢sicos, la literatura en lengua alemana siempre ha ocupado un lugar menor en espa?ol. Pero empiezan a llegar t¨ªtulos interesantes. Anagrama, por ejemplo, que ya ha publicado La Torre, acaba de hacerse con los derechos del ¨²ltimo Deutscher Buchpreis En tiempos de luz menguante, de Eugen Ruge, y ha editado Hammerstein o el tes¨®n, de H. M. Enzensberger, y El arte de no decir la verdad, de Adam Soboczynski. Cuida especialmente sus letras Acantilado, que rescat¨® la inacabable obra de Stefan Zweig (Los milagros de la vida y Las hermanas) y personajes tan peculiares como Karl Kraus, editor de La antorcha; el austriaco Joseph Roth, (Zipper y su padre); el inclasificable Heimito von Doderer y su Un asesinato que todos cometemos o las Conversaciones sobre m¨²sica del maestro Wilhelm Furtw?ngler, adem¨¢s de ensayistas como Emil Ludwig y su Tres dictadores: Hitler, Mussolini y Stalin. Tambi¨¦n apuesta por contempor¨¢neos como el rumano de habla alemana Eginald Schlattner (Guantes rojos), y especialmente ha hecho suya la obra del suizo Peter Stamm (Siete a?os). Adem¨¢s, se anuncia la salida de los Relatos completos de Heinrich von Kleist.
Alemania es el pa¨ªs invitado en la 25? Feria de Guadalajara. www.alemania2011.com/es
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.