Humor y compromiso
En pocas l¨ªneas, entre el apuro del cierre diario y la niebla de la pena, debo expresar la deuda -la de muchos, la m¨ªa sobre todo- que tenemos con Javier Pradera. Es imposible, es necesario, en ello consiste el juego del periodismo: ¨¦l me lo ense?¨®. Hubiera comprendido mejor que nadie la torpeza del logro, pero no el incumplimiento de lo requerido. Perdona, va por ti.
Javier Pradera puso toda su enorme competencia intelectual al servicio de la pol¨ªtica, es decir, de la raz¨®n en sociedad. A diferencia de muchos prebostes de los medios de comunicaci¨®n o del Gobierno, cuya preparaci¨®n est¨¢ por debajo del cargo que ocupan o el ruido que causan, la cultura de Javier rebasaba ampliamente lo exigido por las tareas que desempe?¨®. Como editor, tanto en el Fondo de Cultura Econ¨®mica como en Alianza, fue imprescindible para facilitar formaci¨®n integral a quienes deb¨ªamos gestionar -mejor o peor- la Transici¨®n desde la chatura torva de la dictadura hasta el libre ejercicio democr¨¢tico. Puso a nuestro alcance mucho de lo que busc¨¢bamos, nos orient¨® hacia lo que necesit¨¢bamos sin a¨²n saberlo. Como periodista, ejerci¨® una pedagog¨ªa l¨²cida y rigurosamente informada, radical en los principios pero moderada en la estrategia. A algunos nos ense?¨® en su d¨ªa que en el terreno pol¨ªtico lo bueno deja de serlo si se impone sin consenso a la mayor¨ªa social. Demasiado inteligente para contentarse con el sectarismo, mantuvo hasta el final un apasionamiento juvenil que le vedaba aparentar equidistancia.
Nos ense?¨® que lo bueno deja de serlo si se impone sin consenso Pod¨ªa encontrar el sesgo c¨®mico hasta hablando de una sentencia judicial
?Y su humor! Pod¨ªa encontrar el sesgo c¨®mico hasta hablando de una sentencia del Tribunal Supremo o, m¨¢s dif¨ªcil todav¨ªa, de un partido de f¨²tbol. Su conversaci¨®n, maliciosa y l¨²dica, divert¨ªa casi sin querer: nunca se las daba de ingenioso pero nunca pod¨ªa remediar serlo... al contrario de tantos graciosuelos que sientan plaza de ello. Cuando escrib¨ªa, en cambio, omit¨ªa las bromas que pod¨ªan distraer de su argumentaci¨®n y solo se permit¨ªa los rasgos humor¨ªsticos que la hac¨ªan m¨¢s clara o m¨¢s persuasiva, al modo de Voltaire. A su lado, uno no sent¨ªa la obligaci¨®n de estar tenso o crispado, pero aprend¨ªa que el placer de sonre¨ªr no nos dispensa de continuar alerta.
Espont¨¢neamente curioso de todo lo que pod¨ªa ser humanamente relevante y siempre perspicaz, conservaba un pudor excesivo acerca de cuanto le concern¨ªa. No se quejaba de padecer abusos, se limitaba a procurar combatirlos. De sus achaques de salud nos enter¨¢bamos casi siempre al d¨ªa siguiente, cuando volv¨ªa del hospital. Estaba convencido de que vivimos hasta el final y que a la muerte no hay que darle el gusto de que nos encuentre esper¨¢ndola at¨®nitos, de modo que su ¨²ltimo art¨ªculo apareci¨® su ¨²ltimo d¨ªa. Ha fallecido en una jornada de elecciones generales, de esas que a ¨¦l le apasionaban como a pocos y que sab¨ªa comentar y analizar desmenuzadamente como nadie. Siguiendo a Borges, uno casi se atrever¨ªa a creer que algo que ciertamente no se nombra con la palabra azar rige estas cosas.
Nos present¨® hace mil a?os Jes¨²s Aguirre y fuimos amigos casi desde el primer momento. ?Por qu¨¦? Me gustar¨ªa poder decir como Montaigne: porque ¨¦l era ¨¦l, porque yo era yo. Pero no ser¨ªa cierto. Fuimos amigos porque ¨¦l quiso generosamente tomarme bajo su zumbona tutela y ense?arme en la medida de lo posible el oficio de vivir. Cuanto me interesa saber y practicar del periodismo, a ¨¦l se lo debo. Con paciencia a veces resignada, logr¨® evitar que yo cometiera algunas de las imbecilidades a las que soy propenso. Por lo dem¨¢s, me dio constante ejemplo de c¨®mo ser donostiarra sin ?o?er¨ªa y espa?ol sin aspavientos. La ¨²nica vez que casi me traiciona fue precisamente en San Sebasti¨¢n: yo le hab¨ªa rogado presentar un librito m¨ªo sobre la ciudad en un local de la parte vieja y ¨¦l acept¨®, a pesar de lo poco que le gustaba hablar en p¨²blico. Pero desdichadamente la fecha del acto coincidi¨® con un partido de la Real Sociedad, de modo que Javier se atropell¨® y aceler¨® hasta la ininteligible para acabar cuanto antes, mientras desde la puerta Juan Alcorta le hac¨ªa se?as para que se despidiera de una vez. Tan inmejorable amigo de sus amigos como siempre era, solo cuando hab¨ªa f¨²tbol por medio dejaba un poco de ser fiable...
Adi¨®s, Javier. Ya ves, apenas me has dejado solo y ya empiezo a desbarrar y a dar trompicones. Despu¨¦s ser¨¢ a¨²n peor, seguro que s¨ª. Y toda la culpa va a ser tuya, por haberme cuidado tanto.
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