Pradera
Conoc¨ª a Javier Pradera un d¨ªa de invierno a comienzos de los a?os sesenta. Era todav¨ªa responsable del clandestino Partido Comunista para la Universidad y mi amigo Julio Rodr¨ªguez Aramberri, que militaba conmigo en una confusa facci¨®n progresista dem¨®crata cristiana, hab¨ªa enlazado con ¨¦l para ver de colaborar con su grupo. Quedamos citados a mediod¨ªa en una terraza de las que entonces proliferaban en la Castellana. Fue una entrevista dif¨ªcil. Javier parec¨ªa desconfiar de nuestras intenciones y durante largo tiempo nos someti¨® a un preciso interrogatorio sobre las mismas. Cuando se levant¨® para despedirse nos dijo: "Volveremos a vernos, pero tened en cuenta que os causar¨¦ problemas". Pasaron 15 a?os antes de que nos volvi¨¦ramos a encontrar en los albores fundacionales de EL PA?S. Nunca me caus¨® problemas y s¨ª, en cambio, me ayud¨® a resolver muchos.
Su solo nombre era una se?a de identidad de las posiciones del diario
La democracia y la cultura espa?olas han perdido a uno de sus valedores
Javier abandon¨® el partido poco despu¨¦s de aquel encuentro, en compa?¨ªa de Jorge Sempr¨²n y Fernando Claud¨ªn, como consecuencia de sus diferencias con Santiago Carrillo. A?os antes hab¨ªa pedido la baja en el Ej¨¦rcito, despu¨¦s de los sucesos de 1956, cuando una operaci¨®n de la polic¨ªa desarticul¨® gran parte del aparato comunista en la clandestinidad. ?l era teniente jur¨ªdico, y portaba un apellido resonante en los c¨ªrculos del franquismo. Su padre hab¨ªa sido un "m¨¢rtir de la Cruzada", su t¨ªo era un diplom¨¢tico considerado, su suegro Rafael Sanchez Mazas, falangista e intelectual org¨¢nico del r¨¦gimen. Los militares encontraron engorroso que un personaje as¨ª fuera a la c¨¢rcel por comunista. Cuando fue detenido exhibi¨® su condici¨®n profesional y se neg¨® a declarar ante la polic¨ªa pol¨ªtica, pidiendo hacerlo a sus superiores castrenses. Escap¨® as¨ª de la tortura. Durante a?os fue uno de los enlaces en Madrid de Federico S¨¢nchez, el alias de Jorge Sempr¨²n como enviado especial de Carrillo. Se ve¨ªan en los m¨¢s variados lugares. No pocas veces en casa del sacerdote Jes¨²s Aguirre, que acabar¨ªa sus d¨ªas como Duque de Alba, y otras muchas en el Estadio Bernab¨¦u, donde combinaban la conspiraci¨®n con la hinchada. Javier fue por esa ¨¦poca una leyenda entre los j¨®venes estudiantes descontentos con la dictadura.
A EL PA?S lleg¨® de la mano de Jes¨²s Polanco y Pancho P¨¦rez Gonz¨¢lez. Desde el primer d¨ªa mostr¨® un entusiasmo indescriptible por colaborar en los trabajos del peri¨®dico. Era uno de los intelectuales m¨¢s s¨®lidos que nunca he conocido, hombre de vast¨ªsima cultura y con una formaci¨®n jur¨ªdica de una solidez incomparable. Tras su abandono de la clandestinidad pol¨ªtica se hab¨ªa dedicado a Alianza Editorial, de cuya m¨ªtica colecci¨®n de bolsillo fue el genuino creador. Desde all¨ª se dedic¨® a proporcionar a una Espa?a provinciana y aislada su visi¨®n cosmopolita y moderna de la cultura mundial. Llegaba al peri¨®dico con un bagaje de conocimientos y de contactos personales que casi ning¨²n otro pod¨ªa aportar. Su solo nombre era adem¨¢s una especie de sello de identidad de las posiciones progresistas del diario. Con su ayuda organizamos diversos grupos de reflexi¨®n que me ayudaran en la tarea de edificar la opini¨®n del peri¨®dico. Enrique Fuentes, Luis ?ngel Rojo, Jes¨²s Aguirre, Alfredo Dea?o, Clemente Auger, y tantos otros, ayudaron as¨ª a configurar el diario de la Transici¨®n. Javier escrib¨ªa los editoriales, no todos, claro est¨¢, pero muchos de ellos. Logr¨® establecer un estilo peculiar y riguroso, construy¨¦ndolos como piezas a un tiempo did¨¢cticas y pol¨¦micas. Pas¨¢bamos interminables horas discutiendo, m¨¢s sobre la oportunidad o la forma que sobre el contenido en s¨ª de los art¨ªculos, respecto al que rara vez discrepamos. Solo una vez lo hicimos seriamente, cuando encabez¨® un escrito pidiendo el s¨ª para el refer¨¦ndum de la OTAN convocado por Felipe Gonz¨¢lez. Muchos lectores protestaron porque cre¨ªan que aquello empa?aba la independencia del diario. Yo procur¨¦ defender su postura cuando el Defensor del Lector me pregunt¨® sobre ella, explicando que al fin y a la postre quien marcaba la l¨ªnea editorial era el director del diario, y no ¨¦l. Lo interpret¨® como una descalificaci¨®n y se fue. Estuvo un a?o alejado de EL PA?S y creo que ambos vivimos aquello con enorme tristeza y dolor. En realidad su relaci¨®n conmigo era la que tiene un maestro con su disc¨ªpulo, y yo no cesaba de aprender. Amigos comunes lograron convencerle para que volviera y desde entonces no ha dejado un solo d¨ªa de contribuir a marcar la postura de EL PA?S. En sus manos la pluma era como un bistur¨ª. Diseccionaba la realidad y ordenaba sus despojos sobre la mesa, como un forense que realiza una autopsia.
La historia de nuestro peri¨®dico no hubiera podido escribirse sin ¨¦l, y yo no hubiera podido ejercer de director sin su ayuda. No ten¨ªa la experiencia ni el saber pol¨ªtico que ¨¦l derrochaba. Era una persona de una lealtad hacia sus amigos inquebrantable, poseedor de una inmensa bondad, que ejerc¨ªa de forma severa, y de la mente m¨¢s l¨²cida de cuantas he conocido en mi vida. La democracia y la cultura espa?olas han perdido con su muerte a uno de sus mejores valedores.
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