Enemigos ¨ªntimos
El futbolista ve en el periodista a un extranjero. Un intruso con camisa y zapatos limpios que pretende pisar con su librito de teor¨ªa bajo el brazo su lodoso territorio de la pr¨¢ctica. Un charlat¨¢n sospechoso que, solo por hablar, puede influir sobre su futuro. Ve a alguien que juzga sin hacer, que no corre, no suda, no siente cansancio o dolor, no escucha los silbidos del p¨²blico ni los saludos afectuosos a su puta madre pero que, concluido el partido, con una tacita de t¨¦ de tilo a mano y el aire acondicionado encendido, dice todo aquello que debi¨® haberse hecho y no se hizo y todo aquello que se deber¨ªa hacer para corregirlo.
Pare el periodista deportivo, en cambio, el jugador es otro objeto de estudio. Un tipo con una habilidad puntual. Un poco consentido y caprichoso, sensible a los peque?os cambios de rutina. Ve un ser que lleva una existencia mon¨®tona en su sencillo mundo verde, rectangular y perfecto. Lo mira, quiz¨¢, hasta con condescendencia; sabedor de una verdad que el futbolista, en el traj¨ªn de su rutina, ignora: que el f¨²tbol se termina y la vida sigue, sin aut¨®grafos ni flashes.
Para el futbolista, el periodista es un charlat¨¢n sospechoso que puede influir en su futuro
El an¨¢lisis de un partido de f¨²tbol es siempre incompleto y discutible. No puede ser de otra manera, ya que, por mucha capacidad de observaci¨®n que tenga, el periodista no puede conocer todos los detalles. No ayuda a complementar la opini¨®n especializada el hermetismo actual, donde la entrada a los entrenamientos se cierra y el acceso al futbolista es menor. Esto, que parece un contrasentido en un mundo h¨ªper conectado, no solo se debe a una supuesta paranoia de los entrenadores o a intentos por evitar que se filtre informaci¨®n que le pueda ser ¨²til al rival. Tambi¨¦n es una forma de aislar a los jugadores de cualquier distracci¨®n y de la presi¨®n y el desgaste de atender constantemente a la prensa. Sobre todo en equipos grandes, donde a diario se amontona una gran cantidad de medios y periodistas, no todos especializados.
Cuanto mayor informaci¨®n tenga un buen periodista, menos subjetivo deber¨ªa resultar su an¨¢lisis. Al limitar la informaci¨®n, de manera justificada o no, los entrenadores se convierten involuntariamente en promotores de especulaciones. Sin pretenderlo generan mayor subjetividad, aunque nada justifica el periodismo creativo, en el que se inventa algo que no sucedi¨® solo para rellenar un espacio.
El abismo que se abre entre el futbolista y el periodista no se debe solo al recelo tangible entre aquel que realiza una tarea y aquel que la juzga. Hay tambi¨¦n cierta falta de empat¨ªa. No parece importar que el f¨²tbol produzca un material que los medios chupan y potencian para armar un producto cada vez m¨¢s grande, que realimenta a los propios protagonistas. Esta es una simbiosis que no evita los recelos. Una parte de la prensa, que no se dedica al estudio y la cr¨ªtica sino al exabrupto f¨¢cil y sin fundamento es culpable, en parte, de la visi¨®n prejuiciosa que muchos deportistas se han forjado del periodismo deportivo en general. Tambi¨¦n aquellos sospechosos de favoritismos. Subir o bajar el pulgar a un futbolista solo afecta al interesado y no hay, como en otras ramas del periodismo, una exigencia social de compromiso con la realidad. Al fin y al cabo solo se trata de f¨²tbol.
Sin embargo, muchos buenos periodistas no solo sufren injustamente este prejuicio, sino que deben convivir con otros. No importa cuan respetuoso o justo sea un comentario, al igual que el ¨¢rbitro, el periodista siempre puede ser acusado de no ser objetivo, de responder a intereses editoriales e incluso de ser hincha de un.
En un mundo donde las identidades se definen por el apego emocional a unos colores, la b¨²squeda de la objetividad no garantiza seguidores. Al contrario, a muchos aficionados y protagonistas les disgusta la realidad, prefieren mantener intacta su propia fantas¨ªa y consideran un conspirador a aquel que no diga lo que quieren escuchar. Escribir aqu¨ª, no con las habilidades de un periodista sino con las armas romas de un exfutbolista, me ha ense?ado una lecci¨®n importante: que diga lo que diga, uno queda totalmente expuesto, desnudo en su literalidad y que no solo las posibles carencias propias, a la hora de expresar una opini¨®n, pueden generar confusiones. Es igual de importante saber leer. Aceptar y entender el tono, el enfoque, el criterio y ?por qu¨¦ no? los deseos de quien escribe. Leer lo que hay y no rellenar con prejuicios las p¨¢ginas de otros.
Jugadores y periodistas deportivos, enemigos ¨ªntimos que, tal como los conocemos, no podr¨ªan existir los unos sin los otros.
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