Los modales del criminal
Borges supuso que el relato policial pertenece al g¨¦nero fant¨¢stico, no al realista, pero proviene de la inteligencia y no de la mera imaginaci¨®n. No es realista porque acepta que los cr¨ªmenes sean descubiertos por artes de observaci¨®n y razonamiento en lugar de por delaciones o confesiones, como pasa efectivamente en el mundo cotidiano. El detective de esas historias es como una especie de milagroso jugador de ajedrez que adivina todos los pasos que han llevado al adversario -el asesino- a realizar su funesto movimiento de piezas y lo contrarresta: jaque mate. Su clarividencia nos deja sorprendidos y algo mosqueados, como el truco de un prestidigitador. Pero tambi¨¦n proporciona un placer mental que tiene algo de adictivo.
Hoy todos los asesinos son en serie, como si trabajasen en una cadena de montaje
El mejor protagonista de una haza?a intelectual no es sin embargo el sabueso espectacularmente infalible sino el averiguador modesto y gris, cuya sabidur¨ªa nadie sospecha y cuya personalidad es menospreciada, como el cura Brown de Chesterton o el desastrado inmigrante Colombo. No es posible ni deseable apagar el resplandor de Sherlock Holmes, desde luego, pero a veces hasta sus admiradores lo consideran algo irritante y un punto risible. E. C. Bentley, gran amigo de Chesterton (al que este dedic¨® nada menos que El hombre que fue Jueves) escribi¨® El ¨²ltimo caso de Trent para cuestionar el uso puro de la inteligencia en el g¨¦nero inteligente por antonomasia. El propio Chesterton, desde luego, pero tambi¨¦n Agatha Christie o Dorothy L. Sayers consideraron esta novela -no conozco traducci¨®n al espa?ol- como la mejor entre las mejores porque cuestiona racionalmente la pasi¨®n de razonar.
Para Borges, esta vocaci¨®n inteligente del cuento policial favorece una impl¨ªcita vertiente metaf¨ªsica, que ¨¦l desarroll¨® en La muerte y la br¨²jula. Despu¨¦s de todo, tambi¨¦n la filosof¨ªa es la investigaci¨®n de un asesinato que va inexorablemente a cometerse por parte de la v¨ªctima emplazada: ?qui¨¦n me matar¨¢, el tiempo, la naturaleza, Dios... o ser¨¢ finalmente un suicidio? Sin embargo, la evoluci¨®n del g¨¦nero ha ido difuminando su car¨¢cter de charada intelectual para trasladarlo a un campo mucho menos abstracto y poco propicio a lo especulativo: la sociolog¨ªa.
Todo comenz¨® con la llamada novela negra a la americana, iniciada por Edgar Wallace y que culmina en Dashiell Hammet o Raymond Chandler. A fin de cuentas, no son tanto relatos detectivescos como cl¨¢sicos de aventuras, en los que las fieras y piratas de anta?o han sido sustituidos por g¨¢nsters en la jungla del asfalto. Emboscadas, disparos y m¨²sculos desplazan paulatinamente el sosiego del mero razonamiento. Lo que intriga no son los mecanismos del delito y la identidad de su autor, sino las condiciones sociales que lo provocan. La vieja incertidumbre se disipa, porque ahora sabemos que mate quien mate, el culpable siempre es id¨¦ntico: el capitalismo. El ¨²ltimo a?adido al g¨¦nero es la tendencia tur¨ªstica: las nuevas novelas criminales pueden carecer de originalidad pero no de paisajes y transcurren en escenarios variad¨ªsimos, desde la India a Sud¨¢frica pasando por Israel y con trasbordo en los pa¨ªses n¨®rdicos. Tambi¨¦n practican el turismo cronol¨®gico y ya conocemos detectives contempor¨¢neos de Ner¨®n, de Pascal y de Darwin. He le¨ªdo una intriga aclarada por Newton y otra por el mism¨ªsimo Dante Alighieri...
Lamento decir que los modales de los criminales y sobre todo su capacidad de intrigarnos ganan poco con tanto ajetreo. Pero lo que perdemos en calidad lo ganamos en cantidad. Agatha Christie logr¨® mantenernos interesados doscientas p¨¢ginas con el asesinato de Rogelio Ackroyd, pero hoy se necesita por lo menos la ejecuci¨®n de una familia al completo en cada cap¨ªtulo para no caer en la soser¨ªa. Todos los asesinos son en serie, como si trabajasen en una cadena de montaje. La nueva f¨®rmula tiene ocasionalmente logros muy entretenidos, con Fred Vargas, Patricia Cornwell o Preston & Child. Pero los viejos aficionados seguimos a?orando la enga?osa serenidad del cottage, la mano furtiva que deja caer el ars¨¦nico en la taza de t¨¦ y el desaf¨ªo mental de aquellos autores que, como el diablo denunciado por Macbeth, sab¨ªan enga?arnos diciendo palabras verdaderas...
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