Ciudadano Pradera
Mi primer recuerdo de Javier Pradera es de cuando, siendo yo bastante joven, le llev¨¦ a Alianza Editorial, que ¨¦l entonces dirig¨ªa, un manuscrito bajo el brazo. Desde una cabeza inclinada con largos pelos despeinados en la que pod¨ªa distinguir unas gruesas gafas rompi¨® una voz grave que me dijo con sorna: "?Una tesis doctoral! Mal empezamos, Vallesp¨ªn". La verdad es que esa intimidante primera impresi¨®n del personaje se tornar¨ªa con el tiempo en una fruct¨ªfera colaboraci¨®n editorial y en una gran amistad en la que, en efecto, los libros acabaron por convertirse en el elemento mediador fundamental. Incluso por encima de la pol¨ªtica, su otra gran pasi¨®n. Libros y pol¨ªtica. La primera la consigui¨® satisfacer como editor, primero en Fondo de Cultura de Espa?a y luego en Alianza, y, siempre, como impenitente lector, que fue el modo de vida sin el cual apenas pod¨ªa respirar. Su saber enciclop¨¦dico y su capacidad para la tertulia de altura hac¨ªan de ¨¦l el perfecto interlocutor intelectual; curioso e inquisitivo, y generoso, did¨¢ctico y acogedor con los que ¨¦ramos m¨¢s j¨®venes e inexpertos.
Su afilado juicio pol¨ªtico estuvo guiado por una insobornable implicaci¨®n con la democracia
Su pulsi¨®n por la pol¨ªtica la supo plasmar en su compromiso juvenil contra el franquismo; luego ya como primer editorialista de EL PA?S, y como el columnista que nos ha venido acompa?ando hasta ahora. Har¨ªa falta tirar de hemeroteca para poder evaluar con justicia su sorda e incesante labor pedag¨®gica en lo que significa la acci¨®n de una prensa cr¨ªtica y responsable bajo condiciones dif¨ªciles como las que hubimos de vivir durante la Transici¨®n. El compa?ero Pradera de su primera iniciaci¨®n pol¨ªtica se convirti¨® enseguida en el ciudadano Pradera, cuyo afilado juicio pol¨ªtico estuvo siempre guiado por una insobornable implicaci¨®n con la democracia y con los valores c¨ªvicos que la sustentan. El Pradera periodista es indesligable de ese fondo normativo con el que cribaba, implacable, cuanto aconteciera en nuestro escenario p¨²blico. Siempre, tambi¨¦n, acompa?¨¢ndolo de algo que suele estar ausente entre nuestros analistas, una fina iron¨ªa que seguramente se apoyaba sobre su gran perspectiva hist¨®rica y su personal¨ªsimo sentido del humor.
Para el mundo intelectual espa?ol m¨¢s amplio es impagable su direcci¨®n de la revista Claves de Raz¨®n Pr¨¢ctica, donde ¨¦l y Fernando Savater acogieron a lo m¨¢s granado del mundo acad¨¦mico, period¨ªstico y literario de nuestro pa¨ªs. Claves siempre fue para ¨¦l el juguete so?ado, el instrumento que le permit¨ªa reconciliar todas sus aficiones e inquietudes. Y el poder completar el periodismo con la profundizaci¨®n en la lectura como profesi¨®n, la perfecta constelaci¨®n de sus dos pasiones.
Todo lo anterior lo convierten en una figura imprescindible para entender el devenir de nuestra democracia y de la cultura espa?ola de los ¨²ltimos cuarenta a?os. Pero para quienes nos consideramos sus amigos siempre nos quedar¨¢ sobre todo el recuerdo de su bonhom¨ªa, su cari?o y su humor. Y ese estoicismo del que hizo gala en sus ¨²ltimos d¨ªas, cuando contemplaba la enfermedad como un mero estorbo que le imped¨ªa acercarse con m¨¢s lucidez al conocimiento del mundo para luego poder compartirlo con nosotros.
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