Un sue?o en la cabeza
De Maragall habr¨ªa que decir que, adem¨¢s de eficaz, fue un gestor ins¨®lito. Quiz¨¢ fue eficaz por ser ins¨®lito. Su singularidad le salv¨® de caer en los desenfrenos propios de la correcci¨®n pol¨ªtica, pero constituy¨® un arma que sus adversarios m¨¢s mediocres utilizaron con vigor, y a veces con resultados pr¨¢cticos inmediatos; a la larga, sin embargo, ninguna de las infamias con las que se intent¨® socavar su prestigio ha quedado en pie. Incluso el t¨¦rmino "maragallada", inventado como sin¨®nimo de algo sin pies ni cabeza, ha adquirido con el tiempo unas connotaciones amables. (...)
A nadie extra?¨®, por tanto, la repercusi¨®n de la rueda de prensa que ofreci¨® el 20 de octubre de 2007 para informar p¨²blicamente que padec¨ªa alzh¨¦imer. Acompa?ado por Diana Garrigosa, su mujer, confirm¨® ante los medios el diagn¨®stico y anunci¨® que dedicar¨ªa todas sus fuerzas a combatir esa enfermedad. "Hicimos los Juegos Ol¨ªmpicos, hicimos aprobar y refrendar el Estatuto, y ahora iremos a por el alzh¨¦imer", asegur¨®.
"Si a una persona con problemas de memoria y de identidad la sacas de su entorno, la est¨¢s acabando de matar"
"Ahora iremos a por el alzh¨¦imer". Dicho as¨ª parece otro delirio, pero lo cierto es que la fundaci¨®n que lleva su nombre ha puesto en marcha un proyecto enormemente ambicioso que aspira a convertirse en una referencia universal sobre la investigaci¨®n de esta enfermedad neurodegenerativa. (...)
Primera jornada. Nos encontramos por primera vez en un restaurante de Barcelona donde, tras las presentaciones, (...) comimos un arroz mientras evoc¨¢bamos su trayectoria pol¨ªtica y vital. Quince a?os intensos de alcalde de Barcelona y tres a?os turbulentos de presidente de la comunidad dan mucho de s¨ª, de modo que el tiempo pas¨® volando. Al llegar a los postres, y como hubiera hecho una demostraci¨®n incre¨ªble de buen juicio y de excelente memoria, me pregunt¨¦ d¨®nde estaba la enfermedad. Yo hab¨ªa acudido a aquel encuentro como quien viaja a un territorio fronterizo denominado alzh¨¦imer. Esperaba encontrar en ¨¦l a un individuo con un pie en el lado de ac¨¢ y otro en el de all¨¢, pues me gustaba la idea de que el recuerdo y el olvido, la memoria y la desmemoria, fueran regiones vecinas, comarcas colindantes, pero claramente diferenciadas. Y pretend¨ªa que ese hombre me contara la relaci¨®n entre esos territorios. (...)
-?D¨®nde est¨¢ el alzh¨¦imer? -le pregunt¨¦ entonces directamente (quiz¨¢ brutalmente), sin ser capaz, creo, de reprimir un tono de decepci¨®n, de queja.
Maragall sonri¨® y continuamos hablando de pol¨ªtica hasta la llegada del caf¨¦. Entonces, confortados nuestros cuerpos por la comida, y ya entrados en confianza, sac¨® del bolsillo un m¨®vil que acababan de conseguirle en el mercado de segunda mano y que era, seg¨²n dijo, id¨¦ntico al que hab¨ªa venido usando hasta que se le estropeara. Estaba feliz con ¨¦l porque se ajustaba perfectamente a sus necesidades y a sus aptitudes. Me pidi¨® que sonriera, sonre¨ª, y me sac¨® con el m¨®vil una foto que en ese mismo instante envi¨® por SMS al m¨ªo, donde son¨® enseguida la alarma. Abr¨ª el mensaje, vimos el resultado y no nos gust¨®, por lo que repetimos la operaci¨®n. Ah¨ª estaba yo, en fin, viajando de un m¨®vil a otro, quiz¨¢ tambi¨¦n de un lado a otro del alzh¨¦imer. Se trataba de un juego inocente con el que pasamos un buen rato, pero me pareci¨® advertir en ¨¦l (?por fin!) un aspecto sutilmente inquietante, tambi¨¦n un punto de desinhibici¨®n atribuible, seg¨²n el gusto del consumidor, al car¨¢cter de Maragall o a su enfermedad (cada uno encuentra lo que busca). Tras esa breve excursi¨®n a lo que decid¨ª que era el otro lado de la frontera, regresamos a este, donde insist¨ª en que me hablara de su relaci¨®n con la enfermedad:
-Una cosa que yo he descubierto -dijo con paciencia- es que la actividad es buena. Crear nuevos proyectos, moverse. Cuando t¨² est¨¢s diagnosticado de algo, ?qu¨¦ hace la gente? Etiquetarlo, clasificarlo. Este es un demente, este es un tipo sin memoria, etc¨¦tera. Pero todos estamos un poco locos, un poco sin memoria. Esa man¨ªa clasificatoria hace que se pierda una de las cosas claves del pensamiento: la interacci¨®n. Los problemas no est¨¢n aislados, se relacionan. ?Son todos los enfermos de alzh¨¦imer iguales? No, cada persona es cada persona. Los que tratan las enfermedades tienen que catalogarlas, homologarlas, hacer paquetes. Pero no hay dos enfermos iguales. (...)
Le preocupaba la idea -muy extendida- de que la p¨¦rdida de memoria fuera acompa?ada de una p¨¦rdida de sensibilidad. "El alzh¨¦imer", me dir¨ªa m¨¢s de una vez, "borra la memoria, no los sentimientos". De ah¨ª su inter¨¦s por programas que cuidaran los aspectos emocionales del paciente.
-Ahora -me dijo hablando de la importancia de los peque?os gestos cotidianos- yo tengo una pelea, porque hay estudios seg¨²n los cuales con alzh¨¦imer no puedes conducir, y mi hijo, con ese argumento, me ha robado el Ford Escort.
Se refer¨ªa a un viejo autom¨®vil que le ha acompa?ado a lo largo de media vida y al que profesa un apego casi c¨®mico. Al hablarme de ¨¦l en los t¨¦rminos en los que lo hizo, tuve por un momento la sensaci¨®n de que en esos instantes se dirig¨ªa a m¨ª desde el otro lado de la frontera, sobre todo porque propuso que yo telefoneara a su hijo a fin de averiguar con cualquier excusa d¨®nde se encontraba el Ford Escort, para ir a buscarlo. (...)
Segunda jornada. (...) Al abandonar el hospital, decidi¨® que ir¨ªamos andando hasta su casa, donde hab¨ªamos quedado con Diana para desayunar. El calor a¨²n no era excesivo, y Maragall, estimulado por el reciente masaje, se encontraba plet¨®rico (a¨²n no nos hab¨ªamos dado cuenta de que ese era su estado natural), de modo que comenzamos a caminar en la creencia ingenua, por nuestra parte, de que har¨ªamos el recorrido de un modo lineal y en un tiempo razonable. Pero andar con Maragall por las calles de Barcelona es una aventura, no ya porque todo el mundo se acerca a hablar con ¨¦l como si se tratara de un amigo, sino porque ¨¦l mismo puede detenerse frente a una anciana y reconvenirla cari?osamente por ir tan cargada, ofreci¨¦ndose a echarle una mano con las bolsas de la compra. Daba la impresi¨®n de que se sent¨ªa responsable de cuanto ocurr¨ªa cerca de ¨¦l. (...) Milagrosamente, logramos llegar a su casa, un piso acogedor y modesto en el que solo viv¨ªa la pareja, ya que los tres hijos est¨¢n independizados. (...)
-Esta casa -dijo Maragall- es la mejor de Espa?a, y eso se debe a que tiene una se?ora que se llama Diana a la que se le ocurren ideas como esta.
La idea como "esta" era un gran recipiente de cristal lleno de avellanas, almendras y nueces junto al que encontramos una tabla y una maza de madera para partirlas, a lo que se puso con entusiasmo. Al poco se levant¨®, fue al interior y volvi¨® con un aparato de radio encendido.
-Adoro esta radio -dijo mostr¨¢ndonosla- porque la compr¨¦ en mi ¨¦poca de Am¨¦rica y me ha acompa?ado media vida. Es una Sony, y esto que est¨¢is oyendo es Radio Gladys Palmera, que va cambiando de frecuencia porque es ilegal. Me encanta porque ponen m¨²sica cubana. (...)
Me di cuenta de la importancia que ten¨ªan los objetos familiares para este hombre aquejado de alzh¨¦imer. Primero fue el m¨®vil. Despu¨¦s fue el Ford Escort que le hab¨ªa acompa?ado a lo largo de media vida y que le hab¨ªa "robado" su hijo. Ahora era la Sony que compr¨® en su ¨¦poca americana. Por si fuera poco, Maragall estaba sentado en una mecedora -otro objeto familiar, quiz¨¢ otro fetiche- que se hab¨ªa tra¨ªdo de un viaje a Costa Rica y sobre la que se balanceaba con placer asegurando que quitaba el alzh¨¦imer. No era todo: la casa en la que nos encontr¨¢bamos era la misma en la que hab¨ªa nacido 68 a?os antes. (...)
Entonces cobr¨® sentido otra de las frases que hab¨ªa pronunciado el d¨ªa anterior, al contarnos la historia de una amiga enferma de alzh¨¦imer a la que hab¨ªa visitado aquella ma?ana en una residencia: "Si a una persona con problemas de memoria y de identidad la sacas de su entorno y la metes en un almac¨¦n de enfermos, la est¨¢s acabando de matar".
Una colosal batalla
"Un reportaje excelente". As¨ª recuerda el texto Diana Garrigosa, mujer de Maragall: "Juanjo [Mill¨¢s] describi¨® perfectamente lo que le suced¨ªa a mi marido".
Un hombre muy activo... "Su salud se mantiene parecida a entonces porque le mantenemos muy activo. Por suerte, tenemos mucha familia, unos hijos estupendos y grandes amigos que le llevan de aqu¨ª para all¨ª", explica Garrigosa.
... y muy positivo. Maragall ha hecho de su vida actual una oportunidad: "?l siempre ha sido capaz de positivar cualquier cosa. Es su car¨¢cter", cuenta su mujer.
Documental. Bicicleta, cuchara, manzana (2009) es el t¨ªtulo de la pel¨ªcula que cuenta los esfuerzos de Maragall contra el alzh¨¦imer. La cinta fue premiada con un Goya. Maragall y su mujer subieron a recoger el premio. ?l le dijo a ella: "Sin Diana no hay Pasqual". Garrigosa recuerda ahora, con una sonrisa en la boca: "Si algo tiene esta enfermedad es que te desinhibe. Me emocion¨¦ much¨ªsimo con su piropo en p¨²blico".
La cifra. Unas 650.000 personas est¨¢n afectadas en Espa?a por la enfermedad.
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