Reportero de guerra
La guerra, que saca lo peor y lo mejor de los seres humanos, es un territorio f¨¦rtil para contar grandes historias. Entre junio y julio de 2003, Mario Vargas Llosa viaj¨® a la de Irak y puso su talento literario al servicio del reportaje period¨ªstico. El resultado es Diario de Irak, el libro que recopila los textos surgidos de aquella aventura y que fueron publicados en su d¨ªa en EL PA?S, todo un cl¨¢sico del g¨¦nero que sumar a Despachos de Michael Herr y La guerra del f¨²tbol de Ryszard Kapuscinski.
En el pr¨®logo a su primera edici¨®n, Vargas Llosa reconoce que los falsos pretextos invocados en la invasi¨®n norteamericana de Irak -las armas de destrucci¨®n masiva y la vinculaci¨®n de Sadam con el 11-S- fueron "un grav¨ªsimo error". Pero insiste en que la ca¨ªda de la dictadura de Sadam era "una raz¨®n de por s¨ª suficiente para justificar la intervenci¨®n". Uno puede discrepar de esa opini¨®n -es mi caso- y aun as¨ª admirar la honestidad de gran reportero con la que Vargas Llosa cuenta el Irak ocupado por los estadounidenses.
El escritor arranca advirti¨¦ndonos de que "Irak es el pa¨ªs m¨¢s libre del mundo, pero como la libertad sin orden y sin ley es caos, es tambi¨¦n el m¨¢s peligroso". Su descripci¨®n de un Bagdad febril donde florecen las parab¨®licas y los cibercaf¨¦s, donde abundan los productos de contrabando pagados en met¨¢lico y donde el robo y el atentado son moneda corrientes, es v¨ªvida y precisa. Y tambi¨¦n la de esos soldados norteamericanos que patrullan tan aterrados como lo est¨¢n los iraqu¨ªes:""Todos sudaban a chorros y mov¨ªan los ojos sin cesar, como saltamontes desconfiados".
A partir de ah¨ª, Vargas Llosa levanta acta del cinismo estoico de aquel abogado -"su sonrisita burlona mariposeaba por el abrasado local"- que le dijo en el Caf¨¦ del Adalid de los Mercaderes: "?Qui¨¦n cree usted que gobierna Bagdad? ?Los norteamericanos? No, habibi. Los verdaderos due?os de Bagdad son los Ali Bab¨¢s, las cucarachas, las chinches y los piojos". Da un salto a las ciudades santas chi¨ªes de Nayaf y Kerbala y regresa sin poder sacarse de la cabeza "la imagen de esas mujeres sepultadas toda su vida en esas c¨¢rceles ambulantes" que son los chadores. Charla con Kais Olewi, que no puede soportar la visi¨®n de un plato de frijoles porque eso era lo que daban de comer los torturadores de Sadam mientras le soltaban descargas el¨¦ctricas. Visita en su peri¨®dico a Ahmad Hadi, "convencido de que, incluso en el problem¨¢tico y destrozado Irak, la vida merece ser vivida". Va a ver a los kurdos a su cant¨®n de Sulemaniya y termina con "un saborcillo amargo en la boca". Y por ¨²ltimo, entrevista al virrey norteamericano, Paul Bremer, que en su entusiasmo por describir "el futuro promisor de Irak" se ha olvidado de "las leyes de la hospitalidad" y no les ha ofrecido "ni un vaso de agua" a los sedientos Mario y Morgana, la hija del escritor que le acompa?¨® en esa aventura y es la autora de las fotos incluidas en Diario de Irak.
Laten en estos textos la angustia y el humor, la unidad y la diversidad, la miseria y la vitalidad, el atraso y la modernidad de los iraqu¨ªes y, en general, los ¨¢rabes. Tal es la misi¨®n del reportero.
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