Las dos caras de una moneda de oro
Cristiano Ronaldo sigue la tesis de Euclides: la l¨ªnea recta es el camino m¨¢s corto entre dos puntos, que este jugador recorre a una velocidad uniformemente acelerada hasta que estallan juntos su cuerpo y el gol. Leo Messi sigue la teor¨ªa de Einstein: la l¨ªnea m¨¢s corta entre dos puntos siempre es la curva e incluso se llega antes a la porter¨ªa contraria si se realizan varios zigzag en un imprevisible trotecillo gorrinero en medio de hachazos y tarascadas. Ronaldo produce pasi¨®n, Messi produce admiraci¨®n, los dos son unos superdotados, pero a la hora de ser venerados, Ronaldo pasar¨ªa a ocupar un altar, desnudo como un san Sebasti¨¢n, con todas sus tabletas de chocolate al aire, inasequible a las plegarias; en cambio, Messi ser¨ªa ese entra?able gnomo de madera policromada que uno desear¨ªa llev¨¢rselo a casa para depositarlo como adorno sobre el arc¨®n del recibidor.
En el patio del colegio siempre hab¨ªa un alumno que protestaba cuando el padre prefecto tocaba el silbato para dar por terminado el f¨²tbol del recreo. El chaval segu¨ªa dando patadas a los papeles del patio mientras los compa?eros ya iban en fila al estudio. Esa es la actitud de Messi cuando el ¨¢rbitro pita el final del encuentro. ?Ya ha terminado esto? Si fuera por ¨¦l, seguir¨ªa jugando media hora m¨¢s por su cuenta sin cobrar, solo por divertirse y no volver a los vestuarios. Por el contrario, Ronaldo act¨²a con una ansiedad ag¨®nica, pero medida, pensando solo en s¨ª mismo para que su cuerpo no baje de intensidad durante los 90 minutos de tiempo, m¨¢s los cinco de descuento. Despu¨¦s de marcar un gol, al final de una arrancada salvaje, se engalla, se levanta la camiseta, muestra los m¨²sculos e incluso desaf¨ªa al p¨²blico exigi¨¦ndole la ovaci¨®n merecida, y despu¨¦s de empaparse con ella a punto de reventar de gloria, parece decir al portero batido: "No lo lamentes, adm¨ªrame solamente". En cambio, cuando Messi marca un gol, antes de dejarse abrazar por sus compa?eros, levanta los brazos y con el ¨ªndice de cada mano se?ala a su abuela Celia, que est¨¢ en los cielos aplaudi¨¦ndole. Esta abuela era una visionaria. En aquella barriada de la ciudad argentina de Rosario donde viv¨ªa la familia, era la encargada de llevar al colegio todas las ma?anas al peque?o Lionel, una criatura de cuatro a?os; pero en lugar de dejarlo en la escuela con la maestra, lo llevaba en secreto a un descampado para que jugara al f¨²tbol con unos amigos. "Este ni?o no sirve para estudiar", cre¨ªa con raz¨®n la abuela Celia. Messi solo ten¨ªa pundonor con la pelota, y debido a los prodigios que realizaba con ella, en el barrio pensaban que estaba destinado al circo m¨¢s que a la cancha, puesto que el cuerpo de Lionel no parec¨ªa que iba a medir m¨¢s de un metro treinta. Tuvieron que inyectarle hormonas del crecimiento cuando a los 13 a?os lo fich¨® el Bar?a y a¨²n hoy afirma que solo ha le¨ªdo un libro, La vida de Maradona, que abandon¨® en el primer cap¨ªtulo.
Ronaldo ha seguido una carrera l¨®gica, ascendente y estelar desde el principio. Naci¨® en Funchal, en la isla de Madeira; creci¨® sano, fich¨® para el Sporting de Lisboa, se hizo divo en el Manchester United, y mientras Messi se desarrollaba como una planta de invernadero en la Mas¨ªa del Bar?a al cuidado de m¨¦dicos y preparadores hasta debutar en el Nou Camp, Ronaldo lleg¨® al Bernab¨¦u desde las nubes cabalgando un caballo blanco como el salvador del equipo, con la corona de laurel enredada por Florentino con noventa millones de euros, la cantidad m¨¢s fuerte que se ha pagado por un astronauta. A la hora de entregar parte del ego a uno de los dos jugadores, los hinchas del Real Madrid buscan en Ronaldo el fulgor deslumbrante del inconsciente y los cul¨¦s solo esperan que Messi despierte en ellos a ese ni?o del patio del colegio que se divert¨ªa con la pelota y se negaba a abandonar el recreo.
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