Blancanieves no era tan buena
Hab¨ªa una vez un reino entre dos mares en el que siempre luc¨ªa el sol. Ten¨ªa un primer ministro al que sus amigos -incluidos los m¨¢s belicosos- retrataban con cara de cervatillo y al que los ciudadanos quer¨ªan mucho porque sac¨® al pa¨ªs de la guerra de Mesopotamia y sent¨® a su mesa a tantas princesas como pr¨ªncipes, pero sobre todo porque, a pesar de haber nacido en una que llamaban Ciudad del Le¨®n, ¨¦l era tan sencillo como un zapatero. Cuesti¨®n de talante, dec¨ªa ¨¦l quit¨¢ndose importancia. Cuando los sabios oyeron esa palabra recordaron que talante, como talento, viene del nombre que en griego ten¨ªa una moneda de oro.
Saber que todo pod¨ªa ser cuesti¨®n de dinero no enturbi¨® el ¨¢nimo de la ciudadan¨ªa, hasta el punto de que esa palabra, como muchas otras, pas¨® a pronunciarse como si fuera esdr¨²jula. A pesar de que el cielo se hab¨ªa ido nublando en los imperios vecinos, en el reino del talante luc¨ªa un sol perpetuo. En parte porque era un sol pintado por Mir¨® para atraer turistas y en parte porque el reino viv¨ªa dentro de una burbuja que no dejaba pasar las nubes a cambio, eso s¨ª, de hacer que cada vez el aire estuviera m¨¢s viciado. Fue entonces cuando se prohibi¨® fumar dentro de los palacios.
"Naci¨® en la ciudad del le¨®n, pero era sencillo como un zapatero..."
"El gran cirujano de la narrativa tradicional surgi¨® del cine: Disney"
Como en los cuentos, la inocencia de los ni?os est¨¢ llena de perversidad
Todo era de cuento: los atletas ganaban campeonatos incluso en los ant¨ªpodas, y las gentes cruzaban el mar para ver el milagro de aquel pa¨ªs en el que los prestamistas daban dinero al que se lo ped¨ªa y el primer ministro eliminaba impuestos e incluso repart¨ªa monedas cuando le sobraban. Tan seguras parec¨ªan las cosas materiales y presentes, que los gu¨ªas del reino decidieron arreglar las pasadas y espirituales. Fue as¨ª como los consejeros del reino decidieron crear un ministerio al que le buscaron el nombre m¨¢s bonito: igualdad. Dur¨® lo que duraron los talentos de oro y termin¨® alojado en la casa de la sanidad, pero tuvo tiempo de hacer cosas sensatas y, tambi¨¦n, cosas extravagantes.
Entre las ¨²ltimas estaba buscar una soluci¨®n, pol¨ªtica y correcta, para un viejo problema: la crueldad y el sexismo de los cuentos infantiles. Todo qued¨® en la b¨²squeda porque los duendes pincharon la burbuja y las palabras dejaron de ser esdr¨²julas y agudas -paridad, igualdad y volvieron a ser llanas -prima, riesgo, deuda, soberana. El cuento sigue porque los s¨²bditos del reino pusieron a buscar oro a un registrador de la propiedad cuyo mayor m¨¦rito era la paciencia. Continuar¨¢, pues.
F¨¢bulas aparte, en la primavera del a?o pasado, pocos meses antes de convertirse en Secretar¨ªa de Estado, el Ministerio de Igualdad promovi¨® una campa?a para incentivar la lectura entre los ni?os de relatos que no estuvieran lastrados por los estereotipos, sexuales y violentos, de los cuentos cl¨¢sicos de la tradici¨®n infantil: Barba Azul, La Cenicienta, La Bella Durmiente...
No es una novedad. El maquillaje y la censura forman parte de la evoluci¨®n editorial de la literatura para ni?os tanto como la brutalidad de muchas de las peripecias que la nutren. En 1697, un acad¨¦mico franc¨¦s llamado Charles Perrault recogi¨® en un volumen ocho cuentos -La Bella Durmiente, Caperucita Roja, El gato con botas, La Cenicienta y Pulgarcito, entre ellos- en los que es dif¨ªcil desligar lo que se le debe a ¨¦l de lo que ¨¦l debe a la tradici¨®n. Un siglo m¨¢s tarde, dos hermanos alemanes, los Grimm, publicaron una recopilaci¨®n que inclu¨ªa varios de los cuentos del franc¨¦s en versiones levemente distintas o muy distintas. Si la Caperucita de Perrault termina con la ni?a dentro del est¨®mago del lobo, la de los Grimm se prolonga hasta la heroica intervenci¨®n del cazador.
Eso s¨ª, en tiempos de guerra entre Alemania y Francia, esos relatos desaparecieron de las sucesivas ediciones. Lo mismo que hoy es dif¨ªcil encontrar una recopilaci¨®n de la pareja de escritores que incluya El jud¨ªo entre los espinos, un texto que hasta el menos amante de la pedagog¨ªa moderna considerar¨ªa racista.
Pero los maquilladores no se conforman con ver c¨®mo Perrault salva a la ¨²ltima mujer de Barba Azul, se empe?an en resucitar a todas las esposas degolladas por ¨¦l. No obstante, los malos no son los ¨²nicos en pasar por el quir¨®fano de la cirug¨ªa est¨¦tica. Los buenos tambi¨¦n reciben su raci¨®n de edulcorante para hacer de las bellas candidatas a Miss Universo y de los jorobados seres que no producen miedo alguno. Ni que decir tiene que el gran cirujano de la narrativa tradicional no surgi¨® de la literatura, sino del cine: Walt Disney, al que Rafael S¨¢nchez Ferlosio -autor de una novela con ni?o como Industrias y andanzas de Alfanhu¨ª no duda en calificar de "el gran corruptor de menores y la mayor cat¨¢strofe est¨¦tica, moral y cultural del siglo XX".
La comparaci¨®n entre el Pinocho que Carlo Collodi public¨® en 1882 y el que Disney estren¨® en 1940 es m¨¢s que gr¨¢fica: el cascarrabias Geppetto se convierte en un anciano tierno con pez y gato; el tibur¨®n, en ballena y el grillo no desaparece para reaparecer m¨¢s tarde, sino que se transforma en acompa?ante de la marioneta que nunca termina de llegar a la escuela. Por supuesto, en el cine nunca se vio lo que puede imaginarse en el libro: a Pinocho contemplando su propia muerte como mu?eco.
A veces, la cautela va m¨¢s all¨¢ de lo obvio. As¨ª, no faltan los editores que alertan a sus autores del peligro de que los protagonistas de sus libros corran sus aventuras solos, lejos de la mirada de sus padres. Se trata de poner una red pedag¨®gica donde el relato necesita un salto narrativo. Triple y mortal a veces, pero imprescindible: al lado de un adulto no hay historia posible. Adi¨®s a Pulgarcito, Hansel, Gretel, Caperucita y, de nuevo, Pinocho.
"A menudo los que se asustan son m¨¢s bien los padres. Y estos a su vez asustan al ni?o", apunta la experta en cuentos de hadas Clarissa Pinkola, autora de una ampl¨ªsima antolog¨ªa de relatos de los hermanos Grimm y de un trabajo ya cl¨¢sico del cl¨¢sico: Mujeres que corren con los lobos. All¨ª se pregunta por qu¨¦ los cuentos de todo el mundo recogen originalmente episodios que no ocultan su cara m¨¢s brutal. Porque, responde, "no es probable que prestemos atenci¨®n a la alarma si esta se expresa en t¨¦rminos m¨¢s blandos". El mismo mecanismo, sugiere, que hoy se usa en las campa?as contra el consumo de drogas o contra los accidentes de tr¨¢fico.
Por supuesto, todo lo anterior no es cosa de ni?os. Todav¨ªa. No cabe relegar en exceso la chispa primera de relatos que terminan cargados de arquetipos y de interpretaciones morales: el hecho de contar, simplemente. Y su efecto primero: el entretenimiento. En un ensayo antol¨®gico titulado con una pregunta, ?Qu¨¦ quiere un ni?o?, el fil¨®sofo Jos¨¦ Luis Pardo comparaba a los personajes de Pinocho y Buzz Lightyear (el astronauta de la pel¨ªcula Toy Story) como ejemplos, respectivamente, de mu?eco que quiere ser humano y humano que no sabe que es un mu?eco. Pardo, adem¨¢s, reflexiona sobre el car¨¢cter amoral de los ni?os. "La c¨¦lebre y celebrada inocencia de los ni?os", dice, "no mienta una incapacidad para hacer el mal, no es que los ni?os sean buenos; su inocencia est¨¢ cargada de perversidad; no son ni buenos ni malos porque simplemente carecen de conciencia moral, son capaces de cometer las peores maldades sin sentir remordimiento alguno, les falta la conciencia de culpa".
No es lo ¨²nico, por cierto, que les falta a los ni?os, esa peculiar especie de animal racional. Tambi¨¦n les falta, para su felicidad, conciencia de algo que a medida que crecen se convierte en toda una cadena: el hilo argumental. De ah¨ª que puedan entrar y salir de una historia disfrutando de cada instante como si fuera ¨²nico. De ah¨ª que nunca terminen de escuchar un cuento de una vez por todas. O de ver una pel¨ªcula, la forma moderna de los cuentos antiguos. De ah¨ª que sean capaces de leer (o ver) lo mismo una y otra vez. La ventaja de ser inmortal es que el tiempo no existe. El problema es que creen que todos disfrutan de su misma condici¨®n. Walter Benjamin, que tanto escribi¨® sobre la figura del narrador tradicional -narrar no es solo un arte, tambi¨¦n es un m¨¦rito, dec¨ªa que la primera experiencia que el ni?o tiene del mundo no es que los adultos sean m¨¢s fuertes, sino su incapacidad para la magia. Ten¨ªa raz¨®n. Jesucristo no era una excepci¨®n: todos los ni?os creen que sus padres son Dios.
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