La ¨²ltima brigadista
El Ej¨¦rcito del Ebro / rumba la rumba la rumba la / el Ej¨¦rcito del Ebro / rumba la rumba la rumba la / una noche el r¨ªo pas¨® / ?Ay Carmela! ?Ay Carmela! / Y a las tropas invasoras / rumba la rumba la rumba la / y a las tropas invasoras / rumba la rumba la rumba la / buena paliza les dio / ?Ay Carmela! ?Ay Carmela!¡±.
Cuando el compacto grupo de ancianos franceses con acento espa?ol y ancianos espa?oles con acento franc¨¦s se arranca a entonar con rabia el vibrante himno de batalla de nuestra Guerra Civil, se hace un silencio doloroso y toca tragarse las l¨¢grimas. Son los testigos de una historia que se acaba. Una gesta de ideales y lucha por la libertad que pronto, cuando sus ¨²ltimos protagonistas desaparezcan, quedar¨¢ enterrada en los manuales de historia. Hoy est¨¢n aqu¨ª. Quiz¨¢ por ¨²ltima vez. Tienen el pelo blanco y las manos nudosas como una vid; ondean sobre sus cabezas p¨¢lidas banderas tricolores; un centenar de veteranos de la guerra se han reunido esta tarde de noviembre en un rinc¨®n sin turistas de Par¨ªs en homenaje a los miles de camaradas que llegaron a este lugar hace justo 75 a?os, procedentes de 54 pa¨ªses, para alistarse en las Brigadas Internacionales y luchar durante m¨¢s de dos a?os contra Franco en los frentes de Madrid, el Jarama, Guadalajara, Brunete, Teruel y el Ebro. Fueron m¨¢s de 35.000. Casi un tercio reposa en Espa?a en tumbas sin nombre. Muchos iniciaron malheridos la retirada a finales de 1938 y murieron en campos de concentraci¨®n franceses y alemanes. Los que sobrevivieron formaron una estrecha comunidad de sangre que nunca nadie ha conseguido romper.
Eran j¨®venes y no eran soldados; hab¨ªan militado en el pacifismo. Eran unos so?adores
Santiago Carrillo afirma que "ser comunista era algo m¨¢s que ser de un partido; supon¨ªa tener fe"
Lise rara vez mencionaba los campos nazis. hab¨ªa visto demasiado sufrimiento
"A¨²n soy comunista, por no traicionar el recuerdo de aquellos camaradas", dice Lise
El destino de Lise era la guillotina, pero algo se les hab¨ªa escapado a los nazis: estaba embarazada
Eran j¨®venes y no eran soldados; nunca hab¨ªan sostenido un arma; hab¨ªan militado en el pacifismo y la solidaridad entre los pueblos. Eran unos so?adores. Metal¨²rgicos, estibadores, estudiantes, campesinos e intelectuales; aventureros, revolucionarios; activistas negros americanos y jud¨ªos perseguidos por los nazis. Por encima de su origen, combatir en la Pen¨ªnsula al Caudillo supon¨ªa para todos plantar cara a Hitler. Cre¨ªan que la Guerra Civil era el primer asalto de una contienda mundial que se podr¨ªa frenar si Franco y sus compa?eros de viaje eran derrotados en Espa?a. Para los brigadistas, no se trataba de una simple guerra fratricida aislada en un pa¨ªs frontera con ?frica. Era el aperitivo de la cat¨¢strofe. El tiempo les dar¨ªa la raz¨®n.
Aquella guerra concluir¨ªa el 1 de abril de 1939 con el triunfo de Franco y los ej¨¦rcitos del Eje y el ¨¦xodo de medio mill¨®n de derrotados; cuatro meses m¨¢s tarde, Hitler, seg¨²n el plan previsto, invad¨ªa Polonia; doce meses m¨¢s tarde, Francia, y dos a?os m¨¢s tarde, en mayo de 1941, la Uni¨®n Sovi¨¦tica. Cincuenta millones de personas perecer¨ªan en la II Guerra Mundial. La perspectiva que proporciona el tiempo confirma que los brigadistas fueron unos visionarios. Antes de que existieran el derecho humanitario y la declaraci¨®n de derechos humanos, apostaron por la solidaridad internacional con un Gobierno leg¨ªtimo cuya democracia estaba siendo pisoteada. Se adelantaron. Una idea que sintetizar¨ªa Artur London, brigadista hasta las ¨²ltimas horas de la Rep¨²blica y uno de los protagonistas de este reportaje, con una frase: "Se levantaron antes del alba".
Muchos eran parias de la tierra. Ten¨ªan poco que perder porque no ten¨ªan nada. Dieron un paso al frente aquel oto?o de 1936. Rompieron con todo. Se convirtieron en proscritos en sus pa¨ªses de origen. Era un instante crucial en el que la democracia se resquebrajaba; no solo Alemania e Italia hab¨ªan ca¨ªdo bajo el yugo del fascismo. En Polonia, Hungr¨ªa, Ruman¨ªa, Grecia, Lituania, Bulgaria, Checoslovaquia, Austria y Portugal se estaban incubando reg¨ªmenes dictatoriales. La extrema derecha hab¨ªa mostrado sus colmillos en Francia. En sectores del Partido Republicano estadounidense y el establishment brit¨¢nico se aplaud¨ªa a Hitler. En ese instante, la mitad de Espa?a se hab¨ªa rebelado contra el golpe de Estado del 18 de julio. La guerra hab¨ªa comenzado. La Rep¨²blica carec¨ªa de ej¨¦rcito y lo improvisaba a diario; mientras, Franco, al mando de unas fuerzas fogueadas en ?frica, hab¨ªa alcanzado en semanas los arrabales de Madrid. Hitler humillaba a las democracias y enviaba sus bombarderos contra los espa?oles salt¨¢ndose los acuerdos internacionales. Para apaciguarlo, Francia y Reino Unido hab¨ªan abandonado a la Rep¨²blica. La Pen¨ªnsula ard¨ªa. El mundo asist¨ªa mudo a la tragedia. Dentro de ese macabro decorado, miles de hombres hab¨ªan reaccionado y enfilado Par¨ªs como primera escala hacia Espa?a. ?Por qu¨¦ estaban dispuestos a jugarse la vida en un pa¨ªs del que no conoc¨ªan ni la lengua? Artur London dar¨ªa la clave: "En Madrid, el checo iba a luchar por Praga; el franc¨¦s, por Par¨ªs; el austriaco, por Viena; el alem¨¢n, por liberar su pa¨ªs de Hitler, y el italiano, por expulsar a Mussolini de su pa¨ªs".
El n¨²mero 8 de la calle de Mathurin-Moreau era en 1936 un descampado salpicado de barracones que albergaban sindicatos de izquierda y comit¨¦s obreros. A ese Par¨ªs proletario comenzaron a llegar en octubre los voluntarios. Los partidos comunistas de todo el mundo (de los que hab¨ªa surgido la idea de crear las Brigadas a trav¨¦s de la Internacional, la organizaci¨®n que hac¨ªa de correa de transmisi¨®n entre las consignas de Stalin y sus cuadros) hab¨ªan prestado su infraestructura como bander¨ªn de enganche. En esta calle comenzar¨ªa el largo viaje hasta el frente. M¨¢s all¨¢, vencer o morir.
Aqu¨ª se levanta desde los a?os setenta la sede del Partido Comunista Franc¨¦s, un bello edificio de hormig¨®n y cristal proyectado por el arquitecto brasile?o Oscar Niemeyer como regalo a sus camaradas franceses. Todo aqu¨ª remite al combate contra el fascismo. La plaza en la que desemboca el cuartel general comunista lleva el nombre de uno de los m¨¢s legendarios veteranos de las Brigadas Internacionales: el coronel Fabien, l¨ªder desde 1941 de la Resistencia francesa contra Hitler y el primer partisano que acab¨® durante la ocupaci¨®n con la vida de un oficial hitleriano. En este ambiente de familia nos encontramos con una de sus viejas camaradas de guerrilla, C¨¦cile Le Bihan, viuda de otro m¨ªtico brigadista: el coronel Rol-Tanguy, el partisano al que se rindi¨® el ej¨¦rcito alem¨¢n que ocupaba Par¨ªs en 1944. C¨¦cile tiene 93 a?os; es una anciana erguida, digna y l¨²cida, con una boina calada hasta las sienes y la Legi¨®n de Honor en la solapa. Durante cuatro a?os se jug¨® la vida y la de su familia en la Resistencia contra la ocupaci¨®n nazi. Pasaba documentos en el cochecito de su hijo (hoy ese beb¨¦ es un sexagenario que sonr¨ªe a su lado) y particip¨® en sabotajes. Su compa?ero, Rol-Tanguy, es un h¨¦roe nacional en Francia. "Nunca olvid¨® Espa?a", relata C¨¦cile; "afirmaba que la experiencia m¨¢s grande y enriquecedora de su vida fue la Guerra Civil. Era un sindicalista, un hombre de acci¨®n. Me dec¨ªa: 'Tengo dos patrias, Francia y Espa?a; nunca me he podido sacar a los espa?oles del coraz¨®n'. Espa?a era para Henri como esa bala que recibi¨® en la espalda en el frente del Ebro, se le qued¨® alojada en el omoplato y no le pudieron extraer: era parte de ¨¦l".
-?Por qu¨¦ se enrol¨® en las Brigadas?
-Quer¨ªa aprender a luchar contra el fascismo y ense?ar a otros. Se empe?¨® en ir a Madrid. Era un tipo duro, un metal¨²rgico. No era un idealista, era un militar. Sab¨ªa que el siguiente cap¨ªtulo de aquella tragedia era Par¨ªs. Y no se conformaba. Quer¨ªa estar en primera l¨ªnea; volvi¨® de Espa?a herido. Nos casamos en abril del 39. Un a?o m¨¢s tarde, Hitler invad¨ªa Francia y volvi¨® a combatir.
Aquellos j¨®venes brigadistas que comenzaron a concentrarse a mediados de octubre de 1936 en Par¨ªs eran tipos j¨®venes, grandes, ruidosos, rom¨¢nticos, vitales; sin gran formaci¨®n (aunque hubiera entre ellos un grupo de escritores como Malraux, Hemingway, Orwell o Koestler), pero muy politizados; gente del pueblo, directos, juerguistas; cari?osos con los espa?oles que los recib¨ªan como salvadores. Se sintieron como en casa. Tras escuchar las grabaciones con decenas de testimonios de brigadistas, leer sus memorias y charlar con los supervivientes y sus familias, se advierte un hecho sorprendente: nunca renegaron de su aventura espa?ola; los veteranos recordaban los a?os de la Guerra Civil como los m¨¢s enriquecedores, intensos y altruistas de su vida. No hab¨ªa amargura en sus palabras. Ninguno se quejaba del pobre armamento e instrucci¨®n que recibieron; las penosas condiciones de vida en el frente; la crueldad de las batallas. No hay ninguna cr¨ªtica a la discutible conducci¨®n pol¨ªtica y militar de la guerra por parte de la Rep¨²blica. Ni siquiera a su retirada de Espa?a como moneda de cambio. Para ellos, la ¨²nica tragedia fue abandonar a los republicanos a su suerte. Me lo confirma la hija de uno de ellos que prefiere no dar su nombre: "Mi padre me contaba que cuando la Rep¨²blica decide a finales de 1938 que los brigadistas se vayan para intentar un ag¨®nico acuerdo de paz, estos no quer¨ªan que los espa?oles les dieran las gracias; las daban ellos por haber tenido la oportunidad de compartir el ideal de la Rep¨²blica. Los brigadistas eran muy queridos en Espa?a. Llegaron aclamados por el pueblo, y cientos de miles de personas les despidieron entre flores de la misma forma el 15 de noviembre de 1938 en la Diagonal de Barcelona. Algo bueno debieron de hacer. Consideraban a los espa?oles sus hermanos. Por eso, los tres centenares que viv¨ªan en 1996 aceptaron como un honor la decisi¨®n del Gobierno de Felipe Gonz¨¢lez de concederles la nacionalidad espa?ola".
De los m¨¢s de 35.000 voluntarios extranjeros que lucharon en nuestra Guerra Civil no quedan m¨¢s de veinte. Los m¨¢s j¨®venes han superado los 90 a?os. Para Marina Garde, responsable de ALBA (Abraham Lincoln Brigade Archives), la organizaci¨®n que re¨²ne a los brigadistas estadounidenses vivos (solo cinco de los 2.800 que vinieron a Espa?a), "est¨¢n muriendo los ¨²ltimos y es tr¨¢gico; era gente carism¨¢tica, entregada, incansable, que mov¨ªa a mucha gente con su testimonio; ahora nos toca defender esa memoria. Es un legado muy fuerte que tenemos que salvar del olvido. Hay que crear una tradici¨®n en torno a su memoria. Que su ejemplo sirva para que nunca nos quedemos cruzados de brazos ante los dictadores".
El pasado invierno muri¨® el ¨²ltimo brigadista italiano; queda un superviviente en M¨¦xico, dos en Argentina, tres en Reino Unido, cinco en Estados Unidos, uno en Rusia, dos en Austria, un estonio, un israelita y cinco franceses. Estos ¨²ltimos no han podido estar hoy en Par¨ªs en el acto de homenaje. El tiempo no perdona. Sin embargo, C¨¦sar Covo, Th¨¦o Francos, los hermanos Vincent y Joseph Almudever y Lise London est¨¢n en el coraz¨®n de todos.
Sobre todo Lise, la legendaria compa?era de Artur London; la ¨²ltima brigadista. Tiene 95 a?os. Naci¨® como Elisa Ricol de padres espa?oles en un pueblo minero franc¨¦s. Los Ricol representaban el prototipo del proletariado de comienzos del siglo XX: pobres, analfabetos, desertores del campesinado y emigrantes. El viejo Ricol era un picador que arrastraba la silicosis y militaba en sindicatos comunistas. Lise naci¨® en 1916. De ni?a vend¨ªa helados por las calles. A los 15 a?os ingres¨® en las Juventudes Comunistas. Era una mujer guapa, morena, resuelta, chispeante, con unos bellos ojos negros, un rostro de camafeo y una estricta elegancia socialista en blanco y negro que recuerda a Dolores Ib¨¢rruri. Firme, vehemente, doctrinaria, adicta al debate, se iba a convertir desde joven en una profesional de la revoluci¨®n, una activista incansable, una militante dispuesta a todo. "?Soy aragonesa!", a¨²n repite con orgullo. El partido, la lucha, eran lo primero. Santiago Carrillo, amigo de los London y durante veinte a?os secretario general del Partido Comunista de Espa?a, intenta explicar esa absoluta obediencia de los militantes de la ¨¦poca respecto de la organizaci¨®n: "Ser comunista era algo m¨¢s que ser de un partido; supon¨ªa tener fe. Hab¨ªa en nosotros mucho de romanticismo. El comunismo ten¨ªa un componente religioso, con sus santos, sus m¨¢rtires y su Meca, que era Mosc¨². No nos plante¨¢bamos m¨¢s. Quer¨ªamos extender la revoluci¨®n. Cuando perdimos esa fe, todo se desmoron¨®. Lise tard¨® en perderla. Tuvo incluso problemas pol¨ªticos con su marido". Artur London, en su autobiograf¨ªa La confesi¨®n, describ¨ªa as¨ª a su mujer y camarada: "Ha conservado su frescura de chiquilla: hay que verla entusiasmarse, apasionarse, tomar partido y luchar para lograr que compartan sus convicciones los que la rodean. Pone el coraz¨®n en todo lo que hace. Dispuesta a no importa cu¨¢l sea el sacrificio por sus amigos, es, por el contrario, intransigente cuando se trata del deber de los comunistas. Su confianza hacia el partido y la URSS es total. Para ella, el gran principio de la vida militante se enuncia muy simplemente: el que comienza a dudar del partido deja de ser comunista".
En 1934, con solo 18 a?os, Lise marcha a Mosc¨² invitada por la Internacional para convertirse en dirigente comunista. Lo relata Roberto Lample, de 62 a?os, franc¨¦s, de padre anarquista espa?ol, alma de ACER (Asociaci¨®n de Antiguos Combatientes en la Espa?a Republicana) y fiel compa?ero de fatigas de Lise: "Mosc¨² fue su escuela pol¨ªtica; ella quer¨ªa escapar a su destino de mujer proletaria. Se dio cuenta de que si estudiaba, si viajaba, su vida podr¨ªa cambiar. La ambici¨®n de Lise era aprender. El partido le dio la oportunidad de ir a Mosc¨². Y ella lo aprovech¨®. Era una luchadora; estaba convencida de que el poder no se pod¨ªa delegar; no hab¨ªa que esperar que otros te solucionaran los problemas, hab¨ªa que actuar; quer¨ªa decidir su futuro. Y eso tiene plena vigencia con el movimiento de los indignados".
Era una fuerza de la naturaleza; una mujer valiente, magn¨¦tica, decidida; una revolucionaria que conoci¨® a Stalin, Tito, Pasionaria y Ho Chi Minh. En Mosc¨² se enamor¨® de Artur London, un joven comunista de 19 a?os, alto, guapo, elegante y tuberculoso; un intelectual checo de origen jud¨ªo que contrapon¨ªa al ¨ªmpetu descarnado de Lise un car¨¢cter calmado y reflexivo. Lise abandon¨® a su primer marido (el comunista Auguste Delaune, que ser¨ªa ejecutado en los cuarenta por los nazis) y unieron su destino. Tendr¨ªan tres hijos y compartir¨ªan 50 a?os de lucha, desde la URSS a la Guerra Civil; la clandestinidad, la Resistencia en Francia, la persecuci¨®n de la Gestapo, los campos de exterminio nazis y las purgas estalinistas de los cincuenta. Una vida intensa que llev¨® al cine en 1970 Costa-Gavras. Sus camaradas Yves Montand y Simone Signoret dieron vida en la pantalla al matrimonio; del guion se encargar¨ªa Jorge Sempr¨²n, compa?ero de Artur London en Mauthausen.
Lise est¨¢ hospitalizada en una hermosa cl¨ªnica construida tras la II Guerra Mundial para acoger a los supervivientes de los campos de concentraci¨®n, en Fleury-Merogis, a una hora de Par¨ªs. Michel London, su hijo menor, un matem¨¢tico de 62 a?os, se ofrece a llevarnos, aunque advierte que su madre est¨¢ muy d¨¦bil. Al volante de su cascado Fiat 500 va recordando pasajes de la vida de su familia, desde sus abuelos maternos espa?oles, los Ricol, que se hicieron cargo de los hijos del matrimonio London durante su deportaci¨®n a los campos nazis y acogieron en su hogar a exiliados republicanos, hasta la familia de su padre, jud¨ªos checos, de los que murieron 28 miembros en los campos de exterminio. Michel London habla sin odio. "Mi madre rara vez mencionaba los campos nazis; hab¨ªa visto demasiado sufrimiento. En 2005 fuimos toda la familia a Mauthausen, donde hab¨ªan estado internados mi padre, mi t¨ªo y mi cu?ado, y tambi¨¦n 8.000 republicanos espa?oles y centenares de brigadistas; mi padre ya hab¨ªa muerto; est¨¢bamos sus tres hijos, sus nietos y mi madre. Ella hab¨ªa estado en Ravensbr¨¹ck y Buchenwald, sab¨ªa de qu¨¦ iba aquello; se emocion¨®, pero con serenidad; no solt¨® una l¨¢grima. Ense?¨® a los nietos los barracones, los hornos, los pijamas de rayas... con naturalidad, sin dramas. Ha sido siempre muy fuerte".
Tras alistarse en las Brigadas Internacionales en las improvisadas oficinas de la calle de Mathurin-Moreau, los voluntarios marchaban a la estaci¨®n de Austerlitz, donde cog¨ªan un tren con destino a Perpi?¨¢n, y de all¨ª, el salto a Espa?a. Lise London tom¨® el 28 de octubre el ¨²ltimo que atraves¨® la frontera. El jefe de las Brigadas, el h¨¦roe de la revoluci¨®n bolchevique Andr¨¦ Marty, le hab¨ªa ofrecido ser su traductora y asistente. Lise no vacil¨®. "Reunirme por fin en Espa?a con los combatientes de la libertad... ?Hab¨ªa algo m¨¢s emocionante?". El viejo Ricol profiri¨® al despedir a su hija: "Lise se va a la tierra de sus padres a cumplir con su deber". Viajaban en el convoy 2.500 hombres y un par de mujeres. Tras ellos, la frontera quedar¨ªa cerrada por los franceses para evitar la llegada a Espa?a de m¨¢s voluntarios extranjeros. Los que quisieran alcanzar el frente deber¨ªan cruzar ilegalmente los Pirineos con la ayuda de partisanos, como har¨ªan Artur y miles de voluntarios m¨¢s.
Tras un par de jornadas de viaje, Lise y el resto de aquellos primeras voluntarios llegaban v¨ªa Barcelona hasta Albacete, la ciudad que la Rep¨²blica hab¨ªa dispuesto como cuartel general de las Brigadas. Estaba embarazada de tres meses. Artur continuaba trabajando para la Internacional en Mosc¨² e intentaba salir de la URSS para reunirse con ella en Espa?a y combatir a Franco. No sab¨ªan absolutamente nada el uno del otro.
En octubre de 1936, Albacete era un poblach¨®n manchego parado en el tiempo. Para convertirse en centro de operaciones de las Brigadas ten¨ªa a su favor ser un enclave pol¨ªticamente seguro, lejano del frente y a mitad de camino de Madrid y Valencia. La ciudad ha cambiado en estos 75 a?os, pero en el centro se conservan los escenarios que contemplaron por primera vez los brigadistas al desfilar aclamados por la multitud: el parque de Abelardo S¨¢nchez, la calle Ancha, el Banco de Espa?a, la plaza del Altozano, la plaza de toros o el Gran Hotel, donde se emplazar¨ªa el Estado Mayor de las Brigadas y trabajar¨ªa Lise. En las siguientes semanas, los brigadistas ser¨ªan divididos por lenguas y enviados al campamento de instrucci¨®n de Pozo Rubio, a media hora de la capital, en un bosque expropiado a un terrateniente donde se construyeron toscos barracones de madera. En la zona no se conserva ni un solo recuerdo de los brigadistas; tampoco en las localidades lim¨ªtrofes (que visitamos junto a Fernando Robetta, del Centro de Estudios y Documentaci¨®n de las Brigadas Internacionales), donde estuvieron alojados en casas de familias de esos pueblos. Robetta describe a los brigadistas: "Era gente dispuesta a todo. Con coraz¨®n, una disciplina brutal, ilusi¨®n, ideales, valor; eran revolucionarios seguros de su papel, repletos de un entusiasmo que transmit¨ªan a los mismos espa?oles. Se convirtieron en un s¨ªmbolo a imitar por los milicianos".
Cuando se pregunta a los vecinos de Madrigueras, Tarazona, Mahora o Casas Ib¨¢?ez sobre aquellos brigadistas del 36, no hay grandes testimonios, pero tampoco nadie conserva un mal recuerdo. Son como parientes en sepia que un d¨ªa marcharon lejos y de los que nunca nadie volvi¨® a saber. Uno de aquellos brigadistas dej¨® su nombre grabado en la puerta de una casa de Madrigueras; sus propietarios no lo borraron; guardan la inscripci¨®n con cari?o: "Berti Neville, London. February 37. Communist Party of Great Britain". "Posiblemente muri¨® en la batalla del Jarama, en febrero de 1937, como la mayor¨ªa de los brigadistas brit¨¢nicos", nos explica el historiador Justin Byrne, que nos acompa?a en el viaje.
Lise London est¨¢ dormida. Es una anciana guapa; tiene el pelo fino como la seda y la tez tersa. Cuando despierta y sonr¨ªe, uno se encuentra en esos ojos negros castigados por el tiempo con la brigadista del 36. Cuando le pregunto si a¨²n se considera comunista, contesta tajante en franc¨¦s: "Soy comunista, pero no por pol¨ªtica; ya romp¨ª el carn¨¦. Lo soy por no traicionar el recuerdo de aquellos camaradas que compartieron nuestros sue?os y murieron por la libertad".
-?C¨®mo recuerda las Brigadas?
-Fue el mejor momento de mi vida. Siempre han estado en mi recuerdo. Todo me lleva a las Brigadas, a los viejos amigos; sue?o con ellos. Espa?a fue un ideal, nuestro ideal m¨¢s querido, y sigue siendo v¨¢lido.
A las dos semanas de llegar a Albacete, la primera brigada de voluntarios internacionales, la XI, fue enviada con urgencia a Madrid. Estaba formada por 2.000 eslavos, balc¨¢nicos, escandinavos, polacos, h¨²ngaros, checoslovacos, alemanes y austriacos; apenas ten¨ªan formaci¨®n militar, armas ni uniformes; su ¨²nico distintivo eran las boinas; detr¨¢s ir¨ªa la XII, integrada por alemanes, italianos y franco-belgas. Las tropas marroqu¨ªes de Franco ya hab¨ªan alcanzado la Ciudad Universitaria. Estaban a un tiro de ob¨²s de la Puerta del Sol. La noche del 6 de noviembre, el Gobierno de la Rep¨²blica hab¨ªa huido a Valencia y creado una fantasmal Junta de Defensa formada por j¨®venes y desconocidos militantes de izquierdas a las ¨®rdenes del general Miaja y el coronel Rojo. Santiago Carrillo, un comunista de 21 a?os, era responsable de Orden P¨²blico. "Franco sab¨ªa que si Madrid ca¨ªa, ca¨ªa la Rep¨²blica; y atac¨®", recuerda Carrillo. "Madrid era el centro de gravedad de la contienda; si resist¨ªamos, pod¨ªamos ganar la guerra; si se perd¨ªa, se hundir¨ªa la resistencia. Permanecer en Madrid en noviembre del 36 era estar listo para el sacrificio. El que se quedaba estaba dispuesto a luchar. Cuando todo se daba por perdido, el 8 de noviembre de 1936 llegaron los brigadistas. Subieron en formaci¨®n por la calle de Atocha y la Gran V¨ªa en direcci¨®n a la Casa de Campo. Eran unos miles, pero a la gente de Madrid les parecieron millones. Desfilaban por Madrid cantando La Internacional en todos los idiomas y con el pu?o en alto; y con ese gesto elevaron la moral de los madrile?os. No est¨¢bamos solos. Ese d¨ªa se cre¨® la leyenda de ?No pasar¨¢n! Fueron directos a morir a la Casa de Campo. Los brigadistas tuvieron un papel militar no exento de importancia; pero quiz¨¢ m¨¢s rom¨¢ntico y pol¨ªtico que militar, porque la guerra la hicimos los espa?oles. En cualquier caso, en 1936 Franco no entr¨® en Madrid".
Carrillo y Lise London se conocieron durante aquellos d¨ªas en el frente de Madrid durante un viaje de inspecci¨®n de Andr¨¦ Marty a sus brigadistas. Era el bautismo de fuego de la joven revolucionaria. Se iba a enfrentar sin pesta?ear a los tableteos de las ametralladoras y los bombardeos sobre la poblaci¨®n civil; ser¨ªa testigo de los miles de mujeres y ni?os refugiados en las estaciones de metro y sentir¨ªa las balas silbando sobre su cabeza en la Ciudad Universitaria; cuando se despidi¨® de Carrillo, este le regal¨® un Quijote que a¨²n conserva. Su amistad ha resistido 75 a?os.
Los brigadistas hab¨ªan frustrado la ofensiva franquista. En pocos d¨ªas se hab¨ªan convertido en fuerzas de choque disciplinadas y admiradas por los republicanos. Un modelo a seguir. Combatir¨ªan en todos los frentes hasta su retirada a finales del 38. Tras su estancia en el frente de Madrid, Lise, embarazada de cinco meses, perder¨ªa su hijo. En 1937 se reencontrar¨ªa en Valencia con Artur, que, enfermo de tuberculosis y fumador compulsivo, se encargar¨ªa de misiones de inteligencia y propaganda en las Brigadas. Aquel terrible invierno de finales del 37, bajo los bombardeos alemanes, con apenas qu¨¦ comer, la pareja concebir¨ªa en Albacete a su hija Fran?oise: "Tem¨ªamos el momento de meternos entre las s¨¢banas h¨²medas y heladas; cuando le explicaba a Fran?oise, ya grandecita, que nos la hab¨ªamos tra¨ªdo de Albacete, le dije bromeando: 'Hac¨ªa tanto fr¨ªo en la cama que pap¨¢ y yo ten¨ªamos que abrazarnos muy fuerte para calentarnos. Y as¨ª fue como te dimos la vida", relatar¨ªa Lise en sus memorias Roja primavera.
La guerra estaba perdida. En octubre de 1938, los brigadistas eran desmovilizados, cruzaban la frontera y eran internados en campos de concentraci¨®n franceses. A finales del verano del 38, Lise, en el tramo final de su embarazo, hab¨ªa sido evacuada. La seguir¨ªa Artur en marzo de 1939 con las tropas de Franco pis¨¢ndole ya los talones. Tras la derrota se iniciaba un nuevo episodio de la tragedia de los brigadistas. Aquellos so?adores que hab¨ªan luchado por la libertad en Espa?a no pod¨ªan regresar a Alemania, Austria, Checoslovaquia ni Italia, gobernadas por Hitler y Mussolini. Tampoco a Ruman¨ªa, Bulgaria, Yugoslavia, Hungr¨ªa ni las rep¨²blicas b¨¢lticas. Ser¨ªan represaliados en Brasil, Argentina, Suiza, Canad¨¢ y B¨¦lgica por haber combatido junto a un ej¨¦rcito extranjero. Estaban incluso bajo sospecha en Francia, Irlanda y Reino Unido. Se hab¨ªan convertido en un mito inc¨®modo; h¨¦roes de una revoluci¨®n perdida; miembros de un club de malditos sin fronteras; hab¨ªa que extirparlos del planeta. Fieles al juramento que hicieron a su llegada a Albacete: "Estoy aqu¨ª porque soy voluntario, y dar¨¦ si hace falta hasta la ¨²ltima gota de mi sangre para salvar la libertad en Espa?a y la libertad del mundo", pasar¨ªan a la clandestinidad y servir¨ªan en la resistencia contra los nazis en toda Europa. Tras la II Guerra Mundial todav¨ªa ser¨ªan purgados en la URSS y sus sat¨¦lites acusados de espionaje y cosmopolitismo (como le ocurrir¨ªa a Artur London, preso y torturado entre 1951 y 1956) y, al tiempo, v¨ªctimas de la caza de brujas en Estados Unidos por "actividades antiamericanas".
La clandestinidad, los nombres y papeles falsos, los pisos francos, el rescate de comunistas, la propaganda antifascista, los sabotajes y la lucha armada fueron el destino del matrimonio London y otros muchos republicanos y veteranos de las Brigadas tras la ocupaci¨®n de Francia por Hitler en junio de 1940. El 1 de agosto de 1942, Lise recibi¨® ¨®rdenes de provocar un levantamiento popular contra los nazis en unos almacenes de la parisiense calle de Daguerre. La noche anterior, Artur y ella no durmieron. Hicieron el amor hasta el alba. "?Present¨ªamos que no ¨ªbamos a vernos durante mucho tiempo, tal vez nunca m¨¢s?". La acci¨®n subversiva de Lise fue un ¨¦xito; llam¨® al pueblo de Par¨ªs a la "lucha armada". Hubo un tiroteo y varios polic¨ªas muertos. Once d¨ªas m¨¢s tarde, Lise y Artur eran detenidos. Lise era bien conocida por la Gestapo; ten¨ªa todo en contra; sin embargo, la polic¨ªa no pudo dilucidar qui¨¦n era Artur. Ten¨ªan sospechas, pero no constaba en el fichero; no sab¨ªan que era un agente comunista ni un exbrigadista; era un clandestino perfecto y solo fue condenado a diez a?os de trabajos forzados. Acusada de asesinato, asociaci¨®n de malhechores y actividades comunistas, el destino de Lise era la guillotina. Sin embargo, algo se les hab¨ªa escapado a los nazis: estaba de nuevo embarazada. Desde el d¨ªa en que fue concebido, la noche anterior a su acto terrorista de la calle de Daguerre, su hijo estaba destinado a salvarle la vida. Le condenaron a cadena perpetua. Lise lo resume as¨ª: "?Acaso no es un milagro? A cambio de darle la vida, mi hijo salvar¨¢ la m¨ªa". Artur y Lise ser¨ªan deportados a Mauthausen y Buchenwald hasta el final de la II Guerra Mundial, en mayo de 1945. Hab¨ªan formado parte de la Operaci¨®n Noche y Niebla, iniciada por los nazis para hacer desaparecer a los sujetos indeseables. Ni la maquinaria nazi pudo con ellos.
A comienzos de este mes, Lise ha vuelto a su hogar. Un piso de clase media con un aire sovi¨¦tico, tapizado de libros, en cuyo portal una placa con la Legi¨®n de Honor recuerda que all¨ª vivi¨® Artur London, ¡°que estuvo en todos los combates por la libertad y los derechos humanos¡±. Muri¨® en 1986. Lise no ha logrado olvidarle. Pero cuando le pregunto si toda aquella lucha, si todo ese sufrimiento vali¨® la pena, se incorpora, se echa la mano al coraz¨®n, me mira a los ojos y le brotan sus ancestros aragoneses: ¡°?Por supuesto! Combatimos por la libertad. ?Vali¨® la pena!¡±.
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