No ejemplar
Dir¨ªase que nos encontramos en la Corruption Fashion Week. Una pasarela de alto nivel por la que desfilan los encausados por el caso G¨¹rtel y por la que ya nos imaginamos caminando al yerno del Rey. Antes de que los jueces puedan pronunciarse, su conducta ya ha sido juzgada de "no ejemplar" por la Zarzuela, as¨ª como por el resto de comentaristas que no han ahorrado en ep¨ªtetos e hip¨¦rboles. Todo lo cual me lleva a una idea que suele repetir Javier Gom¨¢ sobre la ejemplaridad p¨²blica.
Aceptemos que todos somos ejemplos para los dem¨¢s. Es decir, nuestra conducta es un ejemplo (o contraejemplo) de conducta para el que nos observa o tiene noticia de ella; todos actuamos de espejo para los dem¨¢s, seamos conscientes o no. Por supuesto, ser un ejemplo y ser ejemplar son dos cosas distintas. Todos los que tienen un cargo o una posici¨®n de relevancia en el espacio p¨²blico multiplican su efecto especular y por tanto su nivel de responsabilidad; que sean ejemplos no quiere decir que sean, sin embargo, ejemplares.
Pues bien, Gom¨¢ sostiene que el mal ejemplo suele generar buena conciencia, y el buen ejemplo, por el contrario, mala. Y ello en todos los niveles. Si un compa?ero nos relata de qu¨¦ desastrosa manera ejerce su papel de padre, nos sentimos reconfortados porque nosotros, con todos nuestros defectos, no lo hacemos tan mal. Si por el contrario, observamos a esa compa?era que consigue compaginar con tanto ¨¦xito su vida profesional con la familiar, que adem¨¢s de ser tan eficaz en su trabajo, encuentra tiempo para los dem¨¢s y hasta para ir al gimnasio, sentimos cierto desasosiego, cierta punzada de culpabilidad y de mala conciencia por no esforzarnos m¨¢s y mejor. Intentemos llevar ahora esta din¨¢mica a aguas mayores, como a la masiva afici¨®n por los programas de televisi¨®n que se regodean en la vulgaridad y las miserias de los dem¨¢s. Gom¨¢ llega a preguntarse "si esta abundancia de ejemplos vulgares en los medios de comunicaci¨®n" no tendr¨¢ "el efecto de generar buena conciencia en la ciudadan¨ªa". ?Y los siempre numerosos casos de corrupci¨®n pol¨ªtica que, sin embargo, apenas hacen perder votos? Podr¨ªan responder tambi¨¦n a la misma l¨®gica. De manera que -frente a tales aprovechados- mucha gente piense: vale, somos pobres, pero honrados ("Ah, las desgracias nunca vienen solas", apostillaba un mandam¨¢s en una soberbia vi?eta de Chumy Ch¨²mez).
Es obvio que la ejemplaridad de la clase pol¨ªtica podr¨ªa (y deber¨ªa) mejorarse. Pero por muchos corruptos que salgan de entre sus filas, las instituciones a las que representan apenas se ponen en cuesti¨®n. No ocurre lo mismo con la Corona. Puesto que su funci¨®n es m¨¢s simb¨®lica que ejecutiva, su ejemplaridad p¨²blica aparece como requisito sine qua non de su mera existencia. Y es que los privilegios conllevan responsabilidades, o para decirlo con los cl¨¢sicos: "Noblesse oblige...".
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