El serm¨®n de fray Ant¨®n Montesino
En diciembre de 1511, el cuarto domingo de Adviento, sub¨ªa al p¨²lpito de la iglesia de los dominicos en La Espa?ola (Santo Domingo) fray Ant¨®n Montesino para pronunciar un memorable serm¨®n, que se convertir¨ªa en una de las primeras y m¨¢s radicales denuncias de los abusos de la conquista espa?ola en Abya-Yala y en un antecedente del pensamiento latinoamericano liberador. Ha llegado hasta nosotros gracias a la prof¨¦tica e incisiva pluma de fray Bartolom¨¦ de Las Casas, que recoge lo sustancial de la pr¨¦dica y las reacciones a la misma en el tercer libro de su Historia de las Indias (tomo II, M. Aguilar Editor, Madrid, s/f, p¨¢ginas 385-395).
El serm¨®n fue preparado por todos los miembros de la comunidad de Santo Domingo, quienes lo firmaron de su pu?o y letra para dejar constancia de la autor¨ªa colectiva y de la relevancia de tan decisiva pieza oratoria. Los dominicos lo hab¨ªan preparado a conciencia a partir de sus propias averiguaciones sobre el "crudel¨ªsimo y asp¨¦rrimo cautiverio" al que los encomenderos espa?oles somet¨ªan a los indios en las minas de oro y otras granjer¨ªas, y tras escuchar numerosos testimonios sobre la "tir¨¢nica injusticia" y las "execrables crueldades" contra los nativos, tratados como animales "sin compasi¨®n ni blandura", y "sin piedad ni misericordia", seg¨²n la descripci¨®n de De Las Casas. Tras tan concienzudo an¨¢lisis de la realidad acordaron denunciar desde el p¨²lpito el r¨¦gimen de la encomienda por considerarlo contrario "a la ley divina, natural y humana".
Marc¨® el comienzo del cristianismo liberador con el reconocimiento de la dignidad de los indios
El vicario Pedro de C¨®rdoba encarg¨® pronunciar el serm¨®n a fray Ant¨®n Montesino, uno de los primeros dominicos en llegar a la isla, afamado predicador, hombre de letras, muy animoso, "asp¨¦rrimo en reprender vicios", "muy col¨¦rico en sus palabras" y "eficac¨ªsimo en sus frutos". El templo estaba a rebosar. Ocupaban los primeros puestos las principales autoridades coloniales, entre ellas el almirante Diego de Col¨®n, hijo del conquistador. Tambi¨¦n estaba presente el cl¨¦rigo Bartolom¨¦ de Las Casas, en su calidad de encomendero. Ante un p¨²blico tan cualificado, el predicador no tuvo pelos en la lengua y habl¨® de esta guisa:
"Voz del que clama en el desierto. Todos est¨¢is en pecado mortal y en ¨¦l viv¨ªs y mor¨ªs, por la crueldad y tiran¨ªa que us¨¢is con estas inocentes gentes. Decid, ?con qu¨¦ derecho y con qu¨¦ justicia ten¨¦is en tan cruel y horrible servidumbre aquestos indios? ?Con qu¨¦ autoridad hab¨¦is hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras mansas y pac¨ªficas, donde tan infinitas dellas, con muertes y estragos nunca o¨ªdos, hab¨¦is consumido? ?C¨®mo los ten¨¦is tan opresos y fatigados, sin dalles de comer ni curallos en sus enfermedades, que de los excesivos trabajos que les dais incurren y se os mueren, y por mejor decir los mat¨¢is, por sacar y adquirir oro cada d¨ªa? ?Y qu¨¦ cuidado ten¨¦is de quien los doctrine y conozcan a su Dios y creador, sean baptizados, oigan misa, guarden las fiestas y domingos? ?Estos, no son hombres? ?No tienen ¨¢nimas racionales? ?No sois obligados a amallos como a vosotros mismos? ?Esto no entend¨¦is, esto no sent¨ªs? ?C¨®mo est¨¢is en tanta profundidad, de sue?o tan let¨¢rgico, dormidos? Tened por cierto, que en el estado que est¨¢is, no os pod¨¦is m¨¢s salvar, que los moros o turcos que carecen y no quieren la fe en Jesucristo".
Terminada la misa, Diego de Col¨®n y los oficiales reales se dirigieron al convento de los dominicos para reprender al predicador por el esc¨¢ndalo sembrado en la ciudad, acusarlo de "deservicio" al Rey y exigirle que se retractase en p¨²blico el domingo siguiente. Siete d¨ªas despu¨¦s, fray Ant¨®n Montesino volvi¨® a subir al p¨²lpito y, lejos de desdecirse, se ratific¨® en las denuncias y afirm¨® que los encomenderos no pod¨ªan salvarse si no dejaban libres a los indios y que ir¨ªan todos al infierno si persist¨ªan en su actitud explotadora. El serm¨®n provoc¨® todav¨ªa mayor alboroto que el del domingo anterior, y los oficiales reales enviaron al rey cartas de protesta contra los frailes.
Fray Ant¨®n Montesino fue enviado a Espa?a para dar cuenta y raz¨®n de su serm¨®n al rey. Tras muchos impedimentos, logr¨® entrevistarse con el anciano monarca, a quien expuso un largo memorial de los agravios de los conquistadores contra los indios: hacer la guerra a gente pac¨ªfica y mansa, entrar en sus casas y tomar a sus mujeres, hijas, hijos y haciendas, cortarles por medio, hacer apuestas sobre qui¨¦n les cortaba la cabeza de un tajo, quemarlos vivos, imponerles trabajos forzados en las minas, etc¨¦tera.
Aquel serm¨®n no cay¨® en saco roto. Marc¨® el comienzo del cristianismo liberador, del reconocimiento de la dignidad de los indios y del respeto a la diversidad cultural y religiosa en Amerindia. Fue, asimismo, el germen de la teolog¨ªa de la liberaci¨®n. Tres a?os despu¨¦s, Bartolom¨¦ de Las Casas renunciaba a su funci¨®n de encomendero, se convert¨ªa en el defensor de los derechos de los indios y, seg¨²n Fern¨¢ndez Buey, en el iniciador de la variante latina de la filosof¨ªa europea de la alteridad y de la tolerancia.
Juan Jos¨¦ Tamayo es director de la C¨¢tedra Ignacio Ellacur¨ªa de la Universidad Carlos III de Madrid y autor de Otra teolog¨ªa es posible. Pluralismo religioso, interculturalidad y feminismo (Herder, Barcelona, 2011).
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