A las puertas del para¨ªso
Ella siempre se va a dormir con uno de sus mu?ecos, y me pregunto en qu¨¦ momento, qu¨¦ d¨ªa exacto, su hermano el mayor dej¨® de hacerlo. Es curioso el modo en que los abraza. Pasa la noche aferrada al mu?eco elegido: ¨¦l nunca se cae de la cama, ella nunca lo abandona. Son una pareja inseparable. Al acostarse, elige de entre todos sus peluches aquel que va a acompa?arla esa noche. Despu¨¦s rezamos, me da un beso muy fuerte y se arrebuja entre las s¨¢banas. Y yo me quedo ah¨ª, a su lado, corrigiendo en papel, bajo la luz de una l¨¢mpara de mesa, la p¨¢gina de un cuento o una novela. Hubo un tiempo en que pens¨¦ que en la vida no hay felicidad mayor que corregir en papel, bajo la luz de una l¨¢mpara, la p¨¢gina de un cuento o una novela. Pero luego descubr¨ª que hay una felicidad a¨²n m¨¢s intensa: corregirla en el cuarto de mi hija, sin hacer ruido, mientras ella, abrazada a un mu?eco, se va quedando dormida.
Este va a ser su ¨²ltimo a?o, no hay duda. Es sorprendente que a¨²n crea en los Reyes Magos, que los espere con la ilusi¨®n con que lo hace. Tiene nueve a?os y me pregunto c¨®mo en su clase no ha surgido todav¨ªa el saboteador habitual, el cr¨ªo que dinamita los sue?os de otros ni?os desde una prematura y petulante madurez. Casi es un milagro, me parece, que a sus nueve a?os nada de esto haya ocurrido. Ella cree en los Reyes Magos; ha reescrito su carta muchas veces, quitando o poniendo detalles, recordando lo bien que se ha portado, y pidiendo cosas para todos nosotros. Los Reyes vendr¨¢n muy pronto. Y ella espera.
Pero en su mente de ni?a se abren paso, implacablemente, la l¨®gica y el sentido com¨²n. El otro d¨ªa me dijo: "Aita, cuando echamos al buz¨®n las cartas de los Reyes, ?ad¨®nde van?" Y yo hablo entonces de mensajeros reales que las reciben por un conducto secreto y que las transportan al palacio de sus jefes. "S¨ª, s¨ª, pero... ?y los carteros?", insiste. En casa somos cuatro, pero ella a¨²n reside a las puertas del para¨ªso, mientras nosotros ya hemos renunciado a pensar siquiera en ¨¦l. Est¨¢ segura de que pronto vendr¨¢n los Reyes, a remunerar con regalos nuestro buen comportamiento. Y comprendo que cuando deje de creer en ellos nuestra familia habr¨¢ perdido algo importante. Las navidades ser¨¢n despu¨¦s distintas: volver¨¢n a ser feas, oscuras, c¨ªnicas, esc¨¦pticas, vulgares, razonables, reales, realistas.
Y, sobre la mesa, la peque?a mesa donde ella hace sus deberes, y sobre la que yo corrijo la p¨¢gina de un cuento o una novela, encuentro tres hojas de cuaderno. En cada una de ellas ha dibujado un rey mago. Y debajo del dibujo, con letras grandes, para que el rey no tenga asomo de duda, tambi¨¦n ha escrito: "Esto es para usted. Puede llev¨¢rselo". Siento que algo tiembla dentro de m¨ª. Como ella ya est¨¢ dormida, la arropo, la beso, recojo mis papeles y antes de salir del cuarto, con adem¨¢n culpable, apago por fin la luz.
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