Un culto pagano llamado St. Vincent
Annie Clark se afianza como una de las voces m¨¢s particulares del pop actual
Era un s¨¢bado prenavide?o en el improvisado camerino de un pabell¨®n multiusos de Carabanchel y la chica tan solo deseaba estar en cualquier otra parte. La aparentemente fr¨¢gil Annie Clark (no confundir con la actriz de la teleserie Degrassi) actuaba esa noche al frente de su proyecto musical St. Vincent (no tomar por la isla del archipi¨¦lago de las Granadinas). Compositora, vocalista, asombrosa guitarrista y una de las voces m¨¢s originales del rock contempor¨¢neo, hab¨ªa viajado ocho horas desde Barcelona en una furgoneta de gira escuchando en sus cascos Madame Bovary, en uno de esos audiolibros para lectores perezosos. Encontr¨® un hueco entre la prueba de sonido y la sesi¨®n de yoga, se ovill¨® en un sof¨¢ de piso de estudiantes y advirti¨® sin mediar palabra: "No, este no es un buen d¨ªa para responder a la pregunta de si me gusta la vida en carretera".
"Si existe una clase media del rock, ah¨ª es donde pod¨¦is encontrarme"
St. Vincent atraviesa ese momento en la carrera de un artista en que es lo suficientemente famoso para actuar en los programas nocturnos de m¨¢xima audiencia de Estados Unidos, pero no tanto como para evitarse el engorroso sistema de transporte terrestre. "Con cada nuevo disco aumentan mis ventas", reconoce, "pero si existe una clase media del rock, ah¨ª es donde pod¨¦is encontarme". Nacida en Dallas en 1982, tal estatus lo ha alcanzado gracias a una propuesta que los cr¨ªticos adoran comparar un tanto forzadamente con la de la cantautora sideral Kate Bush. Su sonido a¨²na intrincadas composiciones de pop experimental que, nadie sabe c¨®mo, resultan pegadizas, vagos ecos de producciones de los ochenta y un particular virtuosismo a la guitarra para indies que se enorgullecen de no distinguir un punteo de un arpegio. "Me interesan las canciones resultonas. No baratas, sino memorables. Quiero hacer m¨²sica accesible", explica. "Aunque incorpore ingredientes de extra?eza".
Si le diesen un c¨¦ntimo por cada vez que alguien subestim¨® sus habilidades de instrumentista bas¨¢ndose en su aspecto, ser¨ªa, adem¨¢s de una extraordinaria guitarrista, millonaria. Cuando la cosa, al parecer, es gen¨¦tica: Clark es sobrina del virtuoso Tuck Andress, mitad del d¨²o de jazz inocuo Tuck and Patti. "Cuando era una adolescente incluso trabaj¨¦ en una gira con ellos", recuerda. "Aunque yo era m¨¢s de Neil Young: Rockin' in a free world me cambi¨® la vida a los 12 a?os".
Aquella espita abierta por Young a punto estuvo de cerrarla la educaci¨®n musical y el ambiente, "lleno de ¨¦mulos de Wynton Marsalis", de la Escuela de Berklee, que abandon¨® pronto. "No tengo mucha paciencia con el aprendizaje", se excusa. "Adoro el jazz, pero la idea de acudir a una escuela a aprenderlo me resulta anticuada. Se supone que esos chicos vienen de todas partes del mundo porque les une el amor por el jazz, y lo ¨²nico que comparten es que sus familias poseen el dinero para la matr¨ªcula. No s¨¦ qu¨¦ opinar¨ªa Miles Davis".
Lejos de las aulas, y elegido el seud¨®nimo (por una canci¨®n de Nick Cave que reza "Dylan Thomas / muri¨® borracho / en el hospital de St. Vincent"), el porvenir aguardaba en Brooklyn, m¨¢s o menos cuando el barrio se convirti¨® en el epicentro de todas las cosas j¨®venes, bohemias, agradables e intelectuales sin estr¨¦s. All¨ª frecuent¨® a m¨²sicos como Sufjan Stevens o The Dirty Projectors. Y a esa escena se siente a¨²n adscrita aunque se haya mudado a Manhattan.
Con el primer disco, Marry me (2007), las revistas descubrieron a la chica de portada que adem¨¢s firmaba el ¨¢lbum del mes. Y Strange Mercy, el tercero, ha acabado este a?o aupado a las listas de lo mejor de 2011. Todos parecen amar a Annie, desde el Metropolitan de Nueva York, que la contrat¨® para actuar ante el Templo de Dendur; hasta el portal de mensajer¨ªa instant¨¢nea Twitter; la escogi¨® como una de las personas a las que conviene no perder de vista. "As¨ª es como pas¨¦ de 20 followers a 400.000", recuerda.
Curiosamente, el objeto de tanto culto pagano esgrimir¨¢ una medalla religiosa de san Crist¨®bal, "patr¨®n de los viajeros", cuando en la despedida recuerde que la vida (y la gira) contin¨²a y que al d¨ªa siguiente toca dormir en Z¨²rich.
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