Mientras t¨² te rizas ese mech¨®n
En verdad hace tantos a?os que me disculpar¨¢n cuando la memoria me falle. Acababa de cumplir veintitr¨¦s cuando Claudio Guill¨¦n, entonces flamante director de la colecci¨®n Cl¨¢sicos Alfaguara, me cit¨® en una cafeter¨ªa y me propuso traducir para ¨¦l La vida y las opiniones del caballero Tristram Shandy, de Laurence Sterne, que durante sus dos siglos y pico de existencia jam¨¢s se hab¨ªa podido leer en espa?ol. Con la inconsciencia de las edades tempranas, me apresur¨¦ a aceptar el encargo, para contento de Juan Benet, recuerdo, al que parec¨ªa escandaloso que nunca se hubiera traducido esa novela, y espanto de Vicente Molina Foix, que me vaticin¨® el m¨¢s absoluto fracaso en el empe?o y me augur¨®: "No s¨®lo te dejar¨¢s la piel en el intento, sino el prestigio que hayas podido adquirir". No es que gozara de mucho, francamente. Hab¨ªa publicado dos novelas precoces y me hab¨ªa atrevido a traducir un cuento de John Updike, 'Museos y mujeres', y el volumen de sombr¨ªos y maravillosos relatos de Thomas Hardy titulado El brazo marchito, en los que ya me hab¨ªa dejado unas cuentas capas de piel.
Aparte de la traducci¨®n misma, escrib¨ª un millar de notas, algunas innecesarias, otras imprescindibles Vi literalmente desde su interior c¨®mo se hac¨ªa la novela "m¨¢s libre" de todos los tiempos, seg¨²n palabras de Nietzsche
Pero Tristram Shandy era otra cosa: la edici¨®n de la Penguin English Library que yo hab¨ªa manejado como estudiante de Filolog¨ªa Inglesa sumaba casi 700 p¨¢ginas de letra apretada, y la de 1792 que hab¨ªa en casa de mi padre, 822 repartidas en dos tomos. Su autor hab¨ªa nacido en 1713 (dentro de dos a?os se cumplir¨¢ su tricentenario) y hab¨ªa muerto en 1768, luego su ingl¨¦s era naturalmente algo arcaico. Adem¨¢s de eso, Tristram Shandy se consideraba la novela m¨¢s cervantina posterior al Quijote y el precedente m¨¢s claro y directo del Ulises de Joyce: por la complejidad de su estructura y su exc¨¦ntrica ambici¨®n, su car¨¢cter innovador e irrespetuoso, la dificultad de su lenguaje, sus endiablados juegos de palabras y su disparatada erudici¨®n, por sus atrevimientos sint¨¢cticos, tipogr¨¢ficos y de puntuaci¨®n, por su incesante humor para muchos "intraducible". No le faltaban motivos a Molina Foix para mostrarse agorero. La confianza de Benet contaba aqu¨ª poco: en realidad era un hombre optimista, despreocupado e irresponsable en lo que se refer¨ªa a sus amigos. Siempre pensaba que saldr¨ªamos de todo con bien.
Al poco de contratar mi traducci¨®n, me march¨¦ a vivir a Barcelona, y fue all¨ª donde, durante un par de a?os o quiz¨¢ m¨¢s, conviv¨ª a diario con Sterne y su Tristram Shandy, que en efecto me dejaron sin piel. Quiso el azar -o no fue el azar- que en el piso de arriba de donde yo viv¨ªa -un sexto- viviera, en el ¨¢tico, F¨¦lix de Az¨²a, al cual le hab¨ªa encomendado Guill¨¦n, a su vez, la traducci¨®n de La religiosa, El sobrino de Rameau y Jacques el fatalista. En esta ¨²ltima obra Diderot hab¨ªa copiado casi literalmente algunos p¨¢rrafos de Tristram Shandy, y Sterne, por su parte, hab¨ªa saqueado no poco (reconoci¨¦ndolo casi siempre, eso s¨ª) a Cervantes, Montaigne y Rabelais, de manera que Az¨²a recurr¨ªa a veces a mi traducci¨®n en marcha y yo a su mejor conocimiento del franc¨¦s, en busca de la exactitud de las fuentes. (As¨ª como al Quijote sin intermediarios, claro est¨¢.)
Aparte de la traducci¨®n misma, escrib¨ª un millar de notas, algunas innecesarias, otras imprescindibles. Muchas, desde luego, las saqu¨¦ de las ediciones brit¨¢nicas o americanas con que trabajaba (no ten¨ªa sentido ponerme a investigar lo que ya estaba investigado), pero otras hab¨ªan de ser de mi cosecha por fuerza, as¨ª que me entr¨® el vicio de la erudici¨®n y quise "mejorar" o completar las de los estudiosos anglosajones. Recuerdo mi enorme y absurda satisfacci¨®n cuando descubr¨ªa las fechas de nacimiento y muerte de un oscuro cirujano franc¨¦s mencionado en la novela, que se les hab¨ªan escapado a mis predecesores, o datos que ¨¦stos desconoc¨ªan sobre un a¨²n m¨¢s rec¨®ndito relojero suizo. Asomarme al abismo de enfermedad tan incontenible y de tan poca consecuencia me hizo jurarme que nunca entrar¨ªa en la Universidad, lugar en el que es f¨¢cil acabar zamp¨¢ndose siete vol¨²menes para incluir un detalle que a nadie le importa, en una nota a pie de p¨¢gina que casi nadie se molestar¨¢ en leer, o s¨®lo para criticarla. Por la misma raz¨®n, la experiencia me vacun¨® tambi¨¦n contra la tentaci¨®n de escribir alg¨²n d¨ªa una novela hist¨®rica, ese g¨¦nero al que hoy se entregan con alegr¨ªa e Internet hasta quienes jam¨¢s han abierto un libro de Historia.
Pero la traducci¨®n de Tristram Shandy me sirvi¨® sobre todo -adem¨¢s de para ganarme muy modestamente la vida durante aquellos a?os barceloneses- para aprender. El traductor no es s¨®lo un lector privilegiado, como se dice a menudo. Es tambi¨¦n un escritor privilegiado si lo que le toca es reescribir en su lengua una obra maestra. Si lo hace aceptablemente bien, habr¨¢ ejercitado su escritura con mucho mayor provecho que redactando "a ciegas" varias novelas inventadas por ¨¦l. Con "a ciegas" quiero decir que esas creaciones suyas no tendr¨¢ con qu¨¦ compararlas, mientras que su traducci¨®n deber¨¢ compararla continuamente con el original, lo cual le permitir¨¢ preguntarse: "?He sabido hacer esto? ?He logrado reproducir aquello? ?He salido airoso de este desaf¨ªo, de este enrevesamiento, de esta extrema dificultad? ?He conseguido conservar la m¨²sica, la agilidad, el donaire? De haber sabido Sterne espa?ol, ?habr¨ªa optado por lo que yo he optado? Y es m¨¢s, ?habr¨ªa reconocido como a¨²n suyo este texto, en una lengua en la que ¨¦l habr¨ªa sido incapaz no ya de escribirlo, sino de concebirlo?"
Por una de esas frecuentes casualidades del mundo editorial -sospechosamente frecuentes-, hubo dos traducciones m¨¢s de Tristram Shandy en aquellos a?os setenta del pasado siglo, cuando, como he dicho, nunca se hab¨ªa podido leer en espa?ol desde su aparici¨®n por entregas entre 1760 y 1767. No soy qui¨¦n para juzgar esas versiones; o s¨ª, pero mi juicio parecer¨ªa interesado y parcial. No me import¨®, en todo caso, porque mi experiencia y mi aprendizaje eran intransferibles. Vi desde dentro, literalmente desde su interior, c¨®mo se hac¨ªa la novela "m¨¢s libre" de todos los tiempos, seg¨²n palabras de Nietzsche. Asist¨ª a su creaci¨®n y me encargu¨¦ de su recreaci¨®n. Vi c¨®mo se pod¨ªa suspender el tiempo una y otra vez, c¨®mo se pod¨ªan aplazar o diferir los acontecimientos, la historia, sin perder por ello inter¨¦s; c¨®mo era factible incorporar al lector al texto e interpelarlo, crearle la ilusi¨®n de intervenir cuando en realidad se lo estaba llevando de la nariz en mayor medida que en cualquier novela tradicional; c¨®mo cab¨ªa ser grave y bromista al mismo tiempo, declaradamente imitador y profundamente original; c¨®mo el ritmo de la prosa lo es casi todo a la hora de envolver y arrastrar al lector, la mayor lecci¨®n junto con esta otra: hay que ser osado, pero no por serlo gratuitamente y para llamar la atenci¨®n, sino porque siempre es uno quien manda en lo que escribe. Hay que andarse con cuidado, sin embargo, en la frecuentaci¨®n de Tristram Shandy, porque ese libro hace al instante viejas cuantas obras se presentan hoy como voluntariosamente innovadoras o "rompedoras". Demasiadas las env¨ªa al desv¨¢n, nada m¨¢s nacer.
Se reedita ahora aquella traducci¨®n m¨ªa abocada al fracaso, que finalmente sali¨® en 1978, cuando acababa de cumplir veintisiete a?os. Al revisarla para corregir las erratas y omisiones que se colaron entonces y han persistido hasta hoy, se me aparece como una de esas tareas que uno no entiende c¨®mo pudo llevar a cabo, del mismo o parecido modo que uno no entiende c¨®mo, de ni?o, salvaba de un salto un enorme tramo de escaleras de m¨¢rmol en el edificio de su colegio. Sin darse un batacazo y romperse la crisma, quiero decir. Pero tambi¨¦n siento, de pronto, lo que el propio Sterne acert¨® a describir mejor que muchos: "No voy a discutir sobre esta cuesti¨®n: el Tiempo se desvanece con demasiada rapidez: cada letra que escribo me habla de la velocidad con que la vida sigue a mi pluma; sus d¨ªas y sus horas [...] vuelan por encima de nuestras cabezas como nubes ligeras de un d¨ªa ventoso, para nunca m¨¢s volver; todo se precipita: mientras t¨² te rizas ese mech¨®n, ?mira!, se hace gris; y cada vez que te beso la mano para decirte adi¨®s, y cada ausencia que sigue, son preludios de esa separaci¨®n eterna que pronto habremos de padecer". Ya me doy por contento con que, al cabo de treinta y tres a?os, cuando tantas nubes ligeras han volado por encima de nuestras cabezas, este texto que reescrib¨ª de joven a¨²n encuentre lectores y no est¨¦ caduco, a¨²n se pueda leer.
Tristram Shandy. Laurence Sterne. Traducci¨®n de Javier Mar¨ªas. Alfaguara. Madrid, 2011. 760 p¨¢ginas. 23,50 euros.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.