Los juguetes somos nosotros
Bueno, supongo que habr¨¢n aprovechado la festividad de los Reyes Magos. M¨¢s les vale: ya saben que don Juan Rosell, la N¨¦mesis de los trabajadores espa?oles, est¨¢ empe?ado en que la Epifan¨ªa del Se?or deje de celebrarse el 6 de enero, a menos que caiga en lunes. De manera que disfruten con sus hijos de los juguetes que les trajeron sus Majestades, porque me da la impresi¨®n de que, a partir de ahora, los verdaderos juguetes somos nosotros, como anuncia la compa?¨ªa estadounidense establecida por doquier. Los Gobiernos europeos nos quieren disciplinados y solidarios (con los banqueros) y nos repiten el mantra de que es preciso sacrificarse a tutipl¨¦n. De subir impuestos a los m¨¢s ricos o de imponer grav¨¢menes a las que anta?o se conoc¨ªa como "las cien familias", nada de nada: anatema. No sea que se asusten y depositen su dinero en alg¨²n para¨ªso fiscal. Y tampoco les entusiasman las inversiones de inter¨¦s p¨²blico: la pol¨ªtica econ¨®mica de Roosevelt nunca ha gustado a las derechas. Lo que priva son los contratos precarios a 400 euros con jornadas de trabajo que venga Stajanov y las soporte, el despido lib¨¦rrimo y barato, la austeridad, el ahorro y el virgencita m¨ªa que me quede como estoy, que es la base de toda prudencia y la receta de los tenderos. Y ojito con ponerse enfermo a menudo: a ver si nos van a tener que imponer alguna forma de copago en Sanidad, como ha hecho el se?or Mas, un tipo tan de derechas que, si no fuera por la irredenta aura del nacionalismo, a su lado el se?or Rajoy pasar¨ªa por socialdem¨®crata sueco. Pero, ya se sabe, esto de derechas y de izquierdas es una antig¨¹edad, sobre todo en ¨¦pocas de uni¨®n sagrada. De modo que tenemos que ser competitivos y currar m¨¢s; no importa que ya trabajemos m¨¢s horas al a?o que muchos de nuestros socios europeos. Y pobres de nosotros si no les dejamos jugar. Ya saben: el euro peligra. Y Europa tambi¨¦n. De modo que si Alemania quiere austeridad, d¨¦mosle austeridad. Y cuando, a causa de nuestro ahorro, se resientan sus exportaciones al sur de Europa y exija m¨¢s consumo, d¨¦mosle consumo. Lo que mande. Tengamos en cuenta que si los Gobiernos se cabrean a lo mejor terminan por poner en pr¨¢ctica la ir¨®nica soluci¨®n que les brindaba Bertolt Brecht en 1953: disolver a sus pueblos y elegir a otros. En el entretanto, y con tanto paro y ahorro, el comercio del libro tampoco levanta cabeza. La "nueva austeridad" propicia el mucho mirar y el poco comprar. Tiene su lado bueno: la gente elige mejor, y la raz¨®n prima sobre el impulso, como en las hero¨ªnas de Jane Austen. Es como si en los amedrentados cerebros de los consumidores se hubiera grabado aquella magn¨ªfica s¨²plica destinada a nadie que la artista conceptual Jenny Holzer plant¨® (1985) en un anuncio luminoso de Times Square: "Prot¨¦geme de lo que deseo" (Protect me from what I want). Y tiene su lado malo: menores ingresos y devoluciones estacionales como para llenar un campo de f¨²tbol. Los presuntos best sellers han ido peor de lo esperado. Ni siquiera el "escandaloso" El precio del trono (Planeta), de Pilar Urbano, a la que siempre le benefician las circunstancias de los royals, se ha vendido demasiado: alg¨²n librero me dice que no parece haber interesado mucho ni a los del Opus, que sol¨ªan leer a la periodista casi tanto como a (san) Escriv¨¢. Claro que, salvo Los enamoramientos (Alfaguara), de Mar¨ªas, y Libertad, de Franzen (Salamandra), ninguno de los diez primeros "libros del a?o" elegidos por los cr¨ªticos de este diario se ha paseado mucho por las listas de m¨¢s vendidos, pero esa es otra cuesti¨®n. A lo mejor, como dice el estribillo del insufrible hit discotequero (luces estrobosc¨®picas, por favor) del avispado Sak Noel, todo se deba a que "la gente est¨¢ muy loca", chumpa-chump.
Bellow
Si creen, como Philip Roth, que Saul Bellow (1915-2005) y William Faulkner (1897-1962) constituyen las referencias fundamentales de la literatura norteamericana del siglo XX, no se pierdan la apasionante selecci¨®n de Cartas del primero que ha publicado Alfabia. De hecho, el libro puede leerse perfectamente como una especie de sincopada autobiograf¨ªa (entre 1934 y 2004) del autor de Herzog (Galaxia Gutenberg), aquel fascinante y desconcertado personaje que se pas¨® buena parte de su existencia escribiendo a todo el mundo (Dios incluido). La n¨®mina de los destinatarios es impresionante: de Malamud a Faulkner o Nabokov, de Lionel Trilling a Alfred Kazin, de John Berryman a Martin Amis (gran admirador de la imaginaci¨®n dickensiana de Bellow). Las cartas mejores son aquellas en las que el autor evoca su infancia y juventud jud¨ªa en Canad¨¢ y Chicago. Pero se me ha grabado especialmente la que le env¨ªa en 1956 -cuando ya era un autor consagrado gracias a Las aventuras de Augie March (C¨¢tedra), su novela m¨¢s cervantina- al Nobel William Faulkner, y en la que le reprocha que le haya solicitado su firma para conseguir la liberaci¨®n de Ezra Pound: "?Me pide que me una a usted para honrar a un hombre que pidi¨® la destrucci¨®n de mis parientes?", le inquiere con indignaci¨®n. Por cierto que, en otra carta a Ralph Ellison, se refiere al autor de ?Absal¨®n, Absal¨®n! (a quien por otra parte califica de "uno de los mejores") como "un maldito idiota". Un libro importante de Alfabia que viene a sumarse a la parcial recuperaci¨®n de la obra de Bellow por Galaxia Gutenberg.
Realismos
Ahora que por fin sabemos cu¨¢nto gana el jefe podemos dormir tranquilos. La cifra (292.000 euros) no la proporciona Pilar Urbano, sino la propia Casa Real. Lo que s¨ª calcula la periodista en su libro planetario es que el mill¨®n de pesetas que Alfonso XIII envi¨® a Franco para ayudarle en sus peque?os gastos facciosos equivaldr¨ªa a 1,2 millones de euros de 2007. Menos mal que don Juan Carlos es un dem¨®crata convencido y, encima, bastante m¨¢s pobre que su veleidoso abuelo, que de haber percibido esa miseria (?glup!) de sueldo regio habr¨ªa tenido que ahorrarlo ¨ªntegramente durante m¨¢s de cuatro a?os para poder obsequiar al africanista de voz atiplada, pronto convertido en despiadado dictador (aunque, lo que son las cosas, seguir¨ªa con su vocecilla atiplada). Lo m¨¢s sugerente (y, a menudo, divertido) que he le¨ªdo ¨²ltimamente sobre nuestros royals es Las dudas de Hamlet (Pen¨ªnsula), un ensayo de Miguel Roig subtitulado 'Letizia Ortiz y la transformaci¨®n de la monarqu¨ªa espa?ola'. No comparto muchas de sus hip¨®tesis, pero est¨¢n expuestas con la suficiente originalidad como para hacer reflexionar al lector: me hace gracia, por ejemplo, la caracterizaci¨®n de do?a Letizia como una especie de "lobbista del pueblo". Por lo dem¨¢s, veo que Grijalbo publicar¨¢ pr¨®ximamente Un divorcio elegante, de Purificaci¨®n Pujol (pr¨®logo de Isabel Preysler), un "pr¨¢ctico manual que nos ense?a a evitar los efectos traum¨¢ticos derivados del divorcio". Espero que no haya ning¨²n cachondo que se lo env¨ªe al se?or Urdangarin.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.