Trevanian, aquel aroma enigm¨¢tico
No recuerdo el a?o exacto de mi descubrimiento de Trevanian (?1974, 1975, 1976?), pero s¨ª que como casi siempre mis tiempos eran dif¨ªciles, borrascosos e inciertos y que los libros eran el refugio m¨¢s solido en medio de la tormenta. Descubr¨ª al azar a ese enigm¨¢tico escritor de best sellers, sin haber le¨ªdo rese?as, sin ninguna referencia, virgen. Y, c¨®mo no, me fascin¨® Jonathan Hemlock, inolvidable protagonista de La sanci¨®n del Eiger y La sanci¨®n de Loo. Nada que ver con James Bond. Hemlock es un catedr¨¢tico de historia del arte con un ojo y un instinto milagroso para detectar falsificaciones pict¨®ricas. Vive con una soledad celosamente elegida en una antigua iglesia de Long Island que ¨¦l ha transformado en una mansi¨®n acorazada. Su personalidad de superviviente se ci?e al principio de "deja un poco". O sea, deja una cena antes de estar saciado, deja una ciudad que te gusta antes de tener la sensaci¨®n de que ya la conoces, deja las relaciones humanas antes de que sean previsibles o significativas. Entre sus vicios menores est¨¢ la ingesti¨®n sin prisas y sin pausas de whisky Laphroaig. Practica el sexo a condici¨®n de que no exista la menor implicaci¨®n emocional. Y tiene un vicio car¨ªsimo y es poseer para su exclusivo deleite pinturas de los maestros impresionistas. Las compra por precios razonables a un legendario saqueador de museos. Su sueldo como eminente profesor e indestronable cr¨ªtico de arte no le permite esos lujos. En consecuencia, ejecuta las sanciones que le ordena una clandestina organizaci¨®n gubernamental. O sea, asesina con impecable eficiencia profesional, sin motivos personales, sin problemas de conciencia ni de culpabilidad, usando sus manos, transformando en armas letales algo tan inofensivo como un peri¨®dico enrollado o una hoja de papel afilada. Una de sus sanciones tendr¨¢ que perpetrarla en medio de una escalada al Eiger y sin saber qui¨¦n es su v¨ªctima. En la segunda y s¨®rdida aventura, Hemlock deber¨¢ introducirse en un sofisticado imperio de la abominaci¨®n llamado Loo. La ¨²ltima imagen que tenemos de ¨¦l es intentando en vano emborracharse en la madrugada g¨¦lida de Estocolmo, ciego de pena porque algo ha ocurrido en su herm¨¦tico coraz¨®n y la persona inocente que provoc¨® ese milagroso sentimiento en el tullido emocional, en ese inteligente y despiadado amoral, ha muerto. Se acabaron las sanciones. Nunca volvimos a saber de Hemlock.
Trevanian, adem¨¢s de una imaginaci¨®n perversa, de un notable sentido del ritmo, de construir di¨¢logos, personajes y situaciones memorables, de manejar como un maestro el sarcasmo y la mordacidad, de huir del manique¨ªsmo y de las tentaciones moralistas, pose¨ªa una escritura con m¨²sculo y estilo. Era un placer descubrir a este fulano a los amigos y certificar que tambi¨¦n flipaban con ¨¦l. Y c¨®mo no, sub¨ªan las apuestas sobre la misteriosa identidad que ocultaba ese seud¨®nimo literario. Como la imaginaci¨®n es libre y ra¨ªz de varios comentarios penetrantes, doctos y corrosivos de Hemlock sobre el cine moderno llegu¨¦ a pensar que Guillermo Cabrera Infante pod¨ªa ser Trevanian. Tambi¨¦n pens¨¦ en Norman Mailer, que a?os m¨¢s tarde publicar¨¢ la densa, compleja, formidable novela sobre la CIA El fantasma de Harlot. Alguien a¨²n m¨¢s disparatado que yo estaba empe?ado en que el exquisito Vlad¨ªmir Nabokov se ocultaba detr¨¢s de la m¨¢scara de Trevanian.
Este se empe?a en despistarnos al publicar El Main. Se desarrolla en un barrio problem¨¢tico de Montreal. La protagoniza un polic¨ªa viejo y viudo, con una enfermedad mortal rond¨¢ndole, mis¨¢ntropo y respetado. El estilo literario ha cambiado. Su realismo costumbrista me recuerda a Simenon, su desesperaci¨®n resignada a David Goodis. El derrumbe sentimental de este hombre curtido e ¨ªntimamente herido despu¨¦s de una intriga poblada de extra?os asesinatos es una de las p¨¢ginas m¨¢s lacerantes y tristes que he le¨ªdo nunca.
Por esa ¨¦poca, un d¨ªa en el que Fernando Trueba y yo le estamos hablando fervorosamente de Trevanian a Fernando Colomo, este nos revela que le conoce personalmente. Es espa?ol, es un antiguo compa?ero del colegio. Le ha vuelto a ver despu¨¦s de muchos a?os en la boda de un amigo com¨²n y este le ha contado que, entre las m¨²ltiples labores a las que ha dedicado su accidentada existencia, ha escrito novelas con el seud¨®nimo de Trevanian. Con los ojos como platos y entre tartamudeos, Fernando y yo le suplicamos a Colomo que nos consiga una cita con ese hombre. Y ah¨ª comienza una historia disparatada, apasionante y surrealista que se prolonga a lo largo de meses. Con reuniones en un bar interrumpidas porque la polic¨ªa ha recibido un aviso de bomba, las insinuaciones de Trevanian de que ha trabajado para alg¨²n servicio secreto y le est¨¢n buscando, citas en un misterioso chalet abarrotado de alarmas, espadas de samur¨¢i y huellas de balazos en las paredes, las novelas de Trevanian en multitud de idiomas, fotos en los Alpes de nuestro hombre junto a Clint Eastwood durante el rodaje de La sanci¨®n del Eiger y paseando por El Main, llamadas extra?as de tel¨¦fono, perros amenazantes, pruebas bastante irrefutables despu¨¦s de interrogatorios intensos de que este hombre no es un impostor. Despu¨¦s de concedernos una larga y negociada entrevista con la condici¨®n de que por problemas de seguridad no revelaremos su nombre, d¨ªas antes de su publicaci¨®n, Colomo llega resoplando y nos cuenta a Trueba y m¨ª que se ha enterado de que todo es un fraude, que ese hombre ha intentado suplantar a Trevanian. El t¨®pico es cierto. La realidad supera a veces a la ficci¨®n.
Trevanian publicar¨¢ dos novelas m¨¢s. El protagonista de Shibumi es Nicholai Hel, asesino profesional, maestro del go, una especie de ajedrez japon¨¦s, practicante del shibumi, algo que define como un gran refinamiento bajo una apariencia corriente, un concepto tan correcto que no tiene que ser audaz, tan sutil que no tiene que ser bonito, tan verdadero que no tiene que ser real. Es comprensi¨®n m¨¢s que conocimiento, silencio elocuente, modestia sin recato, elegante simplicidad, brevedad articulada, un sosiego espiritual que no es pasivo, autoridad sin dominio, es el ser sin la angustia de la conversi¨®n. Y cierra su obra literaria con El verano de Katya, una historia de amor l¨ªrica y poderosamente triste que se desarrolla a principios del siglo XX en el Pa¨ªs Vasco franc¨¦s. En el a?o 1998 mi novia de entonces me cuenta que ha le¨ªdo en Newsweek que Trevanian es Rodney Whitaker, excombatiente en Corea y profesor de cine en la Universidad de Austin. Muere en 2005.
Don Winslow es el autor de una obra maestra titulada El poder del perro. El resto de su obra me parece facilona, prescindible, decepcionante. A veces, me planteo si El poder del perro se lo escribi¨® un negro. En Satori, Winslow recoge al Nicholai Hel de 26 a?os, en Tokio, machacado y chantajeado por la CIA. Le hace viajar al Pek¨ªn de Mao, al Vietnam en guerra contra el colonialismo franc¨¦s. Se lee de un tir¨®n y tiene algunos momentos espl¨¦ndidos. Toda la parte final est¨¢ escrita con el tono r¨¢pido y desma?ado de los best sellers de f¨®rmula. El cap¨ªtulo de Shibumi en el que Trevanian habla de la infancia de Hel en Shangh¨¢i vale por todo Satori.
Shibumi. Trevanian. Traducci¨®n de Montserrat Solanas. Roca Editorial. Barcelona, 2012. 560 p¨¢ginas. 9,95 euros. Satori. Don Winslow. Traducci¨®n de Margarita Cav¨¢ndoli. Roca Editorial. Barcelona, 2012. 496 p¨¢ginas. 21 euros.
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