Hait¨ª, pa¨ªs de supervivientes
Extractos de un libro de Manuel Rivas, Georgina Higueras y Gustavo Mart¨ªn Garzo, publicado dos a?os despu¨¦s del terremoto que machac¨® el lugar donde viven 10 millones de personas
Ha llegado a Hait¨ª a?o y medio despu¨¦s del terremoto que en 36 segundos, el 12 de enero de 2010, caus¨® una hecatombe humana, ultrapas¨® el horror y resquebraj¨® el pa¨ªs con una furia que parec¨ªa in¨¦dita en la Tierra. Y ahora oye una conversaci¨®n en espa?ol en la que un hombre con acento dominicano pregunta qu¨¦ tal y el interpelado, un haitiano que le acompa?a, arrayano, nacido en la frontera como tantos hijos de inmigrantes, levanta la cabeza y responde: "Pues ya ves, hermano, picoteando en el hueco".
Respecto del n¨²mero de v¨ªctimas, y ante las cifras tambaleantes de los organismos internacionales, el hombre del cuaderno de tapa dura anota a l¨¢piz, con precipitada caligraf¨ªa, una observaci¨®n que con el tiempo, cuando la transcriba, mostrar¨¢ cierto empe?o afor¨ªstico: la extrema pobreza tambi¨¦n consiste en no poder contar bien los muertos. La estad¨ªstica, sobrepasada esa capacidad de contar, tambi¨¦n forma parte del hueco, un vac¨ªo aplastante, sepulcral, bajo el que yacen los cientos de miles de muertos y desaparecidos.
La absoluta mayor¨ªa negra de los haitianos sigue viendo la escuela como una especie de para¨ªso terrenal
(...) Al extra?o, desde que ha llegado, le llaman mucho la atenci¨®n dos comportamientos. Uno, la hiperactividad humana cuando la realidad parece parada. Y esa otra cosa. El que nadie, o casi nadie, pida limosna en p¨²blico. Tal vez es el lugar del mundo donde estar¨ªa m¨¢s justificado hacerlo. Pero no. Hay mucha gente que ofrece algo. Que vende algo. Pero es muy raro encontrar a alguien, ni?o o adulto, que pida algo a cambio de nada. Durante d¨ªas he pasado por delante de un hombre anciano, sentado en el suelo y apoyado en un muro, al final de la larga costanera de Lamartiniere, donde se ubican los gremios de los artistas del ferr¨¦ decoup¨¦, que hacen maravillas con la hojalata, y los pintores o vendedores callejeros de arte na¨ªf.
Pregonan su mercanc¨ªa, pero incluso en ese aspecto son contenidos. A las vagas promesas, el "volver¨¦ otro d¨ªa", responden con un escepticismo profesional. En cuanto al hombre anciano, tiene a su lado un gran espejo con un marco sublime, de madera labrada, que ennoblece el mirar. Al amanecer y al anochecer lo lleva sobre la cabeza, as¨ª que, a su manera, transporta los astros. El extra?o no se atreve a preguntar el precio por pudor. Aunque lo comprase, no podr¨ªa llev¨¢rselo. Pero podr¨ªa al menos preguntarle cu¨¢nto tiempo hace que transporta el espejo para venderlo. Sin duda, el espejo esconde una historia en el azogue. Una historia del terremoto. O qui¨¦n sabe, la historia de Hait¨ª. Pero el extra?o no lo hace, no pregunta, porque en ese momento se da cuenta de un detalle. Una mujer pasa. Se mira al espejo y deposita un gourde. Hab¨ªa preguntado al llegar qu¨¦ se puede comprar por un gourde y le dijeron, despu¨¦s de dudar, que un peque?o caramelo de menta. Ahora ya sabe otra cosa que se puede comprar con la humilde moneda haitiana: verse en el espejo. As¨ª que siempre tendr¨¢s algo a cambio, por poco que des. Una foto con un modelo del Greco. Una mirada en el mejor espejo de las Antillas.
Est¨¢ la otra circunstancia en la que repar¨® el extra?o. El andar incesante. Arque¨®logos de un futuro abandonado. As¨ª se defin¨ªa el artista Robeart Smithson que, en los a?os sesenta, defin¨ªa sus caminatas como earthworks. Su espacio preferido era la periferia de las ciudades. All¨ª, dec¨ªa, donde se encuentran lo prehist¨®rico y lo poshist¨®rico. Todo Hait¨ª parece una periferia alrededor del hueco. All¨ª, s¨ª, donde se encuentran los pasados y los futuros lejanos. Los haitianos avanzan "descalzos" en el caos, en el archipi¨¦lago de los escombros, pero no podr¨ªa discutirles el derecho a ser los primeros. Pero los haitianos no compiten en tristeza. No est¨¢n esperando a que lleguen los cronistas que registren la perseverancia de la cat¨¢strofe.
No es que lo reh¨²yan, el asunto de la desgracia. Lo que ocurre, quiz¨¢, es que no quieren ser engullidos por el hueco. Tal vez por eso no se detienen nunca. No hay apenas trabajo, en el sentido de empleo, pero todo el mundo hace algo. Est¨¢ en movimiento. La sensaci¨®n que el extra?o tiene es que en Hait¨ª no solo amanece pronto, sino demasiado pronto. Y que la gente, mucha gente, incluso amanece antes que el sol. Y se ponen a andar. No paran de andar.
El extra?o anota con convencimiento: "En ning¨²n lugar del mundo se camina tanto como en Hait¨ª". Presiente que ese af¨¢n por andar es una forma de subsistencia en un doble sentido. Por una parte, se lleva algo o se va a la b¨²squeda de algo. Por otra, el trazado de m¨¢s de 10 millones de personas al andar, en una superficie de 27.750 kil¨®metros cuadrados, si vemos cada andar como un hilo, como una estela, el resultado es una urdimbre que protege de las ca¨ªdas en el hueco.
Ha hecho un c¨ªrculo alrededor de una frase que le dijo Paola Hyppolite, 51 a?os, la directora de la Escuela de Cine de Jacmel: "En este pa¨ªs todos somos supervivientes".
Al lado del c¨ªrculo que rodea la frase ha anotado un detalle que ahora, pasados los d¨ªas, le sorprende: las manos de Paula est¨¢n llenas de callos y de ampollas de trabajar la tierra.
Es un tercio, la parte m¨¢s occidental, de la isla del Caribe Central que Col¨®n denomin¨® La Espa?ola. Gran parte del territorio es monta?oso. Casi la mitad de las tierras est¨¢n a m¨¢s de 500 metros de altitud sobre el nivel del mar. Esa es su textura. La mirada t¨®pica puede decir que la geograf¨ªa es accidentada. Hay an¨¢lisis que insisten en esa caracter¨ªstica como una de las causas del atraso econ¨®mico. Si las monta?as son "accidentes geogr¨¢ficos", como nos explicaban en la escuela, entonces Hait¨ª tiene muchos accidentes. Pero si de verdad uno est¨¢ delante de las monta?as, sean de Hait¨ª o de Suiza, uno no piensa en esos t¨¦rminos. La mirada po¨¦tica podr¨ªa hablar de una tierra voluptuosa. Las cifras s¨ª que se parecen m¨¢s a los accidentes. En las estad¨ªsticas econ¨®micas, Hait¨ª responde a la definici¨®n que Jean Baudrillard utiliz¨® en alguna ocasi¨®n para los pa¨ªses atormentados por la historia. Ser¨ªa un "yacimiento catastr¨®fico".
(...) Jhony tiene cuarenta a?os y se considera un "ejemplo de una de las mil caras de la desgarradora violencia" que ejercen los haitianos unos contra otros: hombres contra mujeres y mujeres contra hombres. Viejos contra j¨®venes y j¨®venes contra viejos. Hijos contra padres y padres contra hijos, como la que Jhony sufri¨®. Violencias engendradas en la madre de todas ellas: la de los gobernantes contra el pueblo y el pueblo contra los gobernantes.
"Mis padres se fueron a trabajar a Santo Domingo cuando yo ten¨ªa un a?o", revela Jhony. "Pero mi padre, machetero, se quiso volver y como mi madre se negaba, un d¨ªa que ella se encontraba en el mercado me secuestr¨® y me trajo de vuelta. A mis tres a?os me encontr¨¦ de la noche a la ma?ana sin padres y en casa de mis abuelos campesinos, que criaban a otros diez primos".
Si Madeline considera sus a?os escolares como la mejor etapa de su vida y recuerda c¨®mo presum¨ªa con sus lazos, sus coletas llenas de pasadores y cintas (entonces no hab¨ªa bolitas) y su uniforme, para Pierre Jhony supusieron un trauma. En un pa¨ªs marcado por la oposici¨®n radical de los colonos a que sus padres se alfabetizaran y por las posteriores dificultades para acceder a la educaci¨®n, la escuela sigue siendo vista por la absoluta mayor¨ªa negra de los 9,7 millones de haitianos como una especie de para¨ªso terrenal.
Hait¨ª, una apuesta por la esperanza, de Georgina Higueras, Gustavo Mart¨ªn Garzo y Manuel Rivas. Ediciones Pen¨ªnsula. Precio: 18 euros.
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