El horror narrativo
Ahora que empieza un nuevo a?o, y adem¨¢s con un nuevo Gobierno que ni se ha estrenado, quiz¨¢ no est¨¦ de m¨¢s recordar la volatilidad y fragilidad de nuestras acciones y la desmesurada importancia de los finales. En mi novela Tu rostro ma?ana el personaje principal hablaba de eso, y lo calificaba de "horror narrativo" o de "repugnancia narrativa", si no me equivoco, y se lo atribu¨ªa sobre todo a aquellos personajes p¨²blicos que tienen demasiada conciencia de serlo y que se preocupan por el conjunto de su historia y el acabamiento de su figura, por c¨®mo lucir¨¢n una vez que su retrato est¨¦ completado (ninguno lo est¨¢ hasta la muerte, y a veces incluso var¨ªa p¨®stumamente, por ejemplo cuando se descubren secretos que en vida se lograron mantener a buen recaudo). Esos individuos son conscientes de que cuanto hagan y consigan a lo largo de su existencia, sus m¨¦ritos, haza?as o servicios prestados, pueden quedar eclipsados e injustamente olvidados no ya por una felon¨ªa o desliz cometidos a ¨²ltima hora -que por supuesto-, sino por un final excesivamente espectacular, del cual acaso ellos no tengan ninguna culpa, sino sean meras v¨ªctimas. En aquella novela se hablaba tambi¨¦n del "complejo Kennedy-Mansfield" para denominar ese temor. Poco importa lo que llevara a cabo el Presidente John F. Kennedy durante su breve mandato ni con anterioridad; poco las ilusiones y expectativas que despert¨®: su asesinato fue tan chill¨®n que, por as¨ª decir, es lo primero que se asocia con su persona y ti?e o borra lo dem¨¢s. A Kennedy se lo cargaron en Dallas, eso es lo ¨²nico que, al cabo de tantos a?os (pero desde hace ya muchos), permanece en la memoria colectiva de la gente. Se podr¨ªa afirmar que su biograf¨ªa ha quedado reducida a su ultim¨ªsima escena a causa de lo llamativo de ¨¦sta. Sobre el caso de Jayne Mansfield (incomparablemente menos famosa y recordada ya s¨®lo por mit¨®manos como yo), hay una larga explicaci¨®n en esa novela, no toca repetirla aqu¨ª.
"La meticulosa construcci¨®n de la propia historia puede quedar arrasada por una sola desgracia"
Son incontables m¨¢s, desde luego, los afectados por ese "horror". John Lennon, por mucho Beatle que fuera y aunque sea considerado un gur¨² por una multitud, es vinculado al instante con su asesinato a manos de un enfermizo fan, es lo que prevalece. A quienes a¨²n recuerdan al actor James Dean su nombre les trae a la memoria, antes que sus pocas pel¨ªculas, el hecho de que muriera muy joven en accidente de coche, y algo parecido sucede con Marilyn Monroe, que dispuso de m¨¢s tiempo y m¨¢s pel¨ªculas: ¨¦stas no est¨¢n olvidadas en absoluto, y su historia y sus vicisitudes son rememoradas y reconstruidas sin cesar, pero todo lo preside su suicidio, que no pocos han querido convertir en asesinato, para darle a¨²n mayores misterio, dramatismo y relieve. La cosa se remonta m¨¢s lejos: para el aficionado a la poes¨ªa, es imposible que Keats, Shelley y Byron no vayan unidos al conocimiento de sus prematuras muertes (sobre todo las de los primeros), y junto al apellido Rimbaud aparece en el acto la noci¨®n de sus precoces desd¨¦n y abandono de la literatura, su desaparici¨®n, y su oscura conversi¨®n en traficante de armas y seguramente de esclavos, es decir, en personaje novelesco, con apariencia de ficticio. Y el nombre de Larra invoca como un rel¨¢mpago su pistoletazo a los veintisiete a?os. Hasta Jesucristo es indisociable de su final aparatoso, de su ejecuci¨®n en la cruz. Es m¨¢s, en su caso, de no haber muerto de forma violenta y temprana e injusta, no habr¨ªa adquirido la trascendencia que tiene, ni siquiera ser¨ªa una deidad; por mucho que se relaten y repitan sus dichos y hechos, lo fundamental es su manera de morir, su conclusi¨®n. Y otro tanto ocurre con quienes no fueron v¨ªctimas sino verdugos. Los libros del fil¨®sofo Althusser est¨¢n tiznados por el hecho de que estrangul¨® a su mujer; "tiznados" significa difuminados, ensombrecidos por su crimen. Y del novelista C¨¦line no cabe articular tres frases sin que salgan a relucir su odio visceral a los jud¨ªos y su colaboraci¨®n con los nazis.
Quienes no son personajes p¨²blicos tambi¨¦n van construyendo, con mayor o menor deliberaci¨®n, sus vidas como un posible relato, aunque ¨¦ste vaya a ser s¨®lo de consumo dom¨¦stico o circulaci¨®n familiar. Quien m¨¢s quien menos obra a veces -no siempre, claro est¨¢- de una u otra manera con el siguiente pensamiento en la mente: "De m¨ª no se podr¨¢ decir ... tal o cual cosa", lo que quiera que nos horrorice que de nosotros pudiera decirse. Y sin embargo toda esa meticulosa construcci¨®n m¨¢s o menos consciente de la propia historia o de la propia figura, as¨ª como los logros y merecimientos, pueden quedar arrasados por una sola desgracia o un solo oprobio de los que no tenemos ni que ser responsables, como no lo fueron Lennon ni Kennedy de sus asesinatos espectaculares, Jayne Mansfield o James Dean de sus truculentos accidentes automovil¨ªsticos. En realidad ni siquiera hace falta que el hecho determinante de la vida de alguien tenga lugar al final, aunque sin duda lo sea m¨¢s -por irreversible y definitivo- si coincide con el t¨¦rmino de esa vida y la clausura. Ya lo se?al¨® Ferlosio hace muchos a?os: en las narraciones lo ¨²ltimo se aparece siempre como lo verdadero. Y yo a¨²n dir¨ªa m¨¢s y peor: como lo configurador. Pero de por qu¨¦ puede venir a cuento todo esto en la actualidad, habr¨¢ que hablar quiz¨¢ en otra ocasi¨®n.
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