La primera gran depresi¨®n europea
Guerras, epidemias, hambre... La Baja Edad Media vivi¨® enormes convulsiones que causaron una profunda crisis en Europa y Espa?a. La sacudida al sistema feudal abri¨® las puertas de la modernidad al Viejo Continente.
Tras varios intentos fallidos por superar la crisis de sus finanzas, la Hacienda del reino de Mallorca quebr¨® finalmente en 1405. En los a?os anteriores se hab¨ªan desplomado muchas bancas privadas en Barcelona, Valencia y la misma Mallorca, pero ahora no se trataba ya del hundimiento de entidades financieras particulares, sino de la bancarrota de todo un reino. La quiebra no solo oblig¨® a consignar todos los ingresos fiscales de la isla al pago de los intereses de la deuda y a su amortizaci¨®n, sino que dej¨® en manos de los acreedores, en su inmensa mayor¨ªa barceloneses, la centralizaci¨®n del producto fiscal recaudado y la supervisi¨®n del pago de los intereses y de la gesti¨®n en general de la deuda p¨²blica.
La escalada de la deuda estuvo en el origen de los problemas
En Barcelona, el 61% del gasto p¨²blico se destinaba a pagar intereses
Los impuestos se extendieron a todos los habitantes del reino
La especulaci¨®n inmobiliaria dispar¨® al alza los precios
No se trataba de una mera crisis coyuntural. Los problemas eran estructurales y ven¨ªan de muy atr¨¢s. Treinta a?os antes, y solo veinte despu¨¦s de que Mallorca hubiese empezado a emitir deuda p¨²blica, las cuentas ya no cuadraban. Como apunt¨® en su d¨ªa ?lvaro Santamar¨ªa, de los 900.000 sueldos a que ascend¨ªan anualmente los ingresos te¨®ricos globales, solo llegaban a recaudarse unos 660.000, mientras que el resto dejaba de percibirse por fraude fiscal o mala gesti¨®n. Para atender el desfase entre ingresos y gastos, la Hacienda mallorquina hab¨ªa contra¨ªdo una deuda del orden de seis millones de sueldos, que obligaba al pago de intereses por un total aproximado de 600.000, es decir, la casi totalidad de los ingresos efectivos ordinarios.
En 1373, un administrador nombrado por la corona elabor¨® un plan de saneamiento de la Hacienda del reino que pasaba por reducir dr¨¢sticamente el gasto p¨²blico (adelgazando sensiblemente la n¨®mina de salarios y gratificaciones pagados por la Administraci¨®n; reduciendo el n¨²mero de embajadas y misiones oficiales; limitando la inversi¨®n en obras p¨²blicas durante diez a?os a la conservaci¨®n de las murallas, la conducci¨®n de aguas y el muelle; controlando el abastecimiento frumentario y prohibiendo la concesi¨®n de donativos graciosos con cargo a fondos p¨²blicos), fiscalizar con severidad las cuentas de la Administraci¨®n p¨²blica (sometidas a auditor¨ªas, cuyos informes ser¨ªan entregados a los nuevos gobernantes al inicio de su mandato anual) y amortizar la deuda en 10 a?os (reduciendo el tipo de inter¨¦s del 10% al 8%, una moratoria de 10 a?os y un plan septenal de amortizaci¨®n). El plan no solo no funcion¨®, sino que la situaci¨®n de las finanzas se agrav¨® y, aunque hubo nuevos intentos por sanear la deuda (en 1392 se coloc¨® ya a un catal¨¢n, en representaci¨®n de los acreedores, al frente de las finanzas mallorquinas con el fin de asegurar el pago de los intereses), la Hacienda quebr¨® finalmente en 1405.
El de Mallorca no es un caso aislado ni en la Espa?a ni en la Europa de la baja Edad Media. Hacia finales del siglo XIV el pago de los intereses de la deuda p¨²blica representaba entre la mitad y las tres cuartas partes del gasto municipal en las grandes ciudades italianas, francesas, alemanas, flamencas y holandesas. En la Corona de Arag¨®n, donde la emisi¨®n de censales se hab¨ªa generalizado desde mediados del trescientos como el principal recurso financiero de las Haciendas locales, la deuda p¨²blica hab¨ªa adquirido ya niveles colosales antes de finalizar la centuria. En Barcelona, pas¨® de representar el 42% en 1358 al 61% en 1403; en Tarragona, del 54 % en 1393 al 72% en 1399; en Valencia, del 39 % en 1365 al 50 % en 1402; y en Mallorca, quiz¨¢ el caso m¨¢s espectacular, ascend¨ªa al 81% en 1378. Y como la deuda se financiaba con los ingresos fiscales -o tal vez fuera m¨¢s exacto decir que se crearon nuevos impuestos y se increment¨® la presi¨®n fiscal con el fin de financiar la deuda-, buena parte del esfuerzo fiscal de la poblaci¨®n se desviaba en beneficio de los acreedores, de ciudadanos y mercaderes que invert¨ªan en la deuda p¨²blica -menos lucrativa, pero m¨¢s segura- para diversificar sus riesgos, mucho antes de que tomasen el relevo la nobleza y las instituciones eclesi¨¢sticas, con un esp¨ªritu ya claramente rentista.
La imparable escalada de la deuda, uno de los mejores bar¨®metros y a la vez una m¨¢s de las m¨²ltiples causas de la crisis del siglo XIV, ten¨ªa su origen en las continuas peticiones pecuniarias de la monarqu¨ªa, motivadas a su vez por el incremento del gasto b¨¦lico, y, en menor medida, en el desarrollo del propio aparato administrativo de un Estado cada vez m¨¢s centralizado. En toda Europa la guerra fue un fen¨®meno casi permanente a lo largo del siglo XIV, uno de los grandes azotes, junto con la peste y el hambre, de esta centuria de grandes calamidades.
En la pen¨ªnsula Ib¨¦rica las campa?as militares se suceden una tras otra a lo largo del trescientos: las cruzadas castellano-aragonesas contra Granada; la batalla del Salado, en la que las fuerzas combinadas de Castilla y Portugal derrotaron a los benimerines; la conquista de Cerde?a y las guerras continuas con G¨¦nova por el control del Mediterr¨¢neo occidental; la reintegraci¨®n de Mallorca a la Corona de Arag¨®n; las revueltas nobiliarias castellanas y las guerras de la Uni¨®n aragonesa y valenciana; y, sobre todo, la guerra civil castellana, que a su vez deriv¨® en una guerra abierta entre las coronas de Castilla y Arag¨®n, una guerra larga, costosa y destructiva que se inserta tambi¨¦n en el marco general europeo de la Guerra de los Cien A?os.
Las guerras segaban vidas, arrasaban las cosechas, asolaban pueblos y ciudades, interrump¨ªan el comercio, dificultaban el abastecimiento y frenaban el crecimiento, pero tambi¨¦n exig¨ªan fuertes sumas de dinero para financiar tanto las campa?as militares -y en particular el pago de las tropas- como la posterior reconstrucci¨®n. Y el dinero sal¨ªa de las ciudades y de las comunidades rurales, sometidas a nuevas y mayores exacciones, que de ser inicialmente extraordinarias pasaron a convertirse en ordinarias. Al contrario que los antiguos tributos feudales, recaudados en el ¨¢mbito estricto del se?or¨ªo, los nuevos impuestos eran generales y universales, no se limitaban solo a los vasallos del rey, sino que se extend¨ªan a todos los habitantes del reino, a todos los s¨²bditos del monarca, y se justificaban por el bien com¨²n o la utilidad p¨²blica. Aunque se invirtiesen en gastos tan dudosos -desde la perspectiva de los contribuyentes, que as¨ª lo denunciaban- como m¨¢s guerras o m¨¢s mercedes a privados y partidarios del soberano.
La construcci¨®n de un verdadero sistema fiscal y financiero, con impuestos ordinarios, regulares, sobre el patrimonio o sobre la comercializaci¨®n y el consumo (sisas, alcabalas), hizo posible, primero en Catalu?a y la Corona de Arag¨®n y m¨¢s tarde en Castilla, la consolidaci¨®n de la deuda p¨²blica, basada ya no en cr¨¦ditos a corto plazo (pr¨¦stamos a inter¨¦s) sino a largo plazo (censales, juros). O m¨¢s bien cabr¨ªa decir que fue la consolidaci¨®n de la deuda p¨²blica, consignada sobre determinados impuestos (en su mayor¨ªa indirectos) la que exigi¨® y desemboc¨® en el establecimiento de un verdadero sistema fiscal, primero municipal y despu¨¦s estatal.
En cualquier caso, y esto es lo relevante, ciudades, reinos (cortes y diputaciones) y monarcas dispusieron de nuevos instrumentos financieros con los que atender nuevas y crecientes necesidades (aunque en algunos casos acabar¨ªan llev¨¢ndoles a la quiebra); el patriciado urbano y m¨¢s tarde la alta aristocracia y el clero se beneficiaban del fest¨ªn fiscal, redistribuido en forma de intereses de la deuda; y las clases populares, rurales o urbanas, contribuyentes netos, ve¨ªan c¨®mo se a?ad¨ªan a los censos agrarios y las rentas se?oriales tradicionales los nuevos impuestos con los que se financiaban las haciendas locales y reales y, en particular, la deuda p¨²blica.
El incremento de la presi¨®n fiscal y el reparto de su producto entre la nobleza (profesionales de la guerra y altos cargos del Estado) y los inversores en la deuda son solo una de las manifestaciones de los grandes cambios eco-n¨®micos y sociales (pero tambi¨¦n pol¨ªticos, culturales e incluso religiosos, con el gran Cisma de Occidente) que tuvieron lugar en el siglo XIV y que los historiadores suelen englobar, extremando los tintes negativos, bajo la denominaci¨®n general de "crisis del siglo XIV", "crisis del feudalismo" e incluso "gran depresi¨®n bajomedieval". Las otras manifestaciones son m¨¢s conocidas, y por eso les dedico menos espacio en esta apretada s¨ªntesis.
Los primeros historiadores que se ocuparon de ella y los propios contempor¨¢neos destacaron sobre todo la conjunci¨®n de cat¨¢strofes y calamidades que se abati¨® sobre la centuria y, en primer lugar, el terrible impacto de la peste negra, que diezm¨® a la poblaci¨®n europea. La epidemia, de efectos letales en su doble variedad bub¨®nica y pulmonar, lleg¨® a la costa mediterr¨¢nea de la Pen¨ªnsula en el verano de 1348 y r¨¢pidamente se propag¨® por toda Europa occidental, a lomos de las ratas que infestaban las bodegas de los barcos y los cargamentos comerciales. No hab¨ªa remedio contra ella, y lo ¨²nico que pod¨ªan recomendar los m¨¦dicos y las autoridades p¨²blicas y religiosas, adem¨¢s de rogativas y actos de expiaci¨®n colectiva, era huir de las ciudades m¨¢s atestadas y expuestas. Como hizo Boccaccio, que se retir¨® a una villa alejada de Florencia, donde compuso el Decamer¨®n en el a?o de la peste.
Aunque todas las estimaciones demogr¨¢ficas anteriores a la era estad¨ªstica no pasan de ser eso, estimaciones, se calcula que entre una tercera parte y la mitad de la poblaci¨®n europea sucumbi¨® a la epidemia, lo que represent¨® un verdadero colapso demogr¨¢fico y econ¨®mico (ver gr¨¢fico). Adem¨¢s, tan mort¨ªferas como su primera irrupci¨®n fueron sus posteriores recurrencias -el segundo brote, en 1362, se ceb¨® en la poblaci¨®n infantil, sin defensas inmunol¨®gicas-, y el hecho de que la peste se instalase de manera permanente en la sociedad europea hasta m¨¢s all¨¢ de los siglos medievales no dej¨® de ensombrecer las posibilidades de recuperaci¨®n.
Mucho antes que la peste hab¨ªan hecho su aparici¨®n las carest¨ªas y las hambres. Un cronista catal¨¢n de la ¨¦poca bautiz¨® el a?o de 1333 como "lo mal any primer", el inicio de todos los males, cuando una mala cosecha dispar¨® el precio de los cereales y extendi¨® el hambre y la muerte por toda la Pen¨ªnsula. Solo en Barcelona murieron 10.000 de los 50.000 habitantes con que contaba la ciudad. Pero los efectos de la carest¨ªa se dejaron sentir tambi¨¦n de forma severa en Castilla y Portugal.
En el norte de Europa la crisis hab¨ªa empezado una generaci¨®n antes, con la gran hambruna de 1315-1317, provocada por el empeoramiento de las condiciones meteorol¨®gicas y la sucesi¨®n de malas cosechas, que golpe¨® a todo el continente, de Escocia a Italia y de Rusia a los Pirineos, pero que no afect¨® a la pen¨ªnsula Ib¨¦rica. Los testimonios de la ¨¦poca hablan de altos niveles de criminalidad, enfermedades, muertes masivas e incluso casos de canibalismo e infanticidio.
Frente a una visi¨®n catastrofista que situaba el origen de la crisis en la incidencia de factores ex¨®genos como la peste y el enfriamiento clim¨¢tico (en el siglo XIV, en efecto, se inici¨® lo que se conoce como la peque?a Edad del Hielo, que se prolongar¨ªa hasta mediados del XIX), la mayor¨ªa de los historiadores se ha decantado tradicionalmente por atribuir sus causas a factores de naturaleza end¨®gena, como el desequilibrio entre poblaci¨®n y recursos, los rendimientos decrecientes, la estructura de clases, la conflictividad social, la guerra permanente, la competencia entre los nuevos Estados emergentes o el aumento de la presi¨®n fiscal.
Para los historiadores neomaltusianos las causas de la crisis se encontrar¨ªan en las limitaciones internas del propio crecimiento -demogr¨¢fico y econ¨®mico en general- que hab¨ªa caracterizado a la econom¨ªa europea en los tres siglos precedentes, del XI al XIII. La inflexi¨®n se habr¨ªa producido ya en las ¨²ltimas d¨¦cadas del doscientos, cuando hicieron su aparici¨®n en algunas regiones -ciertamente no en la pen¨ªnsula Ib¨¦rica- los primeros s¨ªntomas de agotamiento, de haber llegado ya al final de la gran expansi¨®n medieval. Treinta o cuarenta a?os separan, en opini¨®n de Bois, el final del crecimiento de la entrada en la depresi¨®n propiamente dicha. Y entre los factores que llevaron a ella se?ala en primer lugar la persistencia de la presi¨®n demogr¨¢fica sobre una econom¨ªa agotada e insegura, el alza de los precios y, en particular, la escalada del precio de la tierra.
Como en el caso de una burbuja, una verdadera fiebre especulativa se apoder¨® del mercado inmobiliario y presion¨® los precios al alza de manera irracional. Las tasas de inter¨¦s, que durante la etapa de crecimiento hab¨ªan descendido hasta un nivel medio del 5%, se elevaron hasta el 8% o el 10%. Todo ello se tradujo en graves des¨®rdenes monetarios, particularmente en Francia, donde la moneda perdi¨® el 50% de su valor, a la vez que las devaluaciones disparaban los precios y desencadenaban la especulaci¨®n monetaria.
Este proceso constituy¨® el proleg¨®meno extremo (estancamiento t¨¦cnico y productivo, aumento del gasto p¨²blico improductivo, incremento de la deuda sobre activos sobrevalorados) que precedi¨® y llev¨® finalmente a la depresi¨®n, con la ca¨ªda de la producci¨®n y los precios agrarios y la contracci¨®n de la demanda, afectada ya por la crisis monetaria y el retroceso demogr¨¢fico. Por su parte, la salida de la crisis -sobre la que no puedo extenderme aqu¨ª- solo vendr¨ªa, a mediados ya del siglo XV, con un importante reajuste de las estructuras econ¨®micas, la reducci¨®n de los tipos de inter¨¦s, la estabilizaci¨®n de la moneda y de los precios, el alza de los salarios y de los ingresos se?oriales -gracias a la nueva fiscalidad centralizada- y la recuperaci¨®n de la demanda.
M¨¢s all¨¢ de sus manifestaciones m¨¢s virulentas y m¨¢s all¨¢ tambi¨¦n de las distintas interpretaciones con las que los historiadores la han intentado comprender, la gran depresi¨®n bajomedieval ha sido considerada tambi¨¦n como una crisis sist¨¦mica, como una crisis del feudalismo (aunque no fuese la que terminase con ¨¦l, como tampoco la crisis de 1929 termin¨® con el capitalismo). Otros, en cambio, se preguntan si no se trat¨® m¨¢s bien de una serie de dificultades a corto plazo o cuellos de botella de la producci¨®n, que podr¨ªan haberse superado de no haber irrumpido la peste.
En todo caso, la crisis se sald¨® con una profunda reorganizaci¨®n del sistema feudal, desde sus bases econ¨®micas (una mayor especializaci¨®n e intensificaci¨®n agr¨ªcola, mayores tasas de urbanizaci¨®n, el desarrollo de la manufactura, el incremento de la comercializaci¨®n, la reducci¨®n de los costes de transporte) hasta sus estructuras pol¨ªticas e institucionales (con el afianzamiento de las monarqu¨ªas territoriales y la centralizaci¨®n del poder pol¨ªtico y militar). Fue en este sentido, como la denomina Epstein, un proceso de "destrucci¨®n creativa", desatado por un periodo de r¨¢pido y traum¨¢tico colapso demogr¨¢fico, que se tradujo en una mayor integraci¨®n econ¨®mica e institucional, en una mayor competencia entre mercados y entre Estados y que colocar¨ªa a la econom¨ªa europea en una senda de mayor crecimiento. Lejos de ver en ella solo sus aspectos calamitosos, la crisis de la baja Edad Media fue ante todo un motor del cambio econ¨®mico, el escenario de la reorganizaci¨®n que permiti¨® convertir el crecimiento en desarrollo. Europa y la econom¨ªa europea saldr¨ªan reforzadas de la prueba.
Antoni Furi¨® Diego es catedr¨¢tico de Historia Medieval de la Universidad de Valencia. - PR?XIMO ART?CULO El siglo XVII, por J. A. Sebasti¨¢n
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