Actuar ahora pensando a largo plazo
Para ser m¨¢s competitiva, nuestra econom¨ªa del conocimiento requiere financiaci¨®n, pero tambi¨¦n reformas. La crisis puede restringir lo primero, pero no hay justificaci¨®n para no hacer lo segundo
Hace 10 a?os, el Gobierno espa?ol empezaba su presidencia de la Uni¨®n Europea brindando por el nacimiento del euro, con un programa de avanzar en la agenda de Lisboa de hacer de "Europa la econom¨ªa del conocimiento m¨¢s din¨¢mica y competitiva del mundo en el 2010", y dejando patente la voluntad de que Espa?a deb¨ªa jugar en la primera divisi¨®n de la econom¨ªa del conocimiento. A principios del 2012, todo aquello puede parecer un viejo sue?o o, simplemente, un error. ?Nos equivocamos?
Ciertamente hubo errores por exceso y por defecto, pero pienso que no nos equivocamos en lo esencial. No fue un brindis al sol: el lanzamiento del euro era, y es, un gran paso en la historia de Europa. Conocimiento y competitividad eran, y son, las bases m¨¢s s¨®lidas en que afianzar el crecimiento de una sociedad avanzada, y si Espa?a quer¨ªa ganar credibilidad, dejando atr¨¢s su imagen de Club Med, no pod¨ªa m¨¢s que apostar alto por estas bases.
Aunque a¨²n no est¨¢ en la primera divisi¨®n, Espa?a ha hecho avances en ciencia y tecnolog¨ªa
El problema de la educaci¨®n en nuestro pa¨ªs no es su tama?o, sino su baja calidad
Cierto, como acostumbra a pasar en pol¨ªtica, hubo un exceso de ret¨®rica, pero la balanza que ha pesado m¨¢s es la de los errores por defecto. En el caso del euro, como es sabido, y ya he comentado en esta p¨¢gina, el defecto de establecer unas bases m¨¢s s¨®lidas de uni¨®n fiscal. En el caso de la agenda de Lisboa, el que muchas de las reformas que deb¨ªan impulsar conocimiento y competitividad apenas pasaron de la ret¨®rica. En la Eurozona, esto ha sido especialmente grave en los pa¨ªses del Club Med -m¨¢s tarde conocidos como PIGS- para los que, por una parte, la distancia a cubrir para entrar a primera divisi¨®n era mayor y, por otra parte, la credibilidad del euro les ha permitido endeudarse f¨¢cilmente, tanto al sector p¨²blico como al privado, invirtiendo en actividades o contrayendo compromisos sociales y financieros que poco tienen que ver con el conocimiento y competitividad. Ya sabemos a lo que nos ha llevado, pero no c¨®mo acaba la historia.
Sin embargo, en el caso de Espa?a ni todo fue, ni ha sido, ret¨®rica. En algunos aspectos, nuestra sociedad del conocimiento ha hecho avances importantes. Del 2001 al 2009: el n¨²mero de investigadores ha crecido un 57,6% (37,4% en la Eurozona), y en el 2009 el 39,7% de los trabajadores se dedica a actividades cient¨ªficas y tecnol¨®gicas (39,6 en la Eurozona); el gasto en I+D sobre el PIB ha pasado del 0,91% al 1,38% (la Eurozona del 1,85% al 2,05%). Es decir, se ha crecido por encima de la media de la Eurozona (o de la Uni¨®n Europea), pero en conjunto a¨²n falta para llegar a la primera divisi¨®n.
Eso s¨ª, algunos centros o departamentos universitarios de investigaci¨®n, as¨ª como algunas empresas innovadoras, han demostrado ser internacionalmente competitivos y atraer investigadores; a menudo con la ayuda de programas, nacionales o de comunidades aut¨®nomas, abiertos a los investigadores extranjeros. Sin embargo, el conjunto del sistema universitario y de investigaci¨®n, mayoritariamente p¨²blico (el 72% de los investigadores en 2009), no se caracteriza por ser abierto e internacionalmente competitivo, y la innovaci¨®n es todav¨ªa minoritaria en el sector privado.
Un problema parecido, dir¨ªa a¨²n m¨¢s grave, aparece en la ra¨ªz de nuestra econom¨ªa del conocimiento: la educaci¨®n. Por ejemplo, en el Global Competitiveness Report 2011-2012, mientras Espa?a est¨¢ entre los primeros pa¨ªses (de un total de 142) en t¨¦rminos de participaci¨®n escolar (n¨²mero 2 primaria, n¨²mero 3 secundaria, n¨²mero 18 universitaria) en t¨¦rminos de calidad escolar es otra historia (n¨²mero 93 primaria, n¨²mero 98 el sistema educativo), por no hablar de la calidad de la ense?anza en ciencias y matem¨¢tica (n¨²mero 111). Desafortunadamente, estos ¨ªndices para el sistema educativo son consistentes con el informe PISA de la OCDE (2009) en el que los estudiantes espa?oles de 15 a?os est¨¢n un 11% por debajo de los finlandeses. En contraste, la calidad de la educaci¨®n empresarial a nivel graduado es muy alta (n¨²mero 6).
Si se tratase del deporte, dir¨ªamos que tenemos algunos buenos jugadores, incluso alg¨²n equipo, que pueden competir internacionalmente, pero ni tenemos cantera ni un buen nivel medio, y demasiados j¨®venes sin oportunidades adecuadas para practicar. Esto tiene tres problemas, especialmente si el objetivo es el crecimiento. Primero, que como los buenos jugadores, los buenos investigadores o ingenieros son f¨¢ciles de ser fichados por otros pa¨ªses que apuestan por la excelencia; lo que ya nos empieza a pasar de nuevo. Segundo, que la investigaci¨®n o educaci¨®n de calidad baja no aporta a la sociedad lo que deber¨ªa; es decir, dif¨ªcilmente se traduce en crecimiento. Tercero, que cuando los j¨®venes -que ni estudian ni trabajan, o si lo hacen, es en empleos precarios- dejan de ver su futuro en la formaci¨®n, el conocimiento y la creatividad, el mismo futuro de la sociedad del conocimiento peligra.
Nuestra econom¨ªa del conocimiento requiere financiaci¨®n, p¨²blica y privada, pero, en particular, requiere reformas que la hagan m¨¢s competitiva. En tiempos de crisis se puede ser restrictivo en lo primero, pero no hay justificaci¨®n para no hacer lo segundo. Es decir, no creo que sea la hora de entonar el canto keynesiano: "Las restricciones van a traer m¨¢s recesi¨®n", sino de seguir el consejo de Milton Friedman: "La mejor gu¨ªa sobre qu¨¦ hacer en el corto plazo es seguir los objetivos a largo plazo". Ganar la batalla de la credibilidad fiscal, mostrando que somos capaces de resolver el problema acuciante de la deuda, es un objetivo a largo plazo; pero no es el ¨²nico, no es la ¨²nica C.
Dando por descontado que respecto a la credibilidad fiscal se va a actuar con decisi¨®n, como se est¨¢ haciendo, y esto requiere esfuerzo de toda la sociedad, hay tres opciones en relaci¨®n con nuestra econom¨ªa del conocimiento. La primera es simplemente considerar los gastos p¨²blicos en investigaci¨®n y educaci¨®n un gasto m¨¢s a recortar y, dado lo complicado de la situaci¨®n, dejar las reformas para mejor tiempo; eso s¨ª, al menos abordar la reforma del mercado laboral, facilitar la creaci¨®n de empresas y hablar de la importancia de la innovaci¨®n. No es trivial, pero insuficiente.
La segunda es evitar que los recortes presupuestarios hundan la punta del iceberg que nos hace visibles al mundo (programas como el de centros de excelencia Severo Ochoa pueden ayudar a ello) y, afectando tambi¨¦n la l¨ªnea de flotaci¨®n, abordar reformas que est¨¢n sobre la mesa. Por ejemplo, la nueva Ley de la Ciencia puede servir de base para algunas de estas reformas (una agencia nacional de financiaci¨®n de la investigaci¨®n, utilizando la herencia de la ANEP pero independiente, una mayor autonom¨ªa del CSIC y otros organismos p¨²blicos de investigaci¨®n, posibilitando una mayor integraci¨®n con los centros de excelencia de las comunidades aut¨®nomas y transparencia para la transferencia tecnol¨®gica, etc¨¦tera). Excelencia y competitividad han de ser los baremos para estas reformas estructurales y la consiguiente asignaci¨®n de recursos. Teniendo en cuenta que esto no solo quiere decir ser competitivos en investigaci¨®n punta f¨¢cilmente traducible en innovaci¨®n o adaptaci¨®n de nuevas tecnolog¨ªas, sino tambi¨¦n en investigaci¨®n de servicio que permite evitar mayores desastres (como la de las vacas locas, que Rajoy tuvo que lidiar, o la reciente actividad s¨ªsmica de Hierro), as¨ª como en el puro conocimiento; por ejemplo, en campos en que destacamos, como son las matem¨¢ticas o la astronom¨ªa.
La tercera es reformar adem¨¢s el gran cuerpo menos visible del iceberg: el sistema educativo. De forma que nos acerquemos a la primera divisi¨®n, como Finlandia, o que en el ranking de universidades del Times Higher Education no nos limitemos a tener solo una entre las primeras 200.
Tres opciones de creciente complejidad y coraje para su implementaci¨®n. Un buen baremo para medir nuestra credibilidad en perseguir objetivos a largo plazo como el conocimiento y la competitividad que garanticen nuestro crecimiento. S¨ª, aquellos objetivos ?de hace 10 a?os!
Ramon Marimon es director del Max Weber Programme, profesor del European University Insitute y de la Universitat Pompeu Fabra y presidente de la Barcelona Graduate School of Economics. Fue secretario de Estado de Pol¨ªtica Cient¨ªfica y Tecnol¨®gica (2000-2002).
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