Arte cacique
Ni el ca?¨®n del Colorado ni las cataratas del Ni¨¢gara. Uno de los lugares de naturaleza m¨¢s fascinante del planeta, adem¨¢s de la LVI del Museo del Prado, con Patinir y El Bosco, es la sala 42 de la National Gallery, un m¨ªnimo habit¨¢culo donde no entran m¨¢s de una docena de personas. Sabemos que la Tierra, sin dejar de cumplir con su ¨®rbita, tiene unos lugares para descansar, unos puntos de apoyo, y seguro que ese es uno. All¨ª est¨¢n los "cuatro tiempos del d¨ªa" de Corot y obras de Degas y De Nittis que con tama?o m¨ªnimo propician la mirada infinita. Pero todos los ojos acaban fij¨¢ndose, hechizados, en la ¨²ltima adquisici¨®n. La tempestad mide poco m¨¢s que una mano de estibador (12 - 16,5), y fue pintada en 1862 por un artista noruego, Peder Balke, que muri¨® en el olvido. ?Por qu¨¦ atrapa, de esa forma, un peque?o ¨®leo con simples matices en blanco y negro? Porque condensa una exacta visi¨®n y un conocimiento de lo oscuro. Para expresarse, la verdad suele escoger el peque?o tama?o. Una boca, un libro, un loco disidente, un juez con agallas, un pez que se r¨ªe en el mercado al paso del rey de Cachemira. Cosas as¨ª. Como ese ojo de v¨ªdeo dom¨¦stico que graba a unos marines meando sobre los muertos. En cambio, la propaganda y la mentira prefieren lo monumental. Hay una proporcionalidad entre el autoritarismo, el poder corrupto y el gigantismo de las formas. En Espa?a, con diferentes partidos, ampar¨¢ndose en mayor¨ªas absolutas, los viejos y nuevos caciquismos destruyeron gran parte de la costa, afearon el territorio y las conciencias, pero dejaron una notable impronta art¨ªstica. As¨ª, por ejemplo, tenemos el estilo Kim Jong-il del orensano Baltar, con sus bustos provinciales. El futurismo mussoliniano de Fabra, con su coloso aeron¨¢utico. Y como colof¨®n, el incre¨ªble happening del chofer, el jefe, los pollos y la coca¨ªna. ?Pobre tempestad!
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