?Y si Europa se la juega en Hungr¨ªa?
No es inconcebible que haya un n¨²mero creciente de gente que vea en ese laboratorio la puesta en marcha de un proyecto cada vez menos secreto: deshacer Europa
Europa est¨¢ marginando a Grecia por incumplimiento -grave, sin duda- de las reglas de la buena gobernanza econ¨®mica y financiera.
Hace diez a?os excomulg¨® -y con raz¨®n- a una Austria cuyos dirigentes conservadores se hab¨ªan aliado con el l¨ªder de extrema derecha Jorg Haider.
Pues bien, hoy hay un pa¨ªs en el coraz¨®n de Europa cuyo Gobierno amordaza a los medios de comunicaci¨®n, desmantela los sistemas de protecci¨®n social y sanitaria, pone en tela de juicio unos derechos que cre¨ªamos adquiridos, como el derecho al aborto, y criminaliza a los pobres.
Hay un pa¨ªs que vuelve a entroncar con el chovinismo m¨¢s obtuso, con el populismo m¨¢s gastado y con el odio a los gitanos y los jud¨ªos, convertidos cada vez m¨¢s abiertamente, como en las horas m¨¢s sombr¨ªas de la historia del continente, en chivos expiatorios de todo lo que va mal.
Gitanos y jud¨ªos se han convertido en chivos expiatorios, como en anteriores horas negras del continente
La tendencia tir¨¢nica, antieuropea y fascistoide de los dirigentes h¨²ngaros provoca una gran preocupaci¨®n
Hay un pa¨ªs en el que est¨¢n adoptando, en nombre de un principio de pertenencia que hay que calificar de ¨¦tnico o racial, un r¨¦gimen electoral que cre¨ªamos muerto con el nazismo y que da derecho al voto a todos los "nacionales" no ciudadanos dispersos por el resto de Europa.
Ese pa¨ªs es Hungr¨ªa.
Y, esta vez, Europa no dice nada.
Los lectores del maravilloso libro Miseria de los peque?os Estados de Europa oriental, de Istv¨¢n Bib¨®, conocen bien el c¨®ctel de obsesi¨®n nacional, patriotismo victimista y dolorismo colectivo que hace de la naci¨®n h¨²ngara -como tambi¨¦n de la polaca o b¨²lgara- una especie de naci¨®n-Cristo llamada, como en los tiempos en que el buen rey Esteban batallaba contra los otomanos, a proteger y regenerar la civilizaci¨®n amenazada.
Los lectores de El Danubio, la obra maestra de Claudio Magris, saben que este asunto de un pueblo extramuros, esta forma de dar a los magiares del exterior los mismos derechos que a los del interior, esta forma de decir, sobre todo, que es ah¨ª, en las fronteras, donde residen el alma del pueblo y su verdad m¨¢s sagrada, entran en resonancia con una viej¨ªsima historia que es la de la cuesti¨®n transilvana y que, tanto en Hungr¨ªa como en Ruman¨ªa, no deja de exacerbar los ¨¢nimos.
Y, de una forma m¨¢s general, incluso m¨¢s all¨¢ de la regi¨®n, cualquiera que tenga buen o¨ªdo no puede dejar de o¨ªr en esta forma de nacionalismo, en esta definici¨®n de la naci¨®n como una entidad bendita, gloriosa, pero herida en el coraz¨®n, herida en sus entra?as, y convertida, a partir de ah¨ª, en una especie de acreedor que exige que el mundo repare el ultraje; en resumen, en este esencialismo que hace de la comunidad nacional una criatura de Dios, una entidad casi m¨ªstica, un ser pleno pero separado de s¨ª mismo y cuya pureza perdida urge recuperar, nadie, no, nadie puede dejar de o¨ªr la forma exacerbada de una idea que desde los a?os treinta ha estado en el centro de todas las formas de fascismo.
No creo que hayamos llegado tan lejos.
No creo que esta Europa (que, al igual que Kundera, prefiero llamar "central" antes que "oriental") haya vuelto la espalda a esa otra vocaci¨®n que hace m¨¢s de veinte a?os se exhib¨ªa sobre el puente de las Cadenas, en Budapest, como lo hac¨ªa en Praga sobre el r¨ªo Vtlava: "Queremos entrar en Europa".
Y el hecho es que en la misma Hungr¨ªa queda una oposici¨®n lo bastante vigorosa como para haber podido organizar la semana pasada, en torno al escritor Geogy Konrad y otros, una hermosa manifestaci¨®n de apoyo a la democracia (as¨ª como a la idea de Europa, que viene a ser lo mismo).
Pero es incuestionable que esta tendencia tir¨¢nica, antieuropea y fascistoide es preocupante.
Y en estos tiempos de crisis econ¨®mica y financiera, en estas horas de malestar identitario y moral globalizado, en este momento tan especial en el que, si di¨¦ramos cr¨¦dito a los demagogos, habr¨ªa que desechar la idea misma de Europa, me temo que la alarma no solo sea v¨¢lida para Hungr¨ªa, sino para el resto del continente.
Nunca se sabe de d¨®nde viene lo peor, ?no es as¨ª?
En las tinieblas de la historia en curso, nunca se puede medir el sentido, el eco ni el alcance de un acontecimiento en el momento en que se est¨¢ produciendo.
En la era de Internet, bajo este nuevo r¨¦gimen de lo pol¨ªtico que, para lo bueno y para lo malo, es el de la soberan¨ªa de la "red social", en esta hora en que todo el mundo se comunica con todo el mundo y en el que un hilo tenue pero firme puede conectar a alguien como Marine Le Pen con uno u otro dirigente extremista de Turingia, Flandes o el norte de Italia, y, por tanto, con Viktor Orban, no es inconcebible que haya en Europa un n¨²mero creciente de gente que vea en este laboratorio h¨²ngaro la puesta en marcha de su proyecto cada vez menos secreto: deshacer Europa, deshacerse de ella y, al mismo tiempo, de un cors¨¦ de reglas democr¨¢ticas considerado, como en los a?os treinta, inadecuado en tiempos de crisis.
Es tambi¨¦n por esta raz¨®n por la que urge reaccionar.
Gobiernos, jefes de la oposici¨®n, candidatos declarados o no a tales o cuales elecciones, responsables europeos tanto de derechas como de izquierdas: a todos les concierne lo que est¨¢ pasando en Budapest. All¨ª est¨¢n doblando las campanas por la libertad, para ellos lo mismo que para sus pueblos. Y por eso esperamos r¨¢pidamente unas palabras de condena inequ¨ªvocas y rotundas.
Traducci¨®n de Jos¨¦ Luis S¨¢nchez-Silva.
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