Un hombre de Estado
Mis primeros contactos con Fraga no fueron precisamente agradables. Valor¨® la detenci¨®n primero y el confinamiento despu¨¦s, durante el Estado de excepci¨®n derivado de los disturbios producidos tras la muerte de Enrique Ruano en 1969, m¨¢s tarde calificado por el Supremo como asesinato, por haber, en mi caso, "colaborado de alguna manera en la subversi¨®n estudiantil". Fue una acusaci¨®n com¨²n a los dem¨¢s detenidos y confinados, aunque pocos estuvimos hasta el final en esa situaci¨®n. Sin duda, El¨ªas D¨ªaz y yo mismo fuimos los ¨²ltimos en abandonar el confinamiento al concluir la situaci¨®n de excepci¨®n. Sin embargo, en el mismo contexto temporal Fraga fue decisivo para que la aventura de Cuadernos para el Di¨¢logo que impulsamos, dirigida por Ruiz-Gim¨¦nez, fuera posible.
En la redacci¨®n de la Constituci¨®n ayud¨® a crear el Defensor del Pueblo
Fue un patriota que pon¨ªa a Espa?a por encima de ideas e intereses
En realidad, mi relaci¨®n con car¨¢cter estable empez¨® con la Transici¨®n. Despu¨¦s de las elecciones de 1977 le encontr¨¦ cuando, acompa?ando a Alfonso Guerra, estuve en la reuni¨®n con el presidente de las Cortes, don Antonio Hern¨¢ndez Gil, para acordar las normas provisionales de funcionamiento del nuevo Congreso de los Diputados, ya como expresi¨®n de la voluntad popular derivada de las elecciones del 15 de junio de 1977.
La relaci¨®n se estrech¨® cuando Fraga se incorpor¨® como ponente a los redactores de la nueva Constituci¨®n. Su presencia fue posible gracias a que el PSOE renunci¨® a uno de los dos miembros que le correspond¨ªan para que se abriese el abanico. As¨ª, gracias a esa renuncia se incorporaron Fraga por AP, Sol¨¦ Tura por el Partido Comunista y Miguel Roca por los nacionalistas catalanes. UCD se mantuvo firme en su exigencia de tener tres miembros en la ponencia y no ceder ninguno. Fraga fue muy sensible a nuestra renuncia, que pretend¨ªa ampliar el espectro de apoyo al texto constitucional. La tozuda ceguera de UCD no contribuy¨® nada a la soluci¨®n m¨¢s razonable. Durante la actuaci¨®n de la ponencia Fraga colabor¨® decisivamente en tareas como en la creaci¨®n del Defensor del Pueblo, e incluso el nombre fue sugerencia suya. Despu¨¦s, en la segunda etapa de nuestra actuaci¨®n, cuando revisamos las enmiendas presentadas y m¨¢s tarde durante el debate en la Comisi¨®n del Congreso en mayo de 1978, intent¨® con UCD construir una mayor¨ªa que moderaba las posiciones m¨¢s progresistas del texto, y que finalmente fracas¨® ante nuestro firme rechazo y la sensibilidad del vicepresidente Fernando Abril Martorell, que comprendi¨® que no era una buena decisi¨®n prescindir del PSOE en el acuerdo constitucional b¨¢sico.
Pese a ese rev¨¦s, Fraga estuvo siempre presente en los debates descartando unas propuestas que lider¨® Federico Silva Mu?oz de retirarse, ante el riesgo de un acuerdo central UCD-PSOE. Nunca consinti¨® en asistir a las reuniones de preparaci¨®n de los acuerdos, las que llamamos "nocturnas", pero siempre estuvo presente en las reuniones oficiales. Siempre rechaz¨® el T¨ªtulo VIII sobre el Estado de las Autonom¨ªas, aunque cuando le toc¨® la pr¨¢ctica como presidente de la Comunidad Gallega ejerci¨® sus repetidos mandatos con lealtad al sistema y con aceptaci¨®n de sus objetivos. Fue, sin duda, un presidente competente y activo. En esa ¨¦poca siempre le visit¨¦ cuando fui a Galicia y le encontr¨¦ amable y acogedor, muy en su papel y con su sencillez habitual.
Durante la elaboraci¨®n de la Constituci¨®n, ¨¦l inici¨® la costumbre de las invitaciones entre los presentes con una "queimada", con "orujo", que result¨® simp¨¢tica y muy integradora.
Durante mi presidencia del Congreso, mi amistad con Fraga fue decisiva para alcanzar consensos y acuerdos. Se celebraban las denominadas sesiones del "div¨¢n", donde reun¨ªa al Jefe de la Oposici¨®n y al presidente Felipe Gonz¨¢lez y donde una colaboraci¨®n constructiva fue posible y muy positiva. La diferencia que encontr¨® Jos¨¦ Luis Rodr¨ªguez Zapatero con Rajoy fue enorme. En ese tiempo el "NO" era siempre la respuesta de la oposici¨®n. Solo hab¨ªa que rechazar y destruir.
Tambi¨¦n en esos a?os, 1982 a 1986, se institucionaliz¨® la figura de Jefe de la Oposici¨®n. Fue una decisi¨®n poco compartida desde La Moncloa pero yo la llev¨¦ adelante pese a la resistencia del aparato del Gobierno, que ten¨ªa una ceguera incomprensible. As¨ª, el Estatuto de Jefe de la Oposici¨®n supuso a Fraga unos medios econ¨®micos especiales, otros personales, con una secretar¨ªa que desempe?¨® Loyola de Palacio. Era su primer trabajo con nombramiento del Congreso, donde ya se adivinaron las excelentes condiciones de una persona prematuramente desaparecida. Finalmente, los medios materiales se concretaron en veh¨ªculos y conductores.
Probablemente, la ¨²nica discrepancia con Fraga no fue directa sino derivada de pretensiones del entorno del presidente. Se pidi¨® que en el juramento o promesa a la Constituci¨®n del pr¨ªncipe Felipe pudiese intervenir el presidente. En la Secretar¨ªa General de la C¨¢mara ve¨ªan muy complicado encajar esa pretensi¨®n. Pero insistieron. Insistieron tanto y presionaron tanto que busqu¨¦ una f¨®rmula: el presidente intervendr¨ªa en una especie de refrendo simb¨®lico a la intervenci¨®n del Pr¨ªncipe. Comprend¨ª que eso s¨®lo ser¨ªa posible si el Jefe de la Oposici¨®n aceptaba. Era un acto demasiado importante como para crear un conflicto. As¨ª que consult¨¦ a Fraga, que me dijo con la claridad que le caracterizaba que si el presidente interven¨ªa ser¨ªa a condici¨®n de que hacerlo ¨¦l tambi¨¦n. Harto del tema le dije que ninguno de los dos intervendr¨ªa. Lo comuniqu¨¦ asimismo a la gente de La Moncloa que no reaccionaron tampoco nada bien.
Con Fraga he coincidido en muchos aniversarios de la Constituci¨®n y en otros acontecimientos institucionales representativos. En algunos momentos de descanso y distensi¨®n jugamos al domin¨®, especialmente durante el encierro en el Parador de Gredos durante la segunda fase de actuaci¨®n de la ponencia.
No hubiera sido posible la puesta en marcha de la instituci¨®n del Defensor del Pueblo sin su colaboraci¨®n. Aunque el desarrollo del art¨ªculo 54 fue una proposici¨®n de Ley del Grupo Socialista, apoyada por Fraga y con una distante abstenci¨®n de UCD. Tampoco apoyaron la primera propuesta que hizo Landelino Lavilla en la persona de Joaqu¨ªn Ruiz-Gim¨¦nez, que cont¨® con el apoyo de Fraga y de su Grupo. Fue en mi presidencia cuando se concret¨® el nombramiento de Ruiz-Gim¨¦nez apoyado en nuestra mayor¨ªa absoluta y en el Grupo de Fraga entre otros. Tambi¨¦n con el apoyo de Fraga fui el presidente del Congreso m¨¢s votado en mi elecci¨®n. Su palabra fue clara y definitiva: "A Gregorio hay que votarle".
Siempre Fraga se consider¨® coautor de la figura del Defensor del Pueblo. Cuid¨® ese desarrollo y contribuy¨® a todos los acontecimientos de celebraci¨®n de la instituci¨®n; casi siempre nos buscaban como representantes de las dos formaciones que m¨¢s hab¨ªan contribuido a su puesta en marcha.
En todos estos a?os, especialmente a partir de 1977, mi relaci¨®n con Fraga fue siempre cordial y pr¨®xima. Tuvimos confianza en las relaciones pol¨ªticas y resolvimos temas y formamos acuerdos b¨¢sicos en temas importantes. Siempre percib¨ª en su comportamiento amistad, esp¨ªritu constructivo, lealtad y juego limpio. Era muy fiel con sus amigos e incluso en las relaciones personales actuaba con una proximidad que desprend¨ªa ternura. Eran unas condiciones personales que los que no le trataban no pod¨ªan percibir, con la imagen de hombre duro y distante que parec¨ªa imponer su personalidad. Pero nada m¨¢s lejos de la realidad. Espa?a pierde a un hombre de bien, un patriota partidario de los consensos y de los acuerdos y que pon¨ªa a Espa?a por encima de las ideas y de sus intereses. El paso del tiempo nos har¨¢ ver todo lo que perdemos con su desaparici¨®n.
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