Los chistes de la esfinge

Los c¨®micos que hacen de s¨ª mismos una m¨¢scara (en el sentido de las m¨¢scaras o arquetipos de la commedia dell'arte) tienen un rosario de imitadores. Se dice que Charles Chaplin se present¨® a un concurso de ¨¦mulos de Charlot y qued¨® segundo. Eugenio Jofra, el narrador de chistes m¨¢s serio de la historia, tambi¨¦n tiene quien le imite: este actor catal¨¢n lleva cinco a?os y dos espect¨¢culos meti¨¦ndose en su pellejo.

Se hace llamar Reugenio, y prefiere mantener su verdadero nombre en secreto. En Hablamos, aparece en un taburete, de negro, encendiendo un cigarrillo con parsimonia: "?Qu¨¦, tienen prisa?". ?l no: "?Acaso comienzan ustedes a trabajar en cuanto llegan a la oficina?". Reugenio tiene la sorna exacta de su modelo, su adem¨¢n de esfinge y el mismo registro vocal. Como ¨¦l, apura las pausas, estira los silencios y deja respirar la frase con tranquilidad. Al contrario de esos monologuistas cuya meta es arrancar risas sin descanso, este Eugenio redivivo reivindica el derecho del p¨²blico a respirar y la teatralidad rotunda de los tiempos muertos, reflujo donde se fragua el tsunami de una nueva carcajada.

Bajo las se?ales de humo indias de su cigarrillo, escucha a su auditorio: no pasa por alto una risa antes de tiempo, ni el llanto inesperado de un ni?o. Todo lo comenta. Alterna chistes archiconocidos y menos c¨¦lebres (genial el de Andorra la B¨¦lica), a?ade alguno de otro costal y los ofrece a petici¨®n. "De ese no me acuerdo. ?Puede contarlo usted?", le suelta a una espectadora que pide "el de la cadena". Y para la general sorpresa, esta lo cuenta desde su butaca con voz y gracia. Hablamos acaba, con este grado de libertad, haciendo honor a su t¨ªtulo.