El campo reconquista la ciudad
No es casualidad que sean los viejos quienes mejor explican el paisaje. La idea de acercar a los ciudadanos a la tierra que los alimenta est¨¢ presente en muchos de los m¨¢s sensatos trabajos del paisajismo urbano reciente. Pero si se ha tardado m¨¢s de un siglo en trasladar a la gran cantidad de personas que pueblan hoy las urbes (la mitad de la poblaci¨®n mundial), es l¨®gico pensar que toda esa gente no vaya a regresar al campo de un d¨ªa para otro. ?La alternativa? Llevar el campo a la ciudad.
De las granjas urbanas de Cuba o la siembra de frutales en los parques de Londres (London Orchard Project) al Pinzessinnen G?rten de Kreuzberg, en Berl¨ªn, pasando por los jardines port¨¢tiles de Nueva Jersey o los comunitarios de Holyoke en Massachusetts, cada vez hay m¨¢s ejemplos de agricultura urbana. Si como asegura el arquitecto portugu¨¦s Alvaro Siza es la agricultura la que dibuja el paisaje, el nuevo paisaje urbano quiere ser ¨²til, reparador e integrador; una fuente de alimento, un motor educativo y, adem¨¢s, un modesto factor econ¨®mico.
En el siglo XXI los jardines no pueden ser solo ornamentales. Son espacios fundamentales para el funcionamiento de la ciudad
Aunque la iniciativa arranca reutilizando los retales urbanos y trata de instalarse en los lugares bald¨ªos, por ut¨®pico que pueda parecer, las consecuencias de sembrar los espacios residuales urbanos podr¨ªan alterar el sistema econ¨®mico global. De momento, ayudan a sanear las urbes y a crear v¨ªnculos entre sus ciudadanos. Pero de cuajar sistem¨¢ticamente, las consecuencias podr¨ªan ser globales. "Desde la ciudad se puede luchar para evitar la deforestaci¨®n del Amazonas o para descartar el trasvase del R¨®dano, pero tambi¨¦n para conseguir nuevos modelos de ordenaci¨®n territorial", apunta Enric Batlle, autor del reciente libro El jard¨ªn de la metr¨®poli (Gustavo Gili). Si hace unos a?os los urbanistas clamaban por la recuperaci¨®n de los espacios p¨²blicos y a favor de un paisajismo de continuidad -que eliminara las fronteras entre parques y bosques- hoy son muchos los profesionales que abogan en favor de sembrar las ciudades de paisajes ¨²tiles. De mezclar agricultura, ocio y cultura.
De la misma manera que cada vez son m¨¢s los grandes chefs que equiparan el lujo con el producto local, el paisajista Enric Batlle habla de una "¨¦tica geogr¨¢fica" que reconstruye los accidentes que han quedado borrados. Ese reconocimiento al valor de lo que ya exist¨ªa y al sabor que no precisa conservantes est¨¢ cambiando nuestras neveras y nuestras ciudades. Tambi¨¦n nuestra forma de pensar. Michelle Obama y su empe?o por difundir el cultivo de un huerto en el jard¨ªn de la Casa Blanca podr¨ªa estar detr¨¢s de muchos de los vergeles que, en los ¨²ltimos tres a?os, han florecido en los patios de los colegios estadounidenses y canadienses. En un pa¨ªs en el que se ironiza sobre escolares que confunden las verduras con las patatas fritas, son los propios alumnos los que se encargan de labrar la tierra, sembrarla, regarla y recoger la cosecha. Adem¨¢s, los chavales se comen los r¨¢banos y las zanahorias. Y parece que ahora les gustan. La educaci¨®n es uno de los efectos colaterales de sembrar azoteas, parques y vac¨ªos urbanos. Pero no es el ¨²nico objetivo. El asunto es tan c¨ªvico como pol¨ªtico, tan ecol¨®gico como social.
Se calcula que los usos urbanos ocupan apenas el 30% de algunas ciudades como Barcelona o Londres. El resto del territorio se dedica a usos no controlados formando espacios abandonados o lugares triturados por las infraestructuras. Esos terrenos bald¨ªos junto a autov¨ªas, bajo puentes o en solares desocupados son los lugares elegidos para ensayar una nueva agricultura que resulta, a su vez, un nuevo paisaje metropolitano. Algunas ciudades, como Londres, reconocen los huertos para autoconsumo en su planeamiento urban¨ªstico desde hace d¨¦cadas. Otras, como Berl¨ªn, los fomentan y disponen de vergeles en cada uno de sus 12 distritos. El planeamiento madrile?o no reconoce hoy esa existencia, aunque s¨ª lo hizo en los a?os cincuenta y, en los ¨²ltimos a?os, ha visto crecer las huertas de alquiler de Montecarmelo. Hay mucho por hacer, pero la idea va m¨¢s all¨¢ de cultivar verduras para el autoconsumo. La voluntad es darle la vuelta a esta reparaci¨®n. Planificar con los campos y asentar en ellos los edificios. "?Qu¨¦ ocurrir¨ªa si fuera la vegetaci¨®n [en lugar de la arquitectura] la que organizara la urbanizaci¨®n?", pregunta Batlle. Darle la vuelta al proceso urban¨ªstico consistir¨ªa en plantar hoy y construir ma?ana. En oponerse al relleno con zonas de ocio y vegetaci¨®n del entorno que generaba la construcci¨®n de arquitecturas aisladas e inconexas.
Cada vez son m¨¢s los paisajistas y arquitectos que hablan de considerar el paisaje como un todo, sin fronteras, en lugar de tratarlo a pedazos, como el patchwork de los mapas pol¨ªticos y econ¨®micos. La idea es unir en lugar de fraccionar, coser rutas para peatones y ciclistas, para el agua o para la vegetaci¨®n. Una red de conexiones verdes se enfrenta al parque cl¨¢sico entendido como entorno encerrado, como una isla de la felicidad. Ya Flaubert recordaba que era el hilo y no las perlas lo que hac¨ªa el collar y aunque el parque como sendero ya fue ensayado por Nicolau Maria Rubi¨® i Tudur¨ª o Frederick Law Olmsted en Barcelona y Nueva York, en una sociedad que magnifica los espacios naturales y tambi¨¦n las ciudades compactas, el camino intermedio podr¨ªa consistir en recuperar la mezcla: un territorio fronterizo entre la naturaleza y el artificio pero insertado en el coraz¨®n de las urbes.
Hace a?os que en ciudades asi¨¢ticas se trabaja con luz artificial y tecnolog¨ªa hidrop¨®nica (empleando soluciones minerales en lugar de suelo agr¨ªcola) para cultivar, por ejemplo, arroz en s¨®tanos. Sin embargo, es en los espacios abiertos donde se materializa la convivencia entre campo y ciudad, como sucedi¨® con las Granjas Urbanas de Cuba, un proyecto iniciado en La Habana en 1995 para abastecer a la poblaci¨®n con tomates, patatas y lechugas a precios asequibles. Hoy existen 200 granjas para cerca de dos millones de habitantes. Adem¨¢s, el modelo cubano est¨¢ detr¨¢s de la iniciativa Meine Ernte (Mi cosecha) que ya ha sembrado seis parcelas de huertos comunales en territorio alem¨¢n.
Dos estudiantes de un posgrado en sostenibilidad, Carina Millstone y Rowena Ganguli, arrancaron la iniciativa London Orchard Project (proyecto de las huertas de Londres) en 2009. Hoy son ya 23 los campos en la ciudad o en parques cercanos que se han sembrado con ciruelos, manzanos, perales o albaricoqueros para la recolecci¨®n y el cuidado vecinal. Millstone y Ganguli hablan de una aportaci¨®n de dos horas a la semana por familia y de una recolecci¨®n compartida. La idea es la misma para todos: cuida el barrio, respira mejor y come manzanas. Pero en suburbios con un historial de violencia como Brixton la iniciativa cambia fruta urbana por urbanidad.
En el siglo XXI los jardines no pueden ser solo ornamentales. Son espacios fundamentales para el funcionamiento de la ciudad. Y para la educaci¨®n de los ciudadanos. En la organizaci¨®n de los terrenos sobrantes est¨¢ una de las claves de futuro con espacio para la creatividad de paisajistas, artistas, ciudadanos, arquitectos y agricultores. Antiguamente se empleaba el pasto de las vacas para cortar la hierba de los campos. Sigue sucediendo en los prados de Newcastle, en Inglaterra, en los que pacen ovejas. Y Batlle y Roig, asesorados por la ingeniera agr¨ªcola Teresa Gal¨ª, demostraron en su proyecto para la recuperaci¨®n del antiguo vertedero del Garraf (Barcelona) que la ganader¨ªa puede contribuir con l¨®gica y sostenibilidad a la gesti¨®n y el mantenimiento de los espacios verdes metropolitanos.
Pero m¨¢s all¨¢ de sembrar azoteas y huertas escolares, urge establecer diversos niveles de recuperaci¨®n del agua. Arquitectos como Toyo Ito lo han intentado, pero han fracasado. En Vallecas, a las afueras de Madrid, su proyecto para el parque La Gavia deb¨ªa reciclar el agua de lluvia en tres estanques. Los estanques est¨¢n llenos, pero el agua no proviene de las lluvias. No puede ser que el agua que bebemos, la que empleamos para lavar el coche y la que usamos para regar provenga de un mismo lugar. La recuperaci¨®n de diversas calidades de agua es clave para las nuevas ciudades. Tanto como los nuevos cultivos. Tambi¨¦n la idea de comer fruta y verdura sin pasaporte. Tal vez, con los frutales en la ciudad, los urbanitas aprendamos que no todos los melocotones pueden tener el mismo tama?o que el hueco de la caja que les espera y que una picadura en la piel de una manzana no es una invitaci¨®n al descarte: para eso est¨¢n las pieles, para proteger de pedriscas y picadas.
Gran parte de nuestra existencia cotidiana sucede en lugares que ocultan los procesos que hacen posible la vida: bordillos y desag¨¹es que hacen que el agua de lluvia desaparezca cortando los lazos entre tierra y cielo. Enric Batlle sostiene que, en las nuevas ciudades, la sensaci¨®n de progreso podr¨ªa nacer del conocimiento del curso del agua. Como defend¨ªa Lucius Burckhardt en su Design is invisible: "Los nuevos valores provienen de las basuras de la antigua cultura".
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