La novela en los tiempos l¨ªquidos
?Si se acepta que hay una crisis del lector de novelas, motivada por la entronizaci¨®n de un lector lobotomizado, incapaz ya de detectar valores literarios, qu¨¦ se puede hacer? Leer para vivir
A Mario Vargas Llosa
Parece una exageraci¨®n, pero por desgracia no lo es: actualmente, cualquier contenido que aspire al gran p¨²blico dif¨ªcilmente puede sustraerse a la tentaci¨®n de la novela. Y es que uno tiene la impresi¨®n de que hoy, para ser novelista, ni siquiera se precisa ser un buen lector de novelas: no en vano, son cada vez m¨¢s abundantes los abogados, pol¨ªticos, m¨²sicos, etc¨¦tera, que deciden probar suerte con el g¨¦nero, sin ninguna ceremonia previa en relaci¨®n con la Literatura, esa criatura extra?a a cuyo paso nos quit¨¢bamos antes el sombrero. La literatura, ?pero qu¨¦ diablos es la Literatura? Una convenci¨®n surgida a comienzos del siglo XVIII, dir¨ªa Foucault con frialdad de arque¨®logo, mientras que Conrad invocar¨ªa presumiblemente, como ya hizo en su introducci¨®n a El Negro del Narciso, la capacidad de interpelar el sentido del misterio que envuelve nuestras vidas, considerada por ¨¦l una de las cualidades menos obvias y superficiales del lector.
El silencio de la cr¨ªtica no revela sino que tambi¨¦n ella forma parte del problema
Lectores presentes, leed como si os fuerais a convertir en novelistas, futuros novelistas
En el ¨¢mbito de la novela espa?ola se tuvo prueba de dicha capacidad en el caso de Tiempo de silencio del psiquiatra Mart¨ªn Santos, un cl¨¢sico de la novela espa?ola que sirvi¨® tambi¨¦n de clave interpretativa de la Espa?a de Franco, a juzgar por el contenido del art¨ªculo de Jos¨¦ Mar¨ªa Castellet "Tiempo de destrucci¨®n para la literatura espa?ola". Aunque el t¨ªtulo alud¨ªa a una obra p¨®stuma del novelista muerto prematuramente, transmit¨ªa tambi¨¦n la imagen del obligado silencio de los espa?oles durante el franquismo que acabar¨ªa rubricando la obra de Mart¨ªn Santos, de S¨¢nchez Ferlosio, de Garc¨ªa Hortelano, de Juan y Luis Goytisolo, de Mars¨¦; luego servir¨ªa tambi¨¦n de matizada transici¨®n hacia la obra literaria de un ingeniero de puentes, compa?ero de aventuras literarias de Mart¨ªn Santos y uno de los novelistas m¨¢s originales de la moderna literatura espa?ola: Juan Benet. Pues bien: actualmente la capacidad de estremecimiento de la literatura que anim¨® a Mart¨ªn Santos y Benet brilla por su ausencia en los que, venidos de otras profesiones, echan mano del g¨¦nero novela, y empieza incluso a escasear en los propios novelistas profesionales. ?Acaso porque el asalto a la novela desde otras profesiones es tan solo el s¨ªntoma de algo cuya ra¨ªz parece m¨¢s f¨¢cil de describir que de esclarecer?
Resulta muy sensato pensar que, siendo ciertamente la novela el espejo que recorre un camino, no pudiese menos que reflejar las turbulencias de los tiempos que corren, sometidos a una creciente sensaci¨®n de inseguridad, transitoriedad y desarraigo institucional, en fin, de liquidez, seg¨²n la pertinente met¨¢fora de Zygmunt Bauman. Y ciertamente podr¨ªa afirmarse que, mientras en muchos novelistas se detecta una creciente contaminaci¨®n del g¨¦nero por la marea de la vida l¨ªquida que, lejos de hacerlos creadores de novelas iceberg, como hubiera querido Hemingway, los convierte en simples portadores de contenidos culturales, una minor¨ªa ha logrado oponer una resistencia sorprendente; as¨ª, el norteamericano Philip Roth, cuyo doble Nathan Zuckerman, en una de las ¨²ltimas novelas del autor, sale lanza en ristre en defensa de la Literatura, o el espa?ol Vila-Matas, un novelista crecido a la sombra de Borges, pr¨ªncipe de los narradores metaliterarios, especie protegida si las hay en la era de la narrativa "cultural"...
En efecto, puesta en circulaci¨®n en EE UU en los ochenta del siglo pasado, poco antes de que Alvin Kernan anunciara la muerte de la Literatura y la desaparici¨®n de las Humanidades en la Universidad, una nueva noci¨®n de cultura, ya no concebida como una escala de valores, elimin¨® de la novela el reclamo de la est¨¦tica. Versi¨®n norteamericana de los Cultural studies, desde entonces esta visi¨®n ha venido hipnotizando y sojuzgando de forma progresiva las tem¨¢ticas de la novela hispanoamericana (narconovela, inmigraci¨®n, violencia, apartheid) hasta el punto de que hoy podr¨ªa pensarse que, antes que los premios a la calidad est¨¦tica, ser¨ªan m¨¢s apropiados para ella, como ya ocurre en el cine -as¨ª y todo m¨¢s capaz que la novela de sobreponerse a los lastres tem¨¢ticos-, los premios a la diversidad cultural. M¨¢s o menos camuflados en ese carrusel multiculturalista cabalgar¨ªan la conciencia ecol¨®gica y el pensamiento pol¨ªticamente correcto que inspiran lo que hoy podr¨ªa llamarse novela comprometida de evasi¨®n, mientras que la simbiosis nacida a ambos lados del oc¨¦ano entre novela policiaca y denuncia pol¨ªtica, pero sobre todo la novela que en Espa?a se inspira en la memoria hist¨®rica heredera de la Guerra Civil, no participar¨ªan por suerte en tales festejos. Celebrados en los extramuros de la Literatura, bajo la tutela prioritaria de un pragmatismo cada vez m¨¢s embriagado por las cifras de ventas, cumplen gustosos con la funci¨®n que les encomienda la invisible y astuta racionalidad cultural de los tiempos l¨ªquidos: no defraudar el "horizonte de expectativas del lector" (en el lenguaje de los te¨®ricos de la recepci¨®n) como base de cualquier ¨¦xito literario.
Tal noci¨®n de cultura justifica la alusi¨®n de Bauman en su Vida l¨ªquida a una afirmaci¨®n de Hannah Arendt sobre la palabra belleza (la belleza como meta de la cultura), elegida por ella por ser el ep¨ªtome mismo que desaf¨ªa toda explicaci¨®n racional/causal. Que un soci¨®logo invoque de tal forma la est¨¦tica arrojada por la borda por los propios estudiosos de la novela, adquiere relevancia especial en un momento en que, por otro lado, el silencio de la cr¨ªtica (v¨¦ase la muy oportuna "radiograf¨ªa" de la misma publicada recientemente en Babelia), no revela sino que tambi¨¦n ella forma parte del problema. Bien porque tiene miedo de redefinir su papel en un sistema que en el fondo querr¨ªa suprimirla -lo que la condena a la mala fe-, bien porque no hace nada ante la agon¨ªa del lector s¨®lido, aquel que necesitaba sentir bajo sus pies la tierra de esa "condici¨®n humana" cuya palpitaci¨®n sent¨ªamos hasta hace poco entre nosotros, se tiene la impresi¨®n de que ni siquiera quiere salir en apoyo del novelista cuando, como en el caso de Eduardo Mendoza, este se decide a dar la voz de alarma: "La novela no ha muerto, sino el lector de novelas" (declaraci¨®n del escritor catal¨¢n que Vargas Llosa glos¨® afirmando su inquebrantable fe en la supervivencia del g¨¦nero, expresada ya en 1972 a quien esto escribe en El Buitre y el ave F¨¦nix). ?Ahora bien, si se acepta que en efecto hay una crisis del lector de novelas, motivada por la entronizaci¨®n de un lector lobotomizado, incapaz ya de detectar valores literarios, qu¨¦ se puede hacer?
En ¨²ltima instancia, solo caben dos posturas: una, la del laissez faire que hace tabla rasa de la teor¨ªa literaria, la est¨¦tica y la propia tradici¨®n human¨ªstica que las inspira, a favor de esa especie de "mano invisible" que regular¨ªa la industria cultural de la novela, para decirlo en sinton¨ªa con los propios valores de la trituradora o, mejor, licuadora neoliberal. Otra, la de los que, como los llamados te¨®ricos de la recepci¨®n, saben que entre la masa de los lectores siempre hay, desde que existe la novela, un lector especial, que est¨¢ en el origen de todo novelista; y que si se anula la diferencia b¨¢sica para la supervivencia de la Literatura entre el lector que solo ser¨¢ receptor y el lector "indignado" que m¨¢s tarde ser¨¢ tambi¨¦n productor, no habr¨¢ para la novela una segunda oportunidad sobre la tierra. Lectores presentes, leed como si os fuerais a convertir en novelistas, futuros novelistas, empezad por ser buenos lectores, como lo fue siempre el indignado Gustave Flaubert, que una vez le recomend¨® a una de sus amigas lo siguiente: "Pero no lea como leen los ni?os, para divertirse, ni como lo hacen los ambiciosos, para instruirse. No, lea para vivir. Br¨ªndele a su alma una atm¨®sfera intelectual compuesta por la emanaci¨®n de todos los grandes esp¨ªritus".
Ricardo Cano Gaviria es escritor colombiano, residente en Espa?a. La puerta del infierno (Igitur) es su ¨²ltima novela.
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