En la mente criminal
Durante m¨¢s de trece a?os, el neuroanatomista James Fallon ha escudri?ado los esc¨¢neres cerebrales de psic¨®patas y asesinos en serie para encontrar en qu¨¦ difieren sus estructuras cerebrales de las nuestras. El azar ha querido que Fallon se topara con un hallazgo que ni ¨¦l mismo podr¨ªa sospechar en un mill¨®n de a?os: su propio cerebro posee todas las cualidades que se esperan de una mente criminal.
Fallon no es un neurocient¨ªfico del mont¨®n. Simp¨¢tico, extravertido, parece un volc¨¢n de ideas cuando habla con entusiasmo de su trabajo. Ha aparecido, represent¨¢ndose a s¨ª mismo, en series de televisi¨®n como Mentes criminales, y no esperaba convertirse en una estrella medi¨¢tica. Como investigador de la prestigiosa Universidad de California en Irvine ha logrado hitos significativos en la investigaci¨®n del cerebro humano, desentra?ando los circuitos cerebrales para la dopamina y las endorfinas -las mol¨¦culas que nos causan placer-, o los genes que hay detr¨¢s de enfermedades como el alzh¨¦imer y el p¨¢rkinson.
En sus cerebros, Fallon vislumbr¨® un patr¨®n, hall¨® dos ¨¢reas alteradas: la que se encarga de la moral y toma de decisiones, y la que procesa las emociones
Entre soci¨®patas y psic¨®patas, el profesor Garrido pone el ¨¦nfasis en el ambiente, que puede ser el gatillo que acciona un mecanismo que no tiene marcha atr¨¢s
Fallon fue el primero en caracterizar una mol¨¦cula esencial para el crecimiento de las neuronas. Form¨® parte del equipo de expertos que asombr¨® al mundo al demostrar que el mismo cerebro fabrica neuronas nuevas tras el nacimiento -a partir de las c¨¦lulas madre adultas- haciendo trizas el dogma sagrado seg¨²n el cual nac¨ªamos con todas las neuronas contadas.
Su vuelco hacia la investigaci¨®n de las mentes criminales ocurri¨® por casualidad. "Conozco todas las partes del cerebro", relata a El Pa¨ªs Semanal, "mis colegas y psiquiatras en neurolog¨ªa suelen consultarme para que eche un vistazo a los esc¨¢neres cerebrales". A principios de los noventa, los expertos de Irvine probaban entusiasmados el nuevo esc¨¢ner de emisi¨®n de positrones (TEP), que iluminaba las zonas del cerebro cuando se piensa, se reacciona ante una imagen o un sonido. Fallon atravesaba tranquilamente el campus de su universidad cuando se top¨® con un equipo SWAT (unidad policial de ¨¦lite), que custodiaba el centro donde se encontraba la m¨¢quina prodigiosa. Al preguntar qu¨¦ suced¨ªa, los agentes le respondieron que estaban escaneando el cerebro de un asesino en serie. "En eso estaban mis colegas. Se trataba realmente de tipos muy malos". A Fallon le pidieron ayuda: un vistazo de una placa al a?o, o tres como mucho. Y acept¨®. Sin saberlo, hab¨ªa abierto una nueva puerta para conocerse a s¨ª mismo.
Hace ahora unos cinco a?os, la historia dio un giro inesperado, propio de un thriller. Uno de sus colegas le pas¨® a Fallon de sopet¨®n unos setenta esc¨¢neres de asesinos. Se trataba de un material muy valioso, por las dificultades legales para su obtenci¨®n, y estaba mezclado con otras tantas placas de personas que sufr¨ªan esquizofrenia y depresi¨®n. Fallon vio en ello una oportunidad ¨²nica para encontrar patrones cerebrales en un experimento ciego, sin saber qui¨¦n es qui¨¦n.
"Lo primero que le dije es que no quer¨ªa saber a qui¨¦n pertenec¨ªa cada esc¨¢ner. Hab¨ªa entre cincuenta y cien cortes por cada cerebro, as¨ª que me mantuve ocupado un buen tiempo". Analizando las partes del cerebro que estaban iluminadas o apagadas, Fallon empez¨® a fascinarse cuando vislumbr¨® un patr¨®n, borroso al principio, que se asociar¨ªa de forma implacable con los criminales. Encontr¨® dos zonas singularmente apagadas: la corteza cerebral encima de los ojos, que se encarga de la ¨¦tica, la moral y la toma de decisiones -lo que se conoce por el c¨®rtex orbitofrontal-, y la am¨ªgdala, debajo de la corteza, que procesa las emociones, la agresi¨®n y la violencia. Los esc¨¢neres reflejaban un nuevo retrato robot de tipos que comet¨ªan violaciones o asesinatos en serie, personas que ten¨ªan dificultades para emocionarse o dejarse impresionar por el sufrimiento ajeno, sin remordimientos. Carec¨ªan del freno que impone el l¨®bulo prefrontal a la hora de controlar los impulsos y decidir si una acci¨®n es moral o ¨¦ticamente aceptable. En todos ellos, los circuitos que conectan los sistemas l¨ªmbicos -el cerebro emocional del mam¨ªfero- con el centro racional del control de decisiones estaban da?ados o desconectados.
Fallon empez¨® a despuntar en el campo de la criminolog¨ªa cerebral, impartiendo conferencias en todo el mundo a partir de estos resultados. Las placas perfilaban una mente psicop¨¢tica. Suger¨ªan que los cerebros de estos criminales funcionaban de una manera singularmente distinta a los del resto. Al mismo tiempo, estaba involucrado en un ensayo cl¨ªnico muy ambicioso sobre el mal de alzh¨¦imer. Fallon analizaba placas TEP y de resonancia magn¨¦tica funcional provenientes de personas sanas con antecedentes familiares, y a?ad¨ªa al conjunto los an¨¢lisis gen¨¦ticos en busca de posibles marcadores. El alzh¨¦imer no tiene cura, pero podr¨ªa anticiparse antes de que aparezcan los s¨ªntomas. "El padre de mi mujer acababa de morir de alzh¨¦imer, as¨ª que le dije: como parec¨¦is gente normal, podemos meter vuestros esc¨¢neres en el estudio. Cuando vinieron los resultados de mi familia, cheque¨¦ la pila de esc¨¢neres que ten¨ªa sobre la mesa y me qued¨¦ bastante aliviado, ya que todo el mundo parec¨ªa normal. Fui hasta el fondo de la pila y me top¨¦ con un esc¨¢ner que se parec¨ªa mucho a los esc¨¢neres de los asesinos, que estaban en una pila contigua. Pens¨¦ que se hab¨ªan mezclado por accidente. Pero cuando comprob¨¦ el c¨®digo, descubr¨ª que era el m¨ªo. ?Puedes imagin¨¢rtelo?".
Fallon es, hasta la fecha, el ¨²nico neurocient¨ªfico del mundo que tiene la certeza de que su cerebro se parece al de un asesino en serie. Es una oportunidad perfecta para observarse a s¨ª mismo y alumbrar el misterioso mundo de la neurolog¨ªa criminal. Los expertos coinciden en se?alar que los psic¨®patas exhiben una frialdad casi inhumana en su comportamiento. Son incapaces de conmoverse ante las emociones y las desdichas de los dem¨¢s. Carecen de empat¨ªa y no tienen miedo al castigo al ponerse en una situaci¨®n de riesgo.
"Tienen dificultades para percibir por parte de la am¨ªgdala las emociones morales, el sentido de la justicia, la piedad y la compasi¨®n", explica Vicente Garrido, profesor de la Universidad de Valencia y un experto en criminolog¨ªa. El psic¨®pata imita en muchas ocasiones emociones que no siente y solo percibe como se?ales que ha de descifrar -finge estar apenado cuando en realidad no lo est¨¢- por culpa de este d¨¦ficit. Su l¨®bulo prefrontal, el llamado ¨®rgano ejecutivo del cerebro, tiene otro d¨¦ficit a?adido: la am¨ªgdala no le avisa de los da?os o el sufrimiento que se vaya a causar al tomar una decisi¨®n. "Frente a situaciones de miedo y horror, el l¨®bulo prefrontal del psic¨®pata toma la decisi¨®n de mayor beneficio para el sujeto, aun cuando esas decisiones hayan sido castigadas anteriormente. Por eso se dice que los psic¨®patas no aprenden de la experiencia. Repiten comportamientos que otra persona ya no repetir¨ªa. Son egoc¨¦ntricos y est¨¢n centrados en sus metas inmediatas, que giran en torno al logro del placer y del control. Ese recuerdo del castigo, del fracaso, no es relevante, porque la am¨ªgdala no le ha permitido instalarlo dentro de sus sistema de memoria".
Garrido describe en su nuevo libro Mentes criminales (Ariel) el perfil de algunos de los psic¨®patas m¨¢s c¨¦lebres por lo terrible de sus actos. Uno de los m¨¢s horribles fue Anatoli Onoprienko, apodado Terminator o El Diablo de Ucrania, quien lleg¨® a declarar que "era como un robot con impulsos para matar. No siento nada". Desde enero hasta marzo de 1996, Onoprienko emple¨® hachas, cuchillos, armas de fuego y martillos para acabar con la vida de 49 personas. Eleg¨ªa las casas fuera de las ciudades y entraba en ellas aniquilando a todos los miembros de la familia. Acab¨® con siete de ellas, incluyendo a los ni?os, sin mostrar ning¨²n tipo de arrepentimiento. Incluso en una ocasi¨®n detuvo su coche y se dedic¨® a matar a los conductores que encontraba a su paso. Pero el psic¨®pata va m¨¢s all¨¢ de un asesinato aislado. No tiene necesariamente que matar. Puede ser alguien deleznable, que explota a los trabajadores, desleal con sus amigos, que arruina la vida emocional de la gente que le rodea. Y por supuesto, convertirse en un violador o en un asesino en serie.
Por ello, el caso de Fallon es fascinante y extraordinario. ?Podr¨ªa haberse convertido realmente en un psic¨®pata? Uno no alberga esa impresi¨®n, al menos conversando con ¨¦l a trav¨¦s de la pantalla del ordenador. No siempre se tiene oportunidad de charlar con un cient¨ªfico que estudia a psic¨®patas y que admite que comparte muchos de sus rasgos cerebrales. "No soy un asesino", asegura este neurocient¨ªfico. En sus charlas, parte de la audiencia suele romper en carcajadas. "Ver¨¢s que hablo de forma amigable y tambi¨¦n muy r¨¢pido. La gente dice que soy un tipo simp¨¢tico. Soy el t¨ªo que cae bien a todo el mundo cuando entra en el bar".
Pero Fallon desliza unas cuantas caracter¨ªsticas personales que incitan a la preocupaci¨®n. Al descubrir su nueva faceta en la placa cerebral, Fallon convers¨® con su familia, con sus colegas psiquiatras, con sus amigos, para que le expusieran la imagen que ten¨ªan de ¨¦l. "Mi mujer no est¨¢ terriblemente contenta con esto", dice. Y al principio no le gust¨® lo que escuch¨®. Un buen amigo suyo le coment¨® que era alguien que "no ten¨ªa escr¨²pulos". Con el tiempo, Fallon ha aprendido a verse a s¨ª mismo con cierta distancia, como si fuera un conejillo de Indias, el cient¨ªfico que se explora a s¨ª mismo. "No hago da?o a la gente, pero manipulo a las personas. Es casi un reflejo, como un juego. Y soy alguien muy competitivo. No aguanto perder. Tengo que ganar en todo".
Fallon admite que siente mucha m¨¢s empat¨ªa por los extra?os que por las cosas que suceden en su entorno m¨¢s cercano. Repasa su infancia y el retrato que emerge es el de un chico inestable; al principio, extremadamente religioso y muy moralista, fue nombrado chico cat¨®lico del a?o en Nueva York. Cuando iba hacia el autob¨²s escolar desde su casa, se obsesionaba por dejar el camino despejado en un radio de veinte metros recogiendo toda la basura que encontraba. Luego, en la veintena, casi se convirti¨® al marxismo dentro de su familia. Su madre sufri¨® unos cuantos abortos antes de concebirlo, y por ello recibi¨® una infancia llena de amor y ternura. Y est¨¢ convencido de que eso le salv¨®. "De haber tenido una infancia desgraciada, habr¨ªa sido un psic¨®pata", asegura convencido.
Vicente Garrido distingue entre soci¨®patas y psic¨®patas. Los primeros tienen una biograf¨ªa en la que han sufrido maltratos o abusos sexuales -la infancia opuesta a la de Fallon- y cuando eran ni?os crecieron en contextos subculturales muy violentos, como mafias y organizaciones criminales. El ¨¦nfasis lo pone en el ambiente; puede ser un gatillo que acciona un mecanismo y cuando sucede no tiene vuelta atr¨¢s. Este profesor espa?ol habla de los ni?os de las favelas brasile?as, que en muchas ocasiones viven rodeados de drogas. No todos se transforman en delincuentes, pero a veces basta con poner una pistola en sus manos. O de los ni?os soldado de Sierra Leona o Uganda, raptados y sometidos a una tortura psicol¨®gica brutal. Terminan convirti¨¦ndose en m¨¢quinas de matar.
"Se trata de una psicopat¨ªa adquirida por culpa de factores ambientales muy intensos que marcan la ¨¦poca m¨¢s vulnerable del desarrollo del ni?o". Pero incluso entre esos ni?os soldados se ha visto que las diferencias individuales cuentan. Algunos pueden ser rehabilitados una vez rescatados de las garras de sus secuestradores. Otros ya ten¨ªan una tendencia innata hacia la violencia, por lo que su psicopat¨ªa ser¨¢ irreversible. ?Cu¨¢l es la gen¨¦tica implicada? Un mes despu¨¦s de que Jim Fallon encontrara que su esc¨¢ner cerebral era como el de un asesino en serie, celebr¨® en su casa una fiesta familiar. Su madre, siciliana, tiene ahora 94 a?os. Le coment¨® con cierta malicia a Fallon durante aquella celebraci¨®n que estaba dando charlas por ah¨ª sobre cerebros psic¨®patas como si ¨¦l creyese que pertenec¨ªa a una familia normal. Y le recomend¨® que contactara con su primo, que era editor de un peri¨®dico de Nueva York y que hab¨ªa descubierto un libro hist¨®rico que versaba sobre la familia del padre de Fallon.
Al escarbar en su genealog¨ªa, este neurocient¨ªfico se qued¨® estupefacto. Cuando su madre era una ni?a, sus compa?eros sol¨ªan meterse con ella asegurando que era de la Mafia por haber nacido en Sicilia. Pero el padre y los hermanos de ella eran traficantes de alcohol en Nueva York durante la Gran Depresi¨®n. Incluso su madre fue llevada en un cami¨®n cargado de dinamita hasta las monta?as Catskill, en Nueva York, donde el mafioso Lucky Luciano ten¨ªa su casa.
Quiz¨¢ hab¨ªa otros muchos que se ganaban as¨ª la vida en aquellos tiempos, pero result¨® que la l¨ªnea paterna de Fallon estaba salpicada de asesinos. Un antepasado suyo hab¨ªa matado a su madre a hachazos en 1667. "Fue el primer caso de matricidio registrado en las colonias americanas. En el libro se detallan siete asesinos m¨¢s que estaban entroncados en mi familia". El ¨²ltimo a?adido a esta peculiar lista, poco esperanzadora, es una solterona, Lizzy Borden, que presumiblemente mat¨® a su madrastra y a su padre a hachazos en el verano de 1892, en Nueva Inglaterra. Como confiesa este neurocient¨ªfico, "sab¨ªa que ten¨ªa que examinar a fondo mi gen¨¦tica. Toda mi familia ten¨ªa una mezcla de genes de bajo y alto riesgo. Pero el problema es que yo tengo cada uno de los alelos gen¨¦ticos de mayor riesgo. Desde el llamado gen guerrero, y otros que tienen que ver con los receptores de la serotonina y transportadores de la norepirefrina. La verdad es que parece que tendr¨ªa que estar en prisi¨®n".
El gen guerrero no es m¨¢s que un ep¨ªteto a?adido a un nombre nada ex¨®tico para una mol¨¦cula, la enzima monoaminooxidasa A (en ingl¨¦s, monoamine oxidase A o MAOA), cuyo quehacer en el cerebro tiene un peso importante: se le ha relacionado con el comportamiento agresivo y violento. Se trata de una prote¨ªna cuya funci¨®n consiste en deshacer los neurotransmisores cerebrales como la dopamina, la serotonina y la norepirefrina. Algunas variantes del gen que segregan cantidades excesivas de la enzima tienen por consecuencia una escasez de estos neurotransmisores, lo que da lugar a depresiones y esquizofrenia. Otras versiones defectuosas de alto riesgo segregan, por el contrario, insuficientes cantidades de la enzima. La consecuencia es una tormenta de neurotransmisores en el cerebro que dispara la agresividad.
El gen MAOA se ubica en el cromosoma X. Al estar ligado al sexo, sus efectos son m¨¢s patentes en los chicos, que tienen un solo cromosoma X, que en las chicas, que disponen de una pareja y, por tanto, la posibilidad de conservar en el otro cromosoma un gen sano. A principio de los a?os noventa, los cient¨ªficos establecieron una conexi¨®n entre el comportamiento violento de un grupo de hombres de una familia holandesa y el gen MAOA. Los hombres sufr¨ªan un ligero retraso mental, pero eran muy violentos. Dos de ellos eran pir¨®manos; otro atropell¨® a un empleado pas¨¢ndole el coche por encima, y otro, despu¨¦s de violar a su hermana, acuchill¨® al guardi¨¢n de una instituci¨®n mental con un tenedor. En todos los casos, los individuos ten¨ªan versiones defectuosas del gen de la monoaminooxidasa.
El gen guerrero ya ha dejado su huella en las decisiones judiciales, especialmente en un caso s¨®rdido ocurrido en Estados Unidos: octubre de 2006. La polic¨ªa responde a una llamada y acude r¨¢pidamente a la caravana de Bardley Waldroup, en las monta?as del Estado de Tennessee. Los agentes encuentran un escenario dantesco: restos de sangre por todas partes, en las cortinas, en el suelo, en las paredes, y un machete. Una mujer, Leslie Bradshaw, con la cabeza cortada y ocho disparos a bocajarro. Leslie hab¨ªa pasado el fin de semana fuera con la esposa de Bardley Waldroup y los cuatro hijos de este. El hombre las esper¨®. Mat¨® a Leslie, la decapit¨® y cort¨® un dedo a su mujer, tratando de acuchillarla. Ella habr¨ªa muerto de no ser por la polic¨ªa. Las mujeres hab¨ªan encargado a un amigo que llamase a las autoridades si ellas no telefoneaban en un plazo de tiempo seguro.
El fiscal pidi¨® para Waldroup la pena capital. Un an¨¢lisis gen¨¦tico realizado por el equipo de William Bernet, de la Universidad de Vanderbilt, mostr¨® que Waldroup ten¨ªa la versi¨®n defectuosa del gen MAOA. En una cr¨®nica de la radio nacional p¨²blica americana (NPR) sobre el juicio, celebrado tres a?os despu¨¦s, Bernet dijo de Waldroup que "su constituci¨®n gen¨¦tica, junto con el hecho de que sufri¨® abusos cuando era ni?o, le hizo m¨¢s vulnerable a la hora de convertirse en alguien violento". Los hechos convencieron al jurado, y la sentencia de muerte fue conmutada por una condena de 34 a?os en prisi¨®n. El caso del gen guerrero desat¨® furibundas cr¨ªticas. El psic¨®logo Nigel Barber tach¨® de "ciencia basura" la argumentaci¨®n gen¨¦tica del equipo de Vanderbilt en un art¨ªculo de la revista Psychology Today, a?adiendo que a este gen se le ha relacionado con el juego de los casinos, la agresividad, la depresi¨®n, y hasta el hecho de "vivir en un tr¨¢iler y sufrir abusos sexuales".
El gen MAOA sigue generando una publicidad que sobrepasa las p¨¢ginas de las revistas cient¨ªficas. Kevin Beaver, de la Universidad estatal de Florida, public¨® recientemente un estudio que mostraba que era m¨¢s probable que los miembros de pandillas urbanas que llevan escritos en su cromosoma X las versiones de riesgo ten¨ªan una probabilidad m¨¢s de cuatro veces mayor de usar un arma de fuego. Pero, como critica el escritor cient¨ªfico John Horgan, el 40% de los pandilleros estudiados no llevaba el gen. En un experimento parecido a un juego publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS), los cient¨ªficos comprobaron que, de un grupo de 78 individuos sanos, los que decid¨ªan castigar de la forma m¨¢s agresiva a un internauta que les estaba robando dinero (sin que supieran que se trataba de un ordenador) eran porteadores del gen.
Las estad¨ªsticas siguen atizando el fuego. Otro informe publicado en la revista New Zealand Medical Journal sugiere que la forma defectuosa del gen MAOA es m¨¢s frecuente en los feroces maor¨ªes australianos (un 56%) que en los caucasianos (34%) y los hispanos (27%). El acervo gen¨¦tico de los africanos (59%) y los chinos (77%) sugiere que son m¨¢s violentos. Con la salvedad de que se trata de trabajos que examinan a un n¨²mero muy reducido de individuos.
Y estos porcentajes no se corresponden bien con las tasas registradas de homicidios anuales seg¨²n los pa¨ªses. En 2010, Honduras y El Salvador, ambos de habla hispana, se colocaron en primer y segundo lugar (con una tasa de 78 y 66 homicidios, respectivamente, por cada 100.000 habitantes), siendo los m¨¢s peligrosos del mundo. China tiene una de las tasas m¨¢s bajas (1,12), y Espa?a figura en uno de los ¨²ltimos lugares (0,87). Estados Unidos figura en el puesto n¨²mero 34, a pesar de que probablemente la sociedad americana es la que produce m¨¢s psic¨®patas en el mundo. Resulta imposible determinar un n¨²mero siquiera aproximado de asesinos en serie que operan en Estados Unidos. Garrido se?ala que los crimin¨®logos James Fox y Jack Levin han identificado 558 asesinos en serie en ese pa¨ªs desde 1900. Estos expertos sugieren que quiz¨¢ hay ahora activos unos 150 de estos depredadores humanos, aunque el n¨²mero de los que han sido identificados se ha incrementado de una manera espectacular desde los a?os setenta del pasado siglo.
La gen¨¦tica, pues, no lo explica todo. Jim Fallon admite que llevar escritos en su ADN las formas m¨¢s peligrosas del gen MAOA le ha hecho recapacitar sobre la influencia real de los genes en el comportamiento humano. "Hace dos a?os era una especie de radical gen¨¦tico", confiesa. "Daba un poco de verg¨¹enza leer mis trabajos". Fallon cre¨ªa que el peso de los genes en la conducta supon¨ªa el 85%. Ahora est¨¢ convencido de que, pese a tener los peores genes, eso no significa que su destino vaya a estar escrito de antemano.
"El n¨²mero de psic¨®patas parece que es estable desde el punto de vista cultural, aparece en todas las culturas y en n¨²meros muy bajos". Las costumbres sociales son un buen freno y mantienen la influencia gen¨¦tica a raya. Este neuroanatomista ha viajado a lugares como Marruecos, estudiando el comportamiento de las tribus n¨®madas, los beduinos y bereberes. Los an¨¢lisis gen¨¦ticos muestran que el gen MAOA aparece con la misma frecuencia que en los europeos e italianos. Pero estas tribus, asegura, han desarrollado sistemas sociales que han extirpado la cultura de los asesinatos. "Entre tribus no pueden recordar un asesinato en doscientos a?os, lo que es notable". Una pelea entre dos tipos suele durar algunos minutos y luego se decide en un consejo de sabios.
Fallon estima que hay unos cincuenta genes asociados a la agresi¨®n y a la violencia, y que, en muchos casos, estos genes se concentran en determinadas estructuras ¨¦tnicas, como en Bosnia, Gaza o Los ?ngeles, en piscinas gen¨¦ticas que facilitan su trasiego a las generaciones posteriores, en lo que llama violencia transgeneracional. Fallon explica estos conceptos en los festivales de ciencia y es recibido como una estrella medi¨¢tica. Colabora en el mundo del espect¨¢culo realizando programas divulgativos sobre criminales, gen¨¦tica y cerebro. En uno de ellos involucr¨® a directores de terror como Eli Roth para comprobar, mediante su an¨¢lisis gen¨¦tico y la exploraci¨®n cerebral, si el creador de cintas de tortura gore como Hostel esconde alg¨²n aspecto psicop¨¢tico. Por lo visto, Roth no se parece nada a Fallon. Es un tipo muy simp¨¢tico, y en sus esc¨¢neres cerebrales se iluminan las zonas de empat¨ªa.
Los antiguos rasgos f¨ªsicos que los anatomistas del siglo XIX cre¨ªan ver en los criminales quedaron obsoletos. "Por entonces exist¨ªa un gran entusiasmo en encontrar personas que no estaban adaptadas ni evolucionadas, pero no se ten¨ªa la perspectiva de que lo que funcionaba mal era el cerebro", explica Vicente Garrido.
Los genes equivocados mezclados con un ambiente negativo producen un c¨®ctel explosivo, pero incluso bajo los peores escenarios la biolog¨ªa puede salir triunfante en personas que demostraron una construcci¨®n moral intachable, capaces de resistirse a cometer atrocidades bajo reg¨ªmenes de terror como el de Hitler. Garrido indica algunos estudios fascinantes realizados en soldados alemanes que se negaron a cumplir las ¨®rdenes de disparar contra jud¨ªos, gitanos y homosexuales durante la Segunda Guerra Mundial, a riesgo de verse expulsados o de perder la vida. Estas situaciones contradictorias muestran que los cient¨ªficos est¨¢n a¨²n muy lejos de desentra?ar los mecanismos que operan detr¨¢s del comportamiento humano.
La sociedad ut¨®pica del mundo feliz de Aldous Huxley se basaba en un f¨¦rreo determinismo gen¨¦tico, por el que se podr¨ªa controlar y dirigir la vida de una persona desde el mismo embri¨®n. Pero en el futuro, dice Garrido, no encontraremos una p¨ªldora capaz de curar a un psic¨®pata. En el mejor de los casos, una sociedad avanzada que ponga en marcha sistemas de detecci¨®n para descubrir ni?os que con ocho o nueve a?os ya se comportan de manera cruel, y tratar su d¨¦ficit emocional.
Fallon, por su parte, es consciente de que tuvo mucha suerte en su infancia. "Si te topas con un asesino en serie o un violador, ya no hay nada que puedas hacer al respecto. La gente trata de rehabilitarlos, pero la rehabilitaci¨®n nunca funciona. Es un concepto rom¨¢ntico sostenido por algunos de que se puede dar la vuelta a este asunto". La gen¨¦tica del futuro podr¨ªa extraer una informaci¨®n relevante sobre un muchacho acerca de sus posibilidades de convertirse en psic¨®pata, pero esos datos deben quedar en privado, constata este experto. "Estoy en contra del uso de esta informaci¨®n, excepto si lo hace la familia".
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