Crisis y conciencia social
Cada vez que las cosas se ponen algo m¨¢s feas, cada vez que se anuncia un nuevo recorte o que el paro o los desahucios aparecen como tristes manifestaciones sociales de la delicada situaci¨®n por la que atraviesa Espa?a, arrecian las cr¨ªticas contra los economistas. A ellos se atribuyen las recetas que no acaban de aportar soluciones definitivas contra la crisis. Asumiendo la cuota que corresponde a esta profesi¨®n dentro de las culpabilidades (que son ampliamente distribuibles), la primera obligaci¨®n que tiene un economista es la de transmitir que esta crisis no se puede resolver de forma r¨¢pida, y que la actividad y, sobre todo, el empleo, se van a recuperar lentamente. Lo importante es empezar ese camino, porque a¨²n no ha empezado. Tambi¨¦n parece evidente, pero se olvida con demasiada frecuencia, que en Espa?a y en otros muchos pa¨ªses esas recetas deben pasar por un tamiz institucional complejo con muchos, a veces demasiados, condicionantes pol¨ªticos. Asimismo, parece que en el contexto actual se producen demasiados juicios de valor y divisiones forzadas y aparentemente exclusivas. Por ejemplo, parece que solo puede existir la austeridad a ultranza o el abandono total de la misma, o las pol¨ªticas intervencionistas frente a las liberales. Todo ello es l¨®gico fruto de un ambiente social de aflicci¨®n. Y en medio de este l¨®gico entorno de desconsuelo, a uno le da por pensar que buena parte de la soluci¨®n est¨¢ ah¨ª, en la sociedad espa?ola, y que esta crisis va a dejar, adem¨¢s de mucho dolor, un aprendizaje valioso que puede ayudar a cambiar las cosas.
Alguien podr¨ªa sugerir que otras crisis de gran magnitud no cambiaron mucho las cosas, pero esta es la primera gran crisis (porque la de principios de la d¨¦cada de 1990 no resulta comparable) en una democracia asentada (la de la d¨¦cada de 1970 coincidi¨® con el comienzo del periodo democr¨¢tico) y en la que muchos espa?oles est¨¢n aprendiendo, opinando y razonando sobre c¨®mo hemos llegado a esto y c¨®mo podr¨ªamos evitar que volviera a suceder. En este entorno de aprendizaje y l¨®gica reivindicaci¨®n, si algo pueden hacer los economistas es aportar independencia y did¨¢ctica a sus contribuciones, alej¨¢ndose de extremismos, en los que nunca ha estado la soluci¨®n a los problemas en ninguna experiencia hist¨®rica. Del dolor y el aprendizaje deber¨¢ crecer una superaci¨®n de tres elementos que dificultan la recuperaci¨®n de la crisis y, sobre todo, su prevenci¨®n en el futuro: la erradicaci¨®n de algunas falacias m¨¢s o menos arraigadas, la conciencia de sociedad civil reivindicativa y un mayor aprecio por los sistemas de incentivos desde un umbral amplio de solidaridad.
La erradicaci¨®n de algunas falacias es tal vez la tarea de m¨¢s corto plazo, y solo el tiempo contribuir¨¢ a poner las cosas en su sitio. Es falaz, por ejemplo, sugerir que la austeridad es ¡°completamente equivocada¡±. En t¨¦rminos de econom¨ªa dom¨¦stica, esto equivale a pensar que una persona endeudada hasta las cejas pudiera seguir endeud¨¢ndose sin problema y que m¨¢s deuda le ayudar¨ªa a recomponerse, crecer y afrontar sus compromisos financieros. Tambi¨¦n es err¨®nea la austeridad a ultranza. En el caso de Espa?a, como pa¨ªs que necesita s¨ª o s¨ª financiaci¨®n exterior, lo que se precisa son plazos m¨¢s razonables para que, en mitad del esfuerzo de consolidaci¨®n fiscal, la econom¨ªa no se ahogue y acabe estando tan saneada como yerma. No son tanto las condiciones como cu¨¢ndo y c¨®mo aplicarlas, para que el esfuerzo apriete, pero no ahogue.
La meritocracia y los incentivos tendr¨¢n que arraigarse y tendr¨¢n que hacerlo a todos los niveles p¨²blicos y privados
Otra falacia extendida es aquella que sugiere que se pueden cambiar las reglas a mitad del partido. La pol¨¦mica desatada estos d¨ªas con los desahucios es un buen ejemplo de ello. Resulta imperioso y es una cuesti¨®n de justicia social que algunas personas en situaciones especialmente desfavorables y desgraciadas no pierdan acceso a una vivienda. Pero lo que no puede hacerse es pensar que ahora se pueden tomar medidas como la daci¨®n en pago con car¨¢cter retroactivo porque eso, simplemente, se cargar¨ªa buena parte del sistema de garant¨ªas del sector bancario. Y en esta cr¨ªtica que todos los d¨ªas se extiende hacia los bancos habr¨ªa que recordar m¨¢s a menudo que su dinero es nuestro ahorro y, por tanto, cada vez que se pide que los bancos asuman toda la factura se est¨¢ apuntando hacia ese ahorro. El tema de los desahucios es un buen ejemplo de la necesidad de prevenir en lugar de curar. Si pensamos que estas situaciones no deben producirse, debemos cambiar las normas a futuro y asumir qu¨¦ implica cambiar esas normas, ya que probablemente el acceso a la vivienda y a la financiaci¨®n hipotecaria estar¨ªa m¨¢s restringido en el futuro de lo que lo estuvo antes de la crisis.
Otro ejemplo de falacias es el de esperar resultados muy a corto plazo de las reformas, y en especial, de la laboral. Fuimos muchos los economistas que apoyamos una reforma laboral que era m¨¢s completa que la que se ha puesto en marcha y que pensamos que la falta de completitud puede tener importantes costes. Pero la mezcla de esas carencias con los duros datos de desempleo a corto plazo tiene un coste m¨¢s all¨¢ de que sean efectivas o no (que es lo m¨¢s importante en todo caso), y es el de que la sociedad pierda la fe en las mismas y, de paso, achaque a los economistas y sus propuestas los resultados de una reforma que no es la que muchos propon¨ªan.
La segunda gran cuesti¨®n para pensar en una sociedad espa?ola m¨¢s preventiva y exigente respecto a la econom¨ªa es el impulso de la conciencia de sociedad civil reivindicativa. En este punto, es perceptible que los ciudadanos se van a volver m¨¢s exigentes con esta crisis y van a pedir a los pol¨ªticos, a las instituciones y a s¨ª mismos m¨¢s responsabilidad. En todo caso, para que esa conciencia se extienda de forma efectiva es preciso que se ayude a los ciudadanos a comprender d¨®nde deben estar los elementos de juicio. As¨ª, por ejemplo, tendemos a votar a un alcalde o a cualquier otro cargo p¨²blico bajo criterios distintos de los que lo har¨ªamos para un gestor de nuestras cuentas o de nuestras empresas. En este sentido, factores como la deuda de un ayuntamiento, de una comunidad aut¨®noma o un pa¨ªs nos parece poco importante a la hora de evaluar la gesti¨®n y decidir, en consecuencia, nuestro voto. Pues bien, baste pensar en los esfuerzos que se exigen ahora a Espa?a para entender la importancia del rigor en la gesti¨®n. Tambi¨¦n es preciso contar con una conciencia generacional, algo que siempre ha existido, pero cuya necesidad puede acrecentarse ahora. Baste pensar que la factura de la resoluci¨®n de la crisis la est¨¢n pagando principalmente dos generaciones de espa?oles a los que, aparte de ese coste, les va a ser dif¨ªcil acceder a los prometidos beneficios del Estado de bienestar. Y el Estado de bienestar es posible, porque lo ha sido y puede seguir si¨¦ndolo, pero se manifiesta tambi¨¦n la necesidad de que la ciudadan¨ªa tome conciencia de lo que cuesta mantenerlo y de cu¨¢nto se aporta y cu¨¢nto se recibe de ese sistema. Sin m¨¢s corresponsabilidad, olvid¨¦monos de ¨¦l.
Por ¨²ltimo, la tercera y tambi¨¦n muy importante cuesti¨®n es que en la sociedad espa?ola se haga cada vez m¨¢s importante el gusto por los sistemas de incentivos. El Estado de bienestar ¡ªun logro tremendo de la sociedad espa?ola que no debe perderse¡ª y la conciencia de seguridad que transmite tienen tambi¨¦n sus desventajas, y es que a veces se tiende hacia un excesivo igualitarismo y a un desprecio del m¨¦rito y la capacidad. La meritocracia y los incentivos son una cuesti¨®n, en buena medida, cultural, y conforme la sociedad se hace m¨¢s exigente ¡ªy la espa?ola lo har¨¢¡ª esos incentivos tendr¨¢n que arraigarse y tendr¨¢n que hacerlo a todos los niveles p¨²blicos y privados. Y junto a ellos, la erradicaci¨®n del fraude, como un mal que constituye una injusticia social de primer nivel en Espa?a. En este camino, es preciso establecer un nivel de solidaridad inquebrantable compatible con esos incentivos porque la igualdad de oportunidades puede ser un objetivo, pero nunca es una realidad completa.
Santiago Carb¨® Valverde es catedr¨¢tico de Econom¨ªa y Finanzas de la Bangor Business School e investigador de Funcas.
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