?Por qu¨¦ no trabajamos menos horas?
Se trata de ser m¨¢s productivos para vivir mejor. Hacer lo contrario es malgastar el tiempo
Durante el peor momento de la gran depresi¨®n el economista brit¨¢nico John Maynard Keynes public¨® un optimista ensayo titulado Posibilidades econ¨®micas de nuestros nietos. En ¨¦l predec¨ªa que disfrutar¨ªamos de 100 a?os de elevadas tasas de crecimiento econ¨®mico, tras los cuales la renta per c¨¢pita media en los pa¨ªses occidentales ser¨ªa entre cuatro y ocho veces mayor que cuando se public¨® el art¨ªculo en 1930. Como resultado de este fuerte incremento del bienestar, nuestro problema econ¨®mico, que Keynes caracterizaba como ¡°la satisfacci¨®n de nuestras necesidades b¨¢sicas¡±, estar¨ªa resuelto. Esto permitir¨ªa que el ocio aumentara dr¨¢sticamente, hasta el punto que nos bastar¨ªa con una jornada laboral de tres horas al d¨ªa para alcanzar el nivel de vida deseado.
La primera parte de la predicci¨®n result¨® correcta. A pesar de lo negras que parec¨ªan las cosas en 1930, y de lo negras que las vemos ahora, metidos en una nueva y profunda crisis, no cabe duda de que las ocho d¨¦cadas que han pasado desde el pron¨®stico han supuesto un enorme crecimiento de la riqueza material. Si acaso, Keynes se qued¨® corto.
Por el contrario, la segunda parte de su predicci¨®n no pudo resultar m¨¢s incorrecta. No s¨®lo no trabajamos menos, sino que para muchos de nosotros, mantener el nivel de vida que deseamos supone estr¨¦s y angustia diarios. El n¨²mero de tareas pendientes se acumulan. Llegamos tarde a casa, con los ni?os ya dormidos. Pasamos alrededor de una hora menos al d¨ªa por adulto en actividades dom¨¦sticas, pero este cambio no se transforma en ocio, sino en un sustancial aumento de la participaci¨®n laboral de la mujer.
Esta paradoja parece a¨²n m¨¢s incomprensible cuando consideramos que la tecnolog¨ªa de la informaci¨®n y la automatizaci¨®n de las f¨¢bricas est¨¢n eliminando la mayor parte de las tareas rutinarias y desagradables que ocupaban gran parte de la jornada laboral. Si no tenemos que buscar y archivar papeles o lavar la ropa a mano, ?por qu¨¦ no usamos ese tiempo para hacer lo que nos interesa?
La misma tecnolog¨ªa que reduce las tareas rutinarias permite que el trabajo invada nuestro ocio
De hecho, lo contrario parece suceder: la misma tecnolog¨ªa que reduce las tareas rutinarias permite que el trabajo invada gran parte de nuestras horas de ocio. Respondemos los correos electr¨®nicos del trabajo por las noches y los fines de semana. Nos llevamos de vacaciones el ordenador port¨¢til y lo usamos en parte para seguir en contacto diario con la oficina.
?C¨®mo es posible que tanta automatizaci¨®n y tanto avance tecnol¨®gico no se hayan transformado en un incremento de nuestro ocio, de nuestro tiempo libre? ?Por qu¨¦ no estamos aprendiendo, como (err¨®neamente) pensaba Keynes que har¨ªamos, a ¡°experimentar las artes de la buena vida¡±?
Una primera respuesta a esta paradoja puede ser que, aunque no seamos conscientes de ello, s¨ª ha aumentado considerablemente nuestro ocio. Nuestra esperanza de vida se ha incrementado en 20 a?os, y la edad de jubilaci¨®n ha disminuido sustancialmente. Es por ello indudable que la fracci¨®n que pasaremos trabajando de las aproximadamente setecientas mil horas de vida que disfrutaremos en total, ha ca¨ªdo.
Pero esta no puede ser m¨¢s que una respuesta parcial, pues deja a¨²n un enorme interrogante cuando contemplamos nuestras apresuradas y estresantes vidas durante la edad laboral.
Otra soluci¨®n parcial es que gran parte del nuevo ocio tiene lugar en la oficina. Durante la larga jornada laboral caben los caf¨¦s, las comidas, los cotilleos. Adem¨¢s, el trabajo en si es m¨¢s interesante. De nuevo la respuesta es incompleta pues, ?no desear¨ªamos pasar nuestro ocio con nuestros familiares y los amigos a los que elegimos nosotros, en vez de los compa?eros de trabajo que ¡°nos han tocado¡±?
No podemos dar una respuesta satisfactoria a esta paradoja sin entender que una buena parte de nuestro consumo no est¨¢ destinado a satisfacer necesidades absolutas, sino relativas. No aspiramos a tener un nivel elevado de consumo en s¨ª mismo, sino a tener una posici¨®n concreta con respecto a nuestros pares. Por ello, muchos de los bienes que consumimos son ¡°bienes posicionales¡±, como los llam¨® el economista brit¨¢nico Fred Hirsch. Su valor depende de lo que consuman los dem¨¢s.
Muchos bienes son naturalmente escasos, y su consumo depende de que los dem¨¢s no los consuman
En parte esto es una consecuencia natural de la escasez. Muchos bienes son naturalmente escasos, y su consumo depende de que los dem¨¢s no los consuman. Si la riqueza de los dem¨¢s aumenta, yo tengo que pagar m¨¢s para conseguirlos. Los bienes inmobiliarios en lugares particularmente deseables, son el mejor ejemplo de este fen¨®meno: el n¨²mero de personas que pueden pagarse una casa en Chelsea, en el Barrio de Salamanca, en el Paseo de Gracia o con vista al mar, es limitado, y si los dem¨¢s pueden pagar m¨¢s, tengo que trabajar m¨¢s para poder permit¨ªrmelo.
Pero hay otra raz¨®n: la competici¨®n por el estatus, que es una competici¨®n de suma cero (es decir, una en la que lo que yo gano, tu lo pierdes, como el tenis o el ajedrez). Si mis vecinos se compran una televisi¨®n plana de 40 pulgadas, y me importa mi estatus relativo, ¡°necesito¡± tener una de 45 pulgadas. Si mi vecino tiene un Seat Ibiza, yo ¡°tengo¡± que tener un VW Passat. No hay en este tipo de bienes necesidades objetivas, sino que ¡°lo normal¡± se define por referencia a lo que consumen nuestros pares.
Que existen los bienes posicionales parece f¨¢cil de comprobar con un sencillo ejercicio de introspecci¨®n, propuesto por el economista Robert Frank. Supongamos que nos dan a elegir entre vivir en una casa de 400 metros cuadrados cuando los dem¨¢s viven en casas de 600 metros cuadrados, o vivir en una casa de 300 metros cuadrados cuando las dem¨¢s casas son de 200 metros cuadrados. De acuerdo con Frank, la mayor parte de los que responden a esta pregunta prefieren la casa menor, siempre que esta sea m¨¢s grande que la de los dem¨¢s.
El resultado es que gran parte de la vida laboral se parece a la proverbial escalada armament¨ªstica. Trabajamos m¨¢s para conseguir avanzar posiciones respecto a los dem¨¢s, pero ellos responden trabajando m¨¢s para conservarlas. Al final, estamos en el mismo sitio en el que empezamos, pero con menos horas de ocio.
?C¨®mo parar la escalada? Convertir nuestra mayor productividad en m¨¢s tiempo libre pasa en parte porque las pol¨ªticas p¨²blicas permitan que ese ocio se posible. Hay que eliminar el presentismo, facilitar que la gente cumpla sus horarios, facilitar enormemente el trabajo a tiempo parcial. Si la externalidad descrita existe, tambi¨¦n ser¨ªa bueno que las pol¨ªticas p¨²blicas penalicen el consumo m¨¢s ostentoso con impuestos indirectos al lujo, y que la sociedad no admirara ese consumo.
Pero tambi¨¦n es necesario que cada uno individualmente seamos consciente de lo que buscamos con nuestras elecciones. ?Qu¨¦ es lo normal? ?Con referencia a qu¨¦ grupo de pares estamos tomando esta decisi¨®n? ?Realmente importa un carajo que nuestro vecino vea que tenemos un coche estupendo? ?Cu¨¢ntas horas m¨¢s sin ver a nuestros hijos realmente queremos pasar trabajando para conseguir comprarnos ese coche?
Se trata, una vez m¨¢s, de ser m¨¢s productivos para vivir mejor. Hacer lo contrario, usando nuestras ganancias adicionales de productividad para empeorar nuestro nivel de vida es un malgasto del ¨²nico recurso escaso que todos tenemos en nuestra vida: el tiempo.
Luis Garicano es catedr¨¢tico en la London School of Economics y es autor de El dilema de Espa?a: Ser m¨¢s productivos para vivir mejor¡±
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