La trampa de la timidez
Es constante la tendencia de pol¨ªticos con buenas ideas a quedarse a medio camino al aplicarlas
Ahora mismo no parece haber ninguna crisis econ¨®mica importante y, en muchos sitios, los responsables pol¨ªticos est¨¢n d¨¢ndose palmaditas en la espalda. En Europa, por ejemplo, alardean de la recuperaci¨®n de Espa?a: el pa¨ªs parece en condiciones de crecer este a?o al menos al doble de velocidad de lo que se hab¨ªa previsto. Por desgracia, eso se traduce en un crecimiento del 1%, en vez del 0,5 %, en una econom¨ªa profundamente deprimida, con un 55 % de paro juvenil. El hecho de que esto pueda considerarse una buena noticia pone de manifiesto lo mucho que nos hemos acostumbrado a unas condiciones econ¨®micas terribles. Nos va peor de lo que cualquiera habr¨ªa imaginado hace unos a?os, pero la gente parece cada vez m¨¢s dispuesta a aceptar esta miserable situaci¨®n como la nueva norma.
?C¨®mo ha ocurrido esto? L¨®gicamente, hay varios motivos y ¨²ltimamente he pensado mucho en esto, en parte porque me han pedido que realice una nueva evaluaci¨®n de los intentos de Jap¨®n por escapar de su trampa deflacionaria. Y yo dir¨ªa que una causa importante del fracaso es lo que he dado en llamar la trampa de la timidez: la constante tendencia de unos responsables pol¨ªticos que tienen ideas en principio buenas a poner en pr¨¢ctica medidas que se quedan a medio camino, y el modo en que esta timidez termina saliendo mal, desde el punto de vista pol¨ªtico e, incluso, econ¨®mico. En otras palabras, Yeats ten¨ªa raz¨®n cuando dec¨ªa: ¡°Los mejores carecen de toda convicci¨®n, mientras que los peores est¨¢n llenos de vehemencia apasionada¡±.
En cuanto a los peores: si han seguido los debates econ¨®micos de estos ¨²ltimos a?os, sabr¨¢n que tanto Estados Unidos como Europa tienen poderosos defensores del sufrimiento, grupos influyentes que se oponen ferozmente a cualquier pol¨ªtica que haga que los parados vuelvan a tener trabajo. Hay diferencias importantes entre los defensores de EE UU y de Europa, pero ambos poseen ahora un impresionante historial que demuestra que siempre se han equivocado y nunca han dudado.
En EE UU tenemos una facci¨®n tanto en Wall Street como en el Congreso que se ha pasado m¨¢s de cinco a?os lanzando estridentes advertencias sobre la inflaci¨®n descontrolada y los tipos de inter¨¦s por las nubes. Uno podr¨ªa pensar que el hecho de que ninguna de estas predicciones se haya hecho realidad les har¨ªa recapacitar, pero, despu¨¦s de todos estos a?os, se sigue invitando a las mismas personas a dar su opini¨®n y siguen diciendo lo mismo.
La gente seria afirma que las palizas deben continuar hasta que tengamos la moral alta?
Mientras tanto, en Europa, han pasado cuatro a?os desde que el continente diese un giro hacia los programas de austeridad radical. Los arquitectos de estos programas nos dijeron que no nos preocup¨¢semos por su impacto negativo en el empleo y el crecimiento; los efectos econ¨®micos ser¨ªan positivos, porque la austeridad inspirar¨ªa confianza. Ni que decir tiene que el hada de la confianza nunca apareci¨®, y el precio econ¨®mico y social ha sido inmenso. Pero no importa: toda la gente seria afirma que las palizas deben continuar hasta que tengamos la moral alta otra vez.
?Y cu¨¢l ha sido la respuesta de los buenos? Porque hay gente buena por ah¨ª, que no se ha tragado la idea de que no puede ni debe hacerse nada frente al paro a gran escala. El coraz¨®n del Gobierno de Obama ¡ªo, por lo menos, su modelo econ¨®mico¡ª est¨¢ en el lugar correcto. La Reserva Federal ha hecho retroceder a la multitud de ¡°es la hora de Weimar¡± y ¡°la inflaci¨®n se avecina¡±. El FMI ha publicado estudios que desacreditan la afirmaci¨®n de que la austeridad no cause sufrimiento. Pero estas buenas personas nunca parecen dispuestas a defender sus convicciones hasta el final.
El ejemplo t¨ªpico es el est¨ªmulo econ¨®mico de Obama, que obviamente no bastaba dada la dif¨ªcil situaci¨®n econ¨®mica. Esto no es algo que se haya hecho evidente a posteriori. Algunos advertimos desde el principio que el plan ser¨ªa insuficiente y que, a causa de haber exagerado sus m¨¦ritos, la persistencia del paro elevado terminar¨ªa desacreditando el est¨ªmulo econ¨®mico a ojos de los ciudadanos. Y eso fue lo que ocurri¨®. Lo que no todo el mundo sabe es que la Reserva, a su manera, ha hecho lo mismo. Desde el principio, sus responsables descartaron las pol¨ªticas monetarias que m¨¢s posibilidades ten¨ªan de funcionar y, en concreto, todo aquello que indicase cierta disposici¨®n a tolerar una inflaci¨®n algo m¨¢s alta, al menos temporalmente. En consecuencia, las pol¨ªticas que han aplicado no han satisfecho las expectativas y han acabado dando la impresi¨®n de que no hay mucho que pueda hacerse.
Y lo mismo podr¨ªa decirse incluso de Jap¨®n (el caso que me ha llevado a escribir este art¨ªculo). Jap¨®n ha roto radicalmente con las pol¨ªticas del pasado y, finalmente, ha adoptado la clase de est¨ªmulo monetario decidido que los economistas occidentales llevan m¨¢s de 15 a?os recomendando. Pero sigue habiendo una falta de seguridad en todo ello, una tendencia a hacer cosas como situar los objetivos de inflaci¨®n por debajo de lo que la situaci¨®n exige en realidad. Y esto aumenta el riesgo de que Jap¨®n no consiga ¡°despegar¡±; que el impulso que le den las nuevas pol¨ªticas no baste para escapar realmente de la deflaci¨®n.
Uno podr¨ªa preguntarse por qu¨¦ los buenos son tan t¨ªmidos y los malos tienen tanta confianza en s¨ª mismos. Sospecho que la respuesta tiene mucho que ver con los intereses de clase. Pero a ese asunto habr¨¢ que dedicarle otra columna.
Paul Krugman es profesor de Econom¨ªa de Princeton y premio Nobel de 2008
? New York Times 2014
Traducci¨®n de News Clips
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