Ilusi¨®n de verano al 50%
Tiendas llenas en el inicio de las rebajas de los grandes del textil El sector espera que los descuentos le permita cerrar el primer a?o sin p¨¦rdidas desde la crisis
En estos tiempos de incertidumbre, hay hechos inmutables que ayudan al ser humano a reconciliarse con las certezas de anta?o. O a renegar de ellas en arameo. Ya pueden dimitir papas, abdicar reyes y proclamarse otros, que las rebajas de verano de Inditex y de El Corte Ingl¨¦s, los gigantes del textil en Espa?a, no empiezan hasta el 1 de julio as¨ª se fundan los polos y la competencia vaya por la segunda o tercera oleada de descuentos. La clientela lo sabe. Lo soporta. Espera y desespera lo que haga falta. Y, llegado el momento, se tira de cabeza a por las gangas. As¨ª est¨¢n, desde que abrieron la ma?ana del martes, los centros comerciales y las tiendas a pie de calle. Abarrotados de gente buscando como agujas en pajares las prendas para sufrir y gozar este a?o del calor a mitad de precio.
Quien la ha sentido, la conoce. Todos los a?os igual, y todos los a?os distinta. La emoci¨®n de buscar, y encontrar, el vestido, la blusa, las sandalias, el traje de ba?o so?ado que se lleva viendo desde marzo en su anaquel con su prohibitivo precio de temporada, asequible por fin al bolsillo. Al presupuesto, las circunstancias y los deseos de cada uno. Porque cada cliente es un mundo. Unos van a buscar chollos. Otros, a encontrarlos. Unos, por necesidad, a rellenar los huecos en un armario pelado por la crisis. Otros, por placer, a renovar un ropero ¨Co una vida¨C aburrido o frustrante, y gastarse en trapos lo que de otra forma se dejar¨ªan en psic¨®logos. Las rebajas son como una cacer¨ªa. Y el bot¨ªn de bolsas que acarrea el personal junto a una sonrisa de oreja a oreja a la salida de las tiendas contiene los trofeos obtenidos. Ya pueden ser tres camisetas de 4,99 euros, o un vestido de firma que val¨ªa 300 y se ha logrado por 150. Conseguir m¨¢s por menos. De eso se trata.
Un paseo por la intersecci¨®n de las calles Goya y Serrano de Madrid basta para ver el universo completo de depredadores y presas de este ecosistema. Est¨¢n las tiendas de firmas de lujo sin complejos. Las de clase media, media-alta. Las del quiero y no puedo. Y las de moda quiz¨¢ no tan buena ni tan bonita pero s¨ª imbatiblemente m¨¢s barata. Pongamos que hablo de Prada, de Adolfo Dom¨ªnguez, de Zara y de H&M. El tama?o de los carteles de rebajas es inversamente proporcional a los precios de los art¨ªculos. Mientras en la cadena sueca y en la marca madre de Inditex, los anuncios de saldo ocupan todo el escaparate, en Max Mara, Ferragamo y Loewe, una min¨²scula tarjeta como de boda fina informa a su distinguida parroquia de que en el interior hay art¨ªculos rebajados. En realidad, no les hac¨ªa falta. Ya les hab¨ªan llamado por tel¨¦fono hace semanas los sol¨ªcitos empleados para invitarles personalmente al fest¨ªn de precios, aunque todo el mundo sabe que es una ordinariez hablar de dinero.
Con vestidos a 400 euros, gafas de sol a 200, y bolsos a 2.000 del ala, ya rebajados, las tiendas de lujo no tienen m¨¢s barreras en la puerta que el vigilante de seguridad reglamentario. No hace falta. Ya se autocensura la clientela. Hay que tener una autoestima a prueba de bomba, o una tarjeta de cr¨¦dito sin l¨ªmite de gasto, para romper la frontera de clase invisible que los circunda y atreverse a profanar estos templos de la moda donde reinan como diosas paganas, exquisitas prendas expuestas como piezas de museo. Todo lo contrario de los establecimientos de moda r¨¢pida. La tienda de bandera, perd¨®n, flasgship, de Zara en la calle Serrano, impoluta y minimalista el d¨ªa de su inauguraci¨®n hace solo unas semanas, parec¨ªa ayer el paisaje despu¨¦s de una batalla de almohadas. Bueno, de fundas de almohadas. Tiradas como pingos ¨Clo que eran muchos de los art¨ªculos sacados del almac¨¦n al efecto¨C, toneladas de prendas esperaban que las desbordadas dependientas, con cara de qu¨¦ he hecho yo para merecer esto, dieran abasto a recolocarlas en los burros repletos de descartes de las clientas. Siempre habr¨¢ alguna que mate por lo que otra desprecia.
Clientas, s¨ª, en femenino. Mujeres eran el 90% largo de las que abarrotaban las salas de se?ora y ni?os, mientras que en los casi desiertos departamentos de hombre, los dependientes se mataban ellos solos de aburrimiento. En la caja, en colas de hasta 45 minutos de reloj, hordas de adolescentes y chicas j¨®venes capaces de probarse docenas de tops y shorts y sandalias de dedo con una tachuela de diferencia entre una y otra. Legiones de se?oras de mediana edad, solas o en compa?¨ªa de otras, calibrando hilo a hilo la calidad del chollo-vestido de la boda de su cu?ada abatido en una tienda de campanillas. Faltaban ayer, no obstante, las aut¨¦nticas reinas de la jungla de las rebajas. Las que saben que, quien espera, r¨ªe dos veces. Las habituales saben que las rebajas son como un coche reci¨¦n matriculado y sacado del concesionario. Cada d¨ªa que pasa, valen menos. Las m¨¢s pacientes esperar¨¢n a que la mercanc¨ªa est¨¦ al 70% o al 80% por ciento. Entonces, saldr¨¢n a cobrarse la pieza. Si cae, bingo. Si no, siempre habr¨¢ un premio de consolaci¨®n. En cualquier caso, dispone usted de quince d¨ªas para cambiarlo o que le devuelvan el importe con el tique de compra.
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