Vivir en un cuadro
La arquitecta Teresa Sapey transforma los productos en serie en muebles
¡°La casa perfecta es imperfecta¡±, afirma Teresa Sapey (Cuneo, Italia, 1962) despu¨¦s de firmar decenas de pisos y tras vivir, ella misma, en cinco casas durante los 25 a?os que lleva instalada en Madrid. Con sus dos hijos independizados, acaba de mudarse junto al Retiro. Y sostiene que este apartamento de habitaci¨®n ¨²nica y amplio sal¨®n es su retrato m¨¢s certero. Pero no es f¨¢cil sintetizar una imaginaci¨®n torrencial acostumbrada a esquivar t¨®picos.
Fue con ese esp¨ªritu como Sapey se hizo un hueco en el Hotel Puerta Am¨¦rica de Madrid. Corr¨ªa el a?o 2003 cuando el grupo Silken reuni¨® a Norman Foster, Zaha Hadid, Jean Nouvel y otros 15 arquitectos para que idearan una planta del hotel. Sapey reclam¨® su pedazo. ¡°No nos queda nada¡±, respondieron diplom¨¢ticamente los empresarios vascos. ¡°Si encuentro un hueco, ?podr¨¦ dise?arlo?¡±, pregunt¨® Sapey.
Lo encontr¨®. Revolucion¨® el aparcamiento empleando pinturas y grafismo. El proyecto dio la vuelta al mundo y le llovieron ofertas para hacer garajes. Sin embargo, no se encasill¨®. Cinco a?os despu¨¦s, invitada por la Feria de arte Arco, construy¨® con muebles de Ikea la sala VIP del recinto: el mobiliario m¨¢s econ¨®mico tratado de la manera m¨¢s creativa. As¨ª, oficinas, comercios, restaurantes y hasta iluminaciones navide?as en varias ciudades del mundo (Par¨ªs, Mil¨¢n a Nueva York) tejen un curr¨ªculo que justifica el letrero con el que uno se topa al abrir la puerta de su piso.
¡°No es una casa, es un mundo¡±, reza el ne¨®n sobre un gran c¨ªrculo negro junto a jarrones de alabastro, muebles de pl¨¢stico, cajoneras de anticuario, un v¨ªdeo de Julian Opie y un grabado de Mir¨®. Cuando pregunto por el autor del ne¨®n, Sapey responde que lo hizo ella: ¡°He pasado de heredar obras de arte a coleccionarlas. Y ahora, como no tengo dinero, me las fabrico yo¡±.
Hace menos de un a?o que se instal¨® frente al Retiro. ¡°Ahora no vivo en una casa, vivo en un cuadro¡±. Dice que en un lugar de madurez. ¡°Solo entran mis ¨ªntimos. Esto no es un showroom. A los clientes ahora me los llevo al restaurante. Aqu¨ª puedo ser la mezcla que de verdad soy¡±.
Sapey recal¨® en este cuarto piso tras pasar dos a?os viviendo en el Hotel Puerta Am¨¦rica, precisamente, (en una suite del australiano Marc Newson). ¡°Dos a?os en una habitaci¨®n son una gran lecci¨®n. Hoy s¨¦ elegir, pero sobre todo puedo prescindir¡±. Est¨¢ convencida de que arrastramos por el mundo una maleta que pesa demasiado. ¡°Es mejor que la maleta de las posesiones pese menos. La que quiero pesar soy yo¡±, afirma. Pero su casa est¨¢ llena de muebles y objetos que, asegura, le sirven para recordar.
¡°La casa debe ser imperfecta. Yo he ido haciendo mis casas cada vez m¨¢s ecl¨¦cticas y, con ello, cada vez m¨¢s m¨ªas. Considera que la vida es movimiento y eso es lo que es su piso: un lugar cambiante. ¡°Las casas tienen que cambiar si no dejan de ser casas y se transforman en cementerios¡±.
Antes de estudiar en Par¨ªs y de instalarse en Madrid, Sapey creci¨® en una vivienda burguesa a las afueras de Tur¨ªn. ¡°Mi madre tiene un gusto exquisito, pero lleva toda su vida viviendo en el mismo lugar: una casa donde las cosas no se pueden tocar. Es palaciega y dura a partes iguales, pero puede que no sea un lugar para vivir¡±.
?Las casas pudientes espa?olas son refugios o escaparates? ¡°Nos piden que hagamos casas vividas antes de que nadie las haya vivido y lo que consiguen son c¨¢rceles, pisos momificados. Un buen arquitecto puede darle vida a una casa, pero es el due?o quien tiene que darle el alma¡±.
Hace unos a?os Sapey se quejaba de la falta de libros y el exceso de gimnasios en las viviendas burguesas que dise?aba. ?Sigue pensando que las casas dejan ver que la generaci¨®n pudiente espa?ola ¡°tiene el culo prieto y el cerebro blando?¡±. ¡°Ahora es m¨¢s dif¨ªcil verlo. La tecnolog¨ªa ha ganado la partida. Con los libros electr¨®nicos y las tabletas, los libros en una casa ya no son indicativo de cultura. La tecnolog¨ªa altera el espacio. Pero es peligrosa: termina por quedarse siempre lo m¨¢s supuestamente necesario y lo m¨¢s necesario no es siempre lo m¨¢s funcional. Ese fue el gran fallo de la modernidad: pensar solo en el uso y declarar la emoci¨®n ¡®ciudadano de segunda¡® cuando los humanos somos animales de emociones¡±.
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