Otra visi¨®n del crecimiento y la productividad
Hoy la poblaci¨®n mundial es, en promedio, unas 20 veces m¨¢s rica que durante la larga Era Agraria. Entre el a?o 7000 antes de Cristo y 1500 despu¨¦s de Cristo, los recursos fueron escasos, el progreso tecnol¨®gico lento y las presiones malthusianas mantuvieron casi todas las poblaciones humanas en un nivel cercano al de subsistencia, con un ingreso diario per capita inferior a 1,50 d¨®lares (a valores actuales).
En 2017, s¨®lo un 7% de la poblaci¨®n mundial es as¨ª de pobre. Supongamos que tom¨¢ramos el valor monetario total de lo que producimos en la actualidad y lo us¨¢ramos para comprar los tipos de bienes y servicios que consumen las personas que viven con 1,50 d¨®lares al d¨ªa. El valor diario promedio de la producci¨®n mundial ser¨ªa 30 d¨®lares por persona (a precios actuales).
A eso equivale la renta mundial anual de la actualidad, que asciende a unos 80 billones de d¨®lares. Es verdad que el reparto de los frutos de la productividad mundial es sumamente desigual, pero el nivel general de riqueza de nuestra sociedad dejar¨ªa boquiabiertos a nuestros antecesores de la Era Agraria.
Adem¨¢s, no producimos y consumimos las mismas cosas que nuestros apenas sobrevivientes ancestros. En 2017, una dieta b¨¢sica de 40 kilocalor¨ªas de cereales al d¨ªa se considerar¨ªa insuficiente. Y en la Era Agraria, bienes y servicios an¨¢logos a los que consumimos hoy hubieran sido absurdamente caros o directamente impensables. Tiberio Claudio Ner¨®n, que vivi¨® en el siglo I antes de Cristo, no podr¨ªa haber comido frutillas con crema, porque a nadie se le ocurri¨® combinar esos dos ingredientes hasta que los cocineros del cardenal Thomas Wolsey de la Corte de los Tudor los sirvieron juntos en el siglo XVI.
En 1606, s¨®lo una persona pod¨ªa estremecerse viendo un drama sobre brujas sin salir de casa: Jacobo Estuardo, rey de Inglaterra y Escocia, que ten¨ªa a William Shakespeare y a su compa?¨ªa de teatro, los Hombres del Rey, contratados a su servicio. Hoy m¨¢s de 4.000 millones de personas provistas de tel¨¦fonos inteligentes, tabletas y televisores pueden disfrutar una forma de entretenimiento on demand otrora exclusiva de monarcas absolutos.
Otro ejemplo: el hombre m¨¢s rico de principios del siglo XIX, Nathan Mayer Rothschild, muri¨® sin haber cumplido 60 a?os por la infecci¨®n de un absceso. Si le hubieran dado la opci¨®n de entregar toda su fortuna a cambio de una dosis de antibi¨®ticos modernos, es probable que lo hubiera hecho.
Hoy, el due?o de un tel¨¦fono inteligente b¨¢sico est¨¢ mejor servido que el arist¨®crata con m¨¢s nomenclatores a su disposici¨®n en el Imperio Romano
As¨ª que decir que una persona t¨ªpica de hoy es 20 veces m¨¢s rica que su predecesor de la Era Agraria es inexacto, porque hoy los consumidores tienen muchos m¨¢s bienes y servicios para elegir. No s¨®lo hay abundancia, sino tambi¨¦n una variedad nunca antes vista de opciones, lo cual da al nivel de riqueza general un aumento considerable.
?Pero cu¨¢l es la magnitud de ese aumento?
Profesionales estad¨ªsticos de la Oficina de An¨¢lisis Econ¨®mico del Departamento de Comercio de Estados Unidos y de organismos similares en otros pa¨ªses han tratado de medir la relaci¨®n entre el aumento de ¡°variedad¡± y la productividad. Seg¨²n estimaciones t¨ªpicas, la productividad de la mano de obra en la regi¨®n del Atl¨¢ntico Norte creci¨® a un ritmo anual medio del 1% entre 1800 y 1870, 2% entre 1870 y 1970, y 1,5% desde entonces (con una posible desaceleraci¨®n durante la ¨²ltima d¨¦cada). Pero estas cifras reflejan m¨¢s que nada el avance en la producci¨®n de art¨ªculos de primera necesidad para la poblaci¨®n pobre del mundo, y dejan fuera la mejora en la calidad de vida obtenida gracias al aumento de productividad.
Gran parte de esa mejora se la debemos a innovaciones que transformaron radicalmente la civilizaci¨®n, por ejemplo, el inodoro, los autom¨®viles, la energ¨ªa el¨¦ctrica, las comunicaciones a larga distancia, la inform¨¢tica, etc¨¦tera.
Repito: hubiera sido rid¨ªculamente caro (o simplemente imposible) acceder a bienes y servicios similares en periodos hist¨®ricos anteriores. En el Imperio Romano tard¨ªo, s¨®lo un arist¨®crata rico pod¨ªa comprar un nomenclator: un esclavo encargado de memorizar nombres y caras para record¨¢rselos cuando las ocasiones sociales lo exigieran. Hoy, el due?o de un tel¨¦fono inteligente b¨¢sico est¨¢ mejor servido que el arist¨®crata con m¨¢s nomenclatores a su disposici¨®n.
En nuestro an¨¢lisis del crecimiento del futuro y de las oportunidades que deparar¨¢ a toda la humanidad, no debemos olvidar el camino recorrido. Yo he intentado medir la enorme magnitud del crecimiento econ¨®mico en la regi¨®n del Atl¨¢ntico Norte en los ¨²ltimos 200 a?os, sin conseguirlo, pero estoy casi seguro de que la producci¨®n aument¨® en ese periodo unas 30 veces o m¨¢s.
?Cu¨¢nto m¨¢s crecimiento podemos esperar, y qu¨¦ significar¨¢ para aquellos en quienes nos convertiremos? Si nos guiamos solamente por el pasado, no tenemos modo de saberlo: las frutillas con crema del futuro todav¨ªa no han sido inventadas.
J. Bradford DeLong es profesor de Econom¨ªa en la Universidad de California en Berkeley. Traducci¨®n de Esteban Flamini.
Project Syndicate, 2017.
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