Los precarios de la nueva econom¨ªa digital
La revoluci¨®n tecnol¨®gica ahonda las diferencias entre puestos cualificados bien pagados y un creciente n¨²mero de trabajadores que prestan servicios cada vez en peores condiciones
En el medio a?o que lleva en su actual trabajo, Jos¨¦ Arcadio no ha visto ni una sola vez a su jefe. No sabe c¨®mo se llama. Ni siquiera si es hombre o mujer. Solo recibe mensajes a trav¨¦s de una aplicaci¨®n que le informa a d¨®nde y cu¨¢ndo debe ir. Jos¨¦ Arcadio trabaja para la empresa de reparto de comida Deliveroo. O, m¨¢s exactamente, aporta sus servicios como aut¨®nomo. Es, como ¨¦l dice con sorna, ¡°empresario¡± de su propio cuerpo.
Como ¨¦l, m¨¢s de 1.000 repartidores o, como la compa?¨ªa prefiere llamarlos, riders prestan sus piernas para que una multitud de personas reciban en sus casas u oficinas comida reci¨¦n salida del restaurante. Deliveroo es solo la punta de lanza de una revoluci¨®n tecnol¨®gica que no deja de crear nuevos empleos, destruir otros y que, muy probablemente, acabar¨¢ por modificar todos. ¡°La econom¨ªa digital va a erosionar bruscamente la relaci¨®n tradicional entre empleado y empleador¡±, aseguraba en su n¨²mero de este mes Finance & Development, la revista que edita el FMI.
Jos¨¦ Arcadio ¡ªen realidad no se llama as¨ª: elige este nombre para guardar el anonimato a la hora de criticar a quien le da de comer¡ª es una prueba de esta nueva realidad. Presta sus servicios todos los d¨ªas a Deliveroo, pero no guarda ninguna relaci¨®n con el gigante de la comida a domicilio: la bicicleta que se ha convertido en su compa?era m¨¢s fiel la aporta ¨¦l; y si tiene alg¨²n accidente o aver¨ªa, algo muy habitual en el sector, el problema es solo suyo. Incluso la caja con el logo de la empresa donde viaja la comida corre de su cuenta: desembols¨® 60 euros en dep¨®sito por ella y un soporte para el m¨®vil. ¡°Es un negocio redondo. No es que minimicen los costes: es que no tienen ninguno¡±, asegura en una terraza del centro de Madrid.
Carl Benedikt Frey, codirector del programa de Tecnolog¨ªa y Empleo de la Universidad de Oxford, es probablemente uno de los mayores expertos del mundo en este tema. En un art¨ªculo reciente, este prestigioso economista sueco aseguraba que, en contra de lo que podr¨ªa parecer a primera vista, la presencia de Uber no ha reducido el n¨²mero de taxistas en las calles de EE UU. M¨¢s bien al contrario, ahora hay m¨¢s. Pero los nuevos competidores s¨ª contribuyeron a que los salarios de los taxistas se redujeran en torno al 10%. Contactado por este peri¨®dico, Frey asegura que el proceso de digitalizaci¨®n es todav¨ªa muy reciente como para extraer conclusiones definitivas.
¡°La econom¨ªa colaborativa ofrece un simple intercambio: m¨¢s libertad y flexibilidad a cambio de menos seguridad en el trabajo. Los cambios legislativos podr¨ªan, sin embargo, modificar este equilibrio. As¨ª que por ahora no hay ning¨²n efecto inevitable sobre el mercado laboral¡±, responde Frey en un correo electr¨®nico.
No hay efectos inevitables, pero s¨ª s¨ªntomas de que algo est¨¢ pasando. Esta semana Barcelona cre¨® su primera asociaci¨®n de ciclomensajeros, esos j¨®venes con aspecto de deportista que recorren las ciudades a golpe de pedal transportando objetos para empresas como Glovo o Stuart; o comida para Deliveroo o Ubereats. Hace unos pocos meses en Madrid se dio un paso similar. ¡°El ciclomensajero que trabaja para una start up no tiene un centro de trabajo. Son como homeless a tiempo parcial¡±, escribieron los responsables de la agrupaci¨®n madrile?a. Su hom¨®loga barcelonesa, la plataforma Riders por derechos, present¨® el jueves un dec¨¢logo de peticiones ante la ¡°precarizaci¨®n progresiva¡± que padecen.
Algunos colectivos sienten que las nuevas empresas digitales sirven para restar derechos laborales. Pero los expertos no tienen claro a¨²n los efectos finales de un cambio tan gigantesco. La economista Sara de la Rica alerta sobre una polarizaci¨®n creciente: las empresas competir¨¢n por captar el talento de los trabajadores m¨¢s cualificados; mientras que un importante grupo de trabajadores sin las habilidades necesarias para adaptarse a los nuevos tiempos se quedar¨¢ atr¨¢s, con condiciones cada vez m¨¢s precarias. Se les exige cada vez m¨¢s flexibilidad, en beneficio de la empresa.
¡°En Espa?a, la reforma laboral ha permitido disminuir los salarios de entrada. Los grandes perdedores son los j¨®venes que hoy se integran al mercado laboral, con niveles salariales equivalentes, en t¨¦rminos reales, a los de 1990¡±, a?ade esta catedr¨¢tica de Econom¨ªa de la Universidad del Pa¨ªs Vasco.
Pero los cambios no afectan solo a los sueldos. La revoluci¨®n digital tambi¨¦n ha sacudido el tipo de relaciones en torno al puesto de trabajo. El modelo de contrato de 40 horas semanales con un mes de vacaciones va cediendo peso ante f¨®rmulas m¨¢s flexibles. En detrimento, en muchas ocasiones, de la parte m¨¢s d¨¦bil de la cadena. ¡°El riesgo se ha trasladado de la empresa al trabajador¡±, concluye la profesora De la Rica. Estos nuevos proletarios del siglo XXI ganaron una batalla el a?o pasado, cuando un tribunal brit¨¢nico dictamin¨® que la empresa estadounidense Uber deb¨ªa considerar a sus conductores como empleados, y no meros aut¨®nomos, confiri¨¦ndoles el derecho a vacaciones y un salario m¨ªnimo.
Arun Sundararajan, autor de Econom¨ªa colaborativa: el fin del empleo y el auge del capitalismo de masas, detecta dos procesos paralelos: por una parte, las nuevas plataformas tecnol¨®gicas permiten organizar la actividad con aut¨®nomos a los que se les pide m¨¢s o menos trabajo en funci¨®n de las necesidades; y por otra, los avances en inteligencia artificial y en rob¨®tica presagian la automatizaci¨®n de actividades complejas, como la abogac¨ªa, consultor¨ªa y transporte. ¡°La uni¨®n de estos dos factores deriva en un mercado laboral en el que los contratos a tiempo completo se dividir¨¢n en proyectos y tareas¡±, escrib¨ªa este profesor de la Universidad de Nueva York en la revista Finance & Development. Uno de los principales riesgos de este proceso es el aumento de la desigualdad.
M¨¢s desigualdad
La soci¨®loga Bel¨¦n Barreiro aborda este peligro en su nuevo libro, La sociedad que queremos. ¡°La tecnolog¨ªa refuerza la brecha social, contribuyendo a aumentar las desigualdades¡±, asegura en conversaci¨®n telef¨®nica la expresidenta del CIS. Fernando Encinar, cofundador del portal inmobiliario idealista, apunta que no solo los trabajadores poco cualificados van a sufrir el impacto de la digitalizaci¨®n. ¡°La robotizaci¨®n no supone un gran riesgo para actividades como atender un bar o colocar ladrillos, y s¨ª para determinadas profesiones donde los algoritmos pueden ser eficientes, como la gesti¨®n de renta variable¡±, se?ala Encinar, que destaca que m¨¢s del 90% de los 500 trabajadores del grupo idealista tienen contrato indefinido. ¡°Para nosotros es fundamental atraer y retener el talento. Y la certidumbre laboral es un activo muy importante¡±, concluye.
Los empleos ligados a la nueva econom¨ªa van m¨¢s all¨¢ del transporte. Abarcan desde gigantes de la econom¨ªa colaborativa ya muy populares como Blablacar o Airbnb hasta aplicaciones menos conocidas que ofrecen una legi¨®n de trabajadores invisibles dispuestos a limpiar su casa, hacerle la compra u ocuparse de los encargos m¨¢s engorrosos. Son todo comodidades para los clientes de esta nueva generaci¨®n de start ups. Comodidades que proporciona el trabajo de gente como Jos¨¦ Arcadio. ¡°Para m¨ª lo peor es que la empresa no tenga ninguna responsabilidad ante lo que nos pueda pasar. Aunque a m¨ª por ahora me compensa la flexibilidad de este trabajo¡±, asegura mientras apura su cerveza, poco antes de alejarse montado en la bicicleta en la que est¨¢ a punto de pasar su jornada laboral.
Repartidor de Deliveroo
"Nadie se ha responsable de lo que nos pasa"
Viernes por la noche en Madrid. Al lado de la parada de metro de Tribunal, un enjambre de j¨®venes, casi todos varones y muchos latinoamericanos, espera su turno para salir zumbando. Con sus b¨®lidos a pedales repartir¨¢n comida reci¨¦n salida de los restaurantes con un radio de acci¨®n de pocos kil¨®metros. Jos¨¦ A., nombre ficticio, es uno de ellos. Le preocupa sobre todo que pueda tener un accidente y nadie se haga cargo. ¡°Hace poco un compa?ero se dio contra el parabrisas de un coche. No le ocurri¨® nada grave, pero estuvo tres semanas sin trabajar. Tres semanas en las que, por supuesto, no cobr¨® nada¡±, asegura. Hace una pausa. ¡°Nadie se hace responsable de lo que nos pasa¡±, a?ade.
Esta historia le sonar¨¢ familiar a los 3,2 millones de aut¨®nomos que hay en Espa?a. Pero las diversas plataformas digitales intensivas en mano de obra no cualificada han extendido esta figura al m¨¢ximo. En estas empresas, las relaciones laborales se difuminan al m¨¢ximo. En Deliveroo aseguran que los riders ¡ªnombre que usan para los repartidores¡ª aprecian la flexibilidad que les permite compaginar el trabajo y otras actividades como los estudios. ¡°Ellos eligen cu¨¢ndo y d¨®nde trabajar con nosotros y por cu¨¢nto tiempo¡±, a?aden fuentes de la empresa.
Pero el malestar es evidente. As¨ª se explica la creaci¨®n esta semana en Barcelona de un colectivo de mensajeros ¡ªde Deliveroo, Glovo y otras empresas similares¡ª para tratar de defender sus derechos. Siguen as¨ª el ejemplo de compa?eros de Londres o Madrid. El gigante de reparto de comida nacido en Reino Unido hace cuatro a?os ha respondido enviando a sus repartidores un correo en el que se convoca a algunos a una sesi¨®n informativa donde puedan exponer sus preocupaciones. Y han contratado a una agencia externa que organice grupos de trabajo con los riders.
La flexibilidad que vende la compa?¨ªa es, seg¨²n Jos¨¦ A., tan solo relativa. Este repartidor que espera abandonar pronto este trabajo para dedicarse a lo que ha estudiado asegura que quien rechaza hacer fines de semana, por ejemplo, es penalizado con un menor volumen de trabajo. ¡°Se nos valora por tres criterios: la disponibilidad, el porcentaje de aceptaci¨®n de pedidos y la velocidad. Parece como si se nos animara a saltarnos los sem¨¢foros. Si no, es imposible llegar¡±, protesta.
Jos¨¦ A. dice obtener unos 600 euros despu¨¦s de impuestos por una semana laboral de 25 horas. En Deliveroo aseguran que los riders ¡ªj¨®venes varones en su inmensa mayor¨ªa¡ª suelen trabajar de forma espor¨¢dica, con una media semanal inferior a las 20 horas. ¡°Somos j¨®venes, s¨ª, pero casi todos acabamos con problemas de rodillas o dolores de espalda de los que nadie se preocupa¡±, concluye el ciclomensajero.
Conductor de Cabify
"Me llaman desleal. Parece que fuera un asesino"
Al llegar a la sede de Cabify es dif¨ªcil no pensar en la imagen t¨ªpica de una start up de Silicon Valley. Un ej¨¦rcito de jovencitos ¡ªingenieros, programadores, desarrolladores...¡ª se esfuerzan en mejorar una aplicaci¨®n que naci¨® en Espa?a en 2011, y que desde entonces ha crecido hasta llegar a 35 ciudades de 12 pa¨ªses y dar trabajo a 1.800 personas, 280 de ellas en Espa?a.
Adem¨¢s de los j¨®venes con pinta de inform¨¢ticos, en estas oficinas del noreste de Madrid tambi¨¦n se observa un goteo constante de hombres que llegan y se van con una caja bajo el brazo. Son los conductores de los m¨¢s de 600 veh¨ªculos con los que Cabify opera en Espa?a. Van all¨ª a recoger las botellas de agua que los ch¨®feres ofrecen de forma gratuita a los clientes, y que se han convertido en se?a de identidad de una empresa empe?ada en ganar cuota de mercado a golpe de amabilidad. Una compa?¨ªa que en los ¨²ltimos meses se ha convertido en el blanco favorito de los taxistas y de partidos como Podemos.
E. G. es uno de esos conductores de Cabify que solo hablan maravillas de la empresa a la que presta sus servicios ¡ªno son empleados directos, tan solo tienen un contrato mercantil¡ª y que no dedican ni una buena palabra a sus nuevos enemigos ac¨¦rrimos: los taxistas.
¡°A los seis meses de empezar a trabajar aqu¨ª, uno de ellos me rompi¨® la luna con un martillo. Lanzan ¨¢cido con jeringuillas o huevos podridos. No pasa el d¨ªa en el que no me escupan o insulten. Me llaman intrusista y desleal. Parece que fuera un asesino¡±, se queja E. G., que no quiere identificarse m¨¢s que con iniciales, ni mostrar la cara al fot¨®grafo por miedo a represalias de sus antiguos compa?eros. Porque antes de estar a este lado de la batalla, E. G. trabaj¨® como taxista durante seis a?os. En 2009, la licencia le cost¨® 178.000 euros y la vendi¨® hace tres a?os por 130.000.
Los conductores de Cabify ¡ªla compa?¨ªa se niega a especificar cu¨¢ntos hay¡ª defienden a la empresa con ah¨ªnco. Mariano Silveyra, director general de la empresa en Espa?a, explica las denuncias que el sindicato CNT ha presentado por jornadas abusivas como parte de una campa?a orquestada por el sector del taxi. Al igual que el v¨ªdeo en el que Podemos acusaba a Cabify de ¡°competencia desleal¡± y de tributar fuera de Espa?a. La empresa ha respondido al partido que dirige Pablo Iglesias con una demanda. ¡°Es tan solo un intento m¨¢s de desprestigiarnos¡±, asegura Silveyra.
?Se enfrentar¨¢ Cabify a una situaci¨®n similar a la de Uber, a la que un juzgado brit¨¢nico oblig¨® a considerar a sus conductores como empleados? ¡°No conozco el caso al detalle. Pero el nuestro es un modelo muy distinto. La prueba es que nuestros conductores est¨¢n encantados con nosotros¡±, concluye el ejecutivo.
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