La indome?able hidra financiera
Los Estados se han convertido en m¨¢quinas de recaudar para pagar deuda y los mercados escapan a las reglas del juego
Hacia 1970 en torno a un 70% de la actividad econ¨®mica ten¨ªa que ver con la producci¨®n de cosas, ya fuesen tomates, lavadoras o transporte. S¨®lo un 30% era movimiento financiero. De entonces para ac¨¢, las cifras se han invertido y ahora el manejo del dinero y sus productos y subproductos representa el 70% de la actividad econ¨®mica. En las bolsas de valores la mayor parte de lo que se compra y se vende no responde a nada real y concreto. Tocable. Esto no debe extra?arnos en absoluto. Un rasgo propio del humano, quiz¨¢s el que m¨¢s, es otorgar valor por acuerdo social a determinadas realidades simb¨®licas. En el libro Los argonautas del Pac¨ªfico occidental, Malinowski explica que muchos de los formidables desplazamientos por el inmenso oc¨¦ano Pac¨ªfico de los nativos de las islas Trobriand, en la Melanesia, se hac¨ªan para conseguir determinado tipo de concha. Malinowski, que era un antrop¨®logo de verdad, y no un europeo que iba de excursi¨®n a mundos ex¨®ticos, se esfuerza por explicar que es exactamente lo mismo que hemos hecho los occidentales y otros en busca de oro. Donde no hay oro, otra cosa ocupa su lugar. Es la misma operaci¨®n socio-mental, tan convencional en un caso como en otro. C¨®mo llegamos los humanos a estos acuerdos sociales inapelables y milenarios ¡ªesas leyes no escritas que nunca estudiamos¡ª es un misterio abisal. La invenci¨®n del dinero, el papel moneda o las acciones son s¨®lo un paso m¨¢s en la creaci¨®n y el acuerdo de realidades simb¨®licas que tienen valor.
El trobriand¨¦s que se echaba al mar en una canoa en busca de conchas arriesgando mucho no es muy distinto del que apuesta su dinero en el casino burs¨¢til. Por lo tanto, no hay que extra?arse ni escandalizarse porque se haya producido el cambio mentado arriba. Esto ha existido siempre, solo que ahora el producto de valor simb¨®lico es mucho m¨¢s delet¨¦reo y vol¨¢til. Aqu¨ª es donde entran los chamanes a poner orden. As¨ª aparecen los Moody's, Standard & Poor's, Fitch y otros semejantes que, aunque no aciertan casi nunca, orientan el tr¨¢fico de las canoas de un lado para otro. Pero los jefes trobriandeses cuidaban muy mucho de que no se les echaran al mar m¨¢s gente de la cuenta, porque los huertos quedaban desatendidos y luego hab¨ªa hambre y problemas. O de que los chamanes no encontraran signos favorables para la navegaci¨®n de resultas de haber recibido dos cerdos de regalo del que fabricaba las canoas. Eran muy civilizados.
Por el contrario, en nuestro tiempo el mundo financiero ha escapado a las reglas de juego de la res publica, cada vez m¨¢s gorda pero m¨¢s d¨¦bil, como con obesidad m¨®rbida. El pensamiento de izquierdas, que no ha sido capaz de producir nada socialmente ¨²til en las ¨²ltimas d¨¦cadas, se dedica a averiguar el sexo de los ¨¢ngeles, entre otros entretenimientos er¨®tico-festivos, y ha perdido el partido por incomparecencia. No es que falten propuestas. Es que falta hasta el an¨¢lisis. Pondremos un ejemplo muy tonto y obvio. Espa?a super¨® en la primavera del a?o pasado el m¨¢ximo de endeudamiento hist¨®rico, como ha venido sucediendo a otros pa¨ªses de la UE. Tuvimos dos elecciones seguidas en diciembre de 2015 y junio de 2016. Ha habido despu¨¦s un cambio de Gobierno por una moci¨®n de censura. Y no parece que ning¨²n partido haya considerado que este hecho monstruoso merezca ser destacado. O conocido o debatido por la opini¨®n p¨²blica. Y as¨ª, suavemente, han quedado los Estados convertidos en m¨¢quinas de recaudar para pagar deuda. ?A qui¨¦n?
La actividad financiera tiene vida propia al margen de casi todas las ramas del Derecho. No s¨®lo ignora de facto el Derecho administrativo que gobierna o deber¨ªa gobernar la maquinaria estatal. Tambi¨¦n es casi indiferente al Derecho penal y civil, a las normas b¨¢sicas cuyo fin primordial es garantizar reglas m¨ªnimas de convivencia que preserven la paz social. As¨ª, las gentes hablan de la "dictadura de los mercados" y confusamente todos sabemos lo que esto quiere decir. Porque los Estados, ya debilitados desde los sesenta, y de una manera alarmante desde los noventa, se han plegado a las exigencias del casino financiero de una manera vergonzosa.
Se dir¨¢ que un exceso de reglamentaci¨®n impide el libre fluir del dinero y dificulta la generaci¨®n de riqueza. Es un principio liberal que nadie se atreve a cuestionar. Mucho m¨¢s sagrado que la ley de Mois¨¦s. Pero este liberalismo es muy gracioso.
Vamos con los ejemplos, que son el lado sabroso de la vida. Acaban de perecer en Espa?a las cajas de ahorro, sacrificadas por haber provocado un agujero financiero colosal. Es cierto que lo provocaron, pero no antes de haber ca¨ªdo en manos de las taifas auton¨®micas. El problema es ese, no las cajas, que fueron un sistema eficaz de pr¨¦stamos y gesti¨®n de los ahorros durante muchas d¨¦cadas. Aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, las cajas han sido fagocitadas por la banca privada. ?Y cu¨¢nto le ha costado esto a la banca privada que tanta responsabilidad y esp¨ªritu de sacrificio demuestra? Nada o casi nada. Los impuestos de todos los espa?oles han saneado las cajas y luego estas han sido regaladas a unos bancos y otros. Si esto es liberalismo, que venga Dios y lo vea. Es intervencionismo estatal puro y duro, y de la peor especie, el de la ley del embudo que obliga (porque obliga) al contribuyente a pagar impuestos, no para sostener el Estado y sus servicios, sino para favorecer los negocios privados de algunos. En castizo se llama compadreo. Podemos ennoblecerlo con toda la palabrer¨ªa neoliberal que queramos, pero es lo que es.
Un europeo hoy no puede vivir sin que su vida est¨¦ fiscalizada por varios bancos. No puede ni cobrar el sueldo. Asombrosamente es un derecho que el estadounidense se ha esforzado por mantener y mantiene. Puede cobrar en la ventanilla de la empresa y pagar la luz o el tel¨¦fono o el alquiler en otra ventanilla, con los billetes en la mano. En el colmo del disparate gran parte del trabajo fiscal en Europa lo hacen los bancos, por ejemplo, la recaudaci¨®n. A esto se llama ser juez y parte. Los perfiles del Estado se desdibujan y ya nadie sabe muy bien d¨®nde empieza y d¨®nde acaba. Ergo, se desconf¨ªa del Estado y, cuando esta desconfianza crece, viene alguien que ofrece este producto que toda sociedad humana necesita.
As¨ª la sensaci¨®n de putrefacci¨®n aumenta d¨ªa a d¨ªa y el occidental mira cada vez con m¨¢s despego y m¨¢s desconfianza a su democracia. Los partidos de izquierda y los sindicatos se dedican a jugar al ping-pong, tras haber abandonado a su suerte, primero, el mundo del trabajo y, luego, la defensa del Estado como garante de los equilibrios sociales. La disoluci¨®n de los Estados es un proceso extraordinariamente peligroso que suele llevar aparejado injusticias y abusos que minan la confianza de los votantes no s¨®lo en el Gobierno, sino, y esto es mucho m¨¢s grave, en el sistema de gobierno. La izquierda responsable ¡ªno me refiero al populismo vociferante que confunde las mascotas con los animales y el culo con las t¨¦mporas¡ª no est¨¢ haciendo absolutamente nada, ni aqu¨ª ni en Copenhague, para evitar esta disoluci¨®n y es por tanto tan culpable como la derecha, o m¨¢s, de lo que le est¨¢ ocurriendo a las democracias occidentales.
Mar¨ªa Elvira Roca Barea es fil¨®loga y autora de 'Imperiofobia y leyenda negra' y 'Seis relatos ejemplares' (Siruela).
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.