Bioeconom¨ªa
La inercia del consumo pl¨¢stico no se puede evitar, pero sus efectos se pueden limitar
Frente a la degradaci¨®n del medio ambiente, la idea que subyace en el an¨¢lisis econ¨®mico ¡°de mercado¡± es que el mismo progreso econ¨®mico (crecimiento) que ha generado la contaminaci¨®n ser¨¢ el que, tecnolog¨ªa mediante, acabe con ella. Es la l¨®gica inherente del precio. Si es m¨¢s rentable no contaminar que hacerlo, la l¨ªnea de acci¨®n-producci¨®n caer¨¢ por su propio peso tarde o temprano hacia el producto m¨¢s limpio y ecol¨®gico. El argumento es parcialmente correcto porque desprecia dos factores importantes en cualquier desarrollo del mercado o producci¨®n. Existe una inercia o viscosidad que retrasa la adopci¨®n de las tecnolog¨ªas m¨¢s rentables hasta que su aplicaci¨®n se ha convertido en infalible y su coste es similar o inferior a la tecnolog¨ªa anterior. Hay que contar tambi¨¦n con la persistencia de modos de producci¨®n que han podido adaptarse a la nueva tecnolog¨ªa ecol¨®gica y que seguir¨¢ encontrando m¨¢rgenes de rentabilidad incluso con costes algo m¨¢s elevados.
El mercado del biopl¨¢stico, una soluci¨®n a la pesadilla mundial de la contaminaci¨®n por pl¨¢stico, responde a estos dos principios generales. Un biopl¨¢stico es un pl¨¢stico degradable, que se obtiene por fermentaci¨®n de materia prima vegetal; con ¨¦l desparecer¨ªa la amenaza permanente del pl¨¢stico que asfixia los oc¨¦anos, obstruye las canalizaciones y contamina el suelo. El pl¨¢stico, a estos efectos, se ha convertido en una maldici¨®n. Pero el biopl¨¢stico es, como muchas otras innovaciones, de implantaci¨®n lenta. Apenas ocupar¨¢ el 10% de la producci¨®n europea de pl¨¢stico en el plazo de 10 a?os. Las razones son evidentes. Desconocimiento desde luego. Un precio m¨¢s elevado que el pl¨¢stico derivado del petr¨®leo, sobre todo. ?Por qu¨¦ iban a aceptar empresas y consumidores un precio m¨¢s elevado para el pl¨¢stico si pueden usar el que tiene un precio inferior? La respuesta no puede ser ¡°por conciencia ecol¨®gica¡± porque la experiencia dice que esa motivaci¨®n no funciona. O no ha funcionado hasta ahora.
S¨ª funcionan los incentivos, pero son por definici¨®n diferentes en cada Estado. La sustituci¨®n de envases de pl¨¢stico, bolsas y otros admin¨ªculos merece la aportaci¨®n p¨²blica para liquidar una contaminaci¨®n pl¨¢stica que tiene un coste estimado de casi 140.000 millones en el mar y ensucia mercados enteros como la hosteler¨ªa y el turismo. La inercia del consumo pl¨¢stico no se puede evitar, pero sus efectos se pueden limitar. A intervenci¨®n blanda de las autoridades p¨²blicas tiene que aspirar a modestos est¨ªmulos en la producci¨®n y el consumo de biopl¨¢sticos.
Una reflexi¨®n colateral es que la correcci¨®n de las externalidades contaminantes ya no puede hacerse, salvo casos excepcionales, seg¨²n el principio quien contamina, paga. A nadie se le oculta que en demasiadas ocasiones es m¨¢s barato pagar que descontaminar y ese pago no disuade de ensuciar r¨ªos, mares y tierras. Eso sin contar con que algunos municipios pagan sanciones a cambio de disponer de industrias y empleo, con lo cual se est¨¢ pagando contaminaci¨®n con dinero de todos los contribuyentes. En la fase actual, m¨¢s que cobrar por la contaminaci¨®n, hay que prohibirla y ser coherentes con esa prohibici¨®n. Es decir, no basta con cerrar el paso a la contaminaci¨®n; hay que vigilar el cumplimiento de la ley, o sea, disponer de recursos para la inspecci¨®n y de fuerza jur¨ªdica para hacer cumplir las sanciones. En Espa?a ¡ªpor citar un caso¡ª hay muchas leyes y poca capacidad para hacerlas cumplir.
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